21. Ascensores
El maldito ascensor sigue sin subir y empiezo a impacientarme. No quiero cruzarme con Ian ni el resto del Comité a la salida del despacho. Además tengo que ir a buscar a Eleanor, para agradecerle todo lo que ha hecho por mí y para ver si necesita algo después del mal rato que ha tenido que pasar, a lo que no está acostumbrada.
También estoy deseando ver a Max y contarle todo. Me hubiera encantado que hubiese podido estar allí para verlo todo desde primera fila, aunque no estoy muy segura de qué lado se hubiera posicionado. Pensar que le gusta la engreída de Kristen me eriza el pelo de todo el cuerpo.
Por fin las puertas se abren. Miro detrás de mí para asegurarme de que nadie ha salido aún de la sala de reuniones y así poder respirar tranquila por no tener que compartir el ascensor. Entro y pulso la tecla del piso de las oficinas de edición para volver a mi cubículo y me quedo mirando cómo se cierran las puertas lentamente. Cuando sólo quedan unos diez centímetros para que ambas se toquen, veo salir a Graham de la sala. Mi corazón se pone a mil y en mi fuero interno le grito a las puertas animándolas a continuar rápidamente y completar el cierre. Graham corre hacia el ascensor y mis ojos lo ven pasar todo a cámara lenta como si fuera el fin de mis días. En un movimiento ligero y casi de ninja, Ian consigue meter su mano en la mínima rendija que existe entre ambas puertas y el sensor, que siempre está roto en todos los ascensores del edificio, milagrosamente responde abriéndolas.
Mi cara de póker me delata. Ian entra al ascensor y pulsa el botón del piso bajo, donde está la salida. Las piernas me tiemblan y por primera vez en la historia de la humanidad Gigi Greene no sabe qué decir.
Ian se aclara la garganta. Le miro de reojo aún en pánico y él gira su rostro hacia mí.
—Eres increíble Giselle.
—¿Eso es bueno o malo? —Titubeo.
Ian se ríe.
—¿De verdad me estuviste espiando en el partido? —Pregunta casi halagado. Su maldito ego le delata.
—¡Pues claro que no! Tenía cosas mejores en las que pensar.
—Quién lo diría. —Dice sarcástico.
¡Oh no! No pienso aguantar esta conversación. Me niego a escuchar a Graham justificándose en vano sobre por qué estaba ahí con un ángel. De Victoria's Secret, claro. No uno de verdad. Que por otra parte, no es de mi incumbencia. Él y yo no somos nada. Ni si quiera hemos tenido una cita de verdad. Fue una no-cita. Y estos son unos no-celos y una no-atracción. Bueno eso último puede ser algo mentira. Pero es que siempre está tan guapo y tan jodidamente sexy, que es difícil resistirse.
—Me ha encantado tu artículo. Aunque no contrastes tus informaciones, se te da bastante bien esto. —Dice casi susurrando en mi oído. Me estremezco.
—No hace falta que me hagas la pelota Ian. Puedes enfadarte y decirme lo que piensas realmente. De hecho, deberías hacerlo. Me encantaría escuchar que te ha molestado que ponga todo eso y cuente delante de la redacción con quién te ves.
—¿Te pone verme enfadado? —Dice con tono sugerente.
—¡Deja de soñar! —Digo algo indignada.
Ian se gira y pulsa el botón de emergencia. El ascensor se para, me empuja contra la pared de forma delicada y pone sus dos brazos a ambos lados de mi cuerpo para impedirme el paso.
—¿Estás loco? ¿Qué haces? —Le grito.
—Reconoce que estás celosa. —Dice casi con una sonrisa.
—¡No estoy celosa!
—¡Sí lo estás! —Dice clavando sus ojos en los míos. Joder. Es que es muy guapo. ¿Cómo voy a resistirme?
—Para tu información, Señor Graham, no me gustas. —Miento. ¡Venga ya Gigi! ¡No te lo crees ni tú misma! —Nuestra relación es meramente profesional. —Digo parafraseando su excusa de antes, con cierto retintín. —Tú mismo me lo dejaste claro, así que me da igual con quién salgas.
Ian sigue atravesándome con esos ojos saltones. Se pasa la lengua por el labio y se lo muerde.
—Deja de mentirte a ti misma y de pensar en todo. ¿Por qué no disfrutas y haces lo que te apetece en cada momento?
De repente la voz de Julian el de mantenimiento empieza a sonar por el altavoz del ascensor.
—Buenos días, ¿qué ocurre? ¿habéis pulsado el botón? —Dice.
—No pasa nada Julian. —Digo. —El Señor Ian Graham lo ha pulsado accidentalmente con su enorme ego...digo trasero. Pon en marcha de nuevo el ascensor por favor.
—Marchando. —Dice entrecortado.
Miro a Graham que sigue sonriendo y moviendo la cabeza de lado a lado. Le aparto los brazos y me libero. Pero en otro de sus rápidos movimientos de ninja me retiene de nuevo entre sus brazos, acerca su rostro al mío y me susurra:
—Giselle, déjame que te haga disfrutar...
En ese momento el pulso se me acelera. Noto el aliento de Ian muy cerca de mi piel y me vuelvo a estremecer. Tiene el poder de hacer que mi cuerpo lo haga irremediablemente cada vez que le veo. Sé que no buscamos lo mismo. Que él solo quiere que seamos amigos con derechos. Y yo. Yo no sé lo que quiero. Solo sé que en estos momentos lo único que mi cuerpo me pide es que le bese, así que me armo de valentía, le rodeo el rostro con mis brazos y lo hago. Noto sus labios carnosos sobre los míos y me encanta. Mueve su lengua rápidamente contra la mía. Nuestras narices chocan la una con la otra y sus fuertes brazos me aprietan la cintura contra su cuerpo.
Entonces empiezo a notar algo dentro de sus pantalones. ¡Ay madre mía! ¿Pero qué tiene ahí? Espero que sólo sea uno de esos teléfonos enormes de última generación porque si no, me temo que Ian Graham no es de este mundo. O al menos, no lo parece. Le suelto cuando las puertas del ascensor empiezan a abrirse. Me mira, me sonríe victorioso y se aparta para dejarme salir. Me atuso el pelo, me coloco un poco la ropa y me marcho.
—Buenos días, Señor Graham. —Digo al salir.
Las puertas del ascensor se cierran y empiezo a comprender lo que acaba de ocurrir. Gigi Greene, definitivamente has perdido la cabeza. He dejado que Ian Graham gane la partida. Ahora pensará que estoy de acuerdo con su plan perverso de seducción y sexo sin compromiso. Y no es que la idea me disguste del todo. Solo que no puedo dejar que gane así, tan fácilmente, después de sus idas y venidas sin sentido.
Intento recomponerme para afrontar el día tan intenso que me queda por delante. Me dirijo hacia mi cubículo para buscar a Max y contarle todo lo ocurrido, pero lo que me encuentro al llegar supera todas mis expectativas.
Kristen está allí, gritándole a Max como una loca. ¿Pero qué narices ocurre aquí?
—¡Todo es tu culpa! ¡Voy a perder el puesto por tu culpa Max! ¡Sabía que no podía confiar en ti! ¿Cómo he podido ser tan tonta de fiarme del mejor amiguito de mi rival? Pensaba que eras un buen chico. Me has decepcionado. Estoy segura de que lo has hecho todo por esa ridícula y hortera de Giselle, con su ridículo pelo rojo y sus zapatos de segunda mano! —Dice Kristen.
—¡Oh sí! ¡Esa soy yo! —Digo al llegar. Nadie había notado mi presencia. —Y los zapatos me los compré en las rebajas de Asos, no son de segunda mano.
Kristen me mira con ojos endemoniados y a punto de la explosión. Suelta un grito de rabia, llanto y dramatismo y se va.
—¿Me puedes explicar qué mosca le ha picado a esta ahora? —Le digo a Max, que está francamente afectado.
—Verás yo...hice algo que...que...—Dice casi entre lágrimas.
—¿Qué has hecho Max?
—Kristen me pidió que fuera a comprar la sudadera a Monky para dársela a Jessica Alba, aunque luego se la llevamos a Betty, después de que el plan de Los Ángeles fracasara. Y como en el fondo quería que tú ganases, pensé que era buena idea comprarla en otra tienda. Sabía que ella ni si quiera se molestaría en comprobar que fuera de allí. Me dijo que le parecían tiendas de bajo nivel para ella...
—¿Qué? —Pregunto sorprendida y algo emocionada.
Sabía que mi amigo no me fallaría. Aunque el plan de Los Ángeles hubiera salido bien, Max había tenido un as en la manga todo este tiempo. Quiero besarle, abrazarle y no soltarle nunca. Me abalanzo sobre él y lo hago.
—Gracias Max. Eres el mejor. —Le digo.
—Lo sé. Pero mira de lo que me ha servido. Tú eres sólo mi amiga y Kristen ya no va a ser nunca nada.
—¡Oh vamos Max! ¡Te dije que esa arpía no te merece!
—Está bien. Al menos dime que ya has ganado.
—¡Qué va! Aún no es seguro. Con tu ayuda, su artículo ha restado muchos puntos pero el mío era complicado de superar... Aunque he de decir que a Ian, contra todo pronóstico, le ha gustado.
—¿De verdad? Ese tío es muy raro. Más incluso que yo.
—Sí...—Digo con la boca pequeña, recordando lo sucedido en el ascensor.
—¿Y qué ha dicho el resto?
—Estaba la cosa muy igualada. Deberías haber visto la guerra entra Bárbara y Eleanor... Ha sido impresionante. De hecho debería ir a ver qué tal se encuentra. Me ha defendido con uñas y dientes frente a la Barbie.
—De acuerdo. Luego me cuentas todo con pelos y señales.
—Cúbreme. No tardaré mucho.
Voy a ver a Eleanor que está bastante afectada con la reunión y le agradezco mucho su ayuda. La mañana transcurre con normalidad. Acabo un par de correcciones y preparo el trabajo de la semana. Después vuelvo a casa para descansar. Me espera un día duro mañana: la elección de la redactora de la columna y volver a cruzarme con Ian. Todo un desafío.
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