🛫 11 🛫
🛫 «Barriga llena, corazón contento» 🛫
La casa de Sehun no se parece en nada a lo que imaginó y tal vez sea porque su conocimiento en decoración de interiores es bastante reducido, pero podría jurar que –a pesar del minimalismo– algo falta en ese lugar.
Casi todo permanece como si el apartamento fuera nuevo, demasiado impersonal para alguien que se mudó hace poco más de un mes. Las paredes están libres de fotografías y las repisas presumen de estar vacías, más allá de algunas figurillas al azar. Hay pocos libros en las estanterías, incluidas unas guías turísticas que debían venir con el mobiliario y una bicicleta arrumbada en la terraza.
Si no fuera por la presencia de Vivi, cuya camita exhibe una linda manta y el juguete favorito del bichón, cualquiera pensaría que nadie vive realmente ahí. «¿Será distinto en su habitación?» se pregunta, no pudiendo evitar el cosquilleo del bichito de la curiosidad.
En la cocina, Sehun reúne los ingredientes para su especialidad: bibimpap. Debió ir al supermercado esa mañana, ya que la nevera está a rebosar y no parece que haga falta nada. Acercándose a la barra para echar un vistazo por encima de su hombro, Luhan cae en la cuenta de que tampoco en esa parte de la casa hay mucho que hable del hombre que la habita.
—¿Te gusta lo que ves, ciervito?
La voz de su chico lo aparta de sus pensamientos, confundiéndolo primero y luego provocando que los colores se le suban al rostro. Sehun está de espaldas, marinando la carne, todavía lleva la ropa que usó durante el evento, una camisa sencilla y los pantalones de vestir que se ajustan a sus piernas, remarcando su abultado trasero. Justo ahí, donde el chino había clavado los ojos.
—N-No estaba viendo —se defiende, pero la lengua lo traiciona al enredársele—. M-Me quedé pensando y...
—Tranquilo, bonito. Puedes mirar con libertad —le dice, no creyendo sus excusas. Luhan va a protestar, cuando el pelinegro agrega:—, de todas formas es todo para ti.
Divirtiéndose a su costa, no por primera vez, Sehun regresa a su labor ignorando adrede los gruñidos que resuenan tras la barra. El chino podría asesinarlo con la mirada, pero al cabo de un rato, repara en el hecho de que el coreano... demonios, ese hombre tendría que ser ilegal.
Sus piernas son kilométricas y además de su trasero, es la curva de su cintura y la amplia línea de los hombros, lo que le vuelve increíblemente sensual. Con cada movimiento, la tela de la camisa se adhiere a su piel, estirándose tanto que da la impresión de que podría romperse en cualquier momento. «Buda, sabía que me querías», piensa y esta vez, apoya la barbilla en una mano para apreciar la vista.
Mientras el otro cocina (no intenta ayudarlo, antes lo advirtió de hacerlo y ser acusado con el perro), Luhan le hace la plática preguntando por el evento: qué le pareció el trabajo del barista, si acaso probó alguna de las bebidas y si es fanático de la leche de avena. Sehun responde a intervalos, vigilando su cena y atendiendo la conversación, hasta que su mascota se siente ignorada y decide acercarse para reclamar la atención.
—Es un chico adorable —comenta el ciervo, tomándolo entre brazos para acariciarlo. Vivi se deja hacer, tanto o más cómodo que cuando su dueño lo mima—. ¿Hace cuánto lo tienes?
—Un par de años, hyung me lo regaló antes de ir a estudiar fuera —Sehun responde, con una sonrisa—. Tenía sólo unos meses, la chica que crio a su madre no podía ocuparse de los cachorros y los dio en adopción. Era un cachorro todavía más adorable que ahora, tan pronto lo vi me enamoré de él.
—Apuesto que fue correspondido.
—Me gusta creer que sí. A veces pienso que habría preferido quedarse con Hae, pero siempre le digo que hyung lo habría perdido a los dos días para evitar que coseche esa fantasía.
Vivi ladra, como si entendiera lo que dice y no estuviera de todo de acuerdo con la opinión sobre su otro posible dueño. Luhan se ríe, rascándole tras las orejas para apaciguar su mal humor.
Poco más tarde, la comida por fin está lista y Sehun se encarga de apartar al bichón del regazo del castaño. Tiene que darle su propio tazón con zanahorias para convencerlo, pero no es como que hubiera planeado dejarlo sin cenar. Se acomodan en la mesita de la sala, tumbándose sobre la alfombra en posición de indios.
—¡Aigoo, se ve delicioso! —aprecia Luhan, con la boca hecha agua.
—Esperemos que lo esté.
Revuelven los vegetales, la carne, el huevo y el arroz, demasiado hambrientos luego de un largo día de trabajo como para detenerse a inmortalizar el platillo con una fotografía. Luhan prueba primero lo que su chico preparó y la expresión de gozo que tiñe su rostro basta para que al menor se le hinche el pecho de orgullo. Devoran sin hablar, bien puestos a la tarea de consentir a sus barrigas.
Sehun no decepciona, volviendo de la cocina tras recoger los platos, con una botella de vino entre manos y el alegato de que nada ayuda mejor a la digestión que una copa de tinto. El ciervo agradece las noches de charla y Merlot que Baekhyun le inculcó, las listas de reproducción en su teléfono incluyendo los éxitos de jazz que nunca pegan mejor que al chocar los cristales y saborear el licor.
—Así que, ¿fan de los clásicos? —pregunta Sehun, cuando los compases de la primera canción se atenúan, dando paso a una nueva melodía—. En el carro también te emocionaste con The Beatles.
—Creo que depende de la ocasión. Si estoy bebiendo vino nada después de los 60's puede estar sonando, pero si voy conduciendo en carretera, lo mismo da Bon Jovi, Lady Gaga o One Direction.
—¿Qué hay de cuándo estás trabajando? He notado que sueles llevar los auriculares.
—Bueno, casi siempre comienzo con 'Eye of the tiger', para animarme al estilo Rocky. Ya para cuando me gana el estrés, acabo oyendo The Rose.
Sehun sonríe de medio lado, divertido con la respuesta.
—¿Y el momento para escuchar 'Demons'?
—Probablemente mi lecho de muerte —Luhan responde, con una cara de aflicción que recuerda mucho a un dibujo animado—, no bromeaba al decir que siempre lloro cuando la oigo.
—¿Por qué?
El castaño rehúye su mirada, sintiéndose avergonzado al decir que:
—Supongo que me recuerda todos mis fracasos. Hay algo mal en mí, no importa cuánto me esfuerce, siempre acabo metiendo la pata.
—Aun así, no deberías menospreciarte. Intentar algo y fallar es de lo más normal, lo importante es lo que los errores te enseñan y lo que haces para superarlos. ¿Recuerdas la noche que derramaste el café? Pudiste renunciar a presentar tu propuesta, pero no lo hiciste.
—Subí corriendo a buscarte y apenas verte, me arrojé contra ti y empapé tu camisa —objeta Luhan—, lo que demuestra que aparte de torpe, soy infantil y también ridículo.
—Ridículo es pensar que buscar apoyo está mal, ¿o no son para eso los novios? ¿No buscamos con quién refugiarnos cuando el mundo se nos viene encima?
La forma en que lo dice o el gesto que compone, podrían arrancarle una sonrisa si no fuera por la palabra con N reproduciéndose en bucle dentro de su cabeza.
—¿Acabas de decir novio? —cuestiona, sin ocultar la confusión—. ¿Eso es lo que crees que somos? —Sehun abre la boca con intenciones de responder, antes de que el chino se le adelante, casi rugiendo al añadir:— No sé con qué clase de chicos suelas salir, pero sólo porque hayamos tenido un par de citas no puedes considerarte mi novio o...
Sea lo que sea que estuviera por decir, el pelinegro lo acalla posando los labios sobre los suyos y Luhan le corresponde, derritiéndose igual que un malvavisco al fuego. No sabría explicar a qué se debe, sólo que besar a Sehun tiene un efecto parecido a volar en cohete con rumbo a la luna, por lo que le toma un minuto entero volver a Tierra al apartarse.
—Sólo para aclarar —dice el menor—, eres el primer chico al que se lo pido y no estaba dando nada por sentado, más bien intentaba llegar aquí.
—¿Eh?
—¿Puedo ser tu novio, Luhan?
No un quieres, sino un puedo. Porque Sehun no es el hombre que va a obligarlo a comprometerse a volverlo el centro de su universo, ni hará parecer que es él quien está pidiendo a gritos ser parte de su vida. Al contrario, el coreano le está dando algo que pocas personas brindan: el poder de elegir, decidir si atenderá al llamado en su puerta o le negará de tajo el acceso a corazón.
—¿Cómo puedes ser tan perfecto? —murmura, Sehun ríe por lo bajo.
—Sólo tú piensas eso.
—Esa no te la compro —protesta Luhan, acariciando su mejilla y el borde irregular de su pequeña cicatriz—, pero a lo primero, la respuesta es sí.
Sehun lo besa y al hacerlo envía una descarga de emoción que hace arder su corazón, igual que un montón de fuegos artificiales explotando en su pecho.
Y el asunto no termina ahí.
Al primer beso le sigue un segundo y después un tercero, sus labios son rocas que chocan entre sí esperando provocar chispas, sus lenguas dos entes que dependen del roce para sobrevivir. El aire se cuela apenas entre los recovecos que se abren con el movimiento, haciendo que Luhan deteste de repente el concepto de espacio.
Se da cuenta de que es él quien se mueve cuando los dedos de Sehun se hunden en sus caderas, ayudándolo a montar sobre su regazo, pero como si su mente estuviera desconectada del resto de su cuerpo, las señales que lo controlan provienen de un sitio distinto a su cerebro. Las manos recorren los hombros del menor, buscan a tientas los botones de la camisa que ha pasado a estorbar.
El pelinegro no se queda atrás, aprovechando la posición para extender el sendero de besos que riega sobre su rostro, descendiendo por la mandíbula hasta enterrarse en su cuello y siguiendo hasta rozar el límite de sus clavículas, ahí donde la ropa le impide seguir avanzando. Tampoco sus manos se están quietas, acariciando sus piernas y contorneando su cintura, igual que el alfarero modela una vasija.
Vivi sale corriendo, se esconde bajo la manta que hay en su cama, sabiendo que la programación infantil acaba de terminar y que todo cuánto suceda a partir de entonces, deberá ser considerado como para mayores de edad.
—¿Te quedas ésta noche? —pregunta Sehun, medio oculto en el hueco de su cuello.
—Sólo si llevamos esto a tu habitación, no quiero traumatizar a tu perro.
No le sorprende escucharlo reír, divertido por la respuesta, un segundo antes de sujetarlo con fuerza y levantarse para ir de la sala a la recámara.
🛫
—Cuéntame uno de tus secretos —susurra Luhan, acurrucado contra el pecho de su novio después de haber hecho el amor.
Sehun juguetea con sus rizos, que debe encontrar fascinantes, deteniéndose al escucharlo como si la petición lo hubiera tomado por sorpresa.
—Puedes no hacerlo, claro —le dice el chino, girando lo suficiente para mirarle a la cara y leer en su expresión tenuemente iluminada, la confusión que su comentario provocó—. Sé que la confianza debe ganarse, pero lo estuve pensando y, bueno, ¿no es un poco injusto?
—¿A qué te refieres?
—Has sido dueño de mis debilidades desde el día que nos conocimos y aunque ahora estamos saliendo, la verdad es que no sé mucho de ti.
Parece extraño mencionarlo en esa situación, cuando el placer que antes sintieron todavía hormiguea en sus cuerpos y el sopor de la intimidad los empuja poco a poco a los brazos de Morfeo. «No, este es el momento indicado», afirma la voz de su cabeza, repitiendo lo mismo que le animó a abrir la boca: que si van a formalizar un noviazgo, deben hacerlo con el pie derecho, es decir, equilibrando la balanza.
—Ya, pero ¿bastará uno sólo de los míos para compensar todos los tuyos? —Sehun bromea, algo más relajado, lo que tal vez signifique que no está presionando demasiado. Luhan niega con la cabeza.
—Ni una docena de secretos igualarán todo lo que dije en ese avión, pero por algo podemos comenzar. Considéralo una cortesía, puedes revelar algo no muy humillante, contrario a mí que hablé hasta de mi primer novio.
—¿El tipo que duró 17 segundos?
—Oye, no lo digas así —le riñe el ciervo, distinguiendo una mota de superioridad empañando su voz.
Tampoco que no tenga motivos para sentirse orgulloso, lo que antes hizo... joder, el cuerpo de Luhan le estará eternamente agradecido.
—Vale, vale —concede Sehun, satisfecho consigo mismo—. Entonces, ¿un secreto?
—Ajá y no se te ocurra decir que eres un libro abierto y no tienes nada que ocultar.
—¿Qué tal esto? —le dice, al cabo de un momento de habérselo pensado. Luhan le mira, atento de sus palabras—. Usé braquets linguales en la adolescencia, eran un poco molestos, mi lengua chocaba con ellos cuando hablaba y en consecuencia, me pase el instituto seseando.
El ciervo sonríe, imaginando un Sehun más joven, torpe en el habla a causa de un aparato dental, pero todavía adorable y galante.
—Te lo acepto por hoy.
—¿Marcador?
—Uno a cien.
—¿Cien? Dudo que hayas dicho tantos, es más, me cuesta creer que alguien tenga tantos.
—Seguro hay quien guarda más que esos —Luhan se encoge de hombros—, como sea, cien es un estimado. Apuesto que esa noche escupí mil secretos.
—Veamos... hablaste del café de la oficina, de lo mucho que odias las películas extranjeras, de tu identidad de superhéroe, de la canción que te hace llorar... ¡Oh! ¿No dijiste que dudabas sobre saber lo que era un orgasmo?
Es la primera vez que le enlista las cosas que le contó a mitad de su ataque de pánico y aunque es malvado, Luhan no encuentra las palabras para acusarlo por echárselas en cara, cuando la vergüenza por lo último que mencionó le impide reclamarle o, mejor aún, atacarlo con la almohada. Riendo por su reacción, Sehun se remueve hasta invertir las posiciones.
—No te apenes, cariño. Después de lo que hicimos, apuesto que estás bien versado sobre el tema y créeme, que a mí no me molesta enseñarte las veces que sean necesarias para saciar tu curiosidad.
—¡Eres un...!
Ahogando la maldición con un beso, el pelinegro distrae su atención hasta que todo lo que Luhan percibe son sus manos recorriendo su cuerpo y el calor creciendo al punto de inundar toda la habitación. Sehun lo toma con fuerza, procurando no hacerle daño pero en ningún momento conteniéndose de brindarle el máximo placer.
Los jadeos resuenan en la pieza, seguidos de suspiros y confesiones de amor que se extienden hasta bien entrada la madrugada cuando, agotados por la actividad, ambos sucumben al sueño, las sonrisas en sus labios confirmando que, en definitiva, ha sido el mejor sexo de sus vidas.
No es hasta que dan las diez, que Luhan despierta sintiéndose flotar, igual que a la mañana siguiente de haberse embriagado, aunque sin las incómodas ganas de hundir el rostro en el inodoro y devolver sus entrañas. Sehun no está a su lado, de hecho, no se lo ve por ningún lado de la habitación. Una inseguridad que no creía tener estalla entonces en su pecho y el ciervo se levanta, hecho un manojo de nervios mientras busca su ropa regada en el suelo.
Tan pronto ponerse los calzoncillos y alcanzar la que sólo puede ser la camisa de su novio, el castaño se cuela al baño y con un solo vistazo al espejo comprueba que, a decir verdad, está hecho un lío. Su cabello es un nido de aves y el poco maquillaje se le ha corrido tiñendo la zona de sus ojeras, también tiene los labios hinchados después de tanto usarlos para besar y no quiere ni pensar en su aliento.
«Joder, al menos espero no haber roncado», piensa, apesadumbrado.
Esperando que a Sehun no le importe, busca en las gavetas hasta dar con un cepillo nuevo y alguna toalla. Se lava los dientes, la cara y el pelo y algo más confiado de su apariencia, regresa a la habitación donde su novio no parece haber estado desde hace un buen rato. Mira en el resto de la casa, distinguiendo la figura en pantalón de yoga y una camiseta sin mangas, hablando al teléfono en la terraza.
Vivi, que parecía estar durmiendo cuando Luhan apareció, se remueve en su cama yendo hacia él y el chino se agacha, para acariciarle la cabeza y darle los buenos días. Lo coge en brazos cuando el bichón parece pedirle que obligue a su dueño a recordar su existencia y juntos, se acercan al balcón, donde la puerta semi-abierta deja escapar el quedo murmullo de una conversación:
—No sé, tendría que revisar mi agenda —está diciendo Sehun, con ese tono de que lamenta no poder dar su palabra—. Te confirmo en estos días, hasta entonces, mejor no le digas nada. Odio cuando se enfada conmigo.
«¿Quién?», pregunta la voz de su cabeza. Vivi ladra y aunque podría jurar que Sehun se tensa un poco al no saberse solo, cuando se vuelve a mirar y descubre al ciervo parado a sus espaldas, la expresión en su rostro es la de alguien que no tiene nada que ocultar.
🛫 Continuará... 🛫
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