Epílogo
La tierra que pisaba era húmeda y rojiza. No necesitaba zapatos o de alguna manera sabía que no lo hacía. El escenario estaba fuera de lugar para él pero entendía que debía recoger más de los frutos rojos tirados a los pies de aquel árbol.
Se quitó su sombrero y fue ahí que divisó la otra figura con un vestido corto que efectuaba la misma acción. Aquella era Heid, a quien había considerado como su familia y eterna compañía una vez. Eso quería decir que al fin había sido liberado de la coerción por medio de la cual ella había tomado el control de su cuerpo.
—Cariño —cantó, acercándose a él—. No me mires así o tendré que asumir que necesitas más tiempo para reflexionar y créeme que te he dado mucho para mi gusto.
No dijo nada, sólo siguió con lo que se suponía era su deber. Había una carreta detrás de ellos y estaba seguro que los cestos llenos de aquella fruta dentro de ella eran parte de su jornada laboral. Al menos la actual.
Suponía que aquel sitio era Nidavellir o Alfheim por lo peculiar de su terreno. Cuidando de no ser visto revisó su cuello y ahí estaba el colgante que su rubio tonto y encantador le regalara en lo que parecía ser mucho tiempo. Quiso llorar al saber que no lo volvería a ver e hizo una última petición a Ymir: que por lo menos le contara a sus hijos algún día sobre él, aunque fuera una vez.
Brincó al sentir la vista de reojo de la mujer y se volvió no sin antes guardar bajo su blusa holgada el colgante. Debía ser cauto y no tan arrebatado como en Utgard, aquello sólo le había provocado problemas.
Ahora que sabía el secreto de la bruja estaba seguro que esta no aguantaría sus rabietas y lo pondría a "dormir" dentro de sí mismo cada que cometiera o dijera algo que le desagradara.
Si tan sólo encontrara la forma de quitarse de encima los hechizos que la ataban a ella, podría matarla y salir de allí. Aunque tal vez la parte de matarla no sería tan fácil como sonaba. Ella lo miró y le sonrió enternecida, tomando su silencio como un buen signo, se tiró a sus brazos en donde lo envolvió. Parecía feliz.
—Tendré que ausentarme algunos días Loki y depende de qué tan bien te portes el que te deje a tus anchas o bajo mi control —dijo con tono suave pero que no le quitó la evidente amenaza. Se separó de él y lo contempló para después suspirar—. Tengo que reparar lo que hiciste. Ahora Jotunheim ha aceptado el trato propuesto por Asgard y eso no debe ser, me esforcé tanto para que se destruyeran. No voy a dejar que lo que sea que tu y ese príncipe aesir hayan hecho, lo eche a perder.
—Tú controlaste al rey Thiazi, te fuiste de "viaje" durante los tres meses en que él cometía esa locura.
Heid se rio encantada por la mente brillante y singular de su hijo. Ahora más que nunca estaba convencida de que la idea de convertir en dioses a toda la realeza de Jotunheim había provenido de él. Era una lástima que el plan más sencillo hubiera fracasado.
Si tan sólo el príncipe hubiera dejado al jötun cuando este enfermó camino a Utgard o si ella aquella noche después de que el aesir le hubiera devuelto la magia a su bebé no hubiera quedado intrigada por los secretos que el aesir pudiera ir revelando a Loki.
Si tan sólo no hubiera usado tanta de su magia en un conjuro que mantenía vivo a su captor aesir en el hielo y la hubiera empleado en pasar más rápido la barrera de Farbauti.
Suspiró.
Ahora debía ver a Kalh Dur, rey de los elfos oscuros para plantear una duda en él: su plan B.
...............
—Lo que vas a hacer no sólo es estúpido sino que es un sacrificio inútil.
—Dime algo padre, ¿me diste tu consentimiento para romper con Freyja porque ya sabías que esto depararía el futuro?
—En efecto.
El príncipe se retiró de la audiencia con su padre, conseguida una vez había regresado de Jotunheim con un Fandral en peligro de muerte y una tristeza en el alma que no lo dejaba ni un instante.
Su madre lo abrazó y él dejó que lo hiciera por primera vez en siglos. Ella lo apoyaba, no sabía si era lo correcto pero le había dicho que si su felicidad pendía de ello estaba de acuerdo. Sólo le pidió que se cuidara y que regresara a ella con vida una vez terminara. Quería conocer a su prometido en cuanto fuera posible.
Freyja había sido cordial con él, aun cuando ya no eran futuros esposos. Sabía que la noticia había sido una bofetada a su dignidad pero esperaba que con el tiempo limaran asperezas y ella encontrara un mejor partido, como Balder quizás.
Ni él ni Loki gozaban de muchos años para encontrarse nuevamente o para que Thor lo trajera directo a Asgard y así convertirlo en su consorte. En resumen: para darle de comer las manzanas de Iddun, ya sin importar si se convertía en su esposo o no, porque como descendiente de la casa real de Utgard ahora le correspondía por derecho hacerlo.
Heimdal le deseó una excelente travesía y aunque sus tres amigos con excelente salud insistieron hasta ese momento en acompañarlo, él se negó. Había intercambiado una secreta conversación con la cabeza de Mimir.
La profecía no se había modificado aun cuando él y Freyja ya no eran prometidos: engendraría un par de hijos con el ser más bello e inteligente de los nueve mundos, y ellos al final de los tiempos, traerían un nueva era a todas las ramas del Yggdrasil.
No estaba seguro de si se refería con eso al Ragnarok o no, pero el sabio le había indicado que el viaje que estaba por realizar debía hacerlo solo.
El Bifröst se abrió y fue absorbido por él para unos segundos después, estar de nuevo en la tierra helada y yerma de Jotunheim. A las afueras del reino de Gardjovka para ser precisos, donde en una cueva a unas millas de ahí se encontraba el pozo que antaño custodiaba Mimir.
Aquel lugar donde una de las raíces del Yggdrasil llegaba a parar y de donde su padre había obtenido su sabiduría al perder un ojo.
El mismo sacrificio estaba dispuesto él a hacer, aunque con un propósito diferente y quizá más romántico.
—Alma mía, dame fuerza —susurró antes de besar su colgante.
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