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capítulo diez
THE PURE GIRL AMONG
THE IMPURITIES (1/2)
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Dejé de mirar a través de los diminutos espacios de la persiana, aquellos de los que la luz y las calles podían ser visibles en menor pero ventajosa medida. Todo estaba desolado.

Estaba aterrada. Cierta parte de mí no dejaba de pensar en lo que ocurrió con Billy, pero la otra parte pensaba en que lo me perdí por ir con Billy.
No fueron cosas buenas.

Mientras entraba a casa con una sonrisa embobada el teléfono no podía dejar de sonar, mientras que apenas y hasta que el objeto pudo hacerme dar cuenta de que me encontraba en penumbras y sola.
Entre sollozos desesperados me llamó Joyce, pidiéndome que no me moviera de donde estuviera y aclarando que algo grave le había sucedido a Will.
Los mismos nervios que tuve el año pasado (con su desaparición y cada suceso que a eso se le sumó) se acumularon en mí.

No entendía nada y por si no fuera poco, Jonathan no estaba en casa, de modo que se le sumaba una cosa más a todo este lío.

Nancy no estaba en su casa tampoco, pero sabía que se hallaba una mentira detrás eso, ya que según su madre se encontraba en la casa de Ally.
No existía ninguna Ally en nuestra escuela, pero no parecía serle muy difícil a mi amiga esto de mentirles a sus padres. Me hacía extrañar ese completo desinterés pero más el no saber por qué no me comentó dónde iba.

Y Steve tampoco se dignaba a responder, aparte de necesitar su compañía quería preguntarle si sabía dónde se suponía que se encontraba su novia.
Pero también era una mala opción preguntárselo, ya que si pensaba que Nancy y Jonathan no aparecían por ningún lado probablemente imaginaría cosas que le darían una punzada de celos.

Todo era un caos del que yo me quedaba atrás de todas las explicaciones y me sentía culpable por no estar tan presente en casa cuando aquí todo se desmoronaba.

Exceptuando esta odisea, el término de mi noche se definía en una palabra. Perfección.
Una noche en la que deje de ver el capó del Camaro como un capó, y comencé a pensar en que era la cubierta dónde di el mejor beso de mi vida.

Siempre me río de esas cursilerías, pero ahora comprendo que no son tan tontas como creía.

Volví al presente cuando el ruido de un auto aceleró por el pavimento hasta soltar un chirrido proveniente de los frenos. Y al volver a mirar confirme mi teoría de que se trataba de Billy.

Negué con la cabeza nerviosa, tratando de buscar una forma de que se vaya, a pesar de que realmente quisiera pasar tiempo con él.

Pero debía estar atenta y mirando toda la casa llena de dibujos, ya tenía dos razones en contra a pasar la tarde junto a él.

—¡Brynn!—gritó desde afuera luego de dejar de golpear la puerta.

Siguió insistiendo hasta que por fin cesaron los golpes a la puerta, y de curiosidad miré a través de la persiana; encontrándome con su rostro observando desde allí.

—¿No me dejarás pasar, Carmel?

Maldije por lo bajo pero ya no viendo otra opción, me resigné a recibirlo, llevando alrededor de mi cuerpo una manta tejida color esmeralda.
Abrí la puerta a duras penas y me encontré con el Californiano estando con ambas manos en sus caderas y una expresión expectante.

—Hola—reí nerviosa, pero con cierta confusión debido a su intento de ver lo que tenía el interior de la casa antes de que cerrara la puerta detrás de mí.

—¿Estabas con alguien?—preguntó sin más y llevando sus cejas en posición más elevada a lo que realmente eran.

—No...Yo...Estaba sola porque tuvieron que llevar a mi primo al hospital.

Definitivamente mi respuesta ocultaba toda una realidad distorsionada.

—¿Sola, eh?—dejó apoyada una mano por sobre mi cabeza, para acorralarme entre la puerta cerrada y él—. Me suena a que es algo que no se puede desaprovechar.

Sonreí casi dando por entendido un sí, pero lo único que me dispuse a hacer fue tomarlo desde su chaqueta para unir nuestros labios.
No era sorpresa que su boca apestara a cigarrillo tal como todo su ser.

—No puedo—respondí con cierta pena y abrazándome más a la manta—. Me van a matar si se enteran.

Tensó su mandíbula mirando el suelo, casi como si estuviera meditando cada una de mis palabras.

—¿Y si no fuera aquí?

Junte mis cejas confundida.

—¿A qué te refieres?

—Sé que odias a Tommy—comenzó a hablar con cuidado—. Pero él me ha prestado su casa, ya que sus padres no están.

Lo único que me había quedado de su explicación fue Tommy ¿Por qué haría algo así por él? ¿Y sabía que Billy estaría conmigo en su propia casa?

—Así que...¿Qué dices Carmel?

A todo esto nunca abandoné mi expresión desorientada, era un completo no; pero no podía negarlo si quería estar junto a él.

Joyce iba a matarme si regresaba antes de que yo lo hiciera.

—Me apunto, Billy.

•      •      •

Me adentré en la gran casa sintiendo que la corriente caliente que se emanaba aquí cubría todo mi cuerpo. El día tan nublado sólo lograba verse por las ventanas pero, era lo que menos importaba si te encontrabas en una casa tan bella como esta.

—¿Te quedarás ahí todo el día?

Mi mirada se dirigió a Billy, que se encontraba sonriendo mientras sus manos se extendían a mi dirección. Imite su expresión y acepté su mano.

Caminamos por el extenso vestíbulo hasta dirigirnos a unas escaleras color marrón, de las que subimos uno seguido de otro y sin separar el agarre de nuestras manos.
Sentía mi respiración acelerarse al tiempo que mi cabeza parecía llenarse de nervios.

Al abrir una habitación el californiano se tiró en la cama dejando escapar un grito vivaz, lo cual me hizo soltar una risa. Luego de girarse para verme a centímetros de la cama, se levantó un poco y sus manos se rodearon mi espalda haciéndonos caer juntos a la cama.

—Mi tía va a matarme—murmuré muy bajo y con mi nariz rozando apenas la suya.

—¿Algún día dejaras de preocuparte?

Tenía razón, pero tenía que estarlo y sin pensarlo decepcione a Joyce.

—Y no debes estarlo—volvió a hablar a la par que colocaba un mechón detrás de mi oreja—. ¿No la estas pasando bien? Porque créeme que yo sí.

—Claro que sí.

Sin darme cuenta nos envolvíamos en una posición muy comprometedora, en la que yo me mantenía sobre él. Me senté a su lado ladeando mi cuerpo para observarlo mejor.

—¿En qué piensas?—pregunté pasando una mano por su cabello rubio.

Se encontraba más callado de lo normal, mientras miraba el techo de la habitación con un brazo debajo de la cabeza.

—Encontré esto entre las cosas de mi padre—hablo con su tono de voz algo cansado antes de extenderme un papel cuadrado.

Me senté en la cama con el misterioso papel entre mis manos, era la foto de una polaroid que examiné con detalle, sin color pero con una calidad que para el momento que debió haberse sacado era ideal. En la imagen se veían a algunas personas caminar por las enormes rocas que rodeaban la orilla del mar, las olas se notaban entre todo y considerando la iluminación de la foto podría decirse que el sol reinaba en esa playa.

—¿Dónde es esto?

—Es en una ciudad de California—sonrió—. Esa playa se llama Carmel.

Pestañeé varias veces antes de expandir la sonrisa en mi rostro, soltando apenas un grito ahogado. Era perfecto. Éramos nosotros, Carmel y California, los dos en un lugar tan hermoso como ese.

—Al final tenemos algo que un común, Carmel.

—Entonces supongo que iremos juntos a conocer esa playa—aseguré.

Incliné mi cabeza hasta acortar la distancia de nuestros labios, los cuales uní, rozando las yemas de mis dedos por sobre las mejillas de Billy y sintiendo su imperceptible barba provocar un cosquilleo en mis dedos. Cuando el beso aumentaba de tono ya sabía lo que pasaría.

Mis piernas se movieron impulsivamente lado a lado del cuerpo de Billy, quien jugaba con el reborde de mi camiseta color mostaza.
Me separé poco a poco para deslizar la prenda de su lugar y así arrojarla lejos de nosotros, en el transcurso Billy hizo lo mismo con la suya. Me deje caer sobre la enorme cama de edredón azul marino y Billy comenzó a deshacerse de mis pantalones oscuros. Trazando una hilera de besos que comenzó desde mi cuello hasta la zona más baja de mi abdomen.

—Déjame tomar tu pureza, pequeña ingenua—susurró a mi oído luego de hacer reversa a los besos que repartió.

—Hazla desaparecer, Billy.

[...] El calor de la habitación desapareció como por arte de magia, mientras que el frío del atardecer se comenzaba a adentrarse.

La ventana nos dejaba ver el cielo gris despintado, mientras que ambos seguíamos en la cama con la más suma comodidad; yo reposando sobre su pecho mientras que uno de sus brazos se ubicaba sobre mis hombros y con su mano libre colocaba un cigarrillo apagado. Lo ayudé con su maniobra, ya que encontré un encendedor en la mesa de luz de mi lado, y así logró encenderlo con una llama. Billy sonrió mientras soltaba la primera bocanada de humo hacía el techo, y el olor consiguió que mi nariz se arrugara.

—No hablamos mucho sobre ti, Carmel.

Era verdad, casi siempre yo le preguntaba cosas sobre él y su vida.

—No hay mucho por decir—reí por lo bajo—. Si hasta parezco una vieja encerrada en un cuerpo de una adolescente.

—Hoy demostraste que eso no es cierto—me guiñó un ojo y reímos al unísono—. Dime la verdad ¿Dónde mierda están tus padres?

Suspiré. Sintiendo que los escalofríos comenzaban a empeñarse por llegar a cada vibra de mi cuerpo, y que mis ojos se empañaban; solo un poco.

—De viaje.

Billy entrecerró sus ojos y negó.

—La verdad—recordó, mientras dejaba salir la calada lejos de mi rostro tal vez había captado que no soportaba ese olor.

—No sé dónde están.

La voz me comenzaba a desaparecer mientras que se generaba una brecha que permitía que no sea tan clara. Se rompía.

—Se fueron—sentía un nudo en mi garganta y lo único tranquilizante eran las caricias de Billy en mis ondas—. Me dijeron que salían de viaje, por eso me habían despertado a la medianoche, y al llegar a la casa de mi abuela me dejaron allí.

Un segundo. Dos segundos. Y al tercero ya estaba sollozando en el pecho de Billy Hargrove.

Maldecía los viernes, maldecía el 6 de septiembre, maldecía las 04:27 am y sobre todo cualquier chatarra asemejada a un renault champagne que se cruzara en mi camino.

Mi cabeza no entendía porqué mis padres no eran como los de los demás, porqué nunca llegaron a ser igual que mi abuela o que Joyce. Eran buenos. Lo eran. Pero dejaron de serlo cuando se fueron con su estúpido auto a velocidades que nunca creí que alcanzarían.

Nueve años. Se supone que a esa edad puedes llegar a llorar porque tus padres no te compran el juguete que quieres, pero en mi caso ya comprendía la crueldad a esa edad.

Nueve años. Seis con mi abuela, hasta que ella falleció, y a mitad de mis quince años llegaba a Hawkins para que Joyce me recibiera con sus brazos abiertos.

—¿Y no sabes por qué lo hicieron?—preguntó Billy con cierto aire de inseguridad en su voz.
Habían pasado varios minutos en los que él se encargaba de consolarme.

—¿Hay razones para eso?—seque las lágrimas luego de separarme de él—. No. No las hay.

Intenté levantarme de la cama pero en medio de mi acción, él me atrajo de nuevo tomando mi muñeca.

—No quise decir eso.

Antes de poder responder, desde la habitación escuchamos a la música sonar desde lejos.
Volví a levantarme pero esta vez logrando vestirme con cada una de mis prendas.

—¿Una fiesta?—entrecerré mis ojos abriendo un poco la puerta.

—Eso parece—murmuró Billy, abriendo la puerta completamente tras vestirse.

Al fin puedo usar la frase de "Esto no me da buena espina".

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