27. Preliminares

Jueves por la tarde. Estoy histérica. Me espera por delante una noche que promete ser larga e intensa y que llevo esperando ansiosamente desde el lunes. La semana ha pasado más o menos rápida. En la oficina, la relación con Bárbara sigue tensa. Parece que va escondiéndose por los pasillos para evitar cruzarse con Max y conmigo y solo nos ha dirigido la palabra si era estrictamente necesario para darnos alguna orden. Parece que la noticia de su lío con Kettle formaría una verdadera revolución en la redacción y quiere guardarse bien las espaldas.

Max, por su parte, ha ignorado totalmente el tema de la Barbie. Para él esta semana solo ha existido Kate, su pelo rizado y la maravillosa tarde de "cine" que pasaron el lunes. Aún no tengo claro si con cine se refiere a sexo. Espero que no o Max habría perdido su inocencia para siempre. Aunque en realidad me alegro por él. Se le ve feliz.

En cuanto a mi padre y a Rose, no he vuelto a saber nada de ellos. Y realmente no me preocupa. Sé que mi padre está bien, aunque sea con esa señora que nunca soportaré.

Y no tengo nada más que decir de mi semana. Porque no hay nadie más que me importe en mi vida. Al menos no desde el lunes. ¿Ian Graham? No sé quién es. Ni me interesa. Lo único que sé acerca de ese nombre y ese apellido es que es el anfitrión del showroom de esta noche. Nada más. El resto ha pasado a la historia.

Vale. Ya me conocéis. Puede que no sea del todo cierto y que en mi mente haya estado dándole vueltas a la conversación de Brittany con esa dependienta. No dijo en ningún momento que fuera Ian el amante al que va a deleitar con la lencería roja, pero a mí me pareció bastante evidente. "Le veo este jueves, en el showroom" No necesito más evidencias.

Si resulta cierto que están liados, Graham va a necesitar todo Klein para esconderse, porque no pienso tener piedad. Y menos después de lo que ocurrió sobre el capó de su coche el pasado fin de semana. Eso no se hace si tienes novia. Y menos si tienes a un ángel de Victoria's Secret. ¿Quién demonios le pondría los cuernos a una de ellas? ¡Y menos con Gigi Greene! ¡Esa pelirroja loca que anda de un lado a otro como un pollo sin cabeza! Yo no desde luego no lo haría.

Mi plan para esta noche es simplemente observar. Como un león cuando acecha a su presa. Estudia sus movimientos, sus rutinas, y cuando menos se lo espera. ¡Zas! Lo caza. Y todo esto pienso hacerlo enfundada en la más fina lencería roja. Porque soy una depredadora, sexy y delicada. No puedo evitar reírme de mí misma al imaginar la escena.

Enfundada en lencería y con un pequeño adorno colgado de la espalda. Porque no nos olvidemos de que al showroom tengo que ir con Kristen. La coreana más simpática y divertida del universo. ¡Viva!

Aún no sé cómo voy a salir viva de esta noche.

Respiro hondo. Aún tengo unas horas por delante para relajarme y prepararme física y mentalmente. Puede que incluso me marque unas flexiones antes de ir...

Acabo de pintarme las uñas, me depilo las piernas y el pelo rebelde que me sale en el bigote y me pongo crema desde la frente hasta el dedo meñique del pie. Creo que estoy lista para un bombardeo. Pongo la música a toda pastilla y a la vez cojo un bote de helado del congelador para ir recargando fuerzas.

Me pongo la ropa interior. Me miro al espejo. Puede que a Brittany le quede mejor, pero vérmelo a mí es todo un espectáculo. Eso no lo puede superar.

De repente suena mi teléfono. Lo descuelgo sin mirar, mientras engullo otra cucharada del delicioso helado de vainilla con nueces.

—¿Sí? —Digo aún con la boca llena.

—¡Hola Giselle! —Dice mi padre al otro lado del auricular.

—Hola papá. —Digo más seria.

—¿Qué tal ha ido la semana?

—Mejor no preguntes. —Digo recordando todo lo anterior.

—De acuerdo.

—¿Qué tal va tu pierna? —Pregunto.

—Bien. El médico dice que aún tengo que estar unas semanas con el vendaje, pero Rose ha conseguido que su primo Trevor me preste su silla de ruedas, así que puedo salir de casa más fácilmente.

—Eso es estupendo. —Digo.

—Por eso había pensado que quizás...—Paró. Parecía dudoso de mi reacción. —Bueno, solo si puedes y te apetece...—Añadió. —Me encantaría que cenáramos en el italiano hoy. Ya sabes, como hacíamos los jueves.

—Lo siento. No puedo. —Digo.

—¡Oh! Vaya. Bueno. No pasa nada. —Dice algo entristecido. —Lo entiendo. Después de lo del otro día entiendo que no te apetezca Giselle...

—¡Gigi! —Digo con suavidad. Le oigo soltar una risilla. —Claro que me apetece, papá. —Digo con ternura. Lo cierto es que haberle visto el otro día me había hecho darme cuenta de lo que le echaba de menos. —Solo es que hoy no puedo. Tengo que ir a cubrir un evento como periodista, para una columna de la revista. Es muy importante, no puedo faltar.

—¡Eso es maravilloso! —Dice él. —Tú trabajo es lo principal. —Añade.

—Sí. Tengo que contarte muchas cosas papá. ¿Qué te parece si cenamos mañana? —Propongo. Realmente tengo ganas de verle a solas y contarle todo lo que ha pasado en mi vida estos últimos años. Incluso lo de Piero. Seguro que se va a reír muchísimo con esa historia. Antes solía contarle absolutamente todo. Hasta que llegó Rose y dejó de tener tiempo para mí.

—Eso sería increíble. —Dice. —Mañana nos vemos entonces.

—Hasta mañana. —Respondo y después cuelgo.

Entonces me doy cuenta de que he estado hablando todo este tiempo con mi padre llevando simplemente un sujetador con transparencias y unas braguitas de color rojo. Menos mal que no me ha visto. Me sonrojo al pensarlo. ¡Qué vergüenza!

El resto de la tarde la paso probándome modelitos que ya tenía en el armario y otros tantos que he acabado comprándome durante la semana. Cuando por fin me decido por un vestido gris, entallado alguien llama a la puerta. Son las siete. ¡Qué raro! No he quedado con Kate hasta las ocho y cuarto. Al final conseguí una invitación más para que ella pudiera acompañarme. Esa noche necesitaba refuerzos conmigo.

Abro la puerta y es un repartidor.

—¿Giselle Greene? —Dice el señor barrigudo que trae una enorme caja entre sus manos.

—Sí. Soy yo. —Digo extrañada. No he pedido nada últimamente, o al menos que recuerde. Quizás sea algún paquete perdido de esos de páginas asiáticas que nunca me llegó.

—Firme aquí. —Dice señalando un recuadro blanco en la hoja de reparto.

Obedezco. Cojo la caja y la meto a casa con dificultades. ¿Qué narices será? Puede que sea aquel disfraz de carnaval de Wilma Picapiedra que nunca llegó. Soy pelirroja, ¿de qué esperáis que me disfrace?

La pongo sobre la mesa del salón y la abro. Un papel de seda azul, recubre lo que hay en su interior. Estos asiáticos se lo curran mucho. El disfraz no debió costarme demasiado porque ni reclamé su pérdida. Quito el papel y lo que veo no es precisamente un disfraz. ES un precioso vestido de color crudo. Lo saco fascinada y un sobre se cae al suelo. Lo cojo. Es una nota de Ian. ¿De quién iba a ser si no?

"No podía dejar que vinieras al showroom sin una prenda de Monky. Este vestido es uno de los que Steve Ray ha diseñado para la colección. No puedo esperar a vértelo puesto. Ni mucho menos a quitártelo yo. Nos vemos esta noche. Un saludo, Ian Graham."

En estos momentos tengo un torbellino de sentimientos en mi interior. Por una parte no quiero ponerme el vestido para darle en las narices a ese mujeriego y perfecto Graham que parece tener siempre todo bajo control. Pero por otra, miro el vestido y me muero de ganas de ponérmelo. Tengo que reconocer que es precioso. Nunca había tenido algo así. El cuerpo del vestido tiene cuello barco y manga larga. Está cubierto de pequeños flecos en las mangas y la tela es una especie de encaje precioso y delicado. La falda plisada parece llegar a media caña.

Me lo pruebo. Es justo mi talla. ¿Cómo ha sabido qué talla tengo? Reconozco que estoy tremendamente bien dentro de él. Por suerte, tiene un forro lo suficientemente grueso para que mi ropa interior de colores inusuales, no se transparente.

¿A qué narices juega Ian? Me voy a poner su vestido, sí. Pero él no va a ser precisamente quien me lo quite. Si quiere guerra la va a tener.

Completo el look con unas sandalias de tacón y rezo para que mis pies, no acostumbrados a esas alturas, aguanten toda la noche. Me dejo el pelo rizado, aunque con una onda más ancha que retoco con el rizador. Labios rojos, un poco de rímel y ¡lista! Me encanta el resultado. No puedo esperar a que Ian me vea así, pero se dé cuenta de que no puede ni tocarme. Porque yo sé que juega a dos bandas. Pienso desenmascararle.

Llaman a la puerta de nuevo. Ahora sí son las ocho y cuarto. Espero que esta vez sea Kate. No quiero más sorpresitas.

—¡Guau! —Dice al verme. —Con ese vestido me gustas hasta a mí. —Añade.

—¡Tú tampoco estás mal! —Digo. Kate siempre va estupenda. Ella ha elegido un vestido ceñido y de corte más tradicional, de color negro.

—¡Vamos a romper ese showroom! —Dice. —Tienes que escribir el mejor artículo del siglo. —Me recuerda. Parecía haber olvidado que la misión del evento era escribir junto con Kristen un artículo decente que pudiera ocupar la nueva columna de moda de la revista y no vengarme de Graham por utilizarme. Si es que realmente lo había hecho. Aún no estaba segura de nada.—¿Nos vamos?

—Dame un segundo. —Digo. Aún tengo que coger un par de cosillas, para dar por terminada la fase de preliminares, en la que se había convertido esa tarde.

Agarro mi bolso, meto la grabadora, una libreta, un par de bolis y un pequeño cuaderno en el que había hecho algunas anotaciones sobre los invitados, la nueva colección cápsula de Steve Ray para Monky y mis investigaciones sobre el diseñador. Quería estar bien preparada para poder improvisar.

—Estoy lista. —Digo entonces. Y salimos para dirigirnos al lugar donde la noche daba comienzo.

¡Que empiecen los juegos del hambre!

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