Veintidós
Cayó de rodillas y no encontró fuerzas para ponerse en pie. Debió haber partido hasta que se hubiera recuperado por completo pero su orgullo aplastado lo había hecho tomar una decisión estúpida. Apenas habían salido de palacio y ya no creía poder avanzar más.
En los agarrotados miembros de su baba podía notar el cansancio de esta por llevarlo, pero también leía la determinación por no abandonarlo y eso le dio fuerzas. Ya era entrada la tarde así que muchos puestos estaban cerrados y aunque varios niños de su tamaño jugaban en las calles, estos no les prestaron atención.
De alguna forma, había vaciado por un momento su corazón de los recuerdos hermosos pero cargados de amargura que tenía por el rubio. Debía llenarse de odio e ira si quería resistir hasta dentro de una cuadra más.
Su baba le había explicado que la barrera de Farbauti abarcaba unas calles y no permitía el uso de magia como los portales, cuyo propósito era la entrada y salida de un mundo a otro.
—Ay cariño, no me gusta sentir tu aura tan apagada y llena de dolor —confesó su baba quien llevaba su brazo envuelto sobre sus seniles hombros—. No intentes desechar esa emoción, disfrútala. Créeme, sé lo que duele que te traicionen pero quédate con los recuerdos bonitos como los besos y los regalos que te dio.
La mención de los regalos hizo a su alma aún más desdichada. El colgante flotaba libre en el viento al igual que los mechones de pelo salidos de su trenza mal hecha. Ojalá nunca le hubiera dado algo así porque al ver el nombre del rubio tonto al reverso quiso rendirse de nuevo.
Pero entonces algo resonó en su cabeza.
—¿Cómo sabes que me dio regalos?
—La mayoría de los "conquistadores" como él los dan.
Aquello no lo hizo sospechar pero se paró en seco porque había olvidado que quería preguntarle algo desde que Skadi hubiera puesto esa duda en su mente. Se separó con cuidado de ella y la guió a un lado del camino. Esta se extrañó pero lo permitió a pesar del tic nervioso sobre su párpado.
—Baba yo, cuando estaba en el castillo conocí a un rey enano, Skadi... —El otro asintió con un gesto desdeñoso y lo alentó a seguir—. Él me dijo que los enanos como yo somos vistos como un símbolo de realeza por lo natural que es nacer en ella, ¿por qué nunca me contaste sobre eso? Dijiste que éramos despreciados por todos.
—Cariño, no quería darte falsas esperanzas, eso sólo se da entre los nobles y nosotros no lo somos.
—Pero él dice que incluso el pueblo llano nos ve así. Es que no lo entiendo, ¿por qué repetirme algo tan horrible toda mi infancia? ¿Por qué decirme una mentira?
—¡Está bien! Tuve que hacerlo, eras un niño muy curioso y desobediente desde pequeño, ¡por eso caíste en las grietas! Yo tenía que trabajar y de ahí llegar a cuidarte por tu enfermedad y me daba pavor que salieras más allá de la zona segura de nuestra villa. Si tenías desconfianza de la gente sabía que no te irías, que estarías a salvo...
—¡Es que eso no tiene ningún sentido!
—¡¿Y sí lo tiene el que haya adoptado a un niño enfermizo en medio de la nada aún con mi vejez a cuestas?!
Eso le dolió de forma irreparable. Sabía que no tenía derecho a reclamarle a su baba las decisiones que tomara al criarlo, después de todo había sido más que una buena persona al hacerlo, pero jamás creyó que le diría eso. Había sido un niño estudioso y bien portado para que ella nunca se arrepintiera de adoptarlo, pero al parecer no lo había logrado.
Una ráfaga de aire proveniente quizá de un torbellino pasó muy cerca de ellos. Entonces su baba tomó su brazo y como si no estuviera vieja, echó a correr con él a rastras hacia la esquina. Loki estaba tan en shock que no alcanzó a reaccionar hasta que frente a ellos, tapándoles el paso del último tramo, apareció Thor cargando a un gigante de hielo con él.
Su baba paró de súbito y tomando su mano pronunció unas palabras en un idioma que él interpretó como vanir. Antes de que lograra desengancharse del agarre ya era demasiado tarde y un grito de "no" soltado por el gigante lo hizo comprender de qué conjuro se trataba justo en el instante en que una especie de listón se enroscaba tanto en su muñeca como en el de su baba y se convertía en un tipo de tatuaje.
Ni él ni el gigante, que parecía saber la situación, pudieron advertirle a Thor que debía parar el ataque que Mjölnir propinó a su baba, tirándola en el acto y haciendo que Loki también cayera sobre la nieve. El dolor que sentía en su estómago era el del peso de algo que no lo dejaba levantarse.
—Loki, alma mía. —Se acercó a él el rubio e intentó ponerlo en pie pero falló.
El hechicero estaba impotente, sin la capacidad de expresar sus pensamientos al aesir por la falta de aire que le provocaba el objeto imaginario que en todo caso era Mjölnir.
Grata fue su sorpresa al escuchar como el gigante que lo acompañaba le explicaba a Thor lo que acababa de pasar:
—Príncipe, Gullveig ha lanzado un conjuro llamado "espejo".
—Lo que significa que aunque sea a mí a quien dirijan un ataque —dijo su baba lanzando a un lado el Mjölnir como si no pasara nada y sacudiéndose la nieve de su pelo al ponerse en pie—, las repercusiones se verán reflejadas en Loki.
Con esfuerzo y libre al fin del peso del martillo, el joven jötun se reincorporó e indignado por lo que acababa de acontecer se enfrentó a su baba, quien mutó una vez más dejando ver ante todos los presentes, incluidos algunos ojos curiosos, su forma vanir.
Cabellos oscuros y cortos enmarcaban su rostro de facciones duras salpicadas de lunares. Era muy lozana debía admitir, a pesar de que si había oído bien, era Gullveig: una mujer de más de cincuenta años que se suponía debía llevar muerta unos cuantos.
—Prefiero que me llames Heid si no te molesta Farbauti —aclaró la mujer alzando las faldas de su vestido negro para aproximarse a él—. Cariño, no quería que te enteraras así.
Claro que Loki se apartó de la mano que intentaba alcanzar su mejilla pero lo sorprendente fue encontrarse con que no sólo Thor parecía decidido a hacer sufrir a aquella extraña mujer, sino que una pared de piel azul con marcas de su raza se encontraba ahora entre él y aquella mujer que creyó conocer de toda la vida.
—¡Jamás vuelvas a tocar a mi hijo zorra!
Ahora sí no estaba entendiendo nada y por la cara del rubio dedujo que él sí. Loki se asomó de detrás del gigante y encontró el semblante de Heid desfigurado por lo que parecía una rabia pura, pero antes de que esta terminara el conjuro que ya estaba profiriendo, el joven jötun se interpuso.
—¡Quiero saber qué sucede! Tú, ya sé que no eres buena persona —dijo señalando a Heid y después vio al gigante—. A ti no te conozco y no sé qué te dio para llamarme tu hijo.
—Porque lo eres, de bebé esta mujer vino y te raptó para salvar su pellejo. ¡Le dimos nuestra hospitalidad y ella nos traicionó!
—¡Por supuesto que no! ¡Me vieron casi moribunda y sólo les pedí salvarme pero me negaron lo único que me mantendría con vida!
La información era demasiada y lo dejó en un estado de shock hasta que Thor mencionó que lo que llevaba en el tobillo no era un hechizo de vinculación sino uno de transferencia. Lo demás podía esperar, pero eso lo hirió como lo enfureció a partes iguales.
Casi trotó hasta quedar nariz con nariz con Heid. Quería buscar en sus ojos las razones por las que lo había engañado de una forma tan burda y miserable como lo había hecho hasta ese momento.
Porque si aquello era cierto nunca había estado enfermo, sino que al tomar un poco de la magia que le pertenecía ya sea a él o a ella, la hechicera también le había robado su seidr y con ello su fuerza vital de a pocos.
—Todavía no entiendo cómo es que pudiste hacerme algo así y sobre todo por qué simplemente no me mataste en lugar de forzarme a vivir enfermo.
—Cariño. —Lagrimas cayeron por sus mejillas pero no hubo algún efecto en él por ellas—. Sé que todo se escucha horrible y que no comenzó siendo algo bonito pero...
—Tu seidr era demasiado poderoso y ella no logró matarte, por eso también podías controlar el banco de magia...
En los labios del gigante apareció una especie de costura luminosa que lo hizo sangrar y callar. Aquello le provocó espasmos, jamás había creído que la voz que le narraba historias de sus viajes o que le cantaba nanas usaría hechizos para herir a otros en vez de sanarlos.
—Mírame —le dijo la bruja que tomó la cara de Loki entre sus manos—. Ya no te voy a mentir: lo que dice Farbauti es verdad. Al principio dejé que crecieras para poder absorber todo tu potencial pero incluso antes de que llegaras a los quince años sabía que no podría hacerlo. —Ahora parecían ríos los que corrían por sus pómulos—. En mi vida pasada como cortesana y hechicera, nunca hubo nadie que me amara de una forma tan incondicional como tú lo hacías cada que yo volvía a casa.
—Loki no creas una palabra de lo que dice, ¡esa bruja casi mata a Fandral!
Si era sincero, el rubio amigo de Thor no le preocupaba en lo más mínimo y lo único que deseaba saber era más sobre cómo era que Heid lo había estafado, hasta que recordó por qué había decidido marcharse. Se volvió y dio unos pasos hacia Thor para poder tenerlo bajo escrutinio cuando respondiera.
—Acusas a esta mujer de mentirme y llevas razón pero dime, ¿acaso tú no hiciste lo mismo? —El hombre rubio dejó su lugar al lado de Farbauti y frunció el ceño para acercarse—. ¿Niegas no haberme contado de tu compromiso con Freyja? ¡¿Niegas no haberme utilizado sólo como una cosa para darte placer?!
—¡Claro que sí! No lo de Freyja, eso se suponía que te lo diría cuando lleváramos más tiempo juntos y te propusiera matrimonio.
—¿Un matrimonio de tres! —soltó, rechazando su intento de tocarlo.
Aquello era un dolor de cabeza infernal. Sólo quería despertar en su casa solo y dormir durante mucho tiempo. Ya no deseaba escuchar nada ni a nadie, cualquier argumento le parecía un chiste mal contado. Se puso en cuclillas y dejó que la voz de Thor se la llevara el viento.
Claro que este no pudo atravesar la barrera de protección que él había puesto para que nadie lo molestara aunque fuera un par de minutos, pero olvidó que su seidr no sólo era suyo. Debía de haber una forma de romper tanto el hechizo espejo como el de transferencia y así liberarse del yugo de la mujer.
Cayó en la cuenta de que nunca le había concedido un permiso explícito a Heid para llevar a cabo ambos encantamientos y no halló razón entonces para que estos se ejecutaran.
O eso creyó hasta que rememoró su caída en la grieta a sus casi cinco años, su eventual rescate y a él accediendo a cualquier truco de magia que su baba quisiera para ayudarlo.
—Cariño —dijo entrando a su burbuja personal sin dificultad y repitiendo el maldito apodo que antaño le pareciera lindo—. No se suponía que esto sucedería. Lamento que haya pasado así, ese día en que el aesir interrumpió nuestras vidas iba a notificarte nuestra partida a otro mundo. Aún no es tarde. —Se acuclilló frente a él y le acarició sus cabellos negros—. Ven conmigo, no tenemos que estar aquí para cuando la guerra entre Jotunheim y Asgard estalle, iremos a ese viaje por Yggdrasil que tanto querías. Yo te amo de verdad Loki, verás que pronto olvidarás lo que pasó y...
—¡No! —Quitó sus manos de él y se levantó como una marea embravecida que necesita desembocar. Esta vez no había una salida, así que no veía razón para no ser irascible—. ¡No quiero ir contigo a ninguna parte! ¡No habrá guerra con Asgard porque, ¿adivina qué? Los cinco reinos accederán a la paz! ¡Y no creas que no he deducido que tú eras esa aura mágica que me estuvo siguiendo durante el viaje ni que soy tan estúpido como para no ver que tú fuiste quien hizo esa explosión de magia en Utgard! ¡Y no, definitivamente tú no me amas! ¡Ni siquiera sabes qué es eso!
Había caído en la cuenta de que la razón por la que en el palacio de Utgard no se había debilitado hasta el día previo era porque de alguna forma la barrera de Farbauti había logrado repeler los intentos de esa mujer por entrar y que apenas ayer había conseguido perpetrar la fortaleza. No sería extraño tampoco que de alguna manera estuviera involucrada en la amenaza de guerra por su especial deleite al mencionarla.
Heid estaba a metros de él, reculando al verlo actuar de forma tan iracunda, cuando sus ataques de enojo solían ser fríos y calculadores. Ya habían ambos salido de la barrera que los protegía y por ello, Farbauti ya estaba también a unos metros de él mientras Thor intentaba comprender la situación.
El silencio se hizo y tras unos segundos en los que Heid mantuvo la cabeza gacha, en lo que parecía una interpretación de llanto, esta levantó la cara y un rictus de furia somatizó sus rasgos casi juveniles.
Su máscara de cordialidad se agrietó y fue entonces cuando empezó a sentir un ente escurrirse por su cuerpo, apoderándose de sus miembros y enredándose en su cabeza.
—Intenté hacerte razonar cariño pero veo que ya no puedes. —Su tono era frío y no necesitaba de gritos para sonar amenazador—. No te preocupes, a partir de aquí yo tomaré el control, tú sólo concéntrate en calmarte.
La bruja extendió una mano hacia un lado y a unos metros, justo al acabar la cuadra, de la nada surgió un agujero que dejaba ver un paisaje distinto, uno que sabía que sólo él y Heid sabían a dónde llevaba.
Con lo último que tuvo de conciencia y el pánico atorado por lo que sabía estaba a punto de suceder, logró pronunciar un par de palabras que lo hicieron reflexionar un segundo sobre lo idiota que había sido al desperdiciar sus últimos instantes junto a Thor peleando:
—Te amo, Thor. —Una lágrima se escurrió por su mejilla y ya no supo más.
El aesir se lanzó para arrebatar a Loki de las garras de la bruja: no la lastimaría sólo se lo quitaría y saldría volando con él en sus brazos hacia Utgard. Una vez a salvo, pediría a Padre de Todo consejo.
No alcanzó a concretar su plan.
—Si te lo llevas, lo mataré. Amo a mi hijo pero no dejaré que te lo quedes ni ahora ni nunca y si me lo has de robar ten por seguro que no vivirá lo suficiente para volver a decirte que te ama.
Fue así como el todo poderoso, fuerte y viril Thor tuvo que contemplar cómo el amor de su vida, con los ojos muertos, seguía a Heid a un paradero desconocido. Escuchó el llanto de la madre desconsolada que perdía por segunda vez a su hijo y sin poder evitarlo, la abrazó.
—Voy a encontrarlo aunque me tarde mil años en hacerlo, lo juro por mi honor.
—Oh príncipe aesir, creo que no te has dado cuenta que Loki no sólo no come de las manzanas de Iddun sino que es una para esa bruja. Su tiempo es incluso más reducido que el mío.
El vacío ya existente en la boca de su estómago se hizo aún más prominente y la esperanza de encontrar una solución con el tiempo se hizo trizas.
Al igual que la mitad de su corazón.
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