OO9 ╏ Risas, llantos y diversión

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El suave llanto del bebé flotó por la habitación apenas iluminada por la luz del amanecer. Desde la llegada del bebé ambos habían optado por comprar una cuna que se pudiera adaptar a estar junto a la cama donde ellos dormían, eso hasta que creciera un poco más y pudieran acomodar una habitación exclusiva para el bebé. Yunho, quien siempre estaba alerta, abrió los ojos y parpadeó un par de veces, notando cómo Mingi, que dormía a su lado, aún no reaccionaba. Una sonrisa se asomó en sus labios. Siempre he sido de sueño ligero, pensó mientras se inclinaba para susurrar suavemente.

—Ey, mochi... ya estamos aquí.

El bebé, envuelto en mantas suaves, dejó de llorar y miró a Yunho con esos ojos brillantes y curiosos que tanto lo fascinaban. Al verlo calmarse, Yunho sintió cómo su instinto protector despertaba de nuevo. Con cuidado, lo tomó en brazos y, con un movimiento suave, comenzó a balancearlo.

Mingi, medio despierto, giró en la cama y entreabrió los ojos, observando a Yunho y al bebé en una escena que no podía dejar de emocionarlo.

—¿Ya empezó la aventura de papá? —bromeó, su voz aún adormilada.

—Lo siento, quería dejarte dormir un poco más —respondió Yunho en voz baja, pero con una sonrisa radiante.

Mingi se incorporó, estirando los brazos, y con un bostezo se acercó a ambos, apoyando la cabeza en el hombro de Yunho para mirar a su bebé, que ahora lo observaba con curiosidad.

—¿Sabes? Cada día parece apegarse más a ti —susurró Mingi, acariciando la pequeña cabeza del niño.

Yunho se rió suavemente, negando con la cabeza.

—También hace lo mismo contigo, Mingi —bajó la voz—, sobre todo porque lo llevaste en tu vientre por casi nueve meses.

Sin esperar respuesta, Yunho cerró los ojos y, en un instante, su apariencia cambió: su nariz se volvió un poco más pronunciada, sus orejas se alargaron, adoptando una forma larga y cubriéndose de un pelaje suave, y su cabello se volvió más esponjoso, como si hubiera aparecido un enorme perro golden retriever en la habitación. El bebé soltó un pequeño gritito de sorpresa, seguido de una risa dulce, encantado con la transformación de Yunho.

—¡Mira eso! —dijo Mingi, sorprendido—. Creo que le gusta tu forma de "perrito".

—¿Y quién no? —respondió Yunho, orgulloso, moviendo sus orejas de un lado a otro y sacando la lengua en un gesto juguetón—. Es un clásico truco de papá. ¿Verdad, mochi?

El bebé extendió sus manitas, atrapando un mechón de la suave melena de Yunho y tirando con fuerza. Yunho soltó un pequeño quejido, pero luego rió al ver la expresión de fascinación en el rostro del bebé.

—Creo que le gusta un poco demasiado, ¿eh? —dijo Mingi entre risas, mientras ayudaba al bebé a soltar el cabello de Yunho.

Aquellas primeras semanas después de llevar al bebé a casa fue un aprendizaje constante para Yunho y Mingi. Entre cambios de pañales, horas de sueño cortas y la emoción que los embargaba al ver a su pequeño hacer cualquier cosa, la casa rebosaba de un tipo de alegría que nunca antes habían sentido. A pesar del cansancio, siempre había una risa o un gesto que los unía más.

Una tarde, mientras el bebé dormía profundamente en su cuna, Yunho tuvo una idea que no tardó en compartir con Mingi.

—¿Qué te parece si salimos? —propuso, con una sonrisa luminosa por la emoción.

—¿Salir? —Mingi arqueó una ceja, divertido pero también algo incrédulo—. ¿Acabas de decir "salir"? Yunho, llevamos una semana aprendiendo a calmar sus llantos. ¿Y si se despierta en la calle?

Yunho se acercó a él, sujetándole suavemente la mano.

—Confía en mí, sé que va a ser una buena experiencia para los tres. Solo un paseo corto al parque, para que respire aire fresco.

Mingi, aunque aún indeciso, no pudo resistirse al brillo esperanzado en los ojos de Yunho. Prepararon una pequeña bolsa con todo lo necesario para el bebé: biberones, una manta suave, y algunos juguetes para calmarlo en caso de que se inquietara. Una vez listos, Yunho se colocó el portabebés y, con un cuidado absoluto, acomodó al pequeño sobre su pecho.

El trayecto hasta el parque fue más tranquilo de lo que Mingi había imaginado. El bebé permanecía dormido, respirando de forma pausada contra el pecho de Yunho, quien no dejaba de mirarlo con una mezcla de asombro y ternura.

Al llegar, se adentraron por un sendero rodeado de árboles frondosos. El sonido de las hojas meciéndose al viento, el canto de algunos pájaros... todo parecía diseñado para hacer de ese paseo algo mágico. Yunho, en un momento dado, se detuvo y giró hacia Mingi.

—Creo que hasta ahora vamos bien —dijo en voz baja, casi como si temiera romper el hechizo.

—Sí, no puedo creer que esté tan tranquilo —respondió Mingi, esbozando una sonrisa. Acarició suavemente la mejilla de su bebé, quien suspiró y se acurrucó más contra Yunho.

Decidieron sentarse en una banca bajo la sombra de un árbol grande. Yunho, como siempre, mantenía su oído atento a cualquier sonido o movimiento. Tenía ese instinto protector que parecía intensificarse con cada día que pasaba junto al bebé. Cuando percibió un grupo de niños corriendo y gritando cerca de ellos, su cuerpo se tensó automáticamente, pero Mingi le dio una palmadita en la mano, recordándole que todo estaba bien.

Unos minutos después, el bebé abrió lentamente los ojos y observó a su alrededor, confundido por la luz y los sonidos del parque. Su boquita se abrió en una pequeña expresión de asombro, y Yunho, incapaz de resistirse, comenzó a adoptar su forma híbrida lentamente, dejando ver sus orejas y cola de golden retriever, moviéndose suavemente.

—Mira, ¿ves esto? —dijo Yunho en un tono juguetón mientras sacudía su cola frente al bebé, quien lo miraba con los ojos bien abiertos, como si fuera el espectáculo más increíble del mundo.

El pequeño soltó una risita que hizo que Mingi y Yunho compartieran una mirada de absoluta felicidad. El bebé trataba de alcanzar la cola de Yunho, moviendo sus pequeñas manos de un lado a otro. Cada vez que su papá movía la cola fuera de su alcance, el bebé soltaba una carcajada más fuerte, lo que llamó la atención de algunas personas que pasaban.

Fue entonces cuando un perro curioso, atraído por la cola de Yunho, se acercó con movimientos cautelosos. Yunho intentó mantenerse firme para no asustar al bebé, pero el animal empezó a ladrar, llamando la atención de todos. El bebé comenzó a reír aún más, fascinado por el espectáculo inesperado.

Mingi, conteniendo la risa, intentó apartar al perro, pero Yunho simplemente se giró hacia el animal con una sonrisa divertida.

—Tranquilo, amigo, no es real —le susurró al perro, dándole una palmadita en la cabeza. Luego miró a su bebé, que aún reía sin parar—. ¿Ves? Papá tiene amigos en todos lados.

Después de ese encuentro inesperado, Mingi y Yunho decidieron que era hora de regresar a casa. El bebé había disfrutado de su primera aventura al aire libre y ellos habían aprendido que incluso las salidas más simples podían convertirse en recuerdos inolvidables.

Al llegar a casa, Mingi le dio un beso a Yunho en la mejilla.

—Gracias por convencerme de salir. Creo que necesitábamos este momento —le dijo en voz baja, mientras acomodaban al bebé en su cuna para que continuara descansando.

Yunho sonrió, con una expresión de puro amor mientras observaba al pequeño dormir otra vez.

—No hay de qué. Ahora somos una familia de aventureros, ¿recuerdas? —rió Yunho, entrelazando sus dedos con los de Mingi—. Y esto apenas es el comienzo.

El hogar estaba más que nunca lleno de pequeñas risas, y no solo del bebé, sino también de Yunho, quien a veces jugaba a esconderse tras los muebles solo para asomarse, provocando carcajadas del pequeño. Una tarde, mientras Mingi preparaba el almuerzo, Yunho decidió probar un nuevo truco: se tiró al suelo boca arriba en su forma casi híbrida y dejó que el bebé, apoyado en su estómago, intentara ponerse de pie, sosteniéndose de su pecho. Cada intento terminaba en una risita del niño y un suspiro exagerado de Yunho.

—¿Qué pasa ahí? —preguntó Mingi desde la cocina, espiando la escena—. ¿Están practicando ya para el circo?

Yunho fingió indignación.

—No lo llames circo. Esto es entrenamiento de fuerza y equilibrio —dijo con un tono solemne, guiñando un ojo a su bebé—. No ves que aquí mochi se convertirá en el primer lobo en romper récords.

Mingi se unió a ellos, sentándose en el suelo junto a Yunho y tomando la manita del bebé, quien le dedicó una sonrisa llena de amor y confianza. El toque de Mingi fue suficiente para que el bebé intentara dar un pequeño paso hacia él, aunque terminó tambaleándose y cayendo suavemente sobre el pecho de Yunho, provocando una nueva ronda de risas.

—Oye, Yunho, ¿has pensado en enseñarle más cosas perrunas? —preguntó Mingi, bromeando mientras acomodaba a su hijo en su regazo.

—¿Como qué? ¿A jugar a traer la pelota? —Yunho rió, pero luego miró al bebé con una ternura que hacía evidente que él lo haría todo, sin importar qué, por ese pequeño ser que ahora formaba parte de su vida—. O podríamos enseñarle a aullar... aunque creo que para eso tendrá que esperar unos años, ¿no?

Mingi asintió, consciente de la naturaleza híbrida de su hijo, y con un toque de nostalgia, pensó en San, su verdadero padre. Sabía que algún día habría preguntas y explicaciones, pero, por ahora, se permitió disfrutar de la alegría del momento.

Durante las siguientes semanas, Mingi y Yunho se dieron cuenta de que cada día con el bebé traía una nueva sorpresa. A pesar de lo desafiante que podía ser mantener el ritmo con el sueño interrumpido y los cambios constantes, ambos se sentían llenos de amor y alegría por cada pequeño logro o descubrimiento del niño. Una tarde, decidieron hacer algo un poco más atrevido: llevar al bebé a conocer la playa.

Yunho, que adoraba el agua, estaba emocionado de poder compartir con el bebé esa primera experiencia junto al mar. Empacaron una sombrilla, una pequeña toalla, juguetes y, claro, algunos biberones y pañales. Cuando llegaron, el suave sonido de las olas y el aroma salado llenaron el ambiente, y Yunho, con sus orejas de golden retriever bien visibles, no pudo evitar una sonrisa emocionada.

—¿Estás listo para ver el mar, pequeño? —murmuró Yunho, acariciando la cabeza del bebé, que parecía estar mirando a su alrededor con ojos muy abiertos.

Mingi se agachó junto a ellos, sonriendo.

—Me pregunto cómo reaccionará cuando sienta la arena —dijo, divertido.

Se acercaron a la orilla y, con cuidado, Mingi tomó al bebé en brazos mientras Yunho, en su forma híbrida, comenzaba a cavar un pequeño hueco en la arena, moviendo las patas y lanzando arena a todos lados. El bebé, viendo a Yunho actuar de esa forma tan juguetona, comenzó a reír con un sonido suave y dulce que hacía que Mingi se derritiera.

Yunho, satisfecho con su obra, miró a Mingi.

—Creo que este es el lugar perfecto —dijo Mingi con un guiño, antes de extender una toalla y poner al bebé encima.

El pequeño miraba con fascinación la arena bajo sus manitas, moviendo los deditos y sintiendo la textura entre sus palmas. Mingi y Yunho lo observaban atentamente, listos para calmarlo si algo lo asustaba. Sin embargo, el bebé parecía encantado, y de repente lanzó una pequeña risita mientras trataba de llevarse la arena a la boca.

—¡Oh, no, eso no! —se apresuró Mingi a decir, atrapando con suavidad la manita del bebé y limpiando sus dedos llenos de arena.

Yunho, riéndose, comenzó a formar un pequeño castillo de arena cerca del bebé.

—¿Ves? Aquí tienes algo para mirar —dijo, mostrándole el castillo en miniatura.

Para su sorpresa, el bebé soltó una risa encantada y extendió sus manitas hacia el castillo. Yunho, divertido, lo tomó como una señal de que debía mejorar su "obra de arte" y empezó a añadir pequeñas conchitas en las torres, volviéndose aún más detallista en sus formas.

Mingi, entre tanto, buscaba la cámara para capturar esos momentos. Justo cuando apretó el botón, Yunho miró hacia la cámara y, en un acto completamente instintivo, mostró su cola de golden retriever, moviéndola con entusiasmo detrás de él. La escena quedó inmortalizada en una foto que se convertiría en una de las favoritas de ambos: Yunho en su forma casi híbrida, el bebé maravillado por el castillo de arena y Mingi detrás de la cámara, sonriendo ampliamente.

Otra aventura llegó una noche, cuando Mingi, medio dormido, se dio cuenta de que el bebé estaba despierto y observando alrededor de la habitación con ojos brillantes. Sabía que necesitaban dormir, pero también sentía una extraña ternura al ver a su hijo tan curioso. Se inclinó y le habló en un susurro.

—¿Qué pasa, mochi? ¿Quieres ver algo divertido? —le preguntó.

Aún medio dormido, Mingi se levantó, y llevó al bebé al salón, donde encendió una lámpara suave. Al instante, Yunho apareció los ojos llenos de curiosidad.

—¿Todo bien? —preguntó Yunho, preocupado.

—Sí, está bien —respondió Mingi, riendo en voz baja—. Solo parece que no quiere dormir.

Yunho sonrió, y, sin decir nada, tomo por completo su forma híbrida y empezó a trotar en círculos alrededor del salón en su forma híbrida, sus patas y cola moviéndose de forma graciosa y exagerada. El bebé, que observaba con total fascinación, pronto comenzó a reír y a mover sus manitas en el aire, como si tratara de seguir a su papá.

Mingi, divertido por la escena, se unió al juego y empezó a cantar una melodía suave y alegre, mientras Yunho continuaba con su "show", dando saltitos, ladrando y moviendo la cola. La risa del bebé llenó el salón, y, aunque sabían que deberían estar dormidos, se dejaron llevar por el momento, conscientes de que estos instantes serían recuerdos preciosos.

A medida que pasaban las semanas, Yunho y Mingi desarrollaron su propia rutina, llena de pequeños momentos y aventuras que hacían cada día especial. Hubo mañanas en las que Yunho llevaba al bebé en sus brazos al parque cerca del hogar de Mingi, mostrándole las flores y contando historias sobre cómo cada una de ellas tenía un nombre y un significado diferente.

—Mira, esta es una flor de girasol —decía Yunho, sosteniendo suavemente el tallo para que el bebé pudiera observarlo de cerca—. Como tú, siempre busca el sol y la luz.

Mingi, desde una banca, los observaba, sintiendo una mezcla de orgullo y amor que lo desbordaba. Sabía que el bebé aún no entendía las palabras, pero no podía negar que cada mirada, cada sonrisa y cada gesto que hacía mostraban cuánto disfrutaba de esos momentos con Yunho.

Una tarde, cuando Mingi tuvo que salir por unos recados, dejó a Yunho solo con el bebé. Al regresar, se encontró con una escena que no olvidaría jamás: Yunho estaba en el suelo, en su forma híbrida completa, con el bebé riendo a carcajadas mientras lo sujetaba suavemente de una pata. Al parecer, Yunho había decidido hacerle cosquillas en un juego improvisado, y ambos estaban completamente absortos en la diversión.

Mingi se acercó, riendo suavemente.

—Parece que no puedo dejarte solo un segundo —dijo en tono juguetón.

Yunho, sin soltar su forma híbrida, le ladró.

Mingi se unió al suelo junto a ellos, abrazándolos a ambos y sintiendo que, a pesar del cansancio y los desafíos, nada en el mundo podía compararse con esos momentos compartidos.

Era temprano, y Mingi y Yunho se encontraban aún adormilados cuando un pequeño sonido despertó a Yunho. Entre parpadeos, se dio cuenta de que su bebé estaba despierto y observándolo con esos ojos curiosos. Yunho esbozó una sonrisa, extendiendo su brazo hasta la cima y acariciándole suavemente la mejilla con un dedo.

—¿Ya quieres empezar el día, mochi? —murmuró Yunho en voz baja.

El bebé respondió con una risita suave, alzando sus manitas para aferrarse a los dedos de Yunho. Mingi, que aún estaba dormido, no se dio cuenta de cuando Yunho se levantó sigilosamente con el bebé en brazos y salió al salón, decidido a dejar que Mingi descansara un poco más.

Yunho, en su forma híbrida y siempre buscando maneras de entretener a su hijo, ideó un plan que haría que el bebé riera sin parar. Colocó al pequeño en su cuna portátil y, con sus orejas de perro moviéndose juguetonamente, luego empezó a hacer saltos graciosos, cada movimiento acompañado por el sonido de sus patas al golpear suavemente el suelo de madera. El bebé miraba fascinado, emitiendo pequeñas carcajadas.

De repente, la puerta de la habitación se abrió y apareció Mingi, despeinado y con los ojos aún entrecerrados.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, tratando de reprimir una sonrisa mientras observaba la escena.

Mingi no pudo resistir y se unió a ellos, haciendo su mejor esfuerzo para imitar los movimientos de Yunho, aunque terminó tropezando. Yunho, riendo, volvió a su forma humana y le ayudó a ponerse de pie mientras el bebé aplaudía encantado, siendo testigo de una coreografía desordenada pero adorable.

Una tarde de arte... y caos

Inspirados por su reciente "clase matutina" con los saltos, Yunho y Mingi decidieron intentar algo nuevo: ¡una tarde de pintura en el jardín! Compraron pinturas no tóxicas para bebés y una lona grande para cubrir el suelo. Mingi colocó al bebé, ahora vestido con un pequeño babero de plástico, en el centro de la lona y le mostró los botes de pintura.

—Mira, mochi. Esto es para que dejes tus huellitas —le dijo Mingi con una sonrisa.

Yunho, en su forma híbrida, puso suavemente una patita sobre la pintura y dejó una huella a un lado del bebé. El niño, al verlo, miró su propia manita y luego, con determinación, la sumergió en la pintura, dejando su primera huella en la lona.

Todo parecía ir bien, hasta que el bebé decidió que la pintura no solo era para sus manitas, sino también para probar cómo se sentía en la cara... y en el pelo. Pronto, estaba cubierto de pintura y riéndose, moviendo sus manos y pies sin parar.

Mingi y Yunho, en su intento de ayudarlo a mantenerse limpio, terminaron también cubiertos de colores. Mingi, resignado pero riendo, le lanzó a Yunho un poco de pintura azul.

—¡Ahora estamos iguales! —dijo en tono juguetón.

Yunho, sin dejarse intimidar, hizo lo mismo con un poco de pintura verde. En pocos minutos, los tres estaban en una guerra de colores, y el bebé, riendo con cada salpicadura, era el más feliz de todos. Cuando finalmente terminaron, estaban completamente cubiertos de pintura, pero también llenos de risas.

Esa misma noche, cuando ya habían limpiado al bebé y lo habían acostado, Yunho y Mingi disfrutaban de un rato tranquilo juntos en el salón. Pero, de repente, un ruido extraño en la cocina rompió la calma. Mingi se tensó, mirando hacia la puerta con la mirada atenta.

—¿Escuchaste eso? —murmuró, mirando a Yunho.

Yunho asintió, poniéndose en pie rápidamente y adoptando su forma híbrida, listo para cualquier cosa. Ambos avanzaron lentamente hacia la cocina, pensando en cómo protegerían a su bebé si alguien hubiera entrado a la casa. Sin embargo, al encender la luz, descubrieron la causa del alboroto: el gato de la vecina había entrado por la ventana y estaba derribando los frascos en la alacena.

Mingi, suspirando aliviado, se acercó al gato para sacarlo, pero en ese momento Yunho soltó un gruñido leve. Era un sonido instintivo, un eco de su naturaleza de perro, que el gato claramente no tomó bien. En cuestión de segundos, el felino saltó sobre una de las estanterías, y Yunho, como un verdadero cachorro, corrió detrás de él.

La escena que siguió fue un caos absoluto: Mingi, intentando que el gato no derribara todo; Yunho persiguiéndolo sin éxito y el bebé, que había despertado con el ruido, al principio llorando por los estruendosos sonidos, pero después riéndose desde su cuna portátil en el salón al ver a sus padres corriendo detrás del intruso.

Finalmente, lograron sacar al gato de la casa, pero no sin que Mingi y Yunho terminaran un poco arañados y desordenados. Yunho lamía su pata intentando aliviar el ardor de los arañazos recibidos. Mientras cerraban la ventana y recuperaban el aliento, Mingi lanzó una risa suave, mirando a Yunho.

—¿Por qué siempre terminamos en estos líos? —preguntó, todavía divertido.

Yunho, volviendo a su forma humana y sonriendo a pesar del pequeño rasguño en su mejilla y manos, le dio un abrazo.

—Porque somos una familia, y las familias tienen sus momentos caóticos. —Luego, miró hacia el bebé, que los observaba desde su cuna, todavía riéndose—. Y parece que a él le gusta que seamos así.

Mingi se unió a la risa, abrazando a Yunho mientras los tres disfrutaban de ese momento de unión.

Una noche lluviosa, el bebé se despertó sobresaltado por el sonido de los truenos. Yunho y Mingi corrieron a su lado, tratando de calmarlo. Yunho empezó a mecerlo suavemente en sus brazos y a hacerle sonidos tranquilizadores, mientras Mingi le cantaba una canción en voz baja.

—Estamos aquí contigo, pequeño. Nada malo va a pasar —susurró Mingi, acariciándole la cabeza.

El bebé, aún asustado, se acurrucó contra el pecho de Yunho, buscando el calor y la seguridad que solo su papá podía ofrecerle. Yunho, sintiendo su necesidad de protección, envolvió al bebé en sus brazos, cubriéndolo con su propio cuerpo. Mingi se sentó a su lado, apoyando su mano sobre la espalda de Yunho en señal de apoyo.

A lo largo de la tormenta, Yunho mantuvo su cercanía con el bebé, sabiendo que se sentía más seguro con él así. Cuando la tormenta finalmente pasó, el pequeño ya estaba profundamente dormido en sus brazos, su respiración suave y tranquila. Mingi acarició la cabeza de Yunho y le dio un beso en la mejilla.

—Gracias por estar aquí, siempre protegiéndonos —dijo Mingi con una sonrisa.

Yunho le devolvió la sonrisa, y juntos, ambos padres observaron a su hijo dormir, conscientes de que, sin importar lo caótico que pudiera ser el camino, lo recorrerían juntos.

Ese día era una de esas tardes en las que todo parecía estar en caos. El bebé había tenido una mañana inquieta y Mingi y Yunho apenas habían dormido la noche anterior. Ambos estaban agotados, y la falta de sueño empezaba a afectar sus ánimos. El bebé estaba inquieto y parecía que nada lo calmaba; ni los juguetes, ni la música suave que normalmente lo tranquilizaba. Yunho, con ojeras marcadas y sintiendo la presión, intentaba balancear al bebé en sus brazos, mientras Mingi preparaba algo rápido de comer en la cocina.

—¡No entiendo qué le pasa hoy! —exclamó Yunho, frustrado, mientras caminaba de un lado a otro con el bebé llorando—. He intentado todo lo que normalmente funciona.

Mingi suspiró desde la cocina, agotado también.

—Tal vez solo necesita un cambio de ambiente. Intenta llevarlo al parque —sugirió mientras removía la olla con prisa.

Yunho lo miró, frunciendo ligeramente el ceño.

—¿Crees que no lo he intentado? —respondió en un tono que sonaba más agudo de lo que pretendía—. Ya lo llevé afuera, lo paseé por toda la casa, y sigue igual.

Mingi dejó lo que estaba haciendo y caminó hacia Yunho, también al borde de perder la paciencia.

—No estoy diciendo que no lo estés intentando, solo... no sé, tal vez necesita algo más —dijo, aunque su tono mostraba su creciente frustración—. Todos estamos cansados, Yunho.

—¿Crees que no lo sé? —respondió Yunho, más molesto, dando un paso hacia Mingi mientras aún sostenía al bebé que, por supuesto, seguía llorando sin parar—. No soy el único agotado aquí, pero parece que todo recae sobre mí cuando no sabemos qué hacer.

El comentario cayó como una bomba. Mingi, sorprendido, se cruzó de brazos y lo miró fijamente, herido.

—¿Eso es lo que piensas? ¿Que yo no hago nada? —preguntó, con su voz ahora un poco temblorosa—. Estoy aquí contigo todo el tiempo, también estoy agotado, y trato de ayudar de la mejor manera que puedo. Para ti es fácil decirlo, el bebé muestra más apego a ti que conmigo y eso... me lastima.

Yunho, al darse cuenta de que sus palabras habían sido más duras de lo que había querido, intentó rectificar, pero antes de poder hablar, Mingi se giró y volvió a la cocina, claramente molesto. Yunho, sintiéndose culpable, miró al bebé, que aún lloraba, y suspiró profundamente.

Se quedó quieto un momento, observando a Mingi desde la distancia. Sabía que ambos estaban bajo presión, pero no era justo que descargaran su frustración el uno en el otro. Decidió que necesitaba arreglarlo antes de que las cosas se enfriaran demasiado.

Con el bebé aún en brazos, Yunho se acercó con cautela a la cocina, donde Mingi estaba limpiando en silencio, sus movimientos tensos. Yunho sabía que Mingi estaba herido por lo que había dicho, y que tenía que disculparse de inmediato.

—Mingi... lo siento —empezó Yunho en voz baja—. No quise decir lo que dije. Sé que también estás cansado, y me siento horrible por haberte hecho sentir que no estás haciendo lo suficiente. Eres increíble, y lo sé. Además, eso no es verdad, el bebé tiene un apego aún más grande contigo, porque tú lo llevaste en tu interior, él se siente en calma cuando lo colocas en tu pecho, él es tu sangre, no mía.

Mingi se detuvo en su tarea, pero no se giró de inmediato. Parecía estar pensando en lo que Yunho había dicho. Después de unos segundos de silencio, se dio la vuelta, sus ojos un poco más suaves.

—Es solo que... a veces siento que ambos estamos tan abrumados que olvidamos que somos un equipo —murmuró Mingi, con una mirada triste—. No es fácil ser padres, y no es fácil cuando estamos tan cansados que todo nos molesta. Pero necesitamos estar juntos en esto, Yunho. No podemos descargarlo el uno en el otro. Y siento haber dicho eso del apego, es solo que a veces pareciera lo contrario. Y aunque no sea tu sangre, él te ve como si fueras su verdadero padre.

Yunho asintió rápidamente, acercándose más.

—Lo sé, lo sé —dijo—. Prometo que la próxima vez hablaré mejor. Es solo que cuando escucho a nuestro mochi llorar sin parar, siento como si estuviera fallando en cuidarlo... y eso me frustra. Pero eso no justifica cómo te hablé. —Bajó la mirada, su cola moviéndose suavemente como una señal de arrepentimiento.

Mingi suspiró, su postura se relajó, y se acercó a Yunho, poniendo una mano en su brazo.

—Lo sé, amor. Es difícil para ambos. Pero estamos aprendiendo, ¿verdad? —Sonrió con cansancio y acarició la mejilla de Yunho—. Además, sé que lo estás haciendo lo mejor que puedes, y eres un papá increíble.

Yunho, sintiéndose más reconfortado, inclinó la cabeza hacia la mano de Mingi y cerró los ojos por un momento.

—Y tú también lo eres. Lo siento tanto.

Finalmente, Mingi sonrió y le dio un suave beso en la frente, luego miró al bebé, que había empezado a calmarse un poco en los brazos de Yunho, quizás porque sentía que las tensiones habían disminuido.

—Tal vez solo estaba reaccionando a nuestra energía —dijo Mingi, mirando al bebé—. Ahora que estamos más tranquilos, parece que él también lo está.

Yunho asintió, mirando al pequeño que ya estaba soltando pequeños bostezos.

—Tiene sentido. Quizás necesitamos estar más calmados para que él también lo esté —murmuró Yunho—. Hagamos esto juntos, como siempre lo hemos hecho.

Poco después de la pequeña pelea y reconciliación, el bebé finalmente se quedó dormido en brazos de Yunho. Ambos padres se sentaron en el sofá, exhaustos pero agradecidos por el silencio. Yunho, descansaba sobre los cojines, mientras Mingi recostaba su cabeza en su hombro.

—Te amo —dijo Mingi suavemente, acariciando el cabello suave de Yunho.

—Yo también te amo —respondió Yunho, dándole un beso en la frente—. Y siempre lo haré, incluso cuando las cosas se pongan difíciles.

Estaban disfrutando de ese momento de paz cuando, de repente, escucharon un pequeño golpe desde la cuna del bebé. Ambos se levantaron de inmediato, sus corazones acelerándose. Yunho corrió hacia la cuna, temiendo que el bebé se hubiera caído o golpeado.

Pero cuando llegaron, se encontraron con que el bebé estaba perfectamente bien, durmiendo tranquilamente. La causa del ruido había sido uno de los peluches que había caído al suelo.

Mingi y Yunho intercambiaron una mirada, y luego, sin poder evitarlo, estallaron en risas.

—¿En serio? —dijo Mingi, riendo mientras recogía el peluche—. Nos asustamos por un muñeco.

Yunho soltó una risa, sacudiendo la cabeza.

—Somos tan paranoicos.

Se abrazaron mientras observaban al bebé, agradecidos de que su pequeño susto no fuera nada más que eso.

Sin duda ame como quedó este capítulo, se convirtió en mi preferido <3 espero lo disfruten

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