23. Té y muchos pepinillos
—¿Está bien, Señorita Greene?
—¡Me llamo Gigi! —Digo. Ian suspira.
—Estoy hablando en serio. Te has quedado pálida.
—Es mi padre. Algo le ha pasado. ¡Y la engreída de su mujercita me cuelga sin decirme qué ocurre!
—Tranquilízate. Quizá no quiera asustarte.
—¡Pues así me ha asustado más! Tengo que ir a ver qué pasa. —Digo con cierta frustración. —¡Como si no tuviera bastante con lo de tener que trabajar con Kristen! ¿Puede pasar algo peor hoy?
Ian suelta una risita.
—Hay huelga de transporte.
—¿Qué?
—Que los autobuses hoy tienen servicio mínimo.
Vuelvo a poner cara de póker. El maldito Ian Graham sabe que no tengo coche.
—Mátame ya y acaba con este sufrimiento. —Digo mientras me echo las manos a la cara en gesto de indignación. —Tomaré el tren. Mi padre vive a las afueras de Klein. No tardaré mucho.
Ian mete su mano en el bolsillo, saca las llaves de uno de sus coches y las balancea frente a mi cara.
—No sé en qué estás pensando Ian pero no vas a llevarme. Además, estás entreteniéndome. Aparta. Tengo que ir a ver qué ha sucedido. —Exclamo mientras me hago paso hacia el ascensor. Por suerte la reunión se ha alargado hasta el fin de mi turno y me puedo ir sin tener que pedirle permiso a los jefes.
—¡Gigi! ¡No seas testaruda! —Dice Ian tomándome del brazo. —Si vas en el tren sola, irás pensando todo el camino mil cosas horribles que probablemente no le hayan pasado a tu padre. Déjame llevarte. No tengo nada que hacer esta tarde.
Por una vez en la vida Ian parece tener sentimientos. Puede que incluso sea buena persona. Pero ir con él sigue sin parecerme la mejor de las ideas. Ya va a ser bastante incómodo presentarme allí después de tantos años sin ver a Rose y a papá, como para encima tener que explicarles quién es Ian.
—Te lo agradezco mucho Ian, pero no quiero causarte ninguna molestia. Mi relación con mi padre y mi madrastra malvada no es la mejor del mundo y no quiero que te sientas incómodo.
—Me quedaré fuera si hace falta pero te voy a llevar, digas lo que digas. No hay más que hablar. Soy aún más terco que tú, Greene.
—Está bien...—Digo mostrando rendición. Así llegaré antes y al menos no estaré dándole vueltas a todo mientras vamos de camino.
Bajamos al parking. Nunca había estado allí. Los que venimos en transporte público no solemos bajar tan abajo. Nos dirigimos hacia su coche. Es el mismo con el que me llevó la noche que quedamos en el Brixton.
Me abre la puerta demostrando una vez más lo caballeroso que es cuando quiere. Me hace un gesto de ánimo al ver mi rostro entristecido y mete uno de mis mechones detrás de la oreja mostrando cariño. Yo, le fulmino con la mirada a cambio. No se me da bien lo de ser amable cuando estoy enfadada.
Ian se sube a su asiento y ponemos rumbo a casa de mi padre. Al principio, el camino es más silencioso de lo que imaginaba. Esperaba que Ian me hubiera hecho mil y una preguntas de mi relación con mi padre, pero no. Se ha mantenido prudente y en silencio.
De repente, su mano se mueve lentamente hacia la radio. La enciende e introduce un pen drive.
—¿Te gustan los Rolling? —Pregunta.
—Qué clásico. No esperaba menos de ti. —Digo algo divertida.
Le miro, me sonríe y pone una de las canciones: "Satisfaction". Y comienza a cantarla a voces al ritmo de la música.
—"I can't get no, satisfaction, I can't get no, satisfaction!"
Una carcajada de los más profundo de mi ser inunda el coche. ¿El recto y estirado Señor Graham cantando y haciendo cosas divertidas? ¡Increíble!
—"Cause I try and I try and I try..." —Continúo.
—"When I'm driving in my car, and the man come on the radio..." —Sigue él.
No puedo quitarle ojo de encima. Aún no me creo lo que estoy viendo. Ian canta sin ningún remordimiento, lo hace fatal y no puedo parar de reír. Agita su cabeza de un lado a otro y su pelo castaño deja ver aún más sus reflejos dorados con la luz del sol. Ha conseguido que deje de pensar en todos mis problemas por un instante y que disfrute.
La canción termina. Nos miramos y sonreímos.
—Gracias. —Digo.
—¿Por qué? —Pregunta.
—Por traerme y por hacer que deje de pensar en todo lo que me viene encima. Llevo cinco años sin ver a mi padre.
—Tranquila. Todo va a salir bien.
Miro por la ventana y me muerdo el labio. En realidad quiero contarle a Ian todo lo que se me pasa por la cabeza en este momento pero quizás, él no quiera escucharlo. Al fin y al cabo no somos nada, no somos ni si quiera amigos. Él ya me dejó claro que solo quiere divertirse, así que no creo que escuchar los problemas de alguien insignificante sea su mayor deseo.
Asiento con la cabeza.
—No tienes que contarme nada si no quieres pero entiendo que después de lo del artículo y todo esto, estés nerviosa. Puede confiar en mí, Señorita Greene... —Dice arrastrando las dos últimas palabras, para provocarme.
Ya ni si quiera tengo ganas de reñirle por no llamarme Gigi.
—Graham, no hace falta que finjas interés. Tranquilo, ya bastante haces llevándome.
—No lo finjo. Me importas.
¿Le importo? ¡Venga ya! ¡Que vaya a engañar a otra! No digo nada ante esa gran mentira.
—Aunque parezca mentira...—Continúa. —Te he cogido cariño...Gi..Gigi. —Dice.
¡Esto ya es la bomba! ¿Es una declaración?
—¡Vaya! ¡Te estás ablandando! —Le digo con cierta sorna.
—Venga, cuéntamelo. —Ruega.
—Cotilla. —Digo.
—Sabes que no. Y sabes que odio preguntar. Que prefiero que las cosas salgan fluidas. Pero no estás bien y necesitas hablar Giselle...
Este Ian Graham que está conduciendo no es el mismo que he conocido. ¿Quiere alguien devolverme al original? Aunque, lo que más me asusta es que realmente no me disgusta esta versión de él...
Suspiro.
—Es complicado Ian. Rose, la mujer de mi padre y yo no nos llevamos nada bien. Me fui de casa cuando la convivencia se volvió insoportable, y ella es la culpable de que mi padre y yo no nos veamos. No tengo ninguna gana de verla hoy. Pero lo que más me preocupa es que le haya pasado algo grave a él. Nunca me perdonaría no haber estado ahí los últimos cinco años...—Digo casi sollozando. Tomo aire y me calmo.
—Seguro que está bien. Además, no me puedo creer que no puedas con esa tal Rose. Giselle, eres la persona más terca que conozco.
—Porque no la conoces a ella...—Sentencio.
Al fin, llegamos a la casa de mi padre. Aparcamos en la puerta. Todo parece estar igual que cuando me marché en el patio delantero. La valla de madera blanca en perfecto estado y los setos recién cortados. Mi padre debe estar bien porque es él quien se encarga de tener todo en perfecto estado. Era y es un manitas.
Tomo aire y me bajo del coche. Ian me acompaña y llamamos al timbre.
—¿Quieres que entre? O ¿Prefieres que espere fuera? —Dice.
—Entra conmigo, por favor. Así Rose se cortará un poco. O eso espero.
—De acuerdo.
De repente la voz estridente de mi madrastra malvada se oye desde el otro lado de la puerta.
—¡Voy! ¡Ya voy!
Los ladridos de Pickles acompañan su voz. ¡Como echaba de menos a mi perrito! No sabía si mi viejo Beagle aún seguiría en la casa. Un nudo se me forma en la garganta.
La puerta se abre y el perro sale a recibirnos en primer lugar. Al principio no parece reconocerme, pero al instante se abalanza sobre mí como si no hubiera pasado nada de tiempo desde la última vez. Comienza a lamerme y a mover el rabo en señal de alegría.
—¡Pickles, mi chico! —Digo al acariciarle. —Te he echado de menos.
—¡Toby, dentro! —Ordena tajante Rose. El perro al oír su voz para en seco y se mete con las orejas gachas al interior de la casa. —¿Aún sigues llamándole Pickles? Pepinillos nunca fue un buen nombre para un perro Giselle... —Añade. Rose siempre ha hecho todo cuanto estaba en su mano por fastidiarme, incluso cambiarle el nombre a mi perro...
Alzo la vista aún desde el suelo y me levanto al verla.
—Hola Rose...Yo también me alegro de verte. —Miento.
Esa señora horonda y vestida de flores rosas asiente con la cabeza, y después la gira hacia Ian.
—Este es Ian. —Digo, sin dar más explicaciones. No tengo ningunas ganas de hablar con ella. —¿Dónde está papá? ¿Qué ha pasado?
Rose saluda con cierto coqueteo a Graham. En ese momento quiero cortarle la mano, pero la Giselle pacífica de mi interior me grita que me relaje.
—Pasad. Está en el salón.
Cuando oigo esa última frase, respiro tranquilizada. Si está en el salón, no será nada grave. Entramos en casa. Al contrario que el jardín delantero, todo está cambiado. Los muebles y la disposición son los mismos pero todo está cubierto de figuritas terroríficas de ángeles y muñecas con cierto estilo creepy y hortera a la vez. Estoy segura de que todo eso ha sido obra de Rose y que lo único que papá ha podido conservar ha sido el jardín, que es su gran pasión.
Paso al salón y ahí está el viejo Fred. En su sofá de siempre, con su camisa de cuadros azules y su barba blanca perfectamente arreglada. El corazón se me encoje.
—¡Giselle! —Exclama con clara emoción.
—Hola, papá. —Respondo. Entonces me fijo en su pierna. La tiene vendada hasta la altura de la rodilla y tiene unos rasguños amoratados en el lado izquierdo del rostro. —¿Qué ha pasado? —Pregunto.
—Tu padre ya es un viejo torpe y cascarrabias. No es nada nuevo. Le dije a Rose que no te asustara. Sé que estás siempre ocupada trabajando y no hacía falta que vinieras. Pero se empeñó en que vinieras.
Creo que es lo único en todos los años que conozco a Rose, que puedo agradecerle. Realmente creo que ha llegado el momento de que nos volviéramos a ver después de tanto tiempo y aunque no sea nada grave, me alegro de haber venido, porque me he dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a mi viejo Fred.
—Tomad asiento. —Dice papá, moviendo el brazo lentamente para señalar el sillón libre.
—Frederick, te he dicho mil veces que no tienes que hacer esfuerzos. —Dice Rose. —Sentaros, prepararé algo de beber y comer. —Al menos así estará entretenida un rato y nos dejará solos.
Asiento con la cabeza y me coloco en una esquina del sofá. Ian se queda de pie esperando.
—¡Oh! Este es el Señor Graham, papá. Un compañero de trabajo que se ha ofrecido a traerme hasta aquí. Le estoy muy agradecida.
—Buenas tardes, Señor Greene. —Dice Ian dándole la mano a mi padre.
—Hola, hola. Siéntate. Eres bienvenido. —Responde papá.
—Gracias. —Dice Ian antes de tomar asiento.
—Estoy muy feliz de que estés aquí Gigi...—Papá nunca me llamaba Gigi. Él siempre prefería Giselle y le encantaba hacerme de rabiar cuando le decía que me llamara de la otra forma. —Te he echado mucho de menos. —Dice claramente emocionado. Nunca le había visto así.
—Yo también Fred. Pero veo que las cosas siguen igual por aquí. ¿Qué te ha ocurrido?
—Me resbalé mientras arreglaba el tejado. Ya estoy mayor para andar escaleras arriba, escaleras abajo. Un par de huesos rotos y unos cuantos hematomas, eso es todo. Pero ya sabes como es Rose, se piensa que me voy a morir y por eso te ha llamado. Pero aún me queda mucha guerra por dar. —Dice soltando una risilla.
No puedo evitar sonreírle.
—Me había asustado. Pensé que te había ocurrido algo más grave. Rose me colgó sin explicarme nada.
—Si te hubiera explicado algo, no hubieras venido. —Dice. Y sus palabras me taladran el alma, porque tiene razón. Soy demasiado orgullosa.
De repente Pickles se sube al sofá y se me tumba en las piernas. Sigue pareciéndome increíble que aún me recuerde. Ian le acaricia con ternura.
—Gracias por traerla, Señor Graham. —Dice Fred.
—No hay de qué, Señor Greene. Tiene una hija muy terca.
—¡A mí me lo va a decir! —Dice papá. —Cuando tenía 10 años se empeñó en que tenía que ir al colegio con unos viejos pantalones amarillos, llenos de agujeros, todos los días y fui incapaz de que se los quitara en algo más de un mes. Hasta que empezó el invierno y tuvo frío. Si su madre hubiera estado todo hubiera sido más fácil, tenía más genio, pero conmigo hacía lo que quería... —Dice con nostalgia.
Ian sonríe.
—Ya sabemos de quién sacó el carácter. —Añade.
Hablar de mi madre me hacía temblar. No quería escuchar nada sobre ella porque era el único tema en el mundo que me hacía llorar desconsoladamente durante horas.
—He visto el jardín delantero. Sigue tan perfecto como siempre. —Digo cambiando de tema, a propósito. —Nunca he sabido cómo consigues que todo esté tan frondoso y verde. Yo solo tengo un cactus en casa y siempre está seco. —Digo riendo.
—Querida, cuidar de los demás no ha sido nunca tu fuerte. —Dice Rose por la espalda, mientras entra al salón con una bandeja medio barroca con tazas de té cargadas de motivos florales y un platito con pastas. Sigue igual de antigua. ¿Acaso no tiene una simple Coca-Cola?
Me muerdo la lengua para no armar bronca nada más llegar, pero su comentario ha estado totalmente fuera de lugar. ¿Qué insinúa? Si no he cuidado de mi padre es porque ella no me ha dejado. Ian nota mi tensión y pone su mano sobre mi antebrazo, tranquilizándome.
—¿Quiere té Señor Graham? Es té rojo, muy diurético. —Puntualiza coqueta. ¡Como no pare de hacer eso, voy a agarrarle de los rizos!
—¡Oh! De acuerdo. Tomaré un poco. Gracias.
Rose sirve el té a Ian, llena otras dos tazas, una para papá y otra para ella, y deja la tetera en la bandeja. Sin ofrecerme a mí. Esto es el colmo.
Ian toma la tetera y me sirve una taza.
—No te molestes, querido. A Giselle nunca le ha gustado el té. Ella toma cosas raras de esas. ¿Cómo se llama? ¿Robas, rooibos?
Inspiro hondo. Creo que me estoy haciendo herida en la lengua.
—Rooibos, sí. —Dice Ian. —Es té sin teína.
—Hay un par de refrescos en la nevera. —Dice Fred. —Puedes cogerlos, Giselle.
—Tranquilo, papá. Tomaré té. —Digo. ¡A ver si con un poco de suerte no me enveneno!
—¿Sabe que su hija es una de las mejores redactoras de la revista? —Dice Ian de repente. Supongo que querrá apaciguar un poco la situación. —Acaban de ofrecerle una nueva columna sobre moda. Va a hacerlo genial.
—No sabía nada. —Dice Fred. —La última vez que hablamos estabas estudiando el máster de moda. Es una noticia increíble. Siempre supe que serías la mejor. ¿Tú también eres redactor Graham?
—No, no exactamente. Soy accionista de la revista.
—¡Oh! ¡Vaya! ¡Un pez gordo! Ya te dije que tu hija tenía talento Frederick. —Dice Rose con la boca llena mientras engulle su tercera o cuarta pasta. —Sabía que podría mantenerse sola...
—Basta Rose...—Dice papá.
No me puedo creer lo que acaba de decir esa horrible mujer. Está insinuando que soy una busca fortunas.
—Señora Greene...—Dice Ian mientras vuelve a agarrarme del brazo, para pararme. —Giselle tiene mucho talento y sabe cuidarse muy bien sola. Solo somos buenos amigos. Está claro que aprendió mucho de su padre.
No aguanto más. Estoy a punto de reventar. Mi padre me mira pidiéndome paciencia, pero esto mismo es lo que hizo que me largara de casa. Pensé que podría haber cambiado pero al parecer todo, absolutamente todo, sigue igual.
—Papá, creo que deberíamos cenar un día juntos y hablar de todo lo que ha ocurrido en este tiempo. La verdad que Ian y yo tenemos un poco de prisa. Además, la casa aún huele al estofado rancio que Rose siempre prepara. Estoy segura de que estarás deseando volver a comer en el italiano al que siempre íbamos los jueves...—Digo, intentando ofender a la desquiciada engulle-galletas que tenemos sentada al lado.
—Niña, mi estofado es el mejor. A tu padre le encanta.
—No lo dudo. —Digo levantándome. —Se está poniendo igual de gordo que tú. Llámame cuando te encuentres mejor papá e iremos a cenar.
Pickles e Ian me siguen hasta la puerta.
—Ha sido un placer, Señor Greene. —Dice Ian. —Rose. —Añade haciendo un gesto con la cabeza.
Salimos de allí y me monto en el coche sin mirar atrás. Me he quedado corta para todo lo que tenía que decirle a esa bruja estirada. Quiero gritar y salir corriendo de allí. Ian sube al coche me mira y me da el abrazo más reconfortante que me habían dado en los últimos meses, en los que mi vida estaba llenándose de caos.
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