34. Miedos

Aquí estoy. Sentada en la parte trasera del coche de Brad, a menos de dos minutos de llegar a la casa de Ian. Sí, a esa en la que no he estado nunca. Tess y Brad han aceptado llevarme en cuanto les he llamado. Tengo una amiga increíble, que no ha dudado ni un segundo en ayudarme cuando ha notado el tono frágil de mi voz.

—¿Va todo bien Gigi? —Me pregunta Tess después de un rato en silencio.

—Sí amor. No hay de qué preocuparse. —Digo intentando no dejar a la vista el chorro de emociones que está a punto de atravesarme el cuerpo.

Brad mira por el espejo retrovisor.

—No puedo creerme que no te haya dicho ni si quiera su dirección. —Dice, refiriéndose a Graham. —Sigue siendo tan...—Hace una pausa para buscar la palabra correcta. —...cerrado. —Concluye.

—¿Es por lo de Victoria? —Aprovecho para decir. Puede que Brad sepa algo más que yo. No puedo aguantar a llegar para enterarme de todo lo que le pasa por la cabeza a Ian.

—¿Te ha contado lo de Victoria? —Pregunta sorprendido.

—Bueno...más o menos. —Respondo.

—Si te lo ha contado es que realmente le gustas. Nunca habla de ello. —Dice.

—¿Quién es Victoria? —Dice Tess.

—Su exnovia. —Responde.

Al menos parece que es una historia del pasado. Entre todas mis elucubraciones puedo descartar la que iba sobre la posibilidad de que esa tal Victoria fuese la actual novia de Ian y que por tanto yo solo pudiese ser "la amante".

—Ya hemos llegado. —Dice justo después.

Ha parado frente a un bloque de pisos bastante moderno y elegante. Todos los apartamentos tienen grandes ventanales.

—Vive arriba, en el quinto A. —Añade señalando por la ventanilla hacia el cielo.

—Gracias por todo chicos. Os debo una. —Digo antes de bajarme.

Después entro en el portal y tomo el ascensor. En menos de un minuto estoy frente a la puerta del apartamento. Por un segundo se me pasa por la cabeza salir corriendo, pero puede más mi curiosidad. Alzo la mano y llamo al timbre. Oigo unos pasos que se aproximan a la puerta por detrás. Después Ian gira el pomo y abre. Su cara no puede ocultar el asombro al verme ahí, delante de él, con la grabadora en la mano.

Recorro su cuerpo con la mirada. Es la primera vez que lo veo sin traje o sin algo parecido a un traje. Lleva unos pantalones cortos deportivos y una camiseta.

—Gigi...—Dice al verme.

—¿Puedo pasar? —Pregunto.

—Pues claro. —Dice para después apartarse para hacerme hueco.

Entro decidida. La puerta de entrada conduce a un pequeño recibidor que inmediatamente después se conecta con un espacioso salón con un montón de ventanas acristaladas que dejan ver todo el "landscape" de Klein. Es precioso pero da algo de vértigo.

—¡Guau! ¡Qué vistas! —Digo aún asombrada, para romper el hielo.

Ian sonríe.

—Sí, es genial desayunar o tomar algo frente a esta cristalera.

Yo también sonrío.

—Seguro. —Reafirmo algo fría.

—¿Quieres que nos sentemos? —Dice entonces, señalando al sofá.

—Sí, por favor. —Digo.

Parece que hay un abismo que nos separa ahora mismo. Ninguno de los dos nos atrevemos a decir nada, así que decido acabar con esto de una vez. Justo cuando se gira para dirigirse al sofá, le agarro del brazo, tiro de él hacia mí con suavidad y le doy el abrazo más reconfortante que he dado en mi vida.

Ian me aprieta con fuerza y apoya su cabeza sobre la mía. Es más alto que yo, así que mi rostro queda junto a su pecho. Puedo sentir su corazón latir a mil por hora.

—Lo siento Gigi. —Dice aún sin soltarme.

—Está bien. —Digo.

Ian baja un poco más su rostro y me besa en la mejilla con fuerza. Cierro los ojos por un instante y un escalofrío recorre mi cuerpo.

—No sabes lo que necesitaba este abrazo. —Añade.

—Yo también. —Digo. Y no miento. Lo necesitaba realmente.

Después nos separamos y nos sentamos en el sofá, uno junto al otro.

—He escuchado la grabadora. Ha sido casi de milagro. Podrías haberme dicho que lo hiciera después de la cena.

Ian se ríe.

—Ni si quiera querías hablarme. Si te hubiera dicho que lo hicieras no lo hubiera escuchado, Señorita Greene.

—Puede que tengas razón. —Afirmo. Yo soy así. Y me conoce.

—Supongo que has venido para saber quién es Victoria. ¿No es así? —Dice.

—No. —Niego. Vale, una parte de mí sí, pero otra ha venido para otras cosas. —He venido a que me dejes entenderte. A que me dejes meterme en tu cabeza por un instante e intentar comprender qué es lo que no te deja abrirte conmigo, lo que hace que salgas corriendo cada vez que me acerco a ti más de media hora... Y si eso incluye a esa tal Victoria, pues entonces, sí, quiero saber quién es y por qué es culpa suya que me dijeras todo eso el jueves.

—A veces me recuerdas a ella. —Dice.

—¿Y eso es bueno o malo? —Pregunto.

—Es bueno y malo a partes iguales.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó cuando le pediste que se casara contigo?

—Que me dijo que sí.

No entiendo nada. ¿Le dijo que sí? ¿Entonces qué ocurrió? Otra de las posibilidades en mi cabeza era que esa chica le hubiera rechazado y ahora Ian pensase que todas las mujeres somos capaces de hacer algo así.

—¿Y qué pasó?

—Pues...—Dice y su voz se entrecorta. Nunca había visto a un Graham tan frágil como el de ahora.

—Tranquilo. —Digo tratando de calmarlo. —Cuéntamelo sólo si quieres. —Puntualizo.

—Estoy bien. Quiero contártelo. —Dice aún algo tocado. —Un par de semanas antes de la boda, Victoria tuvo un accidente de coche mientras iba a reservar las flores del banquete... Yo tenía que haberla llevado, pero no pude porque tenía una reunión de trabajo que se alargó...

Madre mía. No puedo imaginar el dolor que tuvo que pasar y me siento mal por haberle hecho recordar todos esos momentos tan duros. Con solo ponerme en su piel se me saltan las lágrimas. Ahora entiendo perfectamente todo lo que se le pasa por la cabeza.

—Yo...Yo...Ian. Lo siento. —Digo con gesto triste.

—No pasa nada. Lo he superado. O al menos eso creo.

—Siento haberte hecho recordar todo. Debió ser horrible.

Cómo he podido tan si quiera quejarme por lo de Piero o por todos mis problemas en la oficina. Al lado de la historia de Ian todo pierde importancia y me doy cuenta de que a veces debería relativizar más todo lo que ocurre en mi vida y dar gracias por seguir rodeada de las personas que me quieren.

En este momento lo único que me sale es abrazar lo más fuerte que puedo al hombre que tengo delante.

—Desde que eso pasó no he sido capaz de abrirme con nadie. Porque lo pasé tan mal que, en el fondo, tengo miedo de querer a alguien tanto como a ella y que me vuelva a ocurrir. De que, de un día para otro, desaparezca, de que toda mi vida vuelva a irse a la mierda...

—Te entiendo. —Digo.

—Y contigo me da más miedo aún. —Añade.

Me quedo en silencio esperando una explicación.

—Me recuerdas a ella porque tú me has hecho sentir lo que sentí al principio con Victoria. Has hecho que vuelva a tener ganas de luchar por algo que no sea mi trabajo, que sonría otra vez y que me implique de una manera u otra.

Un escalofrío me recorre el cuerpo, como tantas otras veces cuando estoy con Graham.

—Es normal que tengas miedo. —Digo. —Yo también siento miedo a veces. Y no por eso eres un cobarde. No quiero escucharte decir eso de nuevo. Hay que ser muy valiente para salir adelante después de eso y tú lo has hecho. Eres un hombre exitoso y bueno. Aunque a veces seas un poco capullo. —Añado soltando una sonrisilla. —Y te mereces que la vida te dé una segunda oportunidad. Yo no puedo prometerte que vaya a salir bien, pero sí puedo decirte que tengo las mismas ganas que tú de sonreír y de ser feliz. Y por supuesto que tengo miedo de que salga mal, pero es un riesgo que estoy dispuesta a asumir. Porque sé que merece la pena...

Ian sonríe también y después acerca su rostro al mío para darme un ligero beso en los labios.

—De verdad siento todo lo que te dije el jueves. Giselle, te vi bailando en la fiesta, tan feliz, tan libre y de repente, te imaginé esfumándote. Me dio mucho miedo...

—No mientas. —Digo intentando darle un toque de humor al asunto. —Te imaginaste teniendo que sacarme a bailar una lenta al centro de la pista y te asustaste porque no sabes dar dos pasos seguidos sin tropezar. —Añado sarcástica.

Ian se ríe y eso me levanta el alma.

—Puede ser. —Admite.

—De todas formas, no hace falta que me lleves a comer con tus padres, ni hacer nada que no quieras. Me conformo con que me lleves a ver tu película favorita al cine, antes de subirme al capó del coche, o que me dejes que te invite a cenar, antes de los probadores.

—Vas a tener que enseñarme como se hace. Ya se me ha olvidado.

—Solo déjate llevar y disfruta. Sin ponerte barreras y sin miedos. Lo que tenga que ser, será. —Digo, como si tuviera toda la sabiduría amorosa del mundo mundial. Estoy irreconocible hasta para mí misma, creo que acabo de madurar diez años de golpe y eso me enorgullece.

También estoy feliz por haber conseguido llegar al interior de Graham y de darme cuenta de que no se puede juzgar a las personas por uno de sus actos, porque puede que en el fondo tengan historias tan duras como la de Ian.

—¿Te quedas a dormir? —Me pregunta.

—¿Ya estás pensando en...? ¿Has entendido algo de lo que te he dicho? Ya sabes, la cena, el cine,... —Digo medio riendo.

Ian suelta una carcajada.

—He dicho a dormir, nada más.

Frunzo el ceño a modo de burla.

—¿Eso es un sí?

—Vale. Me pido el lado izquierdo. —Digo mientras me levanto y corro a su dormitorio. La puerta estaba abierta y podía ver la cama desde el sofá.

—¡Eh! ¡El izquierdo es el mío! —Dice Ian, corriendo detrás de mí e intentando capturarme.

Lo consigue al llegar a la habitación. Me agarra por la espalda y me besa en la mejilla desde detrás. Después nos fundimos en un abrazo y nos tiramos a la cama.

Esta noche solo va a ser así, de caricias, de respeto y de emociones. Y no hay nada que me apetezca más en el mundo que eso...


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