12. Lealtad. Sangre. Y un poco más de costumbres familiares.
Lealtad: nunca darle la espalda a lo que reconoces como importante frente a cualquier dificultad que se presente.
En nuestras familias, la lealtad, se paga con la vida.
A la mañana siguiente entramos por los portones de los altos muros que rodeaban mi casa, Alessandro detuvo el auto en donde siempre, al lado izquierdo justo frente de la entrada donde todos los vehículos son estacionados unos al lado del otro. Un chico de la seguridad se acerca para tomar la única maleta que traía y rápidamente Alessandro desciende para abrirme la puerta.
— Ha sido una buena estancia, señor Rinaldi. — le sonrío.
— Fue todo un gusto para mí, señorita Ferrano. —agarra mi mano derecha y deja un beso distraído.
Admito que ese gesto me ha dejado un poco desconcertada. Alzo la vista y encuentro a mis padres juntos en el recibidor muy pendientes de lo que hacíamos. Alessandro lo nota, y desvía la mirada hacia ellos un instante, devolviéndola de nuevo hacia mí que sin dudar observé sus ojos y encuentro ese destello nuevamente. Joder, como logra que mi cuerpo reaccione con solo su mirada.
Se acerca con un paso más estando lo suficientemente cerca para acariciarme el cabello y acomodar algunos mechones detrás de mí oreja.
— Creo que no se fían de nosotros. — dice con una sonrisa.
— Son conscientes del odio que sentimos. — bromeo.
— Al parecer no le ha parecido un inconveniente odiarme mientras despertaba esta mañana en mi cama. — baja el tono de voz casi simulando un susurro.
Comienzo a disfrutar este juego. Sus provocaciones hacen que mi sangre arda bajo mi piel.
— ¿Has escuchado que al enemigo es mejor tenerlo cerca? — contiene una carcajada y finge asombro. — En este caso fue mejor tenerlo en la cama, señor Rinaldi.
— Y para mí todo un placer.
Sonreímos. Sus ojos no dejaban de tener ese destello. El color azul brillaba un poco más y sus labios...
— Hasta dentro de dos días, señorita Ferrano.
— ¿Dos días? — pregunto con dudas.
— Los Rinaldi tenemos como costumbre familiar, próximo a la celebración del compromiso, dos días para demostrar nuestra lealtad. La primera noche, acogiendo a la novia, en este caso usted, en nuestra "humilde propiedad" ... — hace una mueca que me hace reír con esas últimas dos palabras. — Y, como segunda ocasión, demostrar a la familia del otro miembro que somos de fiar presentándonos totalmente desarmados. ¿Percibo cierta falta de información?
— En mi familia evitan no brindarme mucha información sobre ti, al parecer, perciben el "sentimiento" — hago una mueca parecida a la suya de hace minutos.
— Mutuo. — aclara con esa sonrisita.
Joder, que ganas de besarle. Agarrarme de su cuello y hundir mis labios en los suyos. Sentir sus... Sus ojos... contrólate.
— Claro, mutuo, no esperaba menos. — sonrío.
Nos quedamos perdidos en nuestras provocaciones. Yo principalmente me perdía en sus ojos, ese color azul tan brillante e intenso, junto a su cabello negro que le caía en algunos mechones largos desde arriba y perfectamente corto a los lados. Madre mía, su sonrisa. La sensación de deseo que siento cada vez que comienza a hablarme con ese destello en sus pupilas.
— Hasta dentro de dos días, Valentina.
Me susurra tan cerca de mi cuerpo al acercarse a su auto que mi nombre se escucha con ese tono grave que tanto me gusta de él.
— Hasta dentro de dos días, Alessandro.
Dos días.
Una noche y dos días, bueno, día y medio porque puede estar al llegar en cualquier momento. Ya que hablamos de costumbres familiares, con un legado de generaciones consecutivas, debería de estar al llegar, ya que casi es la hora del almuerzo. Y, hablando precisamente de nuestras costumbres familiares, yo he investigado un poco sobre la nuestra en la cena de anoche.
Como tradición familiar, nos hemos pasado de la raya, pero supongo que... no supongamos nada, es una puta locura. Joder, ¿pacto de sangre? Sí, literal así es. Cortarnos algún lugar de nuestro cuerpo y verter algo de nuestra sangre en una copa de cristal decorada con diamantes y oro, que será guardada en la bóveda secreta de nuestra familia. Joder con los Ferrano.
Mi padre me lo ha soltado con toda tranquilidad como si para él no supusiera ningún inconveniente, incluso me ha asegurado que me prepare para algo más que solo "dos pequeñas míseras gotas de sangre". Justo así me ha dicho, y mi madre con orgullo levantó su barbilla mientras lo acompañaba sentado a su lado en la mesa. Están todos locos, bueno, estaban todos locos cuando se pusieron a crear una tradición con la que dejar una historia.
Si hay algo más raro que eso, no estaré preparada para eso, estoy segura. ¿Cómo puede existir algo más raro que un pacto de sangre?
Me dedico a observar por la ventana esperando ansiosa ver su auto entrar por el camino de ladrillos incrustados al suelo, pero llevo aquí una hora. Estoy nerviosa, como va a reaccionar a lo del famoso pacto.
— Querida... —escucho la voz de mi madre y me giro viéndola entrar con pasos ligeros a mi habitación. — Ha llamado Alessandro... — trato de ocultar mi emoción ante su cuerpo. —ha comunicado que se tardará un poco en llegar.
Por el rostro de mi madre, sé que ha sucedido algo.
— ¿Qué ha sucedido?
Esta vez sí dejo salir todas mis emociones.
— Nada de lo que debas preocuparte... — es exactamente como estoy en este instante. Preocupada. — Han sufrido un imprevisto en la casa Rinaldi cuando se encontraba de camino hacia aquí, y ha tenido que regresar.
Mi mano derecha amenaza con un martilleo y la sostengo con la otra, sé lo que significa la palabra imprevisto en esta familia, lo he oído cientos de veces. Incluso he presenciado imprevistos con mis propios ojos a escondidas detrás de las columnas gruesas del sótano inmenso que se esconde debajo de esta casa. Mi corazón no dejaba de latir desesperado, y mi cuerpo me pedía a gritos que corriera a buscarle. Los han atacado, y yo aquí sin poder hacer absolutamente nada, sin poder siquiera llamarle y saber cómo está. El pequeño, ¿le habrá sucedido algo? Mis sueños... acaso... no, no puede ser.
Debes mantener la calma, Valentina. Respira.
— Tu padre se ha marchado hacia allí con los chicos y gran parte de nuestro personal de seguridad. —escucho a mi madre y desvío la mirada de sus pies hasta sus ojos.
Encuentro en ellos consuelo, supongo que mi rostro está fatal pero no me molesto en ocultarlo. Me preocupa, sí, muchísimo. Tengo el corazón disparado, y las pulsaciones aceleradas me tamborean en los oídos como si estuviera en plena feria con una banda con todos los instrumentos justo al lado.
Luego de una hora mi madre ha conseguido convencerme de almorzar juntas, y aunque me he negado por las insaciables ganas de vomitar que me martillean constantemente el estómago, he aceptado después largos minutos de su charla maternal que llevaba como título: "tienes que comer para sobrevivir, puede que alguien más en este mundo no tenga la posibilidad de tener este plato de comida delante como tú". Típico de una madre.
Ha subido comida a mi habitación, hecha por ella misma, cosa que me ha puesto más de los nervios ya que solo cocina por dos razones. La primera: una ocasión especial, y no es el caso, era el caso, pero justo ahora con esta noticia no es especial en nada. La segunda: estaba lo suficientemente nerviosa y necesitaba despejar su mente para poder lidiar con mi estado de ánimo. Me voy un poco más por la segunda opción.
Nos hemos quedado conversando sobre lo nerviosa que estaba cuando se ha casado con mi padre, para ella era algo muy confuso todo este tema. Venía de una familia normal, como todas las del mundo sin incluir a.... vamos, sin incluir el dinero, las posiciones, las propiedades y todo lo corrupto que se hace para lograr estar en la cima del éxito, para decirlo más arreglado y no tan... real.
Trabajaba de mesera en unos de los mejores restaurantes de Sicilia y estudiaba para ser ayudante del chef en las noches cuando, es obvio que coincidió con mi padre, pero lo más dramático de la historia es que fue en la planificación del compromiso no deseado de mi padre con una de las hijas de otro capo de la mafia italiana. Menudo enredo.
Mi padre, romántico a morirse, canceló todos los planes al verla. Comenta que llegaba tarde a una presentación de los platillos del catering. Dice que solo le bastó verla a los ojos para saber que moriría por ella si se lo pidieran, así de romántico es. Para que los aceptaran tuvo que demostrar su valía, y ella se enamoró de todo lo que estaba dispuesto a sacrificar mi padre por ella. Nunca me ha contado a fondo todo lo que tuvo que vivir para volverse como ellos, pero lo puedo imaginar por las marcas de quemaduras que tiene en los tobillos y la herida de bala que lleva en el abdomen. Toda una heroína.
Mientras nos poníamos en orden con algunos arreglos que ha elegido para el vestido de bodas, he tomado un té de algo que ella llama "dulce vida" y poco a poco he comenzado a sentir una inmensa relajación, tanto que me impide mover los músculos del cuerpo. Los párpados comienzan a pesarme al verla tranquilamente tumbada a mi lado en la cama mientras leía una de esas revistas que tanto le gustan y.... todo se vuelve negro.
Vuelvo a estar en la misma habitación, esta vez se ve desde los asientos a alguien vestido de blanco disparar desde el fondo, no puedo distinguir nada ya que todo se presenciaba borroso. Se escucha el disparo y un fuerte dolor se clava en mi pecho. Los gritos rebotan por todo el lugar, y veo a mis pies su pequeño cuerpo sin vida. Pero esta vez no eran rubios los cabellos, no podía ser Paolo. Llevaba el cabello oscuro y su piel un poco más blanca, pero no me importaba quien fuera ese niño a mi me dolía. Todo el vestido que me ha mostrado antes mi madre se encuentra ensangrentado y lloro. Algo dentro del pecho late vivo y es dolor. No comenzaba a llegar aire a mis pulmones por más que trataba de respirar y respirar.
Abro los ojos, y desesperadamente tomo aire como puedo incluso por la boca. Me encontré con la oscuridad de mi habitación y con el azul de sus ojos a mi lado en la cama. Me acaricia el rostro, tranquilo, mientras mi pecho subía y bajaba despacio. ¿Hace cuánto tiempo estaba aquí?
La luz que alumbraba la habitación venía de la entrada, que se escurría por las ventanas perfectamente abiertas y, por otra parte, de debajo de la puerta. Podía ver lo que llevaba puesto, un chándal negro a juego con un suéter de tela gruesa y una gorra del mismo color. Su atuendo es tan fuera de lo normal en él y aún así me parecía tan atractivo como siempre.
— Fue solo una pesa... — no lo dejo terminar.
Mis brazos lo agarraron rápidamente, o mejor decir desesperadamente. Sentí su cuerpo quejarse por lo fuerte que lo apretaba contra mí y solté el agarre.
— ¿Estás bien?
Busco desesperadamente por todo su cuerpo palpando por encima de la tela. Cuello. Brazos. Muslos. Abdomen. Y justo ahí, debajo de las costillas siento que ahoga un pequeño gesto de dolor disimulado. Levanto la tela negra con cuidado, y me detiene agarrando mi rostro con sus dos manos dirigiendo mi mirada hacia la suya.
— ¿Estás herido?
— Estoy bien. — me asegura con una sonrisa.
— Estás herido. — vuelvo a decir convencida de que el nudo que se ha formado en mi garganta se hacía cada vez más grande.
— Pero estoy bien... —me asegura con una sonrisa.
Cierro los ojos al percibir el olor que venía de su cuerpo, un aroma a lavanda y rosas que me parecía muy familiar al olor que he encontrado en sus sábanas me contamina las fosas nasales. Joder, todo en él me embriaga. Mantengo los ojos cerrados tratando de controlar lo acelerado que palpitaba mi corazón en el pecho y siento el tacto de su piel en mi frente justo unos segundos después.
— Valentina... Valentina... — susurra desde lo más profundo de la garganta justo en ese tono que tanto me provocaba.
Abro los ojos para ver muy de cerca su rostro y me encuentro con sus ojos totalmente cerrados. Se notaba preocupado. Desconsolado. Y guardé las preguntas que se repetían en mi cabeza para más tarde, no quiero abrumarlo ahora.
La cena transcurrió tranquila, mi mamá recolocó los puestos en la mesa, quedando Alessandro en un extremo, al lado de mi padre que encabezaba la mesa, yo a su lado, luego mi hermano y justo después Gabriele. Mi madre, se encontraba frente a Alessandro, ocupando el otro lado de mi padre.
Alessandro se pasó todo el transcurso de la cena con su mano acariciando mi muslo, y aunque, por esta vez no se presentó su familia, por el imprevisto de antes, transcurrió tranquila y animada por los chistes de mi padre y mi hermano. Después, evitó a toda costa las bebidas con alcohol, como el vino de celebración que se debía abrir justo después de comer.
No me dejaba ni un segundo sola, y esa sensación de sentir su mirada o, el tacto de sus dedos en la piel de mi espalda cuando pasaba por mi lado, o en mi brazo a escondidas, me hacía sentir que estaba protegida, incluso dentro de mi casa. Gabriele fue el primero en marcharse, había estado cabizbajo en todo el momento y fue algo que por instante me afectó un poco. Mi hermano fue el siguiente, y aunque ha querido que no lo note, he visto como le ha susurrado algo a Alessandro y luego le ha guiado un ojo. Algo trama, lo conozco como la palma de mi mano. Mis padres tardaron un poco más, mi padre no dejaba a Alessandro tranquilo hablando de negocios que yo ignoraba por completo, hasta que mi madre intervino.
Era media noche, en toda la propiedad no se escucha ni un solo ruido. Me giro hacia la izquierda. Luego a la izquierda. Calor. Me destapo. Frío. Me cubro con las sábanas. Joder, que noche. Agarro el teléfono, viajo en la posibilidad de despertar a mi hermano con un mensaje o, escribirle al Rinaldi que se encuentra justo a varios metros de mi puerta.
Se escucha un ruido que viene de afuera y rápidamente agarro el arma con la que duermo bajo la almohada. Me acerco a las ventanas, abro una con cuidado y cruzando, salgo hacia el semibalcón. Veo unas manos entre los balostres y asomo mi cabeza.
— ¿Qué hacen, por dios? — digo con un poco del tono elevado.
Ambos me mandan a callar y yo me tapo la boca ocultando la sonrisa. Mi hermano tenía encima de sus hombros a Alessandro, que intentaba llegar al borde del balcón.
— Joder, menos mal que ya te casas. — se escucha a mi hermano quejarse desde abajo.
— ¡Ya! — grita Alessandro cuando alcanza el borde nuevamente.
Esta vez lo mando a callar yo y me desvía una miradita con ese destello tanto suyo.
— Terminaremos con un disparo... — protesta. — si sigues tardándote. — suelta mi hermano.
Alessandro protesta un poco, y colocando el arma en el suelo lo ayudo un poco. Coloca primero un pie y luego el otro, cuando está a punto de tambalearse, me levanto del suelo y lo agarro por los brazos acercándolo a mí.
— Joder, me matarás de un infarto. — suelto asustada.
Me dedica una miradita hacia los labios y luego hacia mis ojos.
— Prefiero morir por sus mismas manos, señorita Valentina. — me suelta con la respiración acelerada.
— No deberías bromear así, señor Rinaldi, sus deseos podrían cumplirse.
Le termino de decir guiñándole un ojo y me alejo cuando lo veo bien agarrado a los balostres. Seguía mirándome con esa provocación y me animo a recoger del suelo el arma, y ambos nos asomamos para ver a mi hermano que sonreía desde abajo.
— Buena noche, tortolitos. — se despide con la mano y se lleva el cigarrillo a los labios cuando desaparece.
Vuelvo hacia Alessandro a una distancia favorable, la luna hoy iluminaba todo. Tenía el cabello alborotado, y con un movimiento se arreglaba la ropa.
— ¿Acaso dormir con tu futura prometida también era parte de la costumbre familiar? — le provoco entrando a la habitación.
Me giro, lo veo desde una distancia favorable analizarme.
— Tal vez he sido el único que se ha atrevido.
Lo analizo yo esta vez. Estaba más animado que cuando lo encontré a mi lado en la cama. Sonreía. Aunque aún trataba de calmar su respiración.
— O tal vez esté creando una nueva costumbre. — termina de decir controlando sus respiraciones.
Fue fácil dormir al instante de sentir su calor dándome la bienvenida, mi cuerpo se estaba adaptando demasiado rápido a su presencia, pero también detectaba justo cuando ya no estaba. Abrí mis ojos casi tres horas después y no encontré su cuerpo tumbado a mi lado. Aclaré mis ojos. Me incorporé, examiné bien la habitación y la puerta del cuarto de baño estaba entre abierta, volví a examinar su lugar en la cama y encuentro una mancha de sangre. La herida.
— Alessan...— abro la puerta del baño con cuidado.
Se encontraba lavando la herida que le cruzaba parte del abdomen casi doce centímetros de largo. Joder. Me llevo las manos a la boca de lo impactante que se veía tal herida cerrada, pero sangrando en el final. Mis ojos comenzaron a cristalizarse.
— Estoy bien. — me sonríe.
— ¿Cómo te has... — quise decirle, pero mientras más me acercaba, más se me estremecía el cuerpo — ¡Joder!
— Al parecer se ha soltado alguna sutura mientras trepaba. — dice con una sonrisa tratando de ocultar el dolor.
— Tenemos que llamar a un médico.
— Estoy bien. — vuelve a sonreírme.
La rabia comenzaba a brotarme por mi flujo sanguíneo contaminando mi cuerpo.
— Valen...— quiere decir, pero lo interrumpo.
— Vuelve a decir que estas bien y te juro... —me trago las amenazas que estaba dispuesta a decirle ya que me ha sonreído con ese destello provocador en su mirada que me hace olvidarlo todo.
"Recuerda Valentina, estabas enfadada y está herido", me recuerdo internamente.
— Te golpearé si vuelves a decirlo. — lo amenazo.
Salí enojada.
Pedí que cambiaran las sábanas de mi habitación sin que nadie de mi familia se despertara y justo después le ordené al insensato de mi futuro prometido que se quedara quieto mientras limpiaba el punto de sutura que se había abierto y cubría la zona con pomada antinflamatoria. Espera, es primera vez que lo he considerado como mi prometido. Que sexy se escucha.
Gruñe de dolor.
— Ya termino. — coloqué la última dosis de pomada y sonrío cuando veo todo mucho mejor que hace par de minutos. — Listo.
Comienzo a recoger todo el botiquín de primeros auxilios mientras él se inspeccionaba la herida como si fuera una mutación extraña que le está saliendo en la piel. Sonrío. Nunca me acostumbraré a estas dos personalidades. Dejo todo en su sitio y de regreso me quedo de pie observándolo frente a la cama. Llevaba el torso desnudo, sus abdominales estaban tonificados y su piel era perfecta, incluso puedo decir que la herida le daba un punto más a ese aspecto de rudo que tanto lucía en ocasiones. Los tatuajes de su brazo izquierdo subían dominando toda la zona dejando entre cada uno pequeños espacios donde justo ahora me apetecía besar, justo hasta donde se terminaba la tinta, en su hombro y me vi en mi mente envuelta en placer mordisqueando toda esa zona mientras me hacía suya. Seguí hacia la piel de su cuello. Su barbilla. Sus labios. Su nariz. Sus... Me detuve. Sus brillantes ojos azules me observaban acompañado por una media sonrisa.
— Me gustaría saber lo que pasa por tu cabeza en este instante.
Trago en seco. Claro que no puede saberlo, comienzo a sentir calor en mis mejillas y trato de disimularlo como puedo.
— No pasa nada por mi cabeza. — miento. — Ya quisieras que pensara en ti, señor Rinaldi.
— Sé que lo hace con frecuencia, señorita Ferrano. — me acerco a su lado en la cama. — Algún día me lo confesarás y precisamente te va a gustar hacerlo.
Con cuidado me acomodo a su lado evitando sus provocaciones. Trato de quedarme quieta en un lugar donde no pueda lastimarlo. Veo que sube uno de sus brazos sobre mi cabeza para introducir sus dedos en mi cabello y acariciarlo.
En la mañana me despierto antes y procurando no hacer ningún ruido que termine despertándole abandono con cuidado la habitación. Preparé rápido el desayuno para ambos antes de que mi madre se despertara y subí a la habitación.
— Buenos días...— dice desde la cama y casi del susto se me cae todo lo que cargo.
— Te agradecería que no volvieras a asustarme. — le digo caminando con una sonrisa hacia la cama con nuestro desayuno.
— Y yo que no vuelvas a dejarme solo en la cama luego de dormir juntos.
Le dedico una mirada. Llevaba el rostro congelado. Ese cambio de humor suyo me volverá loca.
— Alguien se levantó de mal humor hoy. — bromeo dejando el desayuno sobre el colchón.
— No se me hace agradable despertar y no verte a mi lado.
Termina de decir. Yo me quedo observando la oscuridad en su rostro. Aunque estuviera enfadado siento la necesidad incontrolable de acercarme a su cuerpo y besarlo. Con ganas. Devorarlo. Demostrarle que solo fue una tontería. Joder, hacerlo mío, pero está herido y no somos nada como para hacerlo.
Escuchamos golpes en la puerta.
— Valentina, cariño. ¿Estás despierta?
Escucho a mi madre, coloco los ojos como platos y obligo a Alessandro a esconderse en el baño. Tomo asiento en el borde de la cama y le indico que puede entrar.
— Buongiorno, querida. — entra a mi habitación como si estuviera buscando a alguien mientras movía su taza de té. — ¿Te encuentras bien?
— Sí, madre. Perfectamente.
Le dirijo la mirada a Alessandro que dejó la puerta entre abierta, estaba de espalda y comenzaba a... ¿Qué hace? ¿Por qué se ha quedado en calzoncillos? Su espalda era tan... No te disocies. Dirijo la mirada nuevamente a mi madre. Quién me observaba con la mirada perdida en encontrar en mi rostro lo que realmente ocultaba.
— Veo que te has adelantado, aunque creo que es demasiada comida para ti sola. — quise defender ese comentario, pero se escucha la ducha encendida.
Joder, Alessandro que carajo haces. Mi madre se queda pensando un poco y luego sonríe.
— ¿Te esperamos en la mesa?
— Sí, en unos minutos bajaré.
Mi madre se alejaba hacia la puerta con pasos firmes. Otra vez se escucha el sonido del agua apagarse, veo su cuerpo totalmente desnudo despaldas y mientras se cubría las caderas con una toalla escucho que mi madre se detiene.
Me obligo a desviar la mirada en su dirección.
— Cariño, ¿ya le has comentado a Alessandro sobre el pacto de sangre?
— Sí, madre. — veo por el rabillo del ojo como Alessandro se queda en la puerta observándome fijamente mientras miento. — Para él no representa ningún problema.
— Eso pensé. — sonríe orgullosa. — Los espero abajo, querida.
Me guiña un ojo. Lo ha notado. Me quedo inmóvil. Escucho como se cierra la puerta y Alessandro no espera ni un segundo para salir.
— ¿Pacto de sangre? — suelta.
— ¿Podrías haber hecho menos ruido? — se queda esperando su respuesta. — Sí, y antes de que lo digas, sé que es un poco absurdo.
— Pero romántico. — afirmó.
— ¿Romántico? — lo observo extrañada. — Es mucho más romántico verte trepar a media noche por mi ventana para dormir conmigo.
Digo convencida de que lo que ha dicho es una locura. ¿Qué tiene de romántico un pacto de sangre? Para mí no lo es en lo absoluto. Se queda observándome perdido en su mente. Yo prosigo a demostrarle que se equivoca.
— Romántico es arriesgar tu vida por la persona que amas.
— ¿Y no es eso precisamente lo romántico de estas absurdas costumbres familiares? — lo analizo. — ¿Acaso jurar lealtad no es una forma de demostrar amor? Darle al otro la posibilidad de hacerte daño y estar seguro de que no lo hará nunca. Saber que elegirá tu vida por encima de la de cualquiera, incluso de la suya propia. Que, en cualquier instante, bajo cualquier circunstancia, te siga eligiendo. Sé que te sonará un poco egoísta, pero, no te gustaría tener presente a alguien que, aunque no esté a tu lado... — se detuvo y puedo notar un poco de dolor mezclado con enojo. — Sea cual sea vuestro destino juntos, sentir en todo momento que su alma te pertenece.
Lo observo desconcertada. Perdida en sus palabras. En sus ojos. En lo profundas e intensas que me ha parecido lo ha dicho. En lo que le pertenece un poco de mi cuerpo ya a estas alturas.
— En nuestro día a día vivimos y sobrevivimos en cimientos creados por la lealtad, Valentina. En poner nuestras vidas en manos de personas que no nos traicionarían, aunque tuvieran los ojos vendados. Aunque le estuvieran apuntando en la cien con una maldita M249, porque de eso se trata, en poner tú propia vida en riesgo por alguien que haría lo mismo por ti. Se trata de creer y proteger. De morir por preferir verle con vida.
Trago en seco.
— Permíteme preguntarle algo, señorita Ferrano...— veo la oscuridad en su rostro. Percibo ese dolor que trata de esconder de mí, de todos a nuestro alrededor. Ese enojo que lleva dentro por algo que no quiere que nadie más perciba. Sus emociones se estaban descontrolando. Su cuerpo no estaba haciendo lo suficiente para ocultar todo lo que estaba sintiendo. — ¿Arriesgaría su vida por mí? Por un enem...
— Completamente, señor Rinaldi. —le interrumpo.
Sus ojos se asombraron de lo que yo había respondido interrumpiendo lo que iba a decirme. Estaba segura que soltaría un discurso para asustarme, pero acepté sin dudarlo si quiera. Sin ni siquiera preguntármelo. Lo sentía. Sentía como mi cuerpo vibraba. Sentía la sangre arder en mis venas. No podía negarme a mi misma lo contrario cuando si estaba dispuesta a arriesgar todo por él.
Me sentía un poco suya.
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