Capítulo XI: El ataque.
Había sido un día muy largo. Habían logrado cazar un poco, pero no habían visto irse a Las presas de Pridelands.
Y era un pena no haberlas visto, pues hubieran resuelto varias dudas.
Pero ahora ya era tarde para eso, y el día estaba muy avanzado, así que tocaba echarse a dormir.
Era algo sabido por todos que Vitani sufría de insomnio desde hacía muchos años, pero Kiara eligió el peor día para ir a verla.
— Hey, ¿hoy tampoco puedes dormir? — dijo la leona, compasiva.
— No, no puedo.
— Te atormenta, ¿no? — Kiara miró al cielo, pensando en sí sus padres podrían verla desde allí, o sólo su madre habría ascendido.
— Sí. Los rostros de aquellos a los que maté. Me vienen persiguiendo, aunque no sienta nada por ellos. Es un recuerdo desagradable, pero no siento compasión por ninguno. Es... raro.
— ¿Crees que mi hermano se siente así? Intento entenderlo, pero no me es fácil...
— Tu hermano ha matado a un familiar. No sé si eso supera al número de desconocidos que yo asesiné. Debe de ser más duro todavía — Estaba oscuro, pero Kiara oyó el suspiro de Vitani — Matar no es fácil para todos. Hay que valer para eso.
— ¿Y quién decide quién vale o quién no?
— La vida. Siempre decide la vida.
Se callaron. Las dos sentían una hostilidad presente, pero no sabían sí era un intruso, o la tensión de la conversación. Pronto averiguaron que eran las dos cosas.
Fue un visto y no visto. Incluso para Vitani, sus instintos y reflejos, apenas pudo ver al animal que saltó sobre ellas de la nada y aterrizó en frente.
Sus ojos amarillos era lo único que alcanzaban a ver, aparte de oír sus pesadas respiraciones.
— Kiara, ¡atrás! — Vitani la apartó de una patada, poniéndose enfrente para defenderla.
Poniéndose en la mejor posición que pudo en poco tiempo, saltó hacia el extraño animal con intención de matar. Se sumergió en la oscuridad dónde sólo sus ojos iluminaban.
Kiara, aún en el suelo, veía la escena con horror. Tardó unos segundos en reaccionar, y gritó, para luego abalanzarse en la oscuridad.
Con intención de proteger a Kiara con el precio que fuese, Vitani intentó interponerse, y en un movimiento desesperado por zafarse de ella, el animal le propinó un zarpazo en el ojo que la dejó en el suelo.
Kiara no veía nada, pero era capaz de sentirlo, y cuándo se vio sola contra el animal, deseó que los demás hubieran oído su grito.
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Pridelands no aguantaba ni un día más en aquel deplorable estado.
Zazú, Makini, Rafiki, y la ExGuardia del León, se habían reunido. Su autoridad no sería admitida en lugar del Rey, pero, visto el descontrol, nada de eso importaba.
Importaba cazar al asesino para que toda aquella masacre acabara.
Ono, ya curado, había decidido orquestar su idea complementándola con los babuinos y Zazú.
— Deberíamos encontrar a Kion y los otros antes de que sea demasiado tarde. A lo mejor ellos tienen alguna idea — propuso Besthe.
— Está claro que no son el asesino, pero no nos servirá de nada apostar por un viaje largo adónde-quiera-qué-estén y que luego no tengan nada — recapacitó Zazú.
— Lo principal sería recuperar a las presas — aportó Bunga.
— Para eso primero habría qué calmar a los depredadores. Las presas no vendrán aquí a morir — dedujo sabiamente Rafiki.
— Todas sus ideas son muy buenas, pero son muy complicadas — decía pesimista Makini.
— Deberíamos ir a las Landers — cortó Ono — Podríamos buscar refuerzos allí. Y vosotros — apuntó con sus alas a Zazú y los dos babuinos — Os quedáis a tranquilizar a los depredadores. Nosotros nos iremos a ver a Jasiri y ver qué podemos hacer.
— Todo refuerzo es bienvenido, supongo — recordó Makini — Está bien, id. Y volved antes de que no quede ninguna Pridelands qué salvar.
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Estaban a punto de partir, era por la noche. Ono, Besthe y Bunga aún tenían sus dudas sobre Kion, y sobre todo, sí llegarían a tiempo, pero debían apostar por aquello.
Era lo correcto.
Aunque eso significara tener que pasar, o incluso tal vez cruzarse, con el lugar de Las Lejanías en el que Kion y los demás debían de hospedarse.
Todos tenían sus dudas sobre la credibilidad de la inocencia de todos ellos, aunque tenían claro que no fueran el asesino.
Kion había matado a su padre, el Rey, y aún no hallaban explicación para eso.
Y obviamente, esquivando al león, que era el único que podía dar la razón de aquel trágico hecho, no lograrían nunca encontrar la respuesta. Por no hablar de lo manipulada que les podría llegar.
Sin embargo, Kion no mataría así porque sí sin razones aparentes. Aunque no le encontraban el significado ni el motivo a la muerte del Rey, sí Kion tenía en su beneficio algún factor importante, para seguir vivo, él o cualquiera de sus seres queridos, no tendrían problema en aceptarlo.
Partieron intentando no pensar demasiado en eso...
— Chicos, no quiero ser bocazas, pero, ¿todos pensamos lo mismo? — habló Bunga.
— Sí — Besthe sonaba aún más tímido de lo normal, cómo sí su amable chispa se hubiera apagado lentamente.
Lo cierto era que nadie se había parado a pensar en la ExGuardia del León, y en lo afectada qué estaba.
Besthe había perdido su rayito de amabilidad, Ono había perdido mucha confianza en sí mismo, y Bunga había dejado de ser él mismo, tan extrovertido.
Nadie se había parado a pensarlo, pero ahí estaban.
Los Tres Mosqueteros Tristes.
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