11: Maldita realidad
Anthony
Esto no tiene sentido. No solo me aguanto mis pesadillas, también todo mi espacio personal está siendo invadido. Miro a Lisette de mala manera, pero ella no se mueve ni un milímetro, sigue abrazándome y observándome como hipnotizada.
―¿Tienes pesadillas? ―pregunta, ignorando mi mirada amenazadora.
―Yo intento respetarte, ¿y tú te me tiras encima? ―me quejo―. ¡Déjame en paz!
―Pero Anthony...
―¡Fuera! ―exijo, señalando la cama.
Hace puchero.
―No.
―Qué terca. ―Me levanto, así que se tropieza y rueda e intento evitar reír porque me dio gracia, aunque a ella no le pareció ni una pizca de divertido.
¿Gruñó? No como un ruido normal de queja, es más como un animal. Se levanta despacio, entonces me mira, enfadada. Todo lo que dé risa murió en este mismo instante, se me hiela la piel y me siento confundido. Las pupilas de sus ojos están alargadas. Se aproxima hasta mí, así que retrocedo. En la oscuridad se ve más aterradora. ¿Estoy soñando? Debe ser eso, ya que, aunque pasen cosas raras, esta es demasiada.
No lo pienso mucho. Cuando llego a la pared, agarro uno de los estuches que tengo en la mesa, entonces tomo mi arma y le apunto con esta.
―¿Me estás apuntando? ―Sus cabellos se deslizan por su cara, pero el brillo en sus ojos rojos es evidente―. ¿A mí?
―No te acerques, demonio.
―¡¿Qué?! ―chilla y me sobresalto, ella se da cuenta de su aspecto―. Ay, me viste, ¿cómo te explico? ―Se altera, entonces veo que sus manos están en forma de garras―. Yo... tienes razón, no debí haber dormido contigo, pero es que hueles tan bien.
―¡¡No te acerques!! ―Alzo la voz cuando da un paso hacia mí.
―Soy tu esposa, no te haría daño.
Me río, nervioso.
―Ahora entiendo qué querías decir con morderme. Todo esto era tu plan, dejarnos a solas, para comerme. Siempre estuviste pensando en que sería tu cena, ¿cierto?
―¡No! Sí, quiero morderte, pero no para matarte, solo deseaba probar, lo juro.
Al escuchar eso, notando su cara de loca desquiciada, presiono el gatillo sin pensarlo mucho. Justo en la frente y cae al suelo en dos segundos. No sé si sentirme aliviado o estúpido, pero toda la culpa desaparece cuando se levanta de la nada. Se acomoda un poco el cuello de manera hermética, luego escupe la bala, como si de un chicle se tratara. El hueco en su cabeza no está y salió por su boca. No entiendo nada.
―Le disparaste, ¿a tu esposa? ―Hace una pausa, pensativa, y repite más para sí misma―. Mi marido... me disparó.
Intento huir. Le quito la vista por un segundo, pero no me da a tiempo de nada. Miles de dientes están delante de mi rostro, entonces me encuentro con tres ojos rojos, observándome, y las enormes garras clavadas en la pared para que no pueda escapar.
―¡¿ME QUISISTE MATAR?! ―me grita en un eco que hace zumbar los oídos y se me cae el revólver, el cual no me sirve para nada―. Yo te dije que no te haría daño, pero tú...
Abre su enorme hocico y parece que me va a arrancar la cabeza, sin embargo, eso no ocurre. Hay como un campo de energía en mí, es imperceptible, pero como ella hace fuerza, pueden verse las chispas que surgen de este. Luego Lisette sale disparada hacia atrás por esa defensa sobrenatural, la cual repele su ataque.
¡¿Qué mierda?! Definitivamente, esto debe ser una pesadilla, no obstante, no me voy a quedar a averiguarlo. Aprovecho y me voy corriendo, como si nada más importara a mi alrededor.
Continúo en la oscuridad, avanzando despacio, ya que escucho su voz, y debo ir con sigilo. Ha dejado de tener eco, me llama en un mejor tono, pero ni mierda me voy a acercar a esa cosa otra vez.
―Anthony ―insiste―. ¡Espera!
¿Por qué esta casa parece un laberinto? ¿Dónde me escondo?
―¡¡Puedo olerte, no te vayas!! ―pide y yo sigo sin responder―. Hablemos civilizadamente, te perdonaré el disparo.
Ni loco. A mí me casaron engañado, como sacrificio, y no lo voy a permitir. Nadie va a mordisquear mi carnecita.
―Anthony ―dice con una voz suave cuando me visualiza, detrás de una pared, luego sonríe, feliz―. Ahí estás.
Se encuentra en su forma humana, natural, con su sonrisita amigable, pero yo ya sé la verdad de sus engaños, sus ojos alargados la delatan.
―Déjame en paz ―repito, metiéndome al despacho de mi padre y cierro con traba―. ¡¡Quiero estar solo!!
Me pellizco, pero no me estoy despertando. Maldita sea, esta no es una de mis pesadillas. Se ha vuelto la maldita realidad. Ya no sé qué es peor.
Espero que se hayan reído tanto como yo al escribirlo 😂
Saludos, Vivi.
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