Capítulo 08

Dana bajó rápidamente del coche tal y como Adrian se detuvo en su casa, mientras se despedía atropelladamente.
Dios... Solo esperaba no tropezar con sus propios pies antes de cruzar la puerta.
Lo último que necesitaba después de que Adrian la pilló mirando su miembro y la hora incómoda y silenciosa del resto del viaje, era que él la viese comerse el suelo.

Solo a ella podía pasarle eso.
Cuando estaba a salvo dentro de casa, su madre la sorprendió por detrás haciendo que dejase la puerta cerrarse sobre sus dedos.
—¡La virgen de la grandísima puta! ¿Por qué a mi? ¿No es suficiente lo que pasó?
—Dana, hija, no hables así.
—Mamá de mi corazón, ¿acaso quieres matarme de un susto? ¿Que eres, un fantasma? Haz algo de ruido cuando te acerques por detrás. Suerte tenemos de que mi pobre corazón aún es joven o podría haber caído fulminada al suelo. ¿Y entonces qué? Te quedarías sin hija. Eso es lo que pasaría.

Su madre, que ya estaba acostumbrada a ella, negó con la cabeza con una sonrisa antes de dejar un beso en su mejilla y alejarse hacia la cocina.

Una vez en su habitación, guardó sus compras y vació la bolsa que había causado todo aquella situación en el coche.
La culpa era de la bolsa, por caerse.
No. Era del bache. Escribiría una carta al ayuntamiento para que lo arreglasen. Eso es.
Cogió otra chocolatina y se la metió de golpe en la boca.
El fuerte sabor a licor inundó su boca.
¿Que bombones eran esos?
Miró el papel que había lanzado a un lado y fingió una arcada.
Licor de cereza.
Asqueroso.
Con la ayuda de un kleenex, escupió lo que tenía en la boca en el papel y cogió el resto de los bombones como esos.
Tenía que ir a por algo que le quitase ese horrible sabor de la boca.
—¡Mamiiiii, te he comprado bombones!
Eso es. Se los daría a su madre y ella tendría que buscar otra cosa que saciarse lo que sea que despertó la anaconda de Adrian.

Por su parte, este trató de bajar su aún molesta erección en la ducha.
Si bien no era propenso a darse placer a sí mismo, el agua fría no estaba haciendo nada para ayudar.
Ella nunca le había mirado de esa manera, y con el recuerdo de esa mirada, estalló.

Una vez en su habitación, buscó un libro para leer.
Tenía algunos pendientes, sin embargo, cuando necesitaba pensar, siempre recurría al mismo.
Su abuela Alex había publicado bastantes libros en aquellos años.
Los tres primeros fueron sobre la historia de la madre de Alex, Hannah, la suya propia y la de su hermana, Beth.
Años después, encontró otro género que no fuese romance que quiso probar. Y fue un auténtico éxito.
Y ahora necesitaba perderse entre esas páginas más que nunca.
De lo contrario, cogería la camioneta e iría a buscar a Dana.
Y si eso pasaba, Dios era testigo de que no permitiría que ella huyese lejos.
Usaría todo lo que ella había admirado ese día de él para hacerle olvidar no solo que quería viajar e irse lejos, sino sobre todo, a Bobby Knight.

Después de la cena en la que todos miraban con preocupación como Amelia apenas probaba bocado antes de disculparse e ir a su habitación, Adrian ayudó a su madre a recoger la mesa antes de retirarse también.

Chocó con su hermana cuando esta salía del cuarto de baño.
Por como se veían sus ojos, estaba claro que había estado llorando.
Antes de que ella se encerrase en su cuarto, la cogió del brazo y la levantó sobre su hombro.
—¿Adrian, que haces?
No sonaba molesta. Sonaba... divertida.
—Tu y yo vamos a saquear la despensa y a hacer un maratón de pelis de serie B.
—No, por favor. No me tortures con eso...—suplicó entre risas.
—Por supuesto que si. Sé que en el fondo te gustan y tengo algunas nuevas. ¿Has visto Sharknado? Pues hay seis de ellas.
La risa de Amelia resonó por todo el pasillo mientras se dirigían escaleras abajo hasta el salón.

Cuando la dejó caer en el sofá, su risa era aún mayor.
En la cocina, sus padres les miraban aliviados.
Ellos nunca podrían protegerles de todo, pero saber que se cuidaban entre ellos, les dejaba mucho más tranquilos.

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