Parte II
Apreté la mandíbula ante la impotencia que esa situación me causaba. La socarrona mirada del agente —que reconocí como el mismo que me despreció la noche anterior en la celda— escudriñaba mis facciones, tratando de desacreditar cada uno de los argumentos con los que trataba de defenderme.
—Quiero que me diga la verdad, ¿por qué mató a su prometida? —Golpee la mesa con los puños ante la insistencia del policía.
—Le repito que yo no hice tal cosa. —Me mordí el labio inferior tratando de retener las lágrimas que amenazaban con salir—. Quería —ahogué un lamento—, quiero a Emma, jamás podría hacerla algo así. —Reuniendo toda la fuerza que me quedaba traté de no derrumbarme ante la mirada del agente.
—Lo encontramos en la escena del crimen. No hay signos de forzamiento de la cerradura y los vecinos aseguran haber escuchado los gritos de un hombre dentro de su casa. —El policía se paseaba por la sala, lanzando furtivas miradas al enorme cristal que teníamos en frente, seguramente, detrás del cual habría varios agentes observando la escena.
—Llegué del trabajo y me encontré a Emma... —Mi voz se rompió al recordar su cuerpo ensangrentado.
—Hemos comprobado la hora de salida de su trabajo, es demasiado extensa. Tuvo tiempo suficiente para asesinarla. —El desprecio que desteñían las palabras del hombre me hicieron perder los nervios. Me levanté furioso haciendo volcar la silla.
—¡Yo jamás haría daño a Emma! —chillé, con todo el odio que mis cuerdas vocales me permitieron.
El policía, impasible, me examinó, para esbozar después una cínica sonrisa.
Un frío gélido recorrió la habitación en ese momento. Me froté los hombros ante la familiar sensación que me caló los huesos.
El agente contemplaba extrañado cada rincón de la sala, centrando su vista en el conducto de ventilación situado en el techo. Sin mediar palabra, salió dando un portazo.
Cuando me encontré solo, ignorando los ojos que me estarían analizando tras el cristal, coloqué cuidadosamente la silla en su sitio, y traté de tranquilizarme.
—Ayúdame... —susurré, en un tono de voz casi inaudible.
El frío se acentuó. Levanté la vista y percibí una neblina envolviendo la sala. El cristal que tenía en frente comenzó a empañarse.
Me puse en pie, sintiendo mis pulsaciones acelerarse al ver aparecer unas letras en la superficie empañada por aquel gélido humo. A mi vista le costó concentrarse en las letras que emergieron de la bruma, pero al fin, conseguí distinguirlo: CNP.
Mi mente trató de traducir el significado de aquellas letras, mientras un amasijo de sentimientos me recorría por dentro. Inquieto, comencé a recorrer la habitación.
Vi el cristal desempañarse, al tiempo que volvía a la normalidad la temperatura de la sala.
—CNP —susurré—. CNP —repetí, como si se tratase de un mantra que pudiese protegerme.
El policía que minutos antes había abandonado la sala desconcertado, entró de nuevo. Se sentó en la silla que había frente a mí, y comenzó a analizar mi extraño comportamiento.
—Mire, si confiesa ahora podemos hablar con el juez. —Una mueca divertida se entreveía de sus facciones, como si le resultase cómica aquella situación.
Negué con firmeza, tratando de buscar en mis recuerdos algo que tuviese relación con las letras que habían emergido sobre el cristal.
—No voy a admitir algo que no he hecho —sentencié, observando cómo el hombre se levantaba y se aproximaba hacia mí.
De nuevo, una sensación heladora inundó la estancia. A mis oídos llegaron unos armónicos golpes; los mismos latidos que escuché esa noche, reverberaban entre las paredes de la habitación.
La luz del cuarto comenzó a titilar, ante la perpleja mirada del policía.
Sus ojos se tornaron iracundos cuando vio la sonrisa que esbocé al sentir las pulsaciones de Emma dentro de mí. Pude observar la maldad que destilaba la mirada del agente cuando acercó su rostro al mío.
A esa distancia, logré fijarme en algo que había pasado por alto durante el tiempo que llevábamos de interrogatorio. Respiré hondo intentando calmar los violentos pensamientos que atravesaron en ese instante mi cabeza.
—Quiero hablar con otro agente —demandé, evitando mirarle directamente a la cara. Echó un vistazo al cristal y minutos después, otro policía se presentó ante nosotros.
—¡No! —exclamé al ver las intenciones del agente al abrir la puerta para marcharse. Cuando vio mi expresión, el hombre que acababa de entrar le ordenó que permaneciese en la habitación.
Traté de serenar mis nervios antes de lanzar mis acusaciones.
—¿Qué quiere decirnos? —inquirió el nuevo agente. Su semblante permitía intuir el desconcierto que mi petición había generado. Sin dejar de apretar los puños que reprimían mi ira, lancé una mirada a las siglas bordadas sobre su uniforme, que les identificaba como el Cuerpo Nacional de Policía.
—Tengo sospechas de que alguno de sus hombres ha sido el autor de la muerte de Emma. —Noté un súbito ardor recorrerme el pecho al ver estremecerse al agente que me había estado interrogado.
El otro, no pudo evitar disimular su sorpresa, revestida de cierta incredulidad.
—¿De quién cree que se trata? —dirigí mi mirada al policía, cuya mezquina mirada le había delatado, observando cómo se llevaba la mano al bolsillo del pantalón. En él, se intuía la silueta de un teléfono móvil. Ese gesto me bastó para confirmar mis dudas—. Espero que tenga pruebas que demuestren las graves acusaciones que está vertiendo sobre un agente de la autoridad.
—Si examinan su teléfono móvil encontrarán las pruebas necesarias —determiné, intentando aparentar entereza. Aunque era consciente de que me había aventurado en mis acusaciones, no cabía duda de la conexión que aquel cretino tenía con la muerte de Emma.
—¡Serás cabrón! —bramó el acusado. Tensé la mandíbula al ver la culpabilidad que reflejaba el comportamiento del policía.
Su actitud delatora también levantó las alarmas del otro agente, que tendió una mano frente al hombre.
—Javier, déjame tu teléfono. —El aludido negó, llevándose ambas manos al bolsillo.
—No tengo porqué demostrar nada a este soplagaitas. —Observé resbalar varias gotas de sudor por su frente, que trató inútilmente de limpiarse con disimulo.
—Déjamelo, acabaremos con esto cuanto antes —instó el policía. Luego, efectuó una seña con el pulgar en dirección al cristal, lo que provocó la llegada de otros dos agentes.
Javier dio un paso atrás, protegiendo el móvil entre sus palmas.
—No nos obligues a quitarte el teléfono por la fuerza —amenazó otro de los hombres que rodeaban al inculpado. Ante la nueva negativa, el más corpulento de los agentes se acercó a Javier, iniciando un forcejeo para hacerse con el teléfono. Cuando consiguió arrebatárselo, se lo entregó a otro de ellos mientras trataba de inmovilizar al supuesto asesino.
Los policías se miraron, temerosos de lo que su compañero pudiera esconder, mientras uno de ellos deslizaba los dedos por la pantalla en busca de algo relevante. No estaba muy convencido de que ese fuera el protocolo a seguir en ese tipo de situaciones, por lo que, sin duda, mi revelación les había pillado por sorpresa.
El hombre que sostenía el teléfono entre sus manos, dejó escapar un bufido al ver algo que encontró; lo que hizo instalarse un nudo en mi garganta, que comenzó a asfixiarme al ver el rostro de los policías mientras contemplaban las imágenes. Puesto que el móvil estaba en volumen, por la estancia comenzó a escucharse el sonido de lo que parecía una grabación de vídeo.
Entre sollozos, me tapé los oídos al sentir los gritos de Emma como puñales clavarse en mi pecho. La inconfundible voz del policía se entremezclaba con sus agónicos chillidos de auxilio.
Sin ser capaz de controlar mis actos, y al imaginar la serie de atrocidades que aquel tipo habría ejecutado contra mi prometida, me abalancé sobre el hombre que me lo había arrebatado todo. Varios agentes me sujetaron, mientras de mi boca no dejaban de salir improperios.
Vi como uno de los policías le colocaba las esposas con saña, vislumbrando la decepción en su mirada.
Los latidos que habían estado resonando en mi cabeza, fueron apagándose mientras el asesino de Emma abandonaba la sala esposado. Comprendí entonces, que ella se había marchado para siempre.
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