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Las alarmas del cielo comenzaron a sonar, junto con las luces rojas que indicaban solamente una cosa: Había ocurrido un milagro. 

—¿Dónde sucedió? — El arcángel Miguel caminó hasta quedar frente al globo terráqueo que tenían en el cielo. 

—La ciudad de Manchester — Uno de los ángeles menores indicó mientras se acercaba al lugar del suceso —Oldham. 

—¿Quién es el encargado de esa área? — Uriel trató de recordar quiénes eran los ángeles designados a esa área o cercanas. 

—Dumah — Azirafel se acercó y no hubo ninguna duda al verificar el lugar del milagro, así como también reconocer el auto fuera de la morada del ángel. —Tengo que ir a verificar porqué hizo un milagro de tal magnitud. 

—Claro, como arcángel supremo ese es tu deber — Azirafel asintió y se dirigió al elevador que lo llevaría a la Tierra, obviamente no podía decir que estaba más que preocupado de que algo malo pudiese haber pasado, pues Crowley estaba involucrado sin duda. 

La pregunta era, ¿por qué fue con Dumah? ¿Cuál era el punto de haber ido con ella? Nunca fue de su agrado, mucho menos cuando tuvieron que trabajar juntos para apaciguar la ira de una revolución o de una guerra civil en la ciudad de Manchester en el siglo XIX, había dejado muy en claro que jamás quería volver a trabajar con aquella anciana, nunca estuvo seguro de porqué, pero no le tomó mucha atención, suponía que no toleraba a ningún otro ángel que no fuera él, pero ¿por qué estaba ahí? 

Por supuesto que Crowley tenía que ver con el milagro que acababa de ocurrir, ¿ahora trabajaría con ella? ¿era tan fácil de reemplazar o de olvidar? ¿ese beso no significó nada? 
Ahora estaba sumamente indignado de tan solo imaginar que en realidad ese día solo le mintió y ahora se encontraba muy a gusto con Dumah, además, ¿por qué Dumah lo recibiría sin preguntar nada? ¿que sentido tendría que ella le diera asilo a un demonio? Bueno, eso último no lo sabía pero a juzgar por auto afuera de su morada no había que ser demasiado inteligente para deducirlo. 

Así que en menos de lo que esperó ya se encontraba fuera de la casa de Dumah, más irritado de lo que ya estaba, no solo el auto de cierto demonio estaba ahí, sino que también sus amadas plantas, si solo fuera una visita normal, sus plantas seguirían en el auto, pero estaban el hermoso jardín de aquella ángel, cuando estaba en la librería nunca dejó sus plantas, ¿por qué con Dumah las sacaba? Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no llamó a la puerta de forma apropiada, sino que la golpeó, estaba tan molesto. 

—Azirafel — La anciana abrió la puerta, sonriendo para el ángel —Lo lamento, su santidad, ¿a qué debo el placer de su vista? — Ella se hizo a un lado para dejarlo entrar, gesto que Azirafel no dudó en desaprovechar y pasar buscando al demonio por todos lados con su mirada. 

—Las alarmas del cielo se activaron, indicaron que hiciste un milagro hoy, hace aproximadamente una hora — La miró tratando de conservar la calma y no mostrar que se estaba muriendo de incertidumbre por saber qué fue lo que hizo. —¿A qué se debió, Dumah? 

—Almas angustiadas y desesperadas por paz — Respondió ella tomando asiento —Ayudé a un alma a tratar de conseguir un poco de sosiego. 

—Oh, ya veo, ¿qué alma estaba sin consuelo? — Por supuesto que iba a hacer que diera una explicación de qué hacían las cosas de Crowley ahí. 

—Lo conoces muy bien, has venido por eso ¿no? — Tal vez no era tan bueno disimulando como creía. 

—¿Él fue quién te pidió el milagro? — Muy bien, eso si que le parecía extraño —¿Bajo que argumento? 

—Bueno él no explicó que era lo que pasaba, pero, a juzgar por la angustia que sentí cuando él entró, pude deducir que estaba muy lastimado. 

Eso sin duda logró descolocar a Azirafel, por supuesto que sabía a qué se refería con estar lastimado, sabía que lo había provocado y sabía por qué, no sabía que decir y tampoco era necesario decir algo, pues era muy consciente de ello. 

—¿Puedo preguntar qué clase de milagro fue? — Al menos quería saber si él estaba bien o si lo había ayudado. 

Ella sonrió mientras se levantaba para acercarse a él, puso su mano en su hombro con una sonrisa tierna, como si dijera que todo estaba bien. 

—Te puedo asegurar que lo que hice le ayudó — Asintió —Lo que no estoy muy segura es que dejó aquí su auto, además las plantas se ven un poco decaídas de igual forma. 

—Ellas no están acostumbradas a que les hablen bonito y el auto, bueno, tiene que ser conducido a su máxima velocidad — Sonrió con nostalgia —Es nuestro auto. 

—Ya veo, entonces haré lo mejor posible. 

Pero Azirafel quería llevarse esas cosas consigo, no podía dejarlas ahí, sabía que eran de las cosas más preciadas para él y dejarlas, para él, sería como si nunca le hubieran importado y no era así, las valoraba muchísimo, además representaba una parte muy importante de Crowley. 

—El auto lo puedo llevar, no aceptará a nadie más, ya lo conduje una vez — Ella asintió con una sonrisa —Si lo ves, ¿podrías decirle que vaya a librería? 

—Claro que sí — Dicho eso, el ahora arcángel salió de su casa y caminó hasta el auto, donde se subió para conducirlo sin mayor problema. —No es la única alma angustiada aquí. 

Mientras conducía de vuelta a Londres, su mente se ocupó en una sola cosa: Crowley. Trataba de entender como es que Gabriel había tomado la decisión de dejar el mayor de los cargos celestiales para irse de la mano con Belcebú, ¿cómo había podido tomar esa decisión sin la mayor preocupación de quién se quedaría con su puesto? o de lo que pasaría después de que ambos se fueran, porque la realidad es que los dos se fueron sin mirar atrás, sin que nadie más les importara más que los dos, sin que algo les impidiera tomarse de las manos y desaparecer juntos, solo los dos. 

¿Acaso eso significaba estar de su propio lado? Tomar la mano de la persona que amas y mirarla a los ojos como si lo que los rodeara no existiera, ¿eso era lo que quería Crowley? Porque ahora que lo analizaba con más calma, la idea de irse los dos a algún lado sin tener la posibilidad de ser encontrados no sonaba tan abrumadora como lo había pensado, incluso cuando vio que Gabriel y el señor de las moscas se iban, al menos entre ellos, parecía haber una paz total, algo que lo sorprendió de sobremanera. 

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