7: Una minúscula parte

Anthony

―¡¿Qué fue todo eso?! ―le grito a mi padre.

Camino en su despacho de un lado para el otro. Él se mantiene tranquilo, sentado en la silla de su escritorio. No ve la gravedad de la situación, cosas muy extrañas están ocurriendo. Primero me compromete con esta chica rara, luego sucede esa situación bizarra con ese otro sujeto y ahora esto, es la gota que rebalsó el vaso. Explotó todo en la gran sala comedor. Es inexplicable lo que pasó con el pastel. Sabía que este pueblo me traería problemas, siempre me ha parecido anormal. Me gusta ignorar la situación, pero esto me sobrepasa. Necesito cancelar todo esto de manera inmediata.

―No me voy a casar ―le aclaro a mi padre, ya que sigue muy cómodo en su asiento, ignorando, por completo, el extravagante contexto que surge, sin razón aparente―. ¿Me escuchaste? ―insisto.

Mi progenitor comienza a reír como desquiciado, está loco.

―¿Y quién dijo que tienes voz y voto aquí para decidir sobre eso?

Entrecierro los ojos.

―No puedes obligarme. ―Hago una pausa―. Pídeselo a otro o déjala libre, pero a mí no me metas.

―Creo que no estás entendiendo una cosa, Anthony. ―Chasquea los dedos, entonces siento la punta de un arma en mi espalda―. Tú me perteneces, así que harás lo que yo diga ―declara con un gesto serio.

Trago saliva mientras pienso que es lo próximo que voy a decir. Una sola palabra equivocada y estoy muerto. Su empleado no dudará en apretar el gatillo si se lo ordena. Sé que es capaz de hacerlo, todos lo sabemos, ya que no soy el hermano menor por coincidencia, existía otro. Liudovik fue asesinado por mi padre. Él era el más pequeño, ahora yo lo soy. Qué en paz descanse.

―Sí, padre, pero... ―expreso con los dientes, presionándose―. Al menos te pido que me expliques sobre mi prometida. Algo no cuadra, necesito estar informado.

―Lo sabrás a su debido tiempo.

―¿Por qué tanto misterio? ―consulto, luego miro al empleado de refilón―. ¿Puedes pedirle que baje su maldita arma?

Saca un habano de un cajón.

―Anthony, eres alguien muy preciado para mí, pero a veces te comportas tan caprichoso, que me haces enfadar.

―Padre, viendo que no se me permite insistir, me retiraré.

Pone el puro en su boca, luego lo enciende. Asiente y mueve la mano para que me largue. Suspiro, doy la vuelta, entonces cruzo miradas con el empleado. Evito su arma, por consiguiente, voy hacia la puerta.

―Espera un momento ―ordena mi padre, por lo tanto, me detengo―. Tengo unos negocios con Gutiérrez, pero hay un invitado que no podré atender, así que quiero que te encargues tú.

Me giro a mirarlo.

―¿No es el mafioso que anda en cosas raras? ―cuestiono―. ¿No está loco o algo así?

Se ríe.

―Hernán Gutiérrez sabe cosas que ningún otro entendería, es mi perfecto socio, pero el invitado que te menciono, es un peligro y sé que tú estarás a salvo de él, eres especial.

Entrecierro los ojos.

―¿De quién estás hablando? ¿Lo conozco?

―No creo, se llama Asthur Wedengraf.

Al escuchar ese nombre, todo se detiene para mí, es el hombre con el que me crucé en el bosque. El miedo se apodera de mi sistema. Puedo escuchar mi corazón palpitando con fuerza. Si alguien no es normal en este mundo, es aquel individuo.

―¿Y qué quiere? ―Trago saliva.

―No tengo idea. ―Se ríe―. Pero a ese tipo de personas no hay que contradecirlas.

―¿A qué te refieres? ¿De qué lo conoces?

―No lo hago, solo que Gutiérrez me advirtió que vendría y nada más aseguro mi pellejo.

―Y mandas a tu hijo al muere, qué buen padre ―expreso con sarcasmo.

―Me alegra que lo entiendas. ―Vuelve a fumar su habano y mueve la mano para que me vaya―. Ya lárgate.

Bufo y me giro para irme. Camino por el pasillo, entonces veo la sala destrozada, las mucamas están limpiando. Entro, observo el pastel. Culpa y muerte, más un nombre desconocido en latín. Parece una broma de mal gusto, pero estuve allí. Todo explotó y se quemó, tan extraño. Sigo mi camino, después voy hasta las escaleras, llego al corredor de nuestras habitaciones, así que me detengo en su puerta.

Levanto para tocar, bajo la mano, luego me decido, entonces golpeo. Nadie responde, aun así, elijo entrar. Observo el cuarto, no está aquí. Veo que hay una puerta que no es la del baño. ¿Una habitación contigua? Me acerco y la abro, es un poco pesada. Una vez ingreso, visualizo a Lisette, sentada en la punta del cuarto cuadrado, el cual no tiene ni un solo mueble. Llora desconsolada, así que me le aproximo.

―Oye, siento que se arruinara tu cumpleaños ―digo, serio.

Deja de abrazarse a sus rodillas, se refriega los ojos, luego alza la vista a observarme, todos sus ojos celestes están cristalizados de tanto llorar.

―Gracias ―expresa en un tono leve.

Nos quedamos en silencio mirándonos por un momento.

―Bueno, yo... tengo trabajo que hacer. ―Me giro para irme, pero se levanta, agarrándome la mano, así que la observo―. ¿Qué?

―¿Por qué has venido? ―consulta, sus mejillas están rojas―. Tus pensamientos son confusos, no puedo percibirlos bien.

Me quedo mirándola, extrañado.

―¿Disculpa?

Se sobresalta.

―¡Nada! ―expresa con la voz temblorosa.

Está llena de nervios.

―Como sea, ya me voy. ―Observo su mano―. Suéltame.

Es muy fuerte, no puedo zafarme. Me hace sentir diminuto, atacando a mi orgullo varonil. Una chica tan pequeña, no debería tener tanta fuerza, ¿o sí? Esto es tan extraño.

―Quédate.

―Te dije, tengo trabajo ―insisto.

―¿Dónde?

―De hecho, en la casa, el invitado puede venir en cualquier momento, debo prepararme.

―¿Puedo acompañarte? ―consulta.

Es evidente que no va a soltarme y yo seguiré pareciendo estúpido, así que acepto su maldita propuesta.

―De acuerdo. ―Afianzo el agarre que ella tiene en mi mano, haciendo que parezca que soy yo el que la toma, aun así, eso le emociona y hasta se sonroja. Sigo mi camino, por lo tanto, ella va detrás―. No digas ni una sola palabra ―le aclaro.

―Sí, haré lo que pidas.

Vergüenza ajena, mujer, respétate.

Creo que ha creado una codependencia hacia mí o alguna obsesión de las muy malas. No puede ser que siempre quiera estar pegada. No le veo el sentido.

Bajamos de las escaleras y justo a tiempo, pues la mucama se acerca, informa que Wedengraf está esperando en el living. Caminamos hasta allí, entonces como era de esperarse, me llega un escalofrío. Parece que siempre viste de traje, por extrañas razones que desconozco, pero tampoco pienso averiguar. Necesito sacarme este problema de encima, pronto.

―¿Lo conoces? ―le murmuro a Lisette, acto seguido, ella niega con la cabeza, acatando mi pedido de no hablar. Luego me dirijo hasta él―. Nos vimos en el bosque ―aclaro, cordial―. ¿Qué negocios te traen a la casa Nikolav?

Sus ojos negros mantienen la vista en Lisette, hasta que decide responderme y sonreír.

―Estuve averiguando, tú debes ser Anthony. Soy un coleccionista, por eso mi trabajo consta de obtener los objetos más valiosos e intercambiarlos por los mejores. Soy todo un cazarrecompensas, un muy buen negociador. Solo tanteo mi terreno, pues mi cliente tenía razón, no es tan fácil llegar a mi objetivo.

Enarco una ceja.

―No estaría comprendiendo el motivo de su visita, ¿qué objeto valioso podríamos darle nosotros? ―consulto.

Camina alrededor nuestro y muy despacio, como acechándonos. Su mirada se impregna en el alma, generando miedo. Incluso Lisette se ha puesto tensa. Se detiene delante de mí, más cerca que antes. Hace un movimiento con su mano, pero otra vez no me toca, se detiene.

―¿Quién rayos eres tú? ―pregunta.

―No, ¿quién eres tú, rarito? ―contraataco―. Si no tienes nada que aportar, ya conoces donde está la puerta.

―Creo que no lo sabes, lo ignoras o ni siquiera te has dado cuenta. ―Hace una pausa, luego se ríe―. Curioso.

¿Qué le pasa a este?

―Estás asustando a mi Anthony ―gruñe Lisette.

Asthur vuelve a reír.

―Ah, la pequeña saca sus garras. ¿Te puedo hacer una advertencia? No puedes conmigo, soy un experto. En cambio, tú... ―Agacha su rostro hasta el de mi prometida―. Solo conoces una minúscula parte de lo que eres capaz.

La alejo de él y me ubico delante.

―¿Qué pretendes?

Se pone erguido y se ríe.

―¿Con quién crees que te han comprometido? Es muy gracioso, sin embargo, me causas curiosidad, no eres un simple mortal. Tienes algo especial, por eso no me llevaré a tu noviecita. Por ahora.

Lo sabía, venía por Lisette.

―¿Mi padre sabe de tus intenciones? ―cuestiono.

―Sabe lo que soy, no de mis propósitos aquí, pero hizo bien, él ya estaría muerto si me hubiera atendido. Por otro lado, me cuestiono por qué no puedo matarte, ya lo intenté dos veces, me parece muy curioso.

¿Lo intentó dos veces? ¿Qué?

―¡¡No te le acerques!! ―Lisette me suelta y hace una intención de empujarlo, pero no lo consigue―. ¿Qué? ―Se sorprende.

―Te lo dije, solo conoces una minúscula parte ―se burla―. Aunque podría enseñarte, dependiendo de lo que quiera mi cliente para ti.

―¡¿Quién mierda es tu cliente?! ―cuestiono, volviendo a poner a Lisette detrás―. ¡¡Ya lárgate!!

Se ríe.

―Humanos, siempre tan patéticos.

Veo como se retira y quedo aturdido por toda esta conversación confusa. Simplemente, es ver a ese tipo y sentir que todo es al extremo extraño. Maldita sea, debí haberme largado de este pueblo en cuanto pude, pero mi cobardía frente a mi padre es demasiado alta.

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