22: El hospital de Norville

Lisette

Ya ha pasado un tiempo de la noticia de que mis papás han muerto, pero todavía duele. Ahora, estoy un poco más calmada, puedo pensar con claridad. Asthur dio a entender que es mejor otro demonio para explicar mi naturaleza, y lo hizo, pero no pude admitir esa supuesta esencia en mí. Me pregunto si debo aceptar algo tan cruel. No puedo gritar algo así, no debo. Quisiera contradecirlo, al menos en una cosa. Será mi pequeño capricho.

―Suegro. ―Me acerco a la silla en la que está sentado―. ¿Conoce a alguien que explique mejor lo sobrenatural? Y por favor, no diga Asthur Wedengraf. ―Uno mis manos, como rogando.

El hombre de canas se ríe.

―Hernán Gutiérrez, mi socio, quizás puede preguntarle a otro demonio. ―Saca su teléfono del bolsillo, pero lo detengo―. Dime.

―¿Y ese hombre no le puede recomendar a un humano?

Chasquea los dedos.

―Ya sé. ―Busca en sus contactos―. Gerestef Wallstrom, es médico en el hospital de Norville y también atiende seres sobrenaturales. ¿Te sirve?

―¡Sí! ―grito, emocionada.

―¡No! ―Se abre la puerta, entonces Anthony entra al comedor―. ¿Por qué hablas con este infeliz?

―Sé que es malo, pero...

―Pero nada, puede recomendarte cualquier cosa turbia, aléjate de él. ―Me agarra de los hombros y me empuja detrás, para luego enfrentar a su padre―. Nadie quiere tu ayuda, viejo de mierda.

―¡Pero...! ―me quejo mientras el suegro mantiene la sonrisa.

Gaudel le responde:

―Después te quejas de que es codependiente, no deberías meterte.

―Eso y esto, son cosas muy distintas ―gruñe mi marido.

―Pues acompáñala, solo va al hospital. ―Se ríe―. Además, de vez en cuando hay que hacerse un chequeo.

Entrecierra los ojos.

―No sé qué planeas, pero lo voy a averiguar.

Anthony me agarra de la mano, entonces nos vamos del comedor. Salimos de la casa, luego nos dirigimos hacia su auto. Subimos sin decir mucho. En realidad, no hay ni un intercambio de palabras. Después, se abre la reja, y nos retiramos de la mansión.

―¿Vamos al hospital? ―consulto.

―¿Tú qué crees? ―expresa de manera tosca, mantiene las manos en el volante y mirando al frente la carretera.

―Qué malo, pensé que habíamos mejorado.

Detiene el vehículo, así que me sobresalto.

―¡¿Por qué hablas con ese viejo?! ―me reprende.

―Es mi suegro.

―No es nada de nosotros, ¿entiendes?

―Pero...

Enarca una ceja.

―No solo me ha mentido, nos manipula, y me amenaza, ¿no te parece suficiente?

―¿Y por qué le haces caso? ―Formo un puchero.

―Porque le tengo miedo. ―Gira su vista hacia mí, entonces visualizo sus ojos llorosos, por primera vez veo humedad en estos―. ¿Qué tiene que pasar para irme a la mierda? Anatoly está muerto, soy adoptado y no sé qué estoy haciendo aquí, no tengo idea.

―Lo siento mucho ―expreso, triste.

Apoya la cara en el volante, suspira, se pone erguido y se limpia, luego observa hacia al frente, para volver a conducir, pero lo detengo.

―¿Qué?

―Debes permitirte llorar, es el momento.

―No digas bobadas, Lisette.

―Te costó mucho, hazlo ―insisto―. Yo sé cómo te has sentido todos estos días, así que hazlo ―repito.

―Esto es estúpido. ―Observa hacia la ventanilla de su costado.

―¡No, hazlo!

Anthony sale del auto, así que se escucha el sonido de la puerta cerrarse. Suspiro y me quedo a esperar. No puedo interrumpirlo, es su momento. Abro la guantera, entonces busco unos pañuelos descartables allí. Espero un poco más, y como soy impaciente, termino bajando del coche.

Avanzo hasta mi esposo, luego le entrego la bolsita de pañoletas. Observo su gesto triste, pero las agarra, así que se vuelve a poner de espaldas hacia mí, para no mirarme. Noto que se limpia las lágrimas, después hace un suspiro de pesadez.

―Vamos ―murmura para volver al auto, así que lo sigo.

Subimos al coche, Anthony guarda el paquete de pañuelos, entonces arranca el vehículo. En el camino todo es silencio, pero al menos ha podido sacarse lo que lleva dentro. Le sonrío, así que cuando me mira, él hace lo mismo. Es lo único que hacemos en el transcurso del viaje.

Al llegar al hospital, preguntamos por el doctor Gerestef Wallstrom, entonces nos dan una consulta en el momento.

―¿Qué debería decir? ―pregunto mientras vamos por el pasillo―. ¡Hola, me aclararon que soy un demonio, vengo a verificar! ―expreso en voz alta y Anthony se ríe―. No es gracioso, no hice ningún chiste.

―Perdón, supongo que sí, eso es lo que debes decir.

Entrecierro los ojos mientras nos detenemos delante de la puerta.

―¿Te burlas de mí?

―¿Señorita Fortune? ―Se abre la entrada del consultorio.

―¡Soy yo! ―Alzo la mano, luego me quejo―. ¿Por qué no me anotaste con mi apellido de casada? ―le recrimino a mi esposo.

―¿A quién le importa? ―Anthony enarca una ceja y me empuja―. ¡Solo entra!

―¡Tú te vienes conmigo! ―Le agarro la mano y lo hago pasar.

―Señorita Fortune ―expresa el doctor.

―De Nikolav ―lo corrijo a él también―. Aunque puede decirme Lisette.

El hombre cierra la puerta mientras mira una planilla, luego se dirige a su escritorio y se pone en su asiento.

―Gaudel me mandó un mensaje ―informa.

―Qué metido ―acota Anthony sobre su papá.

―¿Disculpe? ―Alza la vista.

Corro hasta la silla del frente, entonces me siento.

―¿El suegro le contó que veníamos? ¿Sabe lo que le voy a preguntar? ―cuestiono, asombrada.

―Señorita, mi prioridad es atender a seres sobrenaturales, así que, si busca respuestas físicas, creo poder ayudarla, ya que es en lo que me especializo. Será mejor que lo que se diga aquí, no salga de estas cuatro paredes, hay muchos que desconocen sobre el tema y preferimos que no se enteren.

―Lo que sea ―acota mi esposo y se cruza de brazos―. Revísela y dígale que es un demonio.

―¡Anthony! ―me quejo, avergonzada, mientras él sigue parado allí, en la esquina de la pared, esperando a que terminemos.

Y ni siquiera hemos empezado.

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