10. Esto es la guerra

Llego a la oficina odiando más que nunca mi trabajo, a mis compañeros y mi mala suerte. Estoy perdida, va a ser imposible encontrar un plan mejor que el de Kristen en tan solo una semana y escribir un artículo digno de la victoria.

Quizá debería hacer caso a Max y confiar en mi talento y mi verborrea para intentar vender como la mejor, una foto de un anónimo por las calles de Klein. Al fin y al cabo, tenía razón, y debía ser un juego limpio. 

Llego a mi cubículo desesperanzada y con unas ojeras tan grandes que Max parece confundirme con algún tipo de animal. 

—¿Gigi? ¿Estás bien? —Pregunta.

—Sí Max, digo quitándole el café que tiene como siempre en la mesa auxiliar.

—¡Ey! —Dice para pararme. —Eso es mío.

—Yo voy a necesitarlo más. 

—Tienes mala cara. —Dice algo compasivo.

—No he dormido nada. No podía parar de pensar qué hacer para la columna. Quiero impresionar a Ian y a Hallway pero no puedo competir contra Jessica Alba...

—Tranquila Gigi. El partido de los Lakers es el jueves. Aún tenemos esta tarde y mañana para pensar en algo y que pueda hacerte alguna foto. 

—¡Oh! Genial. Me encanta la presión...—Digo irónica. —He pensado muchas opciones: comentar el último y peculiar desfile de Thierry Mugler, hablar sobre los estilismos de las famosas en la alfombra roja de los Oscars, incluso sobre el nuevo traje de tofu de Lady Gaga.

—¿Un traje de tofu? 

—Sí, ahora todas las famosas están con el hashtag  #GoVegan y tenía que compensar aquel fatídico vestido hecho de filetes. Al menos este olerá mejor...

—Es patético.

—Mucho. 

—Aunque es el más impactante.

—Sí pero lo sacó hace una semana. Todas las revistas ya se han hecho eco... En fin, vuelvo a mi cubículo del inframundo a auto-castigarme por mi falta de imaginación y de contactos...

La mañana transcurre con normalidad. Corrijo y corrijo puntos y comas de varios artículos para la tirada de la semana que viene. Max sigue editando fotos. ¡Como odio la rutina! Además no paro de darle vueltas al artículo, a Ian, a Kristen y al tofu. ¿Y si le envío a Gaga un bote de salsa de soja?

Empiezo a desvariar. También a sentir cierto hormigueo en las piernas de estar sentada casi tres horas seguidas en esta incómoda silla de oficina barata. Miro el reloj de la esquina inferior de la pantalla de mi ordenador y veo que es la hora de mi descanso de media mañana para almorzar. Me levanto de la silla y le digo a Max que si quiere acompañarme.

—Llevo intentando retocar esta foto casi una hora. Me han dicho que tengo que ponerle más celulitis a Beyoncé, pero a parte de que va contra mis principios, es imposible. Es que parece que le estoy dibujando papel de burbujas en el culo. Y a cantidades industriales, porque... —Responde.

—Es enorme. —Digo riendo. 

—Ey, es grande, pero a mí me encantan las curvas...

—De acuerdo. No sigas. —Advierto. —Me bajo a la cafetería a por algo de comer.

—Genial, te alcanzo en diez minutos.

Voy hacia el pasillo para bajar. Por suerte el ascensor está vacío. La cafetería de las oficinas del edificio de la OMG es siempre un sitio interesante para pasar el rato de descanso, teniendo en cuenta que ahí se manejan todos los cotilleos de la zona, y no me refiero a los de la farándula, sino a los de los propios trabajadores de la revista.

Henri, el camarero siempre me pone al día cuando le pido mi té rooibos con leche de soja y canela. Dice que soy la única en el mundo que pido eso a media mañana, el resto andan absorbiendo hasta la última gota de café de la vieja cafetera para no dormirse por los pasillos. Aunque de vez en cuando yo también necesito mi chute de cafeína, hoy no quiero ponerme más nerviosa de lo que ya estoy, además esta mañana le he robado el café a Max.

Me pongo a la fila del buffet de desayuno con mi bandeja. Cojo un par de croissants con mermelada y cuando llego a donde está Henri sirviendo las bebidas le pido mi rooibos.

—¡Hola Gigi! Ayer no bajaste a verme... El día no fue lo mismo sin ti. Tengo que contarte muchas cosas. —Susurra esto último por debajo de su bigote canoso. 

—Llevo unos días de locos Henri, pero hoy no podía pasar sin bajar. Estoy deseando que me pongas al día. ¡Dispara! —Le animo. Siempre me encanta escucharle. Aunque la mayoría de las veces no conozco a los implicados en el cotilleo, porque las oficinas tienen muchos departamentos, con solo escuchar la forma en que lo cuenta, me alegra la mañana. 

—Por lo visto la jefa del departamento de maquetación, la Señora Fitzgerald, ahora Señorita, porque se acaba de divorciar, ha estado engañando a su marido, ahora ex-marido, con Julian el de mantenimiento. Por lo visto se lo montaban en el cuarto de limpieza, entre escobas y fregonas. Más de una vez le he puesto yo el café y andaba algo despeinada y oliendo a algún producto químico...

—¡Oh! —Escucho asombrada. Sé quien es Julian y sea como sea esa tal Fitzgerald tiene un gusto un tanto peculiar... Julian siempre desprende un cierto aroma a sudor rancio y a tabaco mezclado con olor a limpiacristales. Pero bueno, de todos es sabido que a las mujeres nos vuelve loca un buen mono de trabajo/uniforme. A todas menos a mí claro, yo soy más de hombres trajeados. Los trajes tienen el don de hacer a cualquiera parecer interesante. Aunque, pensándolo bien, tampoco le diría que no a un buen bombero. Quizá haya sido eso. Sí ha sido eso. 

—Dicen que puede estar embarazada. De gemelos. Aunque lo dudo, porque creo que ronda ya los cincuenta años, y a esa edad las mujeres ya no podéis quedar encintas, ¿no es así? —Pregunta.

No os lo he dicho. Pero Henri, a sus casi 60 años, nunca ha conocido mujer. Él mismo me lo ha contado en varias ocasiones. Y no por falta de público, sino por falta de interés. Siempre dice que las mujeres somos demasiado místicas y diferentes y que adentrarse en un mundo tan complejo le supondría mucho estrés. Así que su conocimiento en cuanto a menopausia y embarazos es bastante limitado. 

—¿Encintas? Henri, aún usas palabras de otro mundo. Y bueno, no es imposible, pero a esa edad lo único que se cría son sofocos, cambios de humor y sequedad vaginal. Aunque esto último creo que a ella no le debe pasar. —Digo riendo. 

Henri sonríe.

—¡Ay Gigi! ¿Qué haría yo sin estos momentos? ¿Y tú te has enterado de algo nuevo?

Creo que este es mi momento para contraatacar. No suelo ser mala, pero Kristen se merece un poquito de su medicina y cualquier cosa que le cuente a Henri estará de boca en boca en menos de lo que canta un gallo. 

—Las cosas por arriba están algo revueltas, Henri. ¿Aún no te has enterado de la última? —Digo intentando generar intriga.

—No. ¿Qué ha ocurrido? —Dice entusiasmado.

—Por lo visto, Kristen Lee la redactora estrella e hija del millonario hotelero, lleva camisas y zapatos de imitación. ¡Qué aberración! ¡Ah! Y cuentan las malas lenguas que ha cogido "bichitos" ahí abajo. —Digo señalándome disimuladamente. Vale me he pasado. Me he pasado mucho. Pero es que en estos momentos la odio por encima de todas las cosas. Es mala y también se merece sufrir un poquito. Además los bulos en estas oficinas vienen y van como los trenes. Cada pocos minutos sucede algo más sorprendente que hace a todo el mundo olvidar lo anterior.

—¿Cómo? ¡Ay Dios mío! —Dice llevándose las manos a la cara. —Nunca lo hubiera imaginado. Siempre tan aseada... Pues espero que ese pobre chico con el que está desayunando hoy, se dé cuenta antes de que sea tarde... —Añade.

—¿Qué chico? ¿Ha bajado ya Max? —Pregunto asombrada.

—¿Max? ¿El rarito de edición de fotografía? ¡No! ¡Está con un apuesto caballero! Allí en la mesa del fondo... —Dice señalando a la última mesa de la cafetería, junto a las cristaleras.

Giro la cara para averiguar quién es el desafortunado y mi mandíbula vuelve a tocar el suelo como tantas veces lo ha hecho a lo largo de esta semana. Ian. Ian Graham está desayunando con la arpía. ¿Pero qué narices está ocurriendo en este mundo cruel y qué les he hecho yo a los dioses para enfurecerlos tanto? ¡Que alguien me lo explique, por favor!

—¿Le conoces? —Dice Henri.

—Sí, sí. Solo de vista, Henri. —Aclaro, no quiero contarle toda la historia. —Toma, cóbrame. —Digo sacando unas monedas del bolsillo de mi pantalón. —Gracias por todo. 

—Gracias a ti, bella dama. —Se despide guiñándome un ojo.

Cojo la bandeja de los raíles de metal de la barra y me dirijo hacia esa mesa. Esto no se va a quedar así. Pienso enterarme de qué va todo esto. No voy a permitir que le haga la pelota al hombre con el que tuve una cita, o bueno, una no-cita pero al fin y al cabo cita. Pienso contraatacar.

Esto es la guerra...







Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top