Una batalla por la vida
Al día siguiente bien temprano todos se pusieron en marcha para llevar a cabo el plan que tenían. Llevabas escondido un micrófono muy pequeño en el escote, para que el almirante con los demás tripulantes puedan escuchar toda la conversación y poner en evidencia al francés.
Todo fue tal como estaba planeado. Cerca del anochecer llegó el barco al puerto y descendieron todos los tripulantes dispersándose por el mercado. Como se predijo el francés fue al bar, e hiciste todo lo que te habían enseñado, a través de un pequeñísimo radio en tu oído te guiaban si es que no sabías muy bien que hacer.
Conversaron durante un buen tiempo, y el francés te dijo su nombre: Francis Bonnefoy. Te contó unas cuentas aventuras suyas, las cuales ya eran evidencias suficientes para apresarlo.
—Es usted tan hermosa, mademoiselle, me gustaría que se una a mi tripulación. Por todo lo que me has dicho creo que serías una gran pirata —dijo sonriendo y tomando tu mano para besarla.
En el radio te ordenaron que aceptaras todo lo que te propusiera para ganar tiempo y sacarle más evidencias.
—Sería para mí un gran placer, unirme a su tripulación, capitán —respondiste tranquilamente a su propuesta—. Sólo que necesitaría ropa más cómoda que ésta para navegar —agregaste.
"De eso no te preocupes, belle. En este mercado lo conseguiremos fácilmente. Vayamos juntos —se paró y te dio la mano. La agarraste y fueron juntos a recorrer unas tiendas para conseguirte la ropa adecuada.
Te compró unas botas negras, un pantalón azul oscuro, una camisa blanca y un corset negro. Realmente parecías una pirata. Con esa ropa era más fácil esconder el micrófono por lo que no había problema.
Estaba ya anocheciendo y la costa cada vez quedaba más silenciosa. Gilbert vigilaba desde lejos que no sucediera nada imprevisto. Lo que ninguno sabía, era que el francés no era tonto y había notado la presencia de Gilbert; por lo que dedujo que eras una espía.
Siguieron conversando como si nada y fuiste con el francés al barco. Emprendieron el viaje hacia el norte; no te preocupabas porque sabías que el almirante lo tenía todo bajo control. O eso es lo que pensabas.
Estando ya un poco lejos de la costa el francés te empujó fuertemente lo que te tiró al piso.
—Belle, no me subestimes. Estaba tan encantado contigo, pero es una pena que seas una espía, luego de tener contigo tanta información valiosa tendré que matarte —dijo el francés mientras te agarraba del cuello—. Pero antes, tal vez me divierta un poco contigo... —una sonrisa sádica creció en su rostro.
Estabas completamente acorralada, tan sólo un movimiento en contra y estabas muerta. El almirante oyó todo lo que sucedió y en seguida consiguió un barco pirata y se disfrazó de uno.
Como tu vida estaba en riesgo, decidió ir a pelear al mismo nivel del francés, como pirata. Si llevaba refuerzos o algo podían matarte ahí mismo. No quería que eso pase.
Trataste de mantener la calma y respondiste. —Pero Francis, ¿de dónde sacas eso? Ni siquiera entiendo de qué estás hablando. Yo de verdad quiero ser una pirata de tu barco, no te estoy mintiendo —trataste con todos tus encantos convencerlo.
Se calmó un poco pero aún con la duda te respondió: —Eso ya lo veremos, y más te vale que no estés mintiendo...
Tragaste saliva. Mientras se dirigía a sus tripulantes te las ingeniaste para sacarte el micrófono y el auricular y los tiraste al mar. Sería mortal para ti si Francis te descubriera con ellos.
El perder la comunicación contigo preocupó mucho más al almirante; quien ya se dirigía hacia el barco del francés.
Se puso en el camino del barco francés y éste se detuvo.
—Hmph, que tenemos aquí... ¿Cómo te atreves a ponerte en mi camino? —dijo indignado Francis.
El almirante, aunque disfrazado, se acercó al borde del barco y fingiendo ser un pirata respondió: —¡Ja! ¿Es que aún no me conoces? Pues yo soy el que se llevará todos tus tesoros —sacó su espada desafiando a Francis. Sabía que el francés era un tipo que seguía el código de los piratas, así que no sería tan cobarde de no aceptar el duelo.
Lo que no tenía en mente es que el francés se percató de que él en realidad era el hombre que los estaba espiando en el puerto.
Con una sonrisa, respondió: —Bien, acepto el duelo, pero no seré yo quien pelee contigo —. Sacó su espada y te la dio—. Belle, es hora de que me muestres tu lealtad, de lo contrario ambos estarán muertos.
No podías permitir eso. Estaba en riesgo tu vida y la del almirante, junto con otros soldados que también fingían ser piratas. No podías arriesgar la vida de todas esas personas inocentes.
Agarraste la espada y mirando seriamente al almirante, dijiste: —Pues bien, pelearé contigo para demostrar que no soy ninguna espía, así que más te vale que des lo mejor; ¡porque no tendré piedad!
Sabías que no ibas a poder vencerlo si peleaba en serio, y el almirante entendió lo que le dijiste subliminalmente. Era muy arriesgado para ti, pero entendía perfectamente que no había otra manera de arreglar el lío en el que se metieron. Cerró los ojos un momento, suspiró y te dijo: —¿En serio crees que puedes contra mí? No voy a tener piedad contigo, aunque seas una chica —estaba tratando de advertirte que podías salir herida.
—Mejor ocúpate de pelear, ¡imbécil! —le gritaste enojada. Estabas tratando de convencer al francés que no tenías nada que ver con el almirante.
Gilbert sonrió. —Preferiría pelear contigo en tierra, es molesto hacerlo en el mar.
—Me parece bien —respondiste. Miraste al francés y él comprendió. Como estaban cerca de una pequeña isla, decidieron ir a desembarcar allí.
El almirante avisó a los demás que estaban en una isla cerca de allí. Aún había posibilidades de capturar al francés, pero era necesario ganar tiempo.
—Que comience el duelo... —dijo el francés. No querías dañar al almirante, pero no quedaba de otra.
Como una leona furiosa te lanzaste sobre él, y comenzaron a pelear. Sus espadas chocaban una y otra vez, cada vez con más fuerza, te estaba haciendo retroceder. Sus reflejos eran impresionantes, por su cara podías ver que se estaba defendiendo y atacando sin mucho esfuerzo; mientras que tú estabas poniendo todo tu cuerpo y alma en la batalla.
Eso te tranquilizaba un poco, estabas segura que no ibas a dañarlo mucho, pero no estabas segura si él haría lo mismo.
La pelea debía durar lo suficiente como para que lleguen los refuerzos; según tus cálculos tardarían unos 30 minutos. Sólo queda seguir luchando y esperar.
—Ja, lo haces bien, pero no eres lo suficientemente buena —rio el almirante.
—¡No me tomes a la ligera! —fingiste enojarte mucho y comenzaste a atacar con más fuerza; haciéndolo retroceder un poco, y en uno de tus ataques le hiciste una zancadilla para tirarlo al piso y detenerte por un momento. Lo que no esperaste fue que diera un pequeño salto hacia atrás esquivándote.
Se sacudió un poco las manos mientras se agachaba a recoger su espada. Se colocó en espera de tu ataque y sonrió: —Si decidiste jugar sucio, no me contendré —corrió hacia ti y te defendiste; su fuerza era mayor que antes, estaba haciéndote luchar de verdad.
Lo miraste a los ojos y podías entender lo que te decía. «Vamos, no finjas, lucha de verdad o estaremos en problemas, no te preocupes que todo saldrá bien». Sonreíste y decidiste hacer tu mejor esfuerzo.
Atacaste con tu espada cerca de su hombro, lo que atajó con la suya, dejando sus rostros muy cerca uno del otro. Estabas perdiendo un poco la concentración. Estuvieron así por un momento mirándose fijamente, hasta que sonrió. Empujó tu espada hacia arriba y te dio un rodillazo en el abdomen, lo que te hizo caer. —Tú tampoco me tomes a la ligera.
Eso fue para que te despiertes, no era momento de vacilar. Te levantaste de inmediato y alzando tu espada a la altura de tu cabeza, la agarraste con tus dos manos. —¡Vamos, dame lo mejor que tienes!
Corrió hacia ti, como para atacarte desde arriba, lo atajaste con tu espada, tomaste su brazo apoyándolo sobre tu hombro y lo tiraste con todas tus fuerzas. El almirante rodó un poco pero se levantó enseguida. —¡Eso es lo que quería ver! Pero te advierto que no podrás conmigo.
El francés miraba muy interesadamente todo. Creía que de verdad se odiaban y que en cualquier momento iban a matarse.
Tanta pelea estaba consumiendo tu rendimiento, aunque tu condición física era buena. De nuevo atacaste, esta vez de hacia abajo para arriba, en un intento de tirar su espada. Se defendió rápidamente y tuvo ventaja sobre ti; hizo que casi soltaras tu espada, pero te aferraste a ella y la fuerza que usó hizo que caigas sobre una rodilla. Intentaste echarlo con la otra pierna, pero también lo esquivó dando un salto hacia atrás.
Ambos estaban muy cansados, pero los refuerzos no llegaban; a lo lejos veías que venían discretamente, por lo que tenías que hacer todo lo posible para atrapar por completo la atención del francés y de sus hombres. Todos estaban observando el espectáculo muy atentamente.
Los dos volvieron a atacar al mismo tiempo, esta vez sus movimientos parecían sincronizados, incluso usaron la misma técnica para sacar la espada de la mano, lo que provocó que ambas salieran volando.
—Al parecer estamos en las mismas —dijiste.
—No te creas, fraülein —respondió con un pequeño suspiro. Al ver que estabas en posición de lucha sonrió pícaramente—. No peleo con mujeres de esa forma, no quiero lastimarte más.
—¡Está verdaderamente loca para querer pelear de esa manera con ese hombre! ¿No lo cree, capitán? —dijo uno de los piratas al francés.
—¡Honhonhon! ¡Sí que lo está! ¡Esto cada vez se pone más interesante! ¡Veamos en qué termina!
—Idiota... —intentaste golpearlo pero atajó tu puño.
—Sí que eres terca...
El almirante en ningún momento te golpeó, todo el tiempo sólo esquivaba tus puños y patadas y contuvo unos cuantos golpes certeros. No fuiste capaz de tocarlo; ni una sola vez.
Estabas viendo sus habilidades en el campo de batalla, era realmente impresionante. Pensabas que se veía muy joven para ser el almirante; pero sus reflejos y destreza te demostraron porqué tiene ese título, de verdad se lo merecía.
Retrocediste un poco y él dijo: —Me cansé de esto, terminemos con el duelo. Si gano tú tendrás que asumir las consecuencias y el francés deberá despedirse de todas sus riquezas.
Aunque Gilbert ya no quería continuar, no podía ceder. Por tu propio bien y por el de los demás soldados tenía que ganarte.
El choque de espadas comenzó de nuevo, con mucha más intensidad de parte del almirante; estabas por ser vencida.
Mirabas mucho de reojo hacia la costa, para ver si es que ya estaban por llegar los refuerzos, y en una de esas te distrajiste. El almirante ya no pudo detener el ataque y tú no lo esquivaste a tiempo; lo que te provocó un corte considerable en el brazo.
Gilbert apretó fuerte los dientes; y en un intento de que te mantuvieras despierta, gritó: —¡¿Acaso vas a pelear o seguirás bromeando conmigo?! ¡No tengo tanto tiempo que perder contigo estúpida!
Eso te sorprendió, ahí volviste a concentrarte exclusivamente en la batalla. El corte no te detuvo, pero hizo que tus movimientos sean más lentos.
La tripulación y el francés observaban asombrados. Al otro lado de la isla ya desembarcaron los marines y estaban esperando el momento oportuno para agarrarlos desprevenidos.
Intentaste disimular que el corte no te dolía, pero en realidad te estaba matando. Pudiste defenderte por un buen rato.
Gilbert se dio cuenta de tu condición entonces atacó ágilmente y sin mucho esfuerzo hizo que perdieras la espada de tu mano. Caíste de rodillas al piso a causa del dolor.
Te sentiste un poco decepcionada, al distraerte le fallaste al almirante, sabes que él no quería dañarte. Por eso todo el tiempo te estaba gritando y diciendo cosas, para no perder de vista el objetivo. Sin embargo; no aguantaste lo suficiente.
Tus ojos reflejaban un poco de tristeza y en ese momento sentiste en tu cuello la espada del almirante.
—¿Estás preparada para morir? —preguntó con frialdad.
Tú sólo lo miraste fijamente sin decir nada, y en ese momento los refuerzos atacaron por detrás a todos los tripulantes del barco, incluyendo al francés; no pudieron hacer nada para evitar ser arrestados y nadie salió herido, excepto tú.
—¡Maldita perra! ¡Sabía que tenías algo que ver con todo esto! ¡Me las pagarás! —gritaba el francés mientras se lo llevaban.
Al ver que ya no había ningún peligro, Gilbert tiró la espada y se sentó a tu lado apretando la cabeza.
—Tsk. ¡¿En qué rayos estabas pensando para distraerte así?! Pude... haberte..... matado...
—Lo siento, creo que el cansancio hizo que me distrajera, ¡de verdad lo siento!
—No, el que lo siente soy yo, tal vez no tuve que ser tan agresivo...
—No fue tu culpa, ¡si no lo hacías el francés se iba a dar cuenta de que era cierto lo que pensaba y nos hubiera matado!... Siento haber fallado... —murmuraste, las lágrimas amenazaban con derramarse y trataste de contenerte, no querías que él te viera así.
El almirante se dio cuenta que esa conversación sólo te estaba haciendo daño. Entonces te alzó en sus brazos y te llevó al navío. El barco comenzó a navegar lo más rápido posible rumbo al puerto.
—No sirve de nada lamentarse ahora, nadie hubiera adivinado que esto podía pasar, subestimamos un poco al enemigo y estos fueron los resultados. Hiciste un gran trabajo soldado, felicidades [Nombre] —te sonrió y te llevó a la cabina de primeros auxilios.
Te sentó en la camilla y comenzó a sacar las vendas y el alcohol de un pequeño armario.
—Es mejor que te saques el corset, puede obstruir la circulación normal de la sangre —siguió buscando otros utensilios.
No podías usar tu brazo izquierdo por la herida, y era muy difícil desatarlo con una mano.
—No puedo hacerlo yo —respondiste. La verdad es que si te dificultaba hasta respirar con él.
—Sigh, no hay remedio... —tomó las vendas, medicinas y utensilios y los puso sobre una mesa. Se sacó la chaqueta roja que tenía puesta y se sentó a tu lado.
Te daba vergüenza darte la vuelta para que te desatara el corset, y él se dio cuenta de eso.
—Entiendo, no voy a mirar —cerró los ojos y sin que te des la vuelta comenzó a desatar el corset lo más rápido que podía. Su cuerpo estaba muy cerca del tuyo. Y su rostro tranquilo, con los ojos cerrados, es como si estuviera durmiendo, se veía tan... atractivo. En seguida miraste hacia otro lado para sacudir esos pensamientos.
—Listo, ahora voy a tratar tu brazo... —te remangó la camisa y con una gasa te puso el alcohol, lo que ardía mucho. Soportaste bien la picazón y después de ponerle unos medicamentos a la herida, la vendó.
—Gracias, Gilbert —sin darte cuenta lo llamaste sólo por su nombre. Al percatarte en seguida te tapaste la boca.
—¡Ksesese! No hay problema, hiciste un buen trabajo, [Nombre] —suspiró—. Nos metimos en un gran lío, ¿verdad? —se rio.
—Ja, la verdad que sí fue un gran lío —respondiste con una risa.
—Haremos lo posible para que la próxima vez no vuelva a pasar algo como esto —volvió a reír.
—Sí, gracias por todo, señor —contestaste con una sonrisa alegre.
Ya lo peor había pasado, ahora todo estaba tranquilo. Eran como las 11 de la noche cuando regresaron a la base. Te llevaron junto al médico para que vea en qué condiciones te encontrabas y dijo: —No es una herida grave, sanará pronto, además el almirante ya ha hecho un gran trabajo.
El almirante aún estaba dando unas cuantas órdenes aquí y allá y esperó a que todos se vayan a descansar antes de retirarse.
«Se preocupa mucho por su unidad» —pensaste.
Estando ya en la cama pensabas en su comportamiento. Es un hombre muy serio y estricto; y a la vez es alguien capaz de arriesgar su propia vida por los marines de su unidad.
—Hmph, por sus venas corre la sangre de un soldado prusiano —murmuraste antes de quedarte dormida.
Luego del incidente con Francis el rumor se esparció y todos los piratas que merodeaban por aguas alemanas se atemorizaron de ser arrestados y no se volvió a tener ningún incidente con ellos.
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