Capítulo V: Terremoto.
Los animales de Las Lejanías ya se iban retirando a sus hogares de nuevo, manada tras manada, deseando suerte a Las Praderas en todo lo relacionado con la salud, la comida y el asesino.
Entre ellos, Kion y Jasiri se despedían. Eran muy buenos amigos, y no sabían ni las circunstancias les permitirían volver a verse.
— Espero qué te vaya bien, Kion. Sobre todo con Fuli — la hiena le guiñó el ojo, traviesa.
— Y a ti con Janja. ¿Me harás tío la próxima vez qué nos veamos? — el león pelirrojo le devolvió el guiño.
— ¡Oye!
Tras una despedida cariñosa, los animales de Las Lejanías se fueron retirando, uno tras otro, manada en manada, hasta que Las Praderas quedaron libres de visitantes.
Los únicos dos animales que no habían ido a despedirse de nadie estaban haciendo el gamberro. Se trataba de Fuli y Kiara, que estaban acechando a unas gacelas, no para cazarlas, sino para darles un susto.
— ¿Preparada? — preguntaba la futura reina, agachada junto a la joven chita.
— Siempre lo estoy — respondía la aludida, fijando la vista en la manada que pretendían asustar.
De repente, y sin previo aviso, la manada empezó a mostrarse y moverse agitada, cómo presintiendo la presencia de las dos felinas, a pesar de ellas tener buen escondite y el viento a completo favor.
— ¿Qué hacen? ¿Nos han visto o detectado? — la princesa fue presa de un contagio de nerviosismo por parte de las gacelas.
— Imposible. Ya habrían echado a correr. Se mantienen en su sitio, pero están alarmadas. Cómo si tuvieran dudas sobre si escapar o no... — la chita trató de mantener cerca la calma habitual de Kiara, pues si se ponía nerviosa, ella también lo haría y serían un puñado de animales sin cabeza — Hay algo que les alarma.
— Bien, y sí no se alarman por nosotras, ¿qué les pone sobre aviso?
Fuli quedó en silencio, observando los movimientos nerviosos e incoherentes de las gacelas... nada en la maleza se dejaba ver y no se visibilizaba ningún movimiento ligero o brusco en la maleza, no se oía ningún ruido... Nada que pudiera alterar el orden natural de las cosas.
— Fuli. Mira.
La leona señalaba el suelo rocoso que las gacelas pisaban. Las piedras se movían, rebotando sobre el suelo... y las gacelas parecían temblar ligeramente. En ése momento, las aludidas echaron a correr hacia su dirección, aplastándolas con las patas.
— ¡Kiara, a cubierto!
El aviso llegó demasiado tarde. Cuándo Kiara pudo llegar a oírlo, ya estaba inmersa en una oleada de polvo, rocas, y patas nerviosas de las gacelas. En otro tiempo, se había visto desastre en un barranco parecido, sólo que esto no acabaría en ninguna muerte: las gacelas pasaron y las felinas se levantaron.
Pusieron sus patas sobre el suelo, y enseguida quisieron irse corriendo cómo las gacelas. El suelo temblaba, rugía debajo de sus patas, a punto de explotar en mil pedazos.
Ninguna de las dos pudo reaccionar a tiempo: sin previo aviso, la tierra pareció romperse, y lo hizo, con enormes grietas, fisuras enormes que las arrastraron hacia la más profunda oscuridad, sepultándolas vivas en la tumba más grande de todas Las Praderas.
No era un socavón, ni mucho menos, era peor. Un terremoto que partía el suelo cómo si fuera de papel. Y la vida de ambas felinas peligraba a cada centímetro que descendían, sin poder agarrarse a ninguna roca, y viéndolo todo cada vez más oscuro, entrando en un bucle de oscuridad perpetua.
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Desde lo lejos, el sonido del terremoto había llegado clara y extensivamente, llegando a los oídos de media población, entre ellos, Kion, y la Guardia, que llevaban un buen rato esperando a Fuli para patrullar.
— ¡Ono y Anga! ¡Adelantaos! Bunga, quédate a esperar a Fuli. Si en unos minutos no ha venido, síguenos.
Las órdenes del león pelirrojo eran claras y sencillas; enseguida pusieron rumbo hacia el lugar dónde la masacre había tenido lugar.
Muchos animales estaban reunidos alrededor de aquel desastre natural tan inesperado, entre ellos Rafiki, que se encontraba con rostro y actitud apenada.
— ¡Rafiki! ¿Qué ocurre? — el águila marcial se posó guiando al resto de la Guardia del León hacia allí.
— Hay dos víctimas... o, más bien, dos desaparecidas. Fuli y Kiara... han caído ahí dentro, y no las vemos.
La cara de los presentes se tiñó de desesperación e intriga. Se suponía que las dos tenían que haber estado hacía unos minutos en la otra punta, dando despedidas. No habían podido tener tiempo de llegar en tan poco tiempo. ¿Qué hacían allí y qué había pasado?
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Kion iba pensativo hacia su hogar. Después de dos horas de búsqueda intensiva, no habían encontrado nada para desenterrar a Fuli y a Kiara.
Llegaba a su casa pensando en cómo le diría a sus padres lo que había pasado. Le apena la suerte de Fuli y Kiara. Por un simple imprevisto, por haber faltado a unas despedidas, tal vez en ése momento estuvieran muertas, o lo que era peor, muriendo atrapadas, de hambre, sed, frío y miedo.
Contárselo a su familia fue el peor trago de su vida. El funeral de Nala había sido infinitamente más sencillo que dar la noticia. Kopa y Simba, que a duras penas trataban de superar la muerte de la reina, aquel golpe de gracia fue lo que les remató.
Mientras Kopa echaba a correr, buscando consuelo y desahogo en las patas de cierta leona a la que todos conocemos muy bien, Simba arañaba cómo un loco las paredes mientras gritaba.
A Kion, ver la escena le hizo echar a correr. De repente el mundo se le había abierto. Su prioridad era encontrar a su hermana y a su mejor amiga para ahorrar sufrimiento y dolor a su familia, o a lo que quedaba de ella, y para disculparse con Fuli. Después de todo, aún flotaban en su mente las últimas palabras que le había dicho...
No se puede perder lo que no se tiene
Había sido un capullo, pero iba a encontrarlas a las dos. Porque era su deber. Si no lo lograba, ¿para qué otra cosa estaría él destinado?
Y por fin volví
Después de todo, soy maestra en inactividad y desapariciones
¡Un placer alegrarles el día una vez más! Cuídense, trocitos de cielo :3
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