uno
desde que la noche brilla.
u̶n̶a̶ ̶m̶a̶ñ̶a̶n̶a̶.̶
―Espérame aquí ―le dijo a su mascota, que le meneó la cola con la lengua de fuera, muy ajeno al siniestro esparcido en aquel lugar de mal vivientes.
Nakahara Chuuya estaba dándole un amistoso paseo a su pequeño compañero por aquel parque que ni siquiera había predispuesto del tiempo suficiente para volver a dejarlo a casa cuando la llamada le entró. No era la primera vez que un atentando así ocurría, pero si la primera que él iría a presenciar la famosa escena del crimen que tenía a todo el Departamento de Investigación sin pegar un parpado.
Se ajustó las sobaqueras que llevaba por costumbre bajo el abrigo en invierno, cerró la puerta y cruzó la calle hasta el edificio donde habían encontrado el cuerpo. Sacó su placa y se la mostró a los individuos tapando la entrada al lugar, aunque tampoco hacía falta que mostrara la insignia, tal solo había que ver esos cabellos fuego y el mar vivo dentro de sus ojos para que todos se apartaran.
Nakahara era por mucho, uno de los mejores Agentes Especiales con los que el FBI podía contar. Subió las escaleras por donde ya bajaba un policía corriendo con la mano en la boca, Chuuya escuchó el sonido del vomito caer a las baldosas detrás de él, hizo una mueca.
Al dar la vuelta por el pasillo grafitado y en obra negra se topó con lo que había sido una lluvia de cristales de una ventana, esquivó los cristales y giró de nuevo, percibiendo desde ya el olor de la sangre. Cuando llegó, Akutagawa y Tachihara lo esperaban, uno mirando la escena detenidamente y el otro acuclillado cerca de la asquerosidad esparcida por el piso.
Sobre el mosaico blanco y verde estaba tendido el cuerpo de lo que se suponía era un hombre, dada su complexión. Chuuya estrechó los ojos, tratando de averiguar dónde estaba su cabeza y donde sus piernas, sin embargo, debido a la mutilación era casi imposible saberlo. Lo único que estaba intacto era su cabeza, pues ahora la veía unos metros más allá, cercenada y en perfectas condiciones.
Los ojos desprovistos de vida apuntaban hacía él, hacía la puerta por la que todos los policías habían entrado. Estaba bastante seguro que la imagen tan grotesca había provocado el vómito del otro policía. No había sangre en donde la cabeza estaba, aunque se veían evidentes signos de violencia, eso sin contar el pene metido en la boca de la víctima.
Chuuya suspiró llevándose los dedos enguantados al puente de la nariz, ahora entendía porque tanta insistencia en que asistiera el caso, y vete a saber en qué mierda acababa de meterse. Un posible sádico sexual con una extraña afición a mutilar a sus víctimas como si fuese esa especie de tigre. Alzó las cejas, arrepintiéndose de haber tomado el maldito caso.
―Convénceme de que esto no es sadismo puro ―chistó Tachihara poniéndose de pie con pura cara de asco.
―Hoy ganas, porque no tengo ni idea de que es esto ―exclamó Chuuya.
Tachihara sonrió de medio lado acercándose al pelinegro de pie todavía inmóvil, parecía un poquito más perturbado que ellos dos, Chuuya no podía juzgarlo ante tal brutalidad.
―Vamos, dejen que los forenses se encarguen ―murmuró dando media vuelta.
Esquivó el vómito del policía, que ahora sabía era uno de los que habían encontrado la obra, pero no se había atrevido a entrar hasta que Chuuya llegó. No es como si él fuera a poner las manos para evitar que devolviera el desayuno, Chuuya mismo tenía hambre. Se estiró y bostezó antes de llegar a la camioneta de su unidad, Tachihara se subió al copiloto y Akutagawa atrás.
Una camioneta igual a la suya se frenó a su lado.
―Buenos días, Chuuya-san.
―¿Qué tal Hirotsu? ―saludó arrancando el motor―. Vamos a desayunar, si quieren venir.
Su compañero asintió, Higuchi y Gin lo saludaron desde el copiloto y los asientos de atrás respectivamente. Chuuya les devolvió el saludo y a sus piernas saltó Paul, se encaramó sobre sus dos patas y les ladró amistosamente a las chicas.
―¡Hola pequeño Paul! ―Higuchi agitó la mano.
Chuuya sonrió, tomó a su perrito y lo puso en el asiento del copiloto antes de arrancar al almuerzo. Dicho almuerzo estuvo plagado de conversaciones divertidas, bromas hacía la creciente soltería de Chuuya y como de su equipo era el único soltero que quedaba, cosa que, bueno, no le preocupaba tanto como parecería.
Regresó a casa a dejar a Paul, dejo caer su ropa de correr en el sillón y se preparó un café. Paul estaba estirado sobre la cama King size con la panza hacía arriba mientras Chuuya se cambiaba el pans y la playera por un pantalón de vestir y una playera de cuello de tortuga oscura.
―Vuelvo en la noche ―sonrió Chuuya a Paul, quien le ladró. Él se calzó las sobaqueras con sus armas, luego se puso un abrigo largo, terminó de beberse el café en la barra de mármol oscuro y partió en su propia camioneta.
Apuntaba a ser un día esplendoroso, con pocas nevadas, aunque vientos fuertes. Suspiró a la par que el trafico no avanzaba para nada, se dejó caer contra el asiento y jaló consigo una de las carpetas que debía revisar una vez pisara su oficina. Se hecho el cabello pelirrojo atado en una coleta hacía atrás, miró con desdén las fotografías de los crímenes cometidos. Había identificado rápidamente como trabajaba el asesino, y sabía que se trataba de una mujer.
Primero los acechaba, se aprendía sus rutinas y frecuentaba los lugares que ellos hasta que eventualmente ellos se fijaban en ella, salían un par de veces y cuando ella los invitaba a su casa, los drogaba hasta dejarlos inconscientes, se divertía humillándolos y luego los mataba. Chuuya llevaba examinando la manera en la que escogía a sus víctimas, pero no hallaba que era aquello que las conectaba. No podía atraparla todavía.
Frunció el ceño al releer todos los perfiles y percatarse de un detallito, entre sus paginas de internet más visitadas, aparecía un blog sobre "Que haría la mujer perfecta para complacer al hombre miserable", no se había percatado de ello dado que las computadoras apenas habían podido desbloquearse dos días atrás. Es decir que, además de que todos eran hombres solteros, con trabajos mal pagados y una vida amorosa miserable, todos leían ese extraño blog.
Marcó el número de Tachihara cuando el trafico empezaba a moverse.
―Diga.
―Haz que encuentren a todos los hombres que leen el blog "Que haría la mujer perfecta para complacer al hombre miserable", está en todas las búsquedas de los asesinatos, haz una lista.
―Anotado ―Tachihara sonreía al otro lado de la línea―. ¿Algo más?
―No, voy para allá ―carraspeó la garganta―. Asegúrate de que sea pronto, atacara de nuevo el jueves.
―Claro que sí.
Colgó, avanzó por el trafico hasta pisar el estacionamiento de la oficina. Brincó de la camioneta, cerró con llave y se acercó al elevador. Al subir a su piso presentó su tarjeta de acceso y las puertas se deslizaron. Akutagawa y Tachihara lo saludaron desde sus asientos en sus escritorios, uno con un movimiento de mano sutil, el otro con una sonrisa y un saludo militar. Chuuya se los devolvió.
―Buenos días ―exclamó Hirotsu saliendo de la sala de trabajo de Gin, la experta en informática.
―Buenos días ―respondió él y penetró en su propia oficina.
La oficina de Chuuya estaba pintada con colores claros, su escritorio caoba con su computadora, un juego de mesa imposible que nadie había podido ganarle y un porta lápices que Akutagawa le había regalado en su cumpleaños. También tenía unos cuadros de sus artistas favoritos colgados en la pared y una foto con sus hermanos enmarcada en el escritorio.
Dejo las carpetas sobre el escritorio, se sentó y dejó todas las demás para enfocarse en el nuevo caso del que el otro departamento no tenía una absoluta mierda.
―¿Cómo es posible que en las cámaras no aparezca una maldita mierda? ―exclamó con rabia.
Las grabaciones de cualquier cámara en las horas estimadas de muerte, e incluso en las que no, estaban vacías. No había ninguna absoluta perturbación durante las horas de los asesinatos. No existían huellas de pies ni de manos, ni un solo gramo de ADN en toda la escena más que el de la víctima.
Tampoco existía un patrón, tanto como le gustaba destazar victimas como si fuera animal parecía agradarle del mismo modo torturarlos hasta la muerte. Lo único detectable era que sus cabezas quedaban intactas, de algún modo lograba que no sangraran, les cortaba el pene y se los metía en la boca, por voluntad.
No había señales de forzamiento a la hora de meterles el pene en la boca. Los testículos y el aparato interno reproductor siempre quedaban destruido, sin importar la forma en la que los asesinara. Estaba claro que tenía una fijación con ello, pero el otro equipo ya lo había notado.
No gozaba de un patrón de selección, tanto mujeres como hombres aparecían, nunca niños. Adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos. Ninguno tenía nada en común, algunos vivían solos, otros tenían hijos, algunos una pareja, estudiantes o no, trabajadores o no. No discriminaba nada. El expediente estaba tan vacío que preocupaba dada la cantidad de victimas que llevaba.
De pronto su celular vibró sobre el escritorio. Alzó la vista de la carpeta y frunció el ceño al no reconocer el número. Tomó el celular y contestó.
―Buenos días señor Nakahara ―una voz femenina apareció―. Soy la psicóloga de Osamu, ha llegado muy borracho a mi consultorio. He intentado contactar con sus contactos de emergencia pero ninguno contesta, e insistía en que lo llamara a usted... Osamu, Osamu te vas a caer.
Se escucharon pasos, la mujer hacía sonidos de esfuerzo por lo que Chuuya pensó que era tratar de mantener estable a Dazai. Su ceño se fruncía cada vez más.
―Aquí, por favor, espera ―escuchó la voz arrastrada de Dazai en el fondo―. Sí, es él, espera por favor. ¿Señor Nakahara?
―Estoy aquí ―espetó, la mirada perdida en el último hombre mutilado―. Iré por él, deme la dirección.
Sacó de su cajón un paquete de post its amarillos y trajo consigno un lapicero. La mujer tras la línea le dicto la dirección.
―Gracias, ahora voy.
―Sí, gracias a usted.
Nakahara colgó, cerró la carpeta y salió de la oficina. Cerró con su tarjeta de acceso y les gritó a los demás que saldría por un estúpido encargo. Se frotó la nuca camino allá, tamborileaba la mano libre con impaciencia mientras avanzaba por las calles de New York, cuando llegó al edificio se estacionó en seco.
El edificio en cuestión se trataba de una clínica de atención psicológica de alto renombre por la ciudad, Chuuya había escuchado de ella en ocasiones, sobre todo porque se especializaba en tratar agentes del FBI, militares y personas de ese calibre. Dazai Osamu era un detective privado dado de baja temporalmente.
Chuuya atravesó las puertas deslizantes y se encontró en la recepción pintada de colores cálidos, una mujer de aspecto cansado estaba sentada en una de las sillas, cabeceando. El hombre de la recepción le sonrió con amabilidad cuando se acercó.
―Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
―Vengo por un paciente, se llama Osamu Dazai ―exclamó, echándole vistazos a la clínica.
Era una recepción bastante acogedora, tranquila y con un ligero olor dulce que flotaba en el aire. Había unas escaleras, un elevador al lado e incluso líneas especiales para los ciegos. Las paredes tenían azas para sostenerse e inscripciones en braille al lado del elevador. Un pasillo más allá parecía llevar al baño y a otra sala.
El hombre tecleó algo en la computadora.
―Está en el piso once, puerta veintiuno ―le sonrió y le indicó el elevador.
Sin embargo, al pasar una línea amarilla un ruido empezó a pitar en la recepción.
―Ah, lo siento, no puedo pasar con armas.
Chuuya reprimió un chasquido, sacó su placa del bolsillo interior de su abrigo. El hombre de la recepción no borró su sonrisa.
―No es un paciente de aquí ¿cierto?
―No.
―Entonces adelante, por favor.
Cruzó la línea de nuevo, sonó el pitido que se calló de inmediato con algo que había hecho el otro hombre. Se metió en el elevador y picó el número once. Cuando llegó encontró otra especie de recepción más pequeña, una salita de estar y dos puertas muy separadas una de la otra. Chuuya se acercó al veintiuno y tocó.
Abrió una persona de cabello rubio canario, llevaba un chongo sobre la cabeza, le sonrió a Chuuya con amabilidad. Vestía ropas de colores neutros y su maquillaje era bastante suave. Dentro de la habitación podía ver una ventana medio abierta, sillones y un ambiente cálido.
Chuuya torció una ceja, pues no supo dilucidad de inmediato si se trataba de un hombre o de una mujer, pese a que la voz que había escuchado era de mujer. Tenía facciones femeninas, como sus largas pestañas bajo los lentes pero las líneas de su pómulos y mandíbula lo hacían dudas.
Tenía un rostro atractivo y amable, sus pestañas caían con gracia sobre sus ojos avellana y una pequeña sonrisa se pintaba en sus labios pálidos. Su nariz y mejillas estaban bañadas con unas pecas muy atractivas que se parecían a las que él se maquillaba, sus cejas eran delgadas dándole un aspecto de seriedad.
―Osamu, llegaron por ti.
Dazai apareció colgado de la pequeña persona, apenas podía mantenerse de pie y se golpeó la cabeza con el marco de la puerta. La mujer ―juraba que era una― le sobó con una media sonrisa, Dazai se recargaba en ella como si fuera capaz de sostenerlo.
―Rage-san ―lloriqueó el hombre, que fue pasado de los brazos de ella hasta Chuuya.
El hombre suspiró al cachar a su antiguo compañero, que se dejó caer sobre él con todo peso. Chuuya hizo una mueca al percibir el penetrante olor a alcohol, tenía manchas en el cuello de la camisa. ¿Hace cuanto no se bañaba?
―Rage-san, perdóname ―se lamentó él e hizo amago de volver a los brazos de la psicóloga―. No quería hacerte eso, pero tú eres la única que me cuida.
La psicóloga le sonrió con ternura al hombre, y sin importarle su pestilente olor ni su dudosa higiene le abrazó con cariño.
―No te preocupes Osamu, me alegra que estés mejor pero tengo paciente en un momento y no te puedes quedar conmigo.
―Lo sé, lo sé, perdón.
Dazai recostó la cabeza en el hombro de Chuuya, y entonces, así como así, cayó dormido. La mujer soltó una risilla nasal, Chuuya giró los ojos y afianzó su agarre en el hombre desplomado.
―Llegó muy mal, vomitó de inmediato. Creo que lleva unos días bebiendo y sin dormir, ha sido una crisis fuerte ―la mujer miraba a Dazai como si fuera un cachorrito perdido, y Chuuya se preguntó como alguien podía tenerle cariño a alguien tan despreciable como él―. Estará mejor, pero no es prudente que este solo ahora, puede tener algún intento de suicidio.
―No sabía que estaba en terapia ―exclamó Chuuya―. Solo sabía que lo habían dado de baja temporalmente por algo en una misión.
La psicóloga endureció la mirada apenas un segundo, luego volvió a su semblante cálido, Chuuya no lo paso por alto. Después de todo, era un perfilador.
―Ha pasado por cosas horribles ―susurró la mujer―. Está mejorando, es fuerte. Y habla mucho de usted.
Cuando dijo eso, alzó la vista de desmayado Dazai a los ojos marinos de Chuuya. Él alzo las cejas, no estaba sorprendido, en realidad, solo no creía que hablara de él en terapia. ¿Qué podría tener él que ver? Sus ojos no se despegaban del rostro de la mujer.
Parecía también un hombre con facciones femeninas. Ella sonrió.
―¿Quiénes son sus contactos de emergencia?
―Ah, me temo que eso es información privada. Dazai dijo que estarían ocupados y que no vendrían, que lo llamara a usted.
―Está bien, lo llevare a casa pero no puedo quedarme con él.
La preocupación surcó el rostro de la mujer.
―¿No hay nadie más que pueda quedarse con él?
―Lo dudo, intentare contactar a sus compañeros ―espetó.
Cargó a Dazai sobre su hombro.
―Gracias por cuidarlo ―exclamó inclinando la cabeza para despedirse.
―No es nada, gracias a usted ―ella alzó la mano para despedirse.
De pronto la puerta veintidós se abrió, de ella emergió un cantarín pequeño de cabellos oscuros con su madre, detrás de ellos salió un hombre de piel oscura y cabellos trenzados. Tenía unos ojos perezosos y una sonrisa tierna en sus labios gruesos. El pequeño les dirigió una mirada a ellos.
―¡Hola Rage! ―saludó el niño, la madre también la saludó pasando la mirada por el desmayado de Dazai―. ¿Qué le paso al señor?
―Leo, no seas indiscreto ―reprendió su madre.
―Está bien, no pasa nada ―sonrió la psicóloga―. Está enfermo, va a casa.
―Oh, espero que esté bien.
―Lo estará ―asintió ella.
El niño Leo se despidió de la mujer y de Chuuya, la madre también y pronto se metieron al elevador. El hombre de piel oscura se giró hacía ellos, repasó a Dazai y sonrió negando con la cabeza.
―Con razón había tanto ruido, ¿cómo está?
La mujer suspiró.
―Espero que bien.
―Lo estará ―Chuuya se miró el reloj―. Me voy ya, muchas gracias, buen día.
Alzó la mano para despedirse del otro hombre, se metió en el otro elevador, del que acaba de notar su presencia y picó la planta baja. Al salir el pitido sonó de nuevo, sacándole una mueca. El hombre del mostrador, que también tenía la piel oscura le sonrió.
―Ojalá se mejore, que tenga buen día ―Chuuya le agradeció de igual modo.
Encendió la camioneta, abrió la puerta de atrás y recostó a Dazai con cuidado, el hombro se encogió en los sillones apenas consciente para balbucear algunas incoherencias. Chuuya suspiró y se trepó a conducir, en el camino llamó a Kunikida, quien era su primer contacto inmediato con Dazai.
―¡Ah! ¡Nakahara-san! Muchas gracias por recoger a Dazai, no podíamos recogerlo porque se nos presentó un caso de suma importancia ¿Cómo está?
―Bastante mal, a decir verdad. Me dijo su psicóloga que llevaba días bebiendo y sin dormir ―espetó echándole un vistazo, seguía dormido―. Sabía que estaba de baja, pero no que estaba yendo a terapia ¿qué le paso?
psique trastocada | wuserpoe
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