4. La reunión
Lunes. Ocho de la mañana. Llego tarde al trabajo. Lo de no tener coche propio está empezando a pasarme factura. En un principio me gustaba la idea de ir en transporte público al trabajo, y así poder caminar un par de calles si me bajaba alguna parada antes de la mía. Iba a ser el único ejercicio que haría durante la semana. Y en realidad no era un mal plan. No, excepto los días en los que el cielo de Klein decidía llenarse de nubarrones, cuando yo no llevaba un paraguas en el bolso.
Y hoy era ese día. Ese día en el que pierdo el autobús, llevo tacones y llueven perros y gatos como dicen los ingleses. Esta vez me he bajado en la parada más cercana al trabajo, pero aún así tengo que caminar unos metros hasta el edificio de la OMG Magazine. Corro intentando no romperme un tobillo y camuflarme bajo el toldo de alguno de los quioscos de prensa que hay en la avenida, pero esto no evita que llegue empapada a la puerta.
El alisado japonés que me había hecho hacía un mes no ha podido soportar tal cantidad de agua y ahora parezco un perrito mojado. Mi melena pelirroja ha vuelto a su ser y ha empezado a rizarse y encresparse.
"Lo sé karma, esto es en venganza por haberme metido con los calvos. Hoy ellos no tienen este problema." —Grito en mi interior.
Intento sacudirme el agua de la americana y de la falda lápiz antes de subir al ascensor. Me atuso un poco el pelo mirándome en el reflejo de las puertas de metal y me consuelo pensando que al menos no hay nadie a quien deba impresionar en la oficina. Tampoco era un drama no estar perfecta por un día.
Las puertas del ascensor se abren. Y ahí está. Ahí está Kristen. Tan perfecta como siempre con su pelo negro liso y su bolso de Louis Vuitton. Estoy segura de que viene del sótano donde habrá aparcado su descapotable. ¿Por qué parece sacada de Gossip Girl? Puede que en parte por eso la deteste, por eso y por aprovecharse de mi Max.
—Buenos días. —Digo algo desganada.
—Hola, Giselle. —Me contesta. —¿Qué tal tiempo hace fuera?
Mmm...¿En serio? ¿No lo has notado? ¡Estoy chorreando y no porque me haya cruzado con Orlando Bloom! (Habréis notado ya que me encanta, sí, soy fan, y más después de sus fotos filtradas haciendo padelsurf...ya me entendéis). "Gigi contén las palabras por una vez. En el trabajo no puedes pelearte." —Pienso. Suspiro hondo.
—Hace un sol radiante. —Digo irónica lanzándole una mirada. No puedo ser amable con ella. Lo siento.
—¿Has vuelto a venir en autobús? ¡Cómo te admiro! ¡No sé cómo puedes subir a esos trastos llenos de gente!
—La mitad de la población estadounidense usa transporte público. No hay nada de malo. Además no todos nos podemos permitir comprarnos un descapotable. —Digo. Y suplico al cielo que el ascensor alcance ya la décima planta.
El ascensor para en la séptima. ¡Oh! Y adivinad quién se sube. Lo que me faltaba...
—Buenos días Bárbara. —Dice entusiasmada Kristen.
—Hola Bárbara. —Digo arrastrando las palabras.
—Buenos días. —Dice tajante. Parece que se ha comido a un general del ejército. —¿Qué te ha pasado en el pelo Greene? —Dice poniendo un gesto algo asqueado.
—Nada. Un pequeño problema de tiempo. —Respondo.
—Con vosotras dos quería yo hablar. Greene, Lee, os espero a las 12 en mi despacho. —Dice antes de bajarse en la planta octava.
—¿Sabes de qué quiere hablarnos a nosotras dos? —Pregunto, algo ingenua, como si tuviera esperanza alguna de que Kristen fuera a decirme algo coherente.
—Probablemente quiera ascenderme. ¿Aún no te has enterado? El artículo que escribí la semana pasada dando la exclusiva del nuevo embarazo de la cantante Bin Rose ha tenido un gran impacto. Todo el mundo habla de él...
—¡Oh sí, lo recuerdo perfectamente! —Aquel que no tenía ni una sola coma ni ninguna tilde y que me pasé corrigiendo más de una hora...Pero eso no lo podía decir. —Cómo olvidarlo... —Suspiro.
—En cuanto a ti, no tengo ni idea de qué querrá. Supongo que tendrás que revisarle algunos papeles. ¿Eso es a lo que te dedicas verdad? —Dice con retintín.
Vale. Como no salga de este metro cuadrado ahora mismo pienso estrangularla con mis propias manos. Al menos mentalmente. Soy demasiado pacifista.
—Sí, reina. Me dedico a eso. Mi puesto no sería necesario si gente como tú, aprendiera a escribir. —Dije en el momento exacto en el que las puertas se abrieron. El karma me ha perdonado, y es que teniendo que aguantar a este bicho, me lo he ganado. Y sí, quizás no tenía que haber dicho eso último pero la satisfacción de ver la boca de Kristen casi rozando el suelo era mayor que el temor a que Bárbara me despidiera.
De todos modos odio mi trabajo. Yo siempre he soñado con escribir artículos en alguna revista de estilo, por eso hice un Máster en Marketing y Comunicación de Moda. Trabajar en Vogue sería increíble, pero por supuesto era tan difícil como que Kristen aprendiera a escribir. La prensa rosa no es algo que me apasione, y menos cuando roza el amarillismo, pero por algo había que empezar y de momento corregir textos es lo que paga mis facturas.
Llego a mi cubículo. Max ya está instalado con su taza de café en mano y dispuesto a acribillarme a preguntas acerca de mi cita.
—Buenos días Max. —Digo, y me siento en la silla intentando esquivar el interrogatorio.
—Hola Gigi. —Dice como esperando algo más por mi parte.
Entonces enciendo el ordenador y me pongo a abrir los artículos de hoy. Max, al ver que le ignoro empieza a toser, insistentemente y cada vez más alto.
—¿Qué? —Le digo volviendo la cabeza para verle al final del biombo.
—¿No vas a contarme nada? —Pregunta asombrado poniendo ojitos de cordero degollado.
Suspiro.
—Pues claro que sí. —Digo. No puedo evitarlo. Max es mi paño de lágrimas. —¿Por dónde quieres que empiece? Por la parte en la que le confundí con otro o por la parte en la que me dijo que no estaba interesado en mí... —Continúo.
—¿Cómo? Esto va a estar interesante.
—Y tanto...—Digo. —Era un tío muy raro.
—¿Más que tú?
—Mucho más. Primero llega tarde, luego me dice que no quiere nada serio y que no quiere que sea una cita, y por último me lleva a un parque con un par de botellas de vino para ver la lluvia de estrellas.
—¿Estuvisteis en un parque?
—Sí. Yo tampoco daba crédito Max. Los hombres me desconcertáis. ¿Por qué no hay ninguno normal?
—¡Vaya gracias Gigi! —Dijo irónico, al sentirse algo ofendido por mis pocas expectativas sobre el género masculino.
—Bueno Max, seamos sinceros, no eres el hombre modélico... —Digo. Por suerte tengo la suficiente confianza con él como para que sepa que no se lo digo con maldad.
—Tienes razón, pero tú tampoco es que seas una mujer corriente Gigi. Eres demasiado exigente. Además seguro que espantas a todos con tu excesiva sinceridad. —Dice. —Entonces ¿no va a haber segunda cita?
—Para que haya segunda, primero tiene que haber una primera, y él me dejó muy claro que lo nuestro no lo fue. Y lo prefiero. No estoy preparada para nada serio, quiero un descanso de hombres. Necesito un punto y aparte.
—Gigi Greene, no tienes solución. —Dice antes de volver a su sitio para comenzar el trabajo de edición.
Yo hago lo mismo. Hoy me toca revisar de nuevo todos los artículos ya montados en la revista de forma más exhaustiva, ya que los lunes por la tarde se mandan a la imprenta para que salga a la venta el martes. Soy la última que revisa los contenidos, al menos de forma ortográfica antes de su impresión. Cuando llego al artículo de Kristen, el del top 10 de las Olimpiadas, se me pasa por la cabeza hacer mil maldades para vengarme de esa lagartija, pero me contengo porque si la Barbie Malibú se entera, en la reunión lo que hará es despedirme.
Estoy tan absorta en mi trabajo que casi me olvido que a las doce tengo que estar en el despacho de la jefa. Quedan diez minutos, y aunque en realidad me preocupa lo que me pueda decir, prefiero no darle demasiadas vueltas. No al menos por esta vez, porque después del terrible comienzo de día que he tenido no quiero empeorarlo con mi negatividad precipitada. Prefiero esperar a ver qué sucede.
Me levanto de la silla, me estiro la falda y me atuso el pelo ligeramente confiando en que el encrespamiento hubiera desaparecido ligeramente.
Puedo ver a Max tras el biombo una vez que estoy de pie. Se da cuenta de que me marcho a algún lado y antes de que pueda reaccionar me pregunta:
—¿Dónde vas? Aún faltan treinta minutos para el almuerzo.
—Bárbara quiere verme. Bueno, vernos. A mí y a la chupa-sangre de Kristen.
—¿A las dos? ¡Qué raro! Bueno cuando vuelvas me cuentas cómo ha ido. Recuerda, respira hondo y muérdete la lengua si quieres mantener tu trabajo.
Buen consejo amigo. La cosa es ver si soy capaz de hacerlo.
Bajo a la octava planta, donde se encuentran los despachos de los peces gordos de la editorial. Bárbara Fraser, nuestra Barbie, jefa de redacción y arte, tiene el último despacho del pasillo a la izquierda. Me dirijo hacia allí y veo que Kristen ya está allí esperando junto a una gran maceta con una de esas plantas llamadas lengua de vaca. No diferencio bien quién es la planta y quién la persona, Kristen se mimetiza muy bien con el medio. Lleva un vestido del mismo tono de verde. Cuando llego allí me pongo al lado opuesto de la puerta en el que ella está.
—Hola Kristen. —Digo casi cantando. Puede notar en mi tono de voz que no me hace especial ilusión verla por segunda vez en la misma mañana.
—Hola Giselle. Veo que ya te has peinado. ¡Estupendo! —Dice.
Y me muerdo la lengua haciendo caso a Max, por el bien de su vida sentimental.
Entonces, la puerta del despacho se abre y una Bárbara aún más siniestra que de costumbre sale cargada de papeles. Casi sin mirarnos, dice:
—Seguidme. Vamos a la sala de reuniones.
El sonido de sus tacones contra el parqué del suelo ya me hace temblar. ¿Qué narices quiere de mí? ¿Por qué no me deja tranquila corrigiendo mis tildes y mis puntos en mi escritorio?
Llegamos a otra de las puertas, esta vez, doble y con cristaleras. La abre y nos invita a pasar.
En el interior hay una gran mesa central, con un puñado de sillas dispuestas alrededor. Un sillón más grande preside uno de los laterales. En cada uno de los puestos, una botella pequeña de agua y una carpeta con un par de bolígrafos.
Parecía que esta reunión iba a ser más formal de lo que me había imaginado.
"¡Genial Gigi! Justo hoy con tu pelo encrespado pasado por agua y tus tacones llenos de barro de la carrera desde el autobús." Me digo a mi misma.
—Tomad asiento. —Dice Bárbara. —El resto no tardarán en llegar...
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