Capítulo 2.
Repetir la misma acción en espera de producir diferentes resultados se clasifica como locura y Carissa claramente se estaba volviendo loca. El resto de la semana siguiente al día en que ella se fue del cine, espejismos de aquel hombre no abandonaban sus pensamientos. Ella podía jurar que oía su voz resonando en algún lugar en la distancia mientras caminaba de camino al trabajo, o veía esa mata de pelo castaño a través de una gran multitud cuando ella cruzaba las calles transitadas. Hacía intentos de sacarse su rostro de la cabeza, quería eliminarlo de su sistema y liberar sus huesos de los temblores que él había ocasionado, pero él seguía incrustado en su subconsciente. Le molestaba la cantidad de electricidad -que él sin saber- había enviado por todo su cuerpo esa noche. Ella no quería sentirse atraída hacia él o a sus palabras. Ella simplemente quería olvidar las cosas sucias que había imaginado de ellos dos juntos.
Era una buena señal que solo fuese atracción física. Aunque esa atracción no era fácil de asimilar para ella, no significaba que necesariamente tuviera que haber sentimientos involucrados contra su voluntad.
El viernes por la noche llegó una vez más y Carissa decidió ir al gimnasio para distraerse e irse antes de que anocheciera aún más. Había sido una semana muy dura en Le Troisième Ravier, el restaurante donde ella trabajaba.
Situado en el corazón de la ciudad y con largas listas de espera de reserva por meses desde que fue declarado el restaurante más popular en California, Carissa había sido una de los mejores jefes de cocina aclamados por los críticos.
Era peculiar ver a alguien tan joven en un rol que requiere mucha autoridad, especialmente en un ambiente donde se requiere perfección. Ella era firme en intentar ser la mejor. Al principio, fue ridiculizada por ser una mujer joven. Ella empezó trabajando como ayudante de cocina a la 'madura' edad de dieciocho años, recién graduada. Las artes culinarias son su especialidad, incluso en la secundaria lo eran. El trabajo se le presentó a ella porque su gerente conocía a su padre -del que estaba muy distanciada-, lo que enfureció a algunos de los empleados.
—¡Ella no será capaz de mantener el ritmo! —gritó uno de los compañeros— ¡Sólo entorpecerá el ritmo e iremos demasiado lentos!
Pero conforme pasaba el tiempo, ella iba demostrando de todo lo que era capaz. Trabajó arduamente, siempre centrada hacia su objetivo. Era una artista, cada movimiento era como una pincelada en su lienzo, cada ingrediente añadido a un plato era un paso que la acercaba más a completar su obra maestra. Ella era la reina de su castillo. Nadie podía ameritarse lo que ella había logrado porque ella era la única mujer chef lo suficientemente buena para mantener el ritmo.
Ella se sentía orgullosa de saber que estaba en la cima de su propio juego.
Pero hoy, ella iba a disfrutar de mimos: iba a recogerse el pelo en una coleta y, a continuación, meterse en la bañera de hidromasaje. Era la mejor forma de acabar su día.
Después de ponerse unos pantalones cortos ceñidos y una camiseta, ella se dirigió a la sala de pesas. El centro se había rediseñado recientemente para que las personas que trabajan fuera no sólo tuvieran una visión de la gente en la piscina de abajo, sino que también era una buena manera de tentar a los atletas en el gimnasio para adquirir una membresía mensual por usar la piscina también.
Ella comenzó con algo fácil, luego se fue a las bicicletas estáticas, situadas más lejos de la ventana panorámica de la sala de pesas, e hizo un ciclo hasta que sus piernas se sintieron como gelatina. El sudor de la frente le corría por la cara. Era una visión de la que alejarse -una mujer sudorosa con las mejillas del color de los tomates- pero le encantaba cómo se sentía. Le encantaba el ardor de sus músculos, rogando por más oxígeno, y los latidos de su corazón contra su cara torácica. Se puso delante del espejo después de terminar sus ciclos para estirar de nuevo.
A diferencia de la mayoría, Carissa no tenía miedo a mirar su reflejo -los gritos de sus demonios eran ahogados por el peso del narcicismo en su carácter-.
Probablemente se daría cuenta del arco de su columna que se sumergió justo antes de curvarse hacia afuera para crear las colinas estéticas y los valles en la parte inferior de su cuerpo. Su camisa, con su sudor, se abrazó a su torso bien formado, aferrándose a las pequeñas curvas de sus pechos haciendo que algunos de los hombres en el gimnasio pararan de hacer lo que estaban haciendo para comérsela con los ojos mientras ella no estaba mirando. 'Bombón' no era una palabra que la describiera con precisión, pero 'desaliñada' no habría colado tampoco.
Una vez que llevó a cabo su segunda repetición, se subió a una cinta de correr, las cuales estaban frente a la piscina. Ella subió el volumen de su música, se puso los auriculares en las orejas y comenzó a correr. No mucho tiempo después, ella se vio distrayéndose con un hombre haciendo largos en la piscina a una velocidad alarmante. Ella seguía corriendo, pero su atención estaba dirigida al cuerpo que tenía delante en el agua.
Quienquiera que fuese aceleró como una bala contra el líquido. Nunca había visto a alguien nadar tan rápido -excepto en los Juegos Olímpicos-. Movía los brazos circularmente, de manera paralela a su cuerpo, impulsándolo hacia delante. Estudió los músculos de su espalda, flexionados con cada golpe de sus brazos, el recorrido del agua sobre su cuerpo haciendo que su piel brillara bajo la luz fluorescente de la zona de la piscina. Su pelo estaba escondido bajo un gorro de natación, que dejaba volar su imaginación para preguntarse lo que este hombre podría tener ahí abajo. Salió con un hombre unos seis meses antes de la fecha actual, también un nadador, pero recordó que odiaba usar gorros de natación durante la práctica.
El nadador llegó al fin del recorrido y utilizó sus brazos para auparse a la cubierta. Ella no se atrevía a dejar de mirar. Se sentó y de repente su interior se encendió una vez más: los tatuajes. Remolinos familiares de tinta. No podía ser... ¿o sí?
Ella se quedó mirando los remolinos tintados sobre la piel debajo de sus clavículas. Recordó al hombre del cine que tenía algo que sobresalía por detrás del cuello de la camiseta. Su brazo izquierdo estaba cubierto con algunos indicios. Su mirada finalmente se arrastró hasta la gran obra de arte en su estómago. En ocasiones normales, ella se hubiera reído de tal diseño en alguien como él, pero no podía negar que le daba un aspecto más sexy, más varonil, incluso un poco ¿macarra? Tiró del gorro de natación y una mata de pelos castaños confirmó sus suposiciones de quién era: el hombre que le había robado la entrada.
No tardaron mucho sus ojos en recorrer sin pudor el largo de su torso, su traje de baño color carmesí colgando muy bajo en las caderas para revelar el rastro de vello que desaparecía bajo la tela del bañador. Se echó hacia atrás sobre sus brazos, dándole una vista completa de su cuerpo y una parte de la misma -que celebró la parte más pervertida de su mente- que era más notable, su bulto estaba, y estaría por siempre, burlándose directamente de ella hasta su lecho de muerte.
Su mente empezó a pavonearse como una colegiala vertiginosa que ha chocado con un chico con varios años más que ella. Una vez más se encontró con la visualización de la vista de él en la cubierta de la piscina, con sus brazos tonificados sosteniéndose a sí mismo, mirando hacia abajo en su cuerpo atrapado debajo de él. ¿Qué pensarían los espectadores? Seguramente los habrían arrestado con varios cargos por desnudez pública de tercer grado y, posiblemente, un recuento erróneo de embriaguez pública. Los padres tendrían que proteger los ojos de sus hijos del voyerismo, material de archivo que se publicaría en Internet y tendría que dejar su trabajo y vivir en algún lugar lejos, muy lejos para no volver, pero ella no podía convencerse a sí misma de no pensar en tener relaciones sexuales con él al lado de la piscina. Ella no podría hacer nada. Se acordó de su colonia, la forma en que olía tan masculino y tan único a él, lo que debilitó sus rodillas; se acordó de su voz y lo mucho que quería oírlo gemir su nombre en su acento delicioso -una mezcla de puro éxtasis cuando su cabeza daba vueltas mientras él la penetraba más y más y más duro, y otra vez, y otra vez, eso siendo más que suficiente para que perdiera el control.- ¡Carissa!, su conciencia chilló-. A menudo se preguntaba si su conciencia, era en realidad, su madre, porque la similitud entre las dos era espeluznante.
Pensó en sus labios presionando su cuerpo, dejando besos calientes en lugares que otros hombres no habían besado antes. Pensó en sus dientes mordiendo su piel, dejando unas marcas de color rosa como consecuencia, y cómo se abriría paso por su cuerpo. Por último, imaginó su lengua tanto como su dedo chupando y recorriendo fugazmente partes de su cuerpo donde ella sufría más por él hasta que no podía formar frases coherentes, hasta que ella gritaba por más y más, hasta que la hacía olvidarse de su propio nombre. Se preguntaba cómo sería, ¿cómo se sentiría? ¿iba a ser bueno en el cumplimiento de sus deseos absolutos? Era una tontería ponerse a soñar incluso con alguien al que trataba de odiar con cada fibra de su cuerpo, pero una entrada de cine no parecía tan importante como su longitud enterrada profundamente dentro de ella en su estado de trance.
—¿Echando una buena carrera, amor? —una voz familiar, ronca, le susurró al oído. Ella gritó y se dio un sobresalto, cesando inmediatamente sus pensamientos sobre el hombre en la piscina, haciendo que los otros clientes dejaran de hacer lo que estuvieran haciendo para mirar en su dirección para comprobar si estaba bien. Tropezó con sus pies y rápidamente pulsó el botón de parar del panel para evitar que se cayese, pero sintió la pérdida del equilibrio. Por suerte, unas extremidades calientes la atraparon antes de que tuviera la oportunidad de protegerse a sí misma ante la inminente caída. Miró a su salvador y se sonrojó con un tono irritado de rojo -ya no estaba en la piscina. Debe de haber hecho su camino hasta ella cuando estaba ocupada pensando en todas las formas de las que podía hacerla gozar-.
—Irónico, ¿no crees? Tú cayendo en mis brazos.
Recordó por qué quería olvidarlo en primer lugar. La razón por la que el hombre en su cabeza era tan atractivo era porque él no abría la boca para decir nada que no fuera gemir su nombre contra su centro. Ella frunció el ceño y se miró a sí misma, ajustando su parte superior y arrebatándole la botella de agua de la mano. No iba a dejar que su encanto juvenil y el tono caliente la cogieran con la guardia baja. No iba a permitir que el hecho de que estaba sin camisa y olía a gel de ducha almizclado sacara lo mejor de ella. Su pelo echado hacia atrás en la cabeza, seco, se veía genial en él y... ¡Carissa! Ella tenía dominio propio... ¿no?
—Tienes mucha cara al hablarme después de que me robaste la entrada.
—Oh, vamos, no seas así, amor, que me estás haciendo parecer un ladrón —se rio en voz baja, con los ojos rastrillando su cuerpo de pies a cabeza, y luego volviendo a subir. Se sentía como un bicho bajo una lupa. Para las otras personas en el gimnasio se veían como dos personas -posiblemente una pareja que tiene una conversación, pero poco sabían que no era ni mucho menos eso-.
—Lo eres.
Se subió sobre la cinta de correr, acercándose a ella por la única vía de escapar que tenía. Sintió que sus respiraciones se volvían irregulares, su culo estaba contra el panel, su ritmo cardíaco se aceleraba y sus labios se acercaban peligrosamente a su cara. Tenía miedo de que, si él se ponía más cerca, ella acabaría besándolo.
—¿Después de echarme todas esas miradas mientras estaba ahí abajo? Mátame con las palabras todo lo que tú quieras, princesa, pero odiaría llamarte hipócrita.
Se dio cuenta de que temblaba ante sus palabras casi silenciosas, así como el rubor se intensificaba en sus mejillas. Él tiró del lóbulo de su oreja con sus dientes y eso bastó para que ella frenéticamente saliera de debajo de sus brazos para alejarse. Mantuvo la compostura, o lo intentó, haciendo su camino hacia las bicicletas estáticas de nuevo. Era plenamente consciente de que ella ya había hecho ese ciclo, pero estaba demasiado absorta en sus pensamientos y la visión de su pecho desnudo realmente le desconcertaba. Ella comenzó a pedalear, esperando que él se rindiera si la veía ocupada. Ella, lamentablemente, quedó corregida, ya que se sentó en la bicicleta junto a ella e imitó sus movimientos de las piernas.
—¿Cómo te llamas, cariño?
—No te importa —le espetó ella, con los ojos fijos hacia delante.
—De hecho, sí que me importa. Y mucho.
—Vete a la mierda.
—Curioso nombre —sonrió, lo que la hizo poner sus ojos en blanco ante su sarcasmo—. Yo soy Ryan.
—Me da igual.
—Parecía que te importaba cuando estabas comiéndome con la mirada mientras estaba ahí abajo.
—¡No te estaba mirando! —mintió con amargura
—¿Mentirosa, hipócrita y ladrona? Tienes todo el paquete, ¿no?
Frenó y lo miró, furiosa. Él siguió pedaleando con su estúpida sonrisa en su cara.
—Si no te vas ahora mismo, voy a llamar a la policía y te denunciaré por acoso.
—¿Por qué tengo que irme? Tú eres la que está sentada sin hacer nada en la bicicleta. Yo estoy haciendo ejercicio —razonó, apuntando hacia abajo a sus piernas que todavía estaban pedaleando. Ella gimió ante su respuesta, incapaz de tomar represalias y recogió sus cosas. Si él no se iba, entonces ella lo haría. Nunca lo denunciaría de acoso, no cuando ella disfrutaba de su juego tanto como él, pero ella parecía más cabreada de lo que estaba en el cine.
Fue entretenido para Ryan ver cómo ella puso mala cara cuando no tuvo las de ganar. Ella no era como las otras mujeres que había conocido -que eran fáciles de cazar, y mucho más fáciles de impresionar-. Ella, sin embargo, daba batalla. Él no había conocido a muchas que rechazarían una charla, y menos con él.
Él no iba a negar que ella se parecía a las mujeres con las que normalmente salía. Su rostro oriental y su pelo oscuro, ambos complementados con sus ojos color chocolate, estaban fuera de lo común en comparación con las rubias platino y morenas con las que era más conocido por estar asociado. Sin embargo, algo en ella lo atraía a su manera, ella era el imán y él era de acero. Sin embargo, cuando la situación se contrariaba, él era el imán tratando desesperadamente de atraerla a ella, y ella estaba hecha de cobre puro y duro.
Ella se fue de allí, no podía aguantar más su descaro. Él era tan bruto y abierto, sin miedo a las repercusiones que sus declaraciones podrían haber conllevado. Él era despreocupado, otra razón por la que debería haberse mantenido lejos de él. No podía arriesgar su reputación, y no podía perder el norte. Pero mantenerse alejada de él era más difícil de lo esperado cuando se chocó directamente con su cuerpo mientras giraba la esquina para ir a las duchas.
(...)
—¡Por Dios! ¡¿Qué demonios?! ¿Sabes cómo te ves de pervertido? ¡Esperando fuera del vestuario de señoras! Lo que faltaba —exclamó. Su cuerpo larguirucho estaba apoyado contra la pared con los brazos cruzados sobre el pecho, frente a una camiseta blanca, que hacía un excelente trabajo provocando momentáneamente su desmayo al ver sus brazos. Un gorro asentado en su cabeza, los mechones asomándose debajo de éste. Tenía el aspecto de un niño bueno. Un ceño se hizo cargo de su rostro. Carissa fue sorprendida por un anhelo de besar las líneas producidas por el hecho de fruncir las cejas, aunque no estaba segura de la causa de su repentino cambio de humor.
—¿Jazmín? —él se acercó a ella inhalando por la nariz, mirándola como si estuviera tratando de llegar a una cierta respuesta a su propia pregunta. Se dio cuenta de que se refería al champú, aunque el cómo pudo identificarlo era un misterio para ella.
—¿Sí? —respondió ella sin saber lo que quería oír—. ¿Hay algo de malo?
—No, no es nada —desestimó su pensamiento anterior, volviendo a su estado normal— Todavía no sé tu nombre, amor.
—Y tengo la intención de que siga siendo así.
Ella pasó junto a él, pero éste retrocedió bloqueando así el estrecho pasillo con el ancho de sus brazos. Ella abrió la boca, impresionada y un poco asustada por lo grande que era. Estaban solos, la gente estaba en el área principal en lugar del pasillo de los vestuarios donde se encontraban ellos.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con '¿por qué?'?
—¿Por qué no quieres que sepa tu nombre?
—No te conozco. Podrías ser un asesino o un psicópata, o vete tú a saber.
—Un asesino o un psicópata, ¿eh?
—Sí. Ahora bien, si no te importa... —ella levantó su brazo para apartarlo del camino, pero hizo una mueca cuando él estrechó su mano izquierda alrededor de su muñeca y la empujó contra la pared. Él puso su otra mano al lado de su cara para hacer palanca mientras se apoyaba en su cuerpo tembloroso, rozando su torso contra el de ella. Se sentía mareada y abrumada en todos los sentidos. Sus labios se secaron de repente; su agarre podía dejar KO al más fuerte de los hombres. Su cara se pegó más y más a la de ella, con los labios rozando el vello minúsculo de su oído y su pelo suave rozando su frente. Ella sintió el calor de su aliento caramelizado eliminando la minúscula cantidad de autocontrol que le quedaba, dejando piel de gallina a su paso.
—Entonces, lo menos que puedes hacer es ser una buena rehén y decirme tu nombre.
Alguien podría haber estado a un pie de distancia de ellos y no escucharía las palabras que escaparían de su boca porque hablaba tan débilmente que ella incluso no sentía sus labios moverse, e incluso habría dudado de que dijera algo en absoluto. Ella pudo haber gritado con facilidad para pedir ayuda, darle una patada en sus partes nobles, que le habría herido como a la mayoría, o escupirle directamente en la cara, pero no lo hizo. Estaba asustada, su agarre provocando una pausa en el flujo de sangre de la mano, pero una imagen juguetona le vino a la mente de la palabra rehén que se desmarcaba de ida y vuelta en su cabeza.
Se quitaría el cinturón de pie a los pies de la cama, sintiendo el tintineo de la hebilla como escalofríos por su espina dorsal. Una sonrisa venenosa arrastrándose sobre su rostro. Ella estaría apoyada en los codos y las rodillas, con sus manos agarradas a las barras metálicas de la estructura de la cama. No se atrevería a mirarlo, anticipando lo que aún no había llegado por el sonido de una cremallera siendo arrastrada y sus pantalones deslizándose por sus piernas. El aire frío le haría cosquillas en su cuerpo desnudo, se sentiría expuesta y vulnerable, simplemente allí para su placer. Se pasearía hacia ella y envolvería su cinturón alrededor de sus muñecas, asegurándolas a las barras para que no pudiera escapar...
—Vas a ser una chica buena ahora, ¿no es así?
Ella sólo se atrevía a asentir ya que sentía cómo su deseo estaba fusionándose con el miedo.
—Dilo.
—Voy a ser buena chica.
Su mano cayó sobre su culo con un fuerte golpe. Ella retrocedió por el dolor, a sabiendas de que su mano dejaría marcas durante días-
—Repítelo.
—¡Voy a ser buena chica!
Otro azote. Otro grito de shock. Su conciencia, furiosa gritándole a ella, combatiendo contra su cuerpo traidor, que solo quería más.
—Mírate, ya estás empapada para mí, ¿verdad, cariño?
Otro gesto de asentimiento. Podía sentir el calor de su mano cerrándose sobre su fuente de calor.
—No estoy convencido, mi amor. ¿Para quién estás mojada?
Otro azote.
—¡Estoy mojada para ti, Ryan! —se las arregló para gemir, su cuerpo temblando de lujuria. Sintió la mano de él calmar el dolor que él mismo había creado una vez que volvió a subirse a la cama detrás de ella. Todo lo que podía sentir era su deseo para cumplir con lo que quería.
—Yo.. yo-soy —tartamudeó, perdida entre la realidad y la fantasía. Él estaba mirando hacia ella, como si admirara un coche o un trofeo. Tragó saliva -sus pupilas se habían dilatado, dejando sólo un delgado anillo verde rodeándolos-.
—No tengo todo el día, princesa —él todavía quería saber su nombre.
—Carissa —suspiró ella instantáneamente. Ella vio la seriedad en su rostro y de repente con una sonrisa tonta él comenzó a reírse, que luego se convirtió en una carcajada limpia una vez que le soltó el brazo. Podía sentir el color de las mejillas cambiando una vez más.
—¡Tu cara! Deberías haberla visto. Oh, Dios, ¡no tenía precio! —se burló de ella, dando pasos hacia atrás y agarrándose el estómago para tratar de contener la risa. Se sentía una idiota, y no había duda en lo evidente: también se lo parecía a él.
—¿Carissa? —se dio la vuelta, con los ojos reuniéndose con los suyos, sintiendo el corazón latir un poco más rápido. Su estómago dio una vuelta hacia atrás. Nunca su nombre había sonado tan melódico, tan eufórico, y así -se atrevió a creer- de hermoso. Era el sonido de las manzanas siendo arrancadas de las ramas de la misma manera en que un violinista arranca las notas musicales de las cuerdas de su instrumento. Era el sonido de un sólo paso sobre mármol en el suelo de una amplia habitación vacía, lo que le daría al mármol un eco ensordecedor. Era el sonido crepitante del dulce maíz tostado sobre una llama abierta al aire libre en la noche de un solsticio de verano. Su acento se envolvía alrededor de las consonantes y las vocales, y las acunaba de una forma en que sus oídos no habían oído antes.
—Yo... Em... Me ha encantado el olor del jazmín en ti —él sonrió, girando y caminando hacia otro lado sin mirar hacia atrás en su dirección.
El champú perfumado de jazmín de Carissa estaba apoyado en su cuarto de baño, junto con el gel de vainilla, fruta tropical y el acondicionador de sandía para niños. Había pasado una semana desde que lo usaba, pensando en que nadie se molestaba en fijarse a lo que olía su pelo. Estaba equivocada, alguien se había dado cuenta, y se estaba alejando de ella más rápido antes de que ella tuviese el tiempo para darse cuenta de ello.
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