32. ¿Quién es ese Graham?

—Buenos días, Señor Graham. —Dice mi padre, bastante entusiasmado. Parece que Ian le cayó bien aquel día. —¿Qué hace usted por aquí? —Añade.

Yo sigo mirando al frente. Como si aún hubiera alguna esperanza de que no me hubiera reconocido de espaldas. Porque bueno, de ilusiones también se vive.

No sé cómo, pero puedo notar sus ojos fijos en mi nuca. Y es extraño, porque de momento no he desarrollado la capacidad de ver por el cogote. Ian sabe atravesar con la mirada.

—He venido a buscar a Giselle. —Dice. Y el universo me da vueltas.

¿A buscarme? ¿Acaso tiene aún más cosas que decirme? Creía que ya lo había escuchado todo de su boca anoche.

No tengo más remedio que girar el rostro. En estos momentos no sé si seguir con mi cara de póker o falsear una sonrisa para no preocupar a mi padre y evitar luego las incómodas preguntas de Rose. Decido hacer algo neutro. Una especie de cara de acelga.

—No quería interrumpirles, simplemente...—Añade, pero mi padre le corta al instante.

—¡No interrumpes nada, hijo! —Obviemos que por un instante me he imaginado a Graham de hermano. Papá por favor, por ahí no. —¿Por qué no te sientas con nosotros? Los amigos de Giselle son bienvenidos.

Suspiro hondo. ¿Acaba de invitarle a sentarse? ¡Ay diosito! Muevo la pierna bajo la mesa para darle una patadita al viejo Fred, a ver si rectifica su oferta, pero luego recuerdo que tiene la pierna vendada hasta arriba. Con lo torpe que soy seguro que le doy en la mala, así que me aguanto las ganas.

—No, de verdad. No quiero molestar. Solo venía a...—Vuelve a intentar Graham.

—Insisto. —Dice el que hasta ahora había considerado mi padre. Creo que voy a replantearme si soy adoptada... —Giselle, avisa a Marco y que nos traiga otro cubierto para el Señor Graham.

Creo que la cara de acelga ahora está empezando a ser la de un chihuahua rabioso. ¡Hola Fred! ¿Puedes verme? ¿No notas que estoy muy callada? ¡No quiero cenar con Graham!

—¡Vamos niña! Haz caso a tu padre. —Me dice Rose. —Señor Graham tome asiento. No es el restaurante con el mejor servicio del mundo pero al menos nos pondrán algo que llevarnos a la boca...—Añade ahora dirigiéndose a Ian.

No sé si llamar a Marco para pedirle otro par de cubiertos o directamente una pala para cavar mi propia tumba aquí mismo. Decido hacer lo primero, voy demasiado arreglada como para llenarme de tierra.

Ian se sienta a mi derecha, entre Fred y yo. Tiene a Rose al frente.

—Gracias por invitarme, Señor y Señora Greene.

—¿Para qué querías buscarme? —Digo con tono serio, después de hacerle gestos a Marco para lo del cubierto. Es la primera vez que abro la boca desde que ha llegado. Irremediablemente voy a tener que hablar con él. Parece que esto se ha convertido en una adorable cena de familia feliz...

—Te olvidaste la grabadora en el showroom, y he pensado que sería importante para el artículo. Por eso no he querido esperar hasta el lunes para llevártela a la oficina.

Esa grabadora era en lo último en lo que había pensado desde la fiesta. Y menos ahora que Kristen va a hacerse cargo del artículo por completo.

—No tendrías que haberte molestado. No la necesitaba. Tengo una memoria bastante privilegiada, y no se me olvidan las conversaciones que tengo con la gente importante... —Digo. Eso último con segundas.

—No lo dudo. Aunque a veces es mejor repasar las cosas fríamente para no equivocarnos... —Responde él, después de sacar de su bolsillo la grabadora y acercármela con la mano.

No puedo evitar reírme en mi interior. ¿Repasar fríamente? ¡Graham es un témpano de hielo de lunes a domingo! Así que espero que no se refiera a que ha meditado sobre sus palabras porque estoy segura de que ya las tenía bien medidas antes de decírmelas...

—Lo tendré en cuenta. —Digo seca mientras la cojo.

Papá y Rose están algo perplejos. Se han debido percatar que mi tono no es igual que el del otro día con él.

—Bueno, y ¿cómo nos ha encontrado? —Dice Fred, para romper un poco el silencio incómodo que se ha formado después de nuestras palabras. —¿Giselle le había dicho que cenaríamos aquí?

—Ni loca. —Farfullo mientras tomo la copa de vino que Marco nos ha servido al traer los cubiertos de Graham.

—¿Qué? —Dice mi padre. No me ha entendido.

—No nada. Que el vino es estupendo. —Digo sonriendo.

—Max, su compañero de trabajo me ha dicho que podría encontrarles aquí y como estaba por la zona he pensado que sería buena idea pasarme.

Suspiro hondo. Sabía que Max tendría algo que ver en esto. Ya arreglaré cuentas con él cuando pueda escapar de aquí.

—¡Qué amable! —Exclama Rose. —Da gusto ver a un hombre tan galán y educado como usted, Señor Graham.

—No merezco tantos halagos, Señora Greene. Simplemente he hecho lo que creía correcto.

—Llámame Rose, por favor. —Dice con tono de coqueteo, otra vez. Se me pone la piel de gallina. —Giselle nunca ha sido muy agradecida, discúlpela. —Añade.

¡Esto es el colmo!

—Mira Rose...—Digo ya, con la fuerza de un miura, dispuesta a soltar por la boca hasta el último reproche sin censura y sin miramientos. Pero Graham me interrumpe. Sabe cómo son las cosas.

—No necesito que me lo agradezca, Rose. Ella ha hecho por mí muchas más cosas. —Dice. —Sin ir más lejos, anoche en la presentación de nuestra nueva colección tuvo que desfilar por sorpresa con uno de los vestidos de Steve Ray y lo hizo genial. Yo tampoco se lo agradecí como se merecía... —Concluye mirándome con ojos de corderito.

—¡Vaya! ¡Eso no nos lo habías contado! —Dice Fred. —Redactora, modelo... ¡Vales para todo, cariño!

—Me gusta hacer cosas por las personas que creo que lo merecen, aunque muchas veces me equivoque. —Digo con algo de despecho.

Otra vez un silencio incómodo nos rodea sin piedad. Por suerte, Marco aparece con los platos de pasta. También trae uno como el mío para Graham.

—Tiene una pinta estupenda. —Dice Fred.

—Como siempre. —Añado. No quiero olvidarme que lo que he venido a hacer hoy es a cenar con el hombre más importante de mi vida. Con el que, aunque tenga mis más y mis menos, siempre me va a querer. —Marco sigue siendo el mejor en lo suyo.

—Está delicioso. —Dice Ian después de probar los fettuccine.

Rose no parece tener la misma opinión de su plato. Lleva un rato revolviéndolo y poniendo cara de indignación.

—Yo no acabo de estar convencida de esto de la pasta. Donde esté mi estofado que se quite toda esta porquería. —Dice.

Después de un rato de conversación entre papá e Ian sobre los Lakers, el tiempo y su afición por reparar cosas que no sirven para nada, Rose parece tener algo que decir.

—Bueno Señor Graham, y ¿qué hay de usted? Es un hombre de negocios, guapo y exitoso, pero ¿qué hay de su familia? ¿está casado?

¿Casado? Casi me atraganto con el último bocado. No sé si del susto o de la risa. ¿Ian Graham casado? ¡Venga ya! Debe ser el hombre con más miedo al compromiso de toda la ciudad.

Le miro de refilón para ver su gesto. Parece que la pregunta le ha incomodado un poco. Ha tomado aire y ha bajado la mirada. ¿Por qué no quiere hablar de su familia? Empiezo a recapitular todo lo que he vivido con él y me doy cuenta de que en realidad no sé prácticamente nada del hombre que tengo sentado al lado. Sé su nombre, sé que siempre llega tarde a los sitios, que parece tener miedo al compromiso y que tiene una compañía llamada Monky. Pero nada más. Por un momento me empiezo a preguntar si ha sido por su forma de ser o por mi egocentrismo. Es cierto que él se cerró en banda desde la primera cita. Sí, aquella a ciegas. Me dijo que no le gustaban las preguntas, que prefería ir descubriendo cosas. Pero también, que yo he estado tan centrada en el trabajo y en todas las teorías conspiratorias que puede que haya dejado de lado mis ganas de saber sobre las personas. Él conoce a mi padre, sabe dónde vivo, conoce a mis amigas y algunos de mis problemas, más bien la gran mayoría. Pero ¿qué sé yo de Ian Graham?

Quizás ya sea tarde para ponerme a hacer averiguaciones. Quizás el tren ya haya pasado. Y no solo por mi culpa, sino también por la suya. Porque aunque yo me haya centrado en otras cosas, él no me ha dejado conocerlo. Me ha puesto barreras a cada paso. Y quizás eso tenga una explicación profunda o un drama escondido. Pero tú, Gigi Greene no eres la indicada para desenmascararlo. No. Me niego. Ya he tenido bastante con lo de Piero y con los problemas en el trabajo como para andar de detective intentando descubrir misterios que no me van a llevar a ningún buen puerto.

Parece que tras una pausa Ian ha tragado saliva y va a dignarse a responder algo. Escucho impaciente, aunque sin demasiadas expectativas.

—No. No estoy casado Rose. —Dice escueto.

¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡Ian el expresivo!

—¡Una lástima! Pero no te preocupes, aún eres joven. Seguro que encuentras a una buena mujer como yo.

Sin comentarios. Graham y yo nos miramos. Si no estuviera tan enfadada con él le hubiera incluso sonreído. Sé que ambos estamos pensando lo mismo en este momento. Rose y buena en la misma frase es uno de esos chistes malos de los que no puedes parar de reír al recordarlos.

—Estoy seguro de que sí. Puede que incluso ya la haya encontrado. Aunque quizás ni ella ni yo lo sepamos aún. —Dice entonces Ian.

Estoy perpleja. ¿Eso lo dice por mí? Estoy empezando a cansarme un poco de sus idas y venidas, de sus cambios de opinión y su capacidad para volverme completamente loca. Porque sí, porque con solo un par de palabras estúpidas es capaz de hacer que se me acelere el pulso y que me sienta la mujer más débil del mundo. Pero esta vez no va a conseguirlo. No pienso caer en sus redes de nuevo. No necesito un hombre que me bese por las noches, necesito un hombre que me quiera recién levantada, vestida, desnuda, enfadada o siendo la más feliz del mundo.

Joder. Lo ha vuelto a hacer. Ha conseguido que salga la Gigi cursi. ¡Yo no quería una pareja! Pero es que después de lo que está pasando con Ian, me estoy dando cuenta de que quizás sí que necesite de nuevo encontrar a alguien que me haga la vida un poquito más divertida.

A pesar de sus palabras, permanezco en silencio. Papá me mira. Se huele que pasa algo raro. La cena continúa con las habladurías de Rose y con Fred y Graham charlando como si fueran amigos de toda la vida. No sé qué me da mas miedo.

Terminamos los postres y decido que es momento de huir de ahí.

—Tengo que irme. —Digo después de que Marco recoja el último plato de la mesa. —Gracias por cenar conmigo papá. También a vosotros. —Añado mirando a Rose y a Graham, aunque con tono más serio y solo por cortesía.

—Sí. Nosotros también. —Dice Fred. —Es tarde. Gracias a ti cariño. Espero que esta sea la primera de muchas más. —Concluye.

—Yo también les agradezco que me hayan invitado a la cena. Espero no haber sido un incordio para su reunión familiar. —Dice Graham. —Estaba todo riquísimo. Yo también debería marcharme.

—De acuerdo. —Dice papá. —Le pediré la cuenta a Marco.

Graham y Rose se levantan de la mesa y caminan hacia la salida. Veo como ella le agarra del brazo mientras le va diciendo diversos y absurdos cumplidos.

Yo ayudo a papá a mover la silla de ruedas en la que ha estado sentado toda la cena. Debe ser que Rose consiguió que ese tal Trevor se la prestase. Empujo con dificultad desde la parte trasera, parece que papá ha engordado un poco durante este tiempo.

—Giselle. —Dice entonces ese viejo calvorota al que quiero como a nadie más en este mundo.

—Dime papá. —Digo aún peleándome con los giros de la silla de ruedas.

—No sé qué te ocurre con el Señor Graham, pero nunca había visto a nadie mirarte como él lo hace. Parece un buen tipo, dale una oportunidad.

Creo que se me acaba de parar el corazón. SOS. ¡Llamen a una ambulancia! Oír esas palabras de mi padre me encogen el alma, pero tengo que ser fiel a mis principios. Estoy totalmente decepcionada con Ian y eso no pueden curarlo un par de miradas ni buenos consejos de papá.

—Tranquilo papá. Estoy bien. Sé cuidarme sola.

—Lo sé, cariño. Estoy muy orgulloso de ti. Sé que he hecho cosas muy mal pero solo ver en la persona en la que te has convertido me llena de satisfacción. Me has dado una segunda oportunidad a mí y por eso creo que puedes hacerlo con él también. Yo no pienso desaprovecharla. —Añade.

Se me está escapando una lagrimilla por el ojo izquierdo. Sus palabras me han emocionado. Me pongo delante de la silla y me agacho para abrazarle fuerte. Hacía tanto tiempo que no lo hacía que había olvidado lo reconfortante que era...

—Te quiero papá.

—Y yo a ti princesa. —Me dice.

Me recompongo y sigo empujando la silla. Papá paga la cena, aunque Graham insiste en invitarnos. Salimos del restaurante tras una larga lista de halagos de Marco por haber vuelto a cenar allí juntos y otra larga tanda de quejas de Rose por el servicio. Fred consigue convencerla de que no pida la hoja de reclamaciones.

Nuestro camino se divide. Papá y Rose se marchan y yo espero en la acera al taxi que acabo de llamar. Graham se detiene a mi lado. Sigo mirando al frente. No quiero cruzar ni una palabra con él. Estoy muy dolida por todo lo que ha pasado.

—Puedo llevarte a casa, si quieres. —Dice.

—Gracias, pero no hace falta. —Respondo seca.

—Al menos deja que me quede contigo hasta que venga tu taxi. —Ruega.

Le miro. Sus ojos marrón verdosos están clavados en mi rostro. Tiene las manos metidas en los bolsillos del traje y tiene un raro gesto de derrota. Como si algo le perturbase. Como si estuviera realmente arrepentido de algo.

Encojo los hombros y bajo la mirada.

—Como quieras. —Digo. No me apetece hablar más.

Al cabo de un par de minutos del silencio más incómodo de mi vida, el taxi aparece. Cuando se detiene frente a nosotros, abro la puerta y subo.

Antes de que pueda meterme del todo y cerrar, Ian se acerca, se apoya en el techo del coche y dice:

—Lo siento Giselle.

Le vuelvo a mirar, suspiro y cierro la puerta sin piedad. Ya es tarde. Ya me he cansado.

Ya no quiero sus disculpas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top