9. La Zoe de otro planeta.
NARRA LUCAS
Vuelvo del acantilado con Madison y mi mente sigue dando vueltas a todo lo que acaba de pasar. Su confesión me ha dejado pensativo y algo preocupado, pero antes de que pueda procesarlo por completo todo lo que me ha contado, algo en la distancia capta mi atención.
A pocos metros, veo a Zoe entre la multitud dispersa. Está con Ethan y la imagen me deja clavado al suelo por un segundo. Ella está pegada a él y sus cuerpos casi fusionados. Su frente se une a la de él de una manera que me golpea como un puñetazo en el estómago. No puedo evitarlo, una rabia sorda y visceral empieza a formarse dentro de mí y me entran ganas de ir a apartar a golpes ese capullo de ella. Es una sensación caliente, corrosiva, que me quema desde adentro y no me deja pensar con claridad. Observo toda la escena inmóvil y cierro los puños instintivamente a mis costados, con el corazón martilleándome descontrolado contra el pecho, pidiéndome desesperadamente que haga algo.
Entonces, sus ojos verdes encuentran los míos. Por un instante, todo se detiene. La cercanía entre ellos, la expresión en su rostro y el modo en que ella se queda congelada al verme... todo se mezcla en un torbellino de emociones que no quiero sentir, joder.
Me hierve la puta sangre.
La rabia me sacude con más fuerza, pero también lo hace algo más, algo que no quiero admitir. Verla con Ethan de esa manera, tan próxima, tan íntima, tan cercana, hace que algo dentro de mí se desmorone y quiera emprenderla a golpes con el mundo.
Mi mandíbula se tensa y trato de apartar la mirada, de ignorar lo que acabo de ver, pero es imposible. ¡Mierda! La rabia sigue ahí, cada vez más fuerte y sé que no va a desaparecer fácilmente.
¿Qué cojones te pasa, imbécil?
Me enfado conmigo mismo por permitir que esto me afecte de esta manera cuando ya había tomado la decisión de dejarla en el pasado. Lo que haga o deje de hacer Zoe, no es asunto mío.
Cuando veo que se aparta bruscamente de su amigo, o lo que quiera que sea, es como si un nudo invisible se desatara dentro de mí. Un alivio instantáneo me recorre, calmando la rabia que me había estado consumiendo célula a célula. No sé qué fue lo que la hizo alejarse, pero ver la distancia entre ellos me da un respiro que no sabía que necesitaba.
De pronto, Zoe sale corriendo hacia los acantilados, como si estuviera huyendo de algo. Sin pensarlo, siento una necesidad imperiosa de seguirla y de asegurarme de que está bien. Dejo a Madison atrás, apenas consciente de su presencia y me lanzo tras Zoe sin pensarlo.
La veo tambalearse en la distancia y mi corazón se acelera aún más cuando sus pies tropiezan y cae de bruces contra la arena. En un instante estoy a su lado. Mis manos la sujetan con fuerza antes de que pueda volver a perder el equilibrio. Mi respiración es pesada, pero todo lo que importa en este momento es que está a salvo. Está conmigo.
Conmigo...
Levanta la cabeza y sus ojos perezosos se encuentran con los míos. En un movimiento inesperado se aferra a mis brazos, como si yo fuera lo único que la mantiene en pie. Mi mente se queda en blanco cuando, sin previo aviso, me rodea la cintura y se pega a mí con una normalidad pasmosa. La siento temblar ligeramente y me quedo ahí, con los brazos alrededor de ella, sorprendido por la fuerza de su abrazo.
¿Qué demonios...?
La miro bajando ligeramente la cabeza para captar su atención y le pregunto con la voz más suave de lo que esperaba:
—¿Estás bien?
Ella levanta la mirada hacia mí, sus ojos brillando con un destello que no puedo descifrar del todo. Me impacta cuando en lugar de simplemente asentir, suelta un suspiro largo y deja escapar una risa suave.
—Ahora sí —responde, apretándose más contra mí y luego añade con una sonrisa atrevida—. Y la verdad, Lucas, siempre me has parecido jodidamente guapo.
Me quedo helado por un segundo, sintiendo el calor subir a mi rostro.
¡¿Qué?!
¿Qué ha querido decir con eso?
No sé si es por el alcohol hablando a través de ella, pero la Zoe que tengo frente a mí en este momento es diferente. Es desinhibida, más directa... y no sé cómo tomarme sus palabras, la verdad.
Ella inclina la cabeza hacia un lado, observándome con una expresión juguetona.
—¿Sabes? —continúa—, nunca entendí cómo alguien puede ser tan odiosamente perfecto... Es una putada, ¿sabes? Tener que verte todos los días y fingir que no me importas, porque me encantaría poder ignorarte, pero ahora ya no puedo hacerlo y lo detesto. Lo detesto con toda mi alma.
Su risa vuelve a llenarse de esa ligereza provocada por el alcohol, pero a mí no me parece gracioso. Estoy atrapado entre la incredulidad y la intensidad de sus palabras, sin saber exactamente qué decir o hacer.
Me quedo en silencio, intentando procesar lo que acaba de decir. Trato de encontrar las palabras adecuadas, pero me siento perdido.
—Zoe... —empiezo, pero no sé cómo continuar.
Ella levanta la vista, sus ojos brillan bajo la luz de la luna y de repente su expresión cambia. El atrevimiento del alcohol parece desvanecerse un poco, como si la realidad de lo que acaba de decir comenzara a hundirse en su mente.
—Olvídalo —murmura, soltándome lentamente y dando un paso hacia atrás. Pero aún así, no rompe el contacto visual—. Estoy diciendo tonterías, Lucas. No debería haber...
—No, espera —la interrumpo, tomando suavemente su brazo antes de que se aleje más—. No son tonterías, es... —me detengo, buscando las palabras—. Es una confesión honesta, supongo.
Zoe me mira, su respiración aún un poco agitada, y veo una mezcla de emociones cruzar su rostro: confusión, duda, pero también una chispa de algo más que me resulta indescifrable. Algo que ha estado enterrado entre nosotros durante demasiado tiempo.
—No sé qué estoy haciendo —admite, bajando la mirada hacia el suelo. Parece más vulnerable de lo que jamás la he visto—. Todo esto... me tiene confundida, Lucas. Tú me tienes confundida. Te comportas de una manera que no entiendo.
—Yo también estoy algo confundido —confieso.
—No sé qué me pasa contigo —empieza ella, hablando rápido, casi atropellada, como si temiera que se le acabara el valor si se detiene un segundo a tomar aire por la boca—. Desde el principio, desde que me hablaste en la biblioteca para lo del proyecto, no puedo evitar sentirme así, como si hubiera algo que me empujara hacia ti y odio no poder controlarlo. Te veo con Madison y... y siento cosas que no debería sentir, maldita sea. ¡Es absurdo, lo sé! Pero no puedo evitarlo, Lucas.
Las palabras salen de su boca como una cascada, cada una empujando a la siguiente. Me cuesta seguir el hilo, intentar entender todo lo que está diciendo. Su mirada está fija en mí, intensa, como si lo que me está confesando ahora la estuviera desbordando.
—Y sé que no debería decirte esto, que probablemente sea una estupidez por mi parte y que mañana me querré morir de la vergüenza, pero... es como si, por más que lo intente, no pudiera dejar de pensar en ti. No tiene sentido, porque apenas nos conocemos de verdad y aun así... —hace una pausa, pero solo para respirar antes de continuar—. Cuando te vi con Madison, algo dentro de mí se quebró y eso me asustó. Se supone que no debería importarme, se supone que no debería sentirme así, porque tú eres el quarterback universitario y yo solo una empollona. Quiero decir, es ridículo, ¿verdad? Ay, mierda... ni siquiera sé por qué te estoy diciendo todo esto.
Zoe se detiene, respirando agitadamente, como si hubiera corrido una maratón con sus palabras. La miro, paralizado de pies a cabeza.
—Zoe... —empiezo, sin saber realmente cómo responder. La intensidad de su confesión me desarma. Nunca la había visto tan vulnerable, tan expuesta. Es como si toda la barrera que había construido se hubiera desmoronado de golpe frente a mis ojos.
Ella baja la mirada, como si de repente fuera consciente de lo mucho que ha dicho, de cómo ha dejado al descubierto cosas que no quería sacar a la luz. Su respiración se vuelve errática y veo cómo su rostro enrojece, como si se arrepintiera de cada palabra que acaba de pronunciar. Antes de que pueda decir algo más, la sujeto suavemente por los hombros y me inclino un poco para buscar sus ojos.
—Zoe, espera... —empiezo, pero ella sacude la cabeza rápidamente.
—No digas nada, por favor —me interrumpe con su voz mortificada—. No quiero escucharlo. No quiero que me digas algo por lástima.
—¿Lástima? —repito incrédulo, sin poder creer que esas palabras salgan de ella.
Antes de que pueda continuar, tiro de sus hombros acercándola bruscamente hacia mí, hasta que su cuerpo choca contra mi pecho. Ella levanta la mirada sorprendida.
—No quiero que me tengas lástima, Lucas. No lo soporto.
Trato de procesar lo que está diciendo, pero no puedo permitir que malinterprete mis intenciones.
—Zoe, cállate —le digo con la suficiente firmeza para detener la tormenta de inseguridades que la está devorando por dentro.
Ella se queda inmóvil y el silencio entre nosotros se vuelve denso. La cercanía, el latido acelerado de su corazón contra mi pecho, me hace consciente de lo delicado que es este momento. No sé cómo expresar lo que siento, no con palabras, no ahora, pero quiero que entienda que lo que sea que está pasando entre nosotros, es real. No es lástima, no es compasión. Es algo mucho más fuerte, algo que ni siquiera yo termino de entender, pero que me consume cada vez que la tengo cerca.
Me sorprende que Zoe, a pesar de la evidente vergüenza que la carcome, aún encuentre espacio para una sonrisa, aunque sea pequeña y temblorosa.
—¿Podrías hacerme un favor? —me pide con un tono suplicante y adoptando una ligereza que parece incompatible con todo lo que acaba de pasar—. Quiero que borres todo lo que acabo de decir. ¡Todo! Haz de cuenta que no pasó, como si... —se interrumpe, soltando una risita nerviosa—. Como si te lo hubiera confesado otra persona. Una Zoe de otro planeta, tal vez.
La forma en la que lo dice, con esa mezcla de humor y ansiedad, me hace sonreír a mi también. No puedo evitar encontrarla encantadora.
—¿Así que soy el que borra memorias ahora? —respondo, siguiéndole el juego y tratando de aliviar la tensión que flota en el aire—. No estoy seguro de que pueda hacer eso.
Ella me mira, con los ojos entrecerrados, evaluando si estoy bromeando o no. Está lo suficientemente borracha como para que sus emociones se asomen sin filtro y aunque es evidente que está avergonzada, parece estar intentando salir de esa sensación incómoda.
—Vamos, Lucas. Por favor, haz como si todo lo que dije no existiera. Sería mucho más fácil para los dos —añade, haciendo un puchero infantil y rodeándome la cintura con sus brazos como si fuese un gesto habitual y de lo más normal entre nosotros dos.
Me divierte un poco la situación, aunque también siento un extraño deseo de tomarla en serio y de no dejar pasar lo que acaba de confesarme.
—Lo intentaré, pero no te prometo nada —le digo, rodeando sus hombros con mis brazos. Luego me acerco un poco más a su oreja y añado en tono conspiratorio—: Aunque no sé si quiero olvidar. A la Zoe de otro planeta le tengo bastante simpatía ahora mismo.
Ella me lanza una mirada fulminante, pero la sonrisa que sigue a continuación me indica que mis palabras han surtido el efecto que quería. A pesar de todo, parece relajarse un poco y su risa ligera rompe el ambiente.
—Estás loco —dice, y se permite una risa más abierta, una que hace eco en la noche.
—Eso dicen —respondo, contagiado por su risa—. Pero tú también lo estás un poco.
Zoe vuelve a mirarme con esos ojos que parecen querer decir algo más, algo que lucha por quedarse en su interior, pero que termina escapando, impulsado por el alcohol que corre por sus venas.
—Es que... maldita sea, Lucas. Eres endemoniadamente guapo —dice, soltando la frase como si no pudiera evitarlo, como si fuera una verdad tan obvia que no tiene sentido ocultarla—. Debería estar prohibido ser tan atractivo. De hecho, debería haber una ley que lo prohibiese con pena de cárcel. ¡Condenado a cadena perpetua por ir por la vida siendo un bombón!
La forma en la que lo dice, con una mezcla de sinceridad y frustración, me toma por sorpresa. No puedo evitar soltar una carcajada, una de esas que te sacuden el cuerpo y que se sienten completamente liberadoras.
—Cuidado, Zoe —le digo entre risas, mirándola con una expresión divertida—. Al final voy a terminar creyéndomelo.
Ella me observa, los labios formando una sonrisa juguetona, pero con ese toque de seriedad que me hace pensar que en algún nivel no está bromeando en absoluto.
—Ya... Apuesto a que lo sabes de sobra—replica, entrecerrado los ojos con sospecha—. No creo que la Zoe de otro planeta sea la única que te lo ha dicho en tu vida.
Me río otra vez, disfrutando de esta versión de Zoe. Sé que mañana las cosas serán diferentes y que probablemente se arrepienta de lo que está diciendo ahora, pero de eso ya me ocuparé mañana.
—Mierda, no puedo creer que te esté diciéndote todo esto —suelta de pronto, deshaciendo nuestro abrazo y llevándose una mano a la frente como si quisiera ocultarse detrás de ella—. De verdad, Lucas, ¿podrías hacerme un favor gigante y borrar todo lo que he dicho? Lo necesito para no querer suicidarme ahora mismo con mi propia saliva.
—¿Borrar qué? —pregunto, tratando de seguir su hilo, pero también divirtiéndome un poco con su nerviosismo—. ¿Que soy "endemoniadamente guapo" o que "debería ir a la cárcel por ser un bombón"? Esas cosas no se borran tan fácil.
—¡Exacto! ¡Todo eso! —insiste, casi con desesperación—. Borra todo eso y lo de que me atraes... Espera, ¿eso te lo he llegado a decir? Ay, joder, necesito coserme la boca o tragarme la lengua, no sé. Después de esto no voy a poder volver a mirarte a la cara ni en mi próxima vida.
Estallo en carcajadas. Se sonroja hasta las orejas y tampoco sé por qué eso hace que mi sonrisa se ensanche todavía más.
—¡Maldita sea! ¡No te rías! Esto es tan embarazoso —murmura, sin apartar la mirada de la mía—. Sabía que no debía beber tanto. ¡Todo esto es culpa del alcohol!
—O tal vez no —replico—. Tal vez solo estás diciendo lo que piensas de verdad y que nunca te has atrevido a decirme.
Ella me da un ligero golpe en el brazo, pero no es suficiente para romper el contacto visual que mantenemos.
—¡Cállate! No lo empeores más —ríe nerviosa—. En serio, Lucas, no quiero darte lástima, ni que me veas diferente por esto. Estoy diciendo demasiadas tonterías.
—Zoe —le digo suavemente, poniéndole una mano en el hombro—, no es lástima lo que siento por ti. Créeme.
—Entonces, ¿qué es? —pregunta, mirándome a los ojos con una intensidad que no esperaba.
Me quedo callado por un segundo, tratando de enfocar las palabras correctas en mi cabeza, pero antes de que pueda responder, ella me sorprende de nuevo.
—Y no me digas que soy "muy graciosa cuando estoy borracha" o algo así, porque eso sí me haría correr de verdad —bromea, pero hay una seriedad en su tono que no se me escapa.
—No lo haré —le aseguro, sonriendo—. Lo único que puedo decirte es que esta conversación es lo más divertido que me ha pasado en semanas y que lo necesitaba.
Ella ríe y sacude la cabeza, pero se acerca un poco más, como si nuestras palabras fueran una excusa para mantener esta cercanía.
—Bueno, al menos sirvo para entretenerte —dice, en tono fingidamente resignado.
—No es solo eso —respondo, aprovechando el momento para tirar suavemente de sus hombros, acercándola de nuevo a mi—. De verdad, Zoe. Me alegra verte así, tan... ¿diferente?
—Es el alcohol, Lucas. Mañana me arrepentiré de todo esto y rezaré para que me trague la tierra, pero además literalmente.
—Entonces disfrutemos esta noche mientras dura —le sugiero, mirándola directamente a los ojos.
Sin darnos cuenta, estamos abrazados de nuevo. Ella levanta la cabeza y me mira embelesada, sus ojos verdosos recorriendo mi rostro con una intensidad que casi me hace sentir incómodo, pero de una manera extrañamente agradable.
—¿Qué? —le pregunto con una sonrisa y con un gesto divertido por la expresión en su rostro.
En lugar de responder, levanta una mano y retira un mechón de pelo que me cae sobre la frente. Sus dedos rozan suavemente mi piel y dejan un cosquilleo agradable al tacto. El gesto es tan íntimo, tan inesperado, que me deja sin palabras por un segundo.
—¿Te gusta quedarte mirándome fijamente? —bromeo, intentando aliviar la tensión que empieza a crecer entre nosotros—. Puedo firmarte una foto si quieres antes de ir a la cárcel por "guapo". Las fotos firmadas del capitán del equipo universitario están muy cotizadas en Crestwood.
Ella chasquea la lengua, rodando los ojos con exageración.
—Eres un creído, ¿lo sabías? —responde, pero no hay enfado en su voz, solo esa chispa juguetona que me encanta haber descubierto esta noche.
—Solo digo lo que veo —replico, encogiéndome de hombros mientras sonrío—. Y lo que veo es que no puedes apartar los ojos de mí.
—¡Por favor! —exclama, empujándome suavemente, aunque no se aparta ni un centímetro—. No te creas tanto, querido Lucas. Eres guapo, sí, pero también bastante narcisista. Solo estaba pensando... —hace una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Lo complicado que eres.
—¿Complicado yo? —arqueo una ceja, intrigado—. ¿Eso es algo bueno o malo?
—Ni lo uno ni lo otro —dice, bajando un poco la mirada, pero sin dejar de sonreír—. Solo... diferente. No acabo de pillarte el truco y eso me tiene bastante descolocada e intrigada, la verdad.
Me quedo mirándola. Hay algo en la forma en que lo dice, en cómo sus ojos se mantienen fijos en los míos, que me hace querer saber más, querer explorar lo que está ocurriendo entre nosotros. Pero antes de que pueda decir algo más, Zoe se aparta un poco, aunque todavía lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo.
Decido arriesgarme. La miro a los ojos, manteniendo mi tono casual, aunque la seriedad se infiltra en mi voz.
—Zoe... —la llamo y mi voz suena trémula—. ¿Quieres saber de qué tengo ganas?
Ella asiente, su sonrisa desvaneciéndose un poco mientras el ambiente a nuestro alrededor cambia. El aire parece volverse más denso, más cargado de expectativas.
—Tengo ganas de besarte —confieso, sin apartar la mirada y observando atentamente su reacción.
Zoe separa sus labios inconscientemente y no puedo dejar de mirárselos.
Ahí va una gran verdad...
El corazón va a taladrarme las costillas, pero siento un gran alivio al dejar escapar esas palabras que me estaban torturando.
Quiero besarla, joder. Quiero llevarla contra las rocas del acantilado, sentir su cuerpo pegado al mío. Quiero sentirla entera, poder tocarla por completo y pedirle que rodee mi cintura con sus piernas y que hunda sus manos en mi pelo mientras le arranco mi nombre entre jadeos y susurros. Solo de pensarlo, me pongo duro.
Esta chica me ha hecho perder la puta cabeza como ninguna otra lo ha hecho jamás.
Yo no soy así. No suelo tener estos impulsos o deseos tan primitivos. Bueno, miento, sí que los tengo, pero normalmente no me tengo que controlar. Las tías suelen estar más dispuestas que yo a todo, pero con ella solo me asusta cagarla. Con ella no quiero mear fiesta del tiesto, joder. Me aterra dar un paso en falso y eso nunca me había pasado con una chica.
Se queda en silencio un segundo, procesando lo que acabo de decir y luego, en lugar de apartarse o tomarme en serio, suelta una risa suave, nerviosa, como si no supiera qué hacer con lo que acabo de confesarle.
—La Zoe de otro planeta no acepta besos de extraños —dice con un tono juguetón, pero hay algo en su expresión, en la manera en que sus ojos se suavizan, que me hace saber que está intentando esconder su nerviosismo.
No respondo a su broma. En lugar de eso, me acerco lentamente, borrando la poca distancia que queda entre nosotros. Zoe no se aparta y cuando estoy lo suficientemente cerca, bajo mi cabeza y deposito un suave beso en su frente, dejando que mis labios se demoren allí un segundo más de lo necesario. Su flequillo es suave como la seda y roza mi nariz, provocándome un ligero cosquilleo que me hace cerrar los ojos por un segundo. Siento el aroma de su cabello, ese olor a sol, a sal, a cítricos, como si estuviera hecho de pura luz dorada. Mis labios tocan su piel y es como si el mundo se detuviera. El calor de su frente bajo mis labios, la suavidad de su piel... todo es mágico de la hostia.
Cuando me alejo, veo algo que no esperaba en sus ojos: un destello de decepción. Es sutil, apenas visible, pero está ahí, como si esperara más, como si quisiera que el beso hubiera sido en otro lugar. Esa pequeña chispa en su mirada me impulsa a intentarlo de nuevo. Esta vez, voy a besarla donde ambos sabemos que lo deseamos.
Justo cuando estoy a punto de acercarme de nuevo, una voz rompe el momento, llamando a Zoe.
—¡Zoe! —La voz es inconfundible y ambos giramos la cabeza al mismo tiempo.
Es Ethan. Viene caminando hacia nosotros por la orilla del mar. Una sombra de preocupación cruza su rostro cuando nos ve juntos, tan cerca.
El momento se desmorona y todo lo que podría haber pasado se desvanece en el aire nocturno. Zoe retrocede un paso, apartándose de mí y su expresión cambia al instante, como si el hechizo se hubiera roto de un plumazo. Aunque trato de mantener la calma, no puedo evitar sentir una punzada de frustración.
Ethan llega hasta nosotros, lanzándome una mirada rápida antes de fijar sus ojos en Zoe.
—Te estaba buscando —dice—. ¿Por qué te fuiste corriendo?
Ella le dedica una sonrisa, pero es diferente, más tensa.
—Necesitaba tomar el aire —se excusa.
—Entiendo... Bueno yo me voy ya y Emily se marcha con Jake. Si quieres, te llevo a la residencia.
Antes de que ella pueda responder, intervengo:
—No, yo la llevo.
Ethan me mira con dureza.
—Lo siento, pero no. No me fío de ti.
Aprieto mucho los dientes.
¿Qué no se fía de mí? ¿Pero qué cojones...?
—¿De qué estás hablando? —replico, sin bajar la guardia.
—Tú sabes bien de qué hablo —insiste, con un tono desafiante—. No te voy a dejar que juegues con ella. No es una de esas tías a las que te tiras sin remordimiento alguno. Zoe es mi amiga.
Ella expande sus ojos y se queda inmóvil, mirando a Ethan con sorpresa. Sus palabras parecen habernos dejado a los dos sin aire, pero me esfuerzo por mantener la compostura y no partirle la cara de un puñetazo,
—No estoy jugando con ella —digo con firmeza, mientras que una sensación muy fea se aferra a mi pecho.—. No te atrevas a juzgarme.
Ethan no retrocede, sus ojos arden con determinación.
—¿Y se supone que debo creerte? —Su voz está cargada de tensión—. He visto cómo tratas a las demás, Lucas. No voy a dejar que la lastimes. Con ella eso no te vale.
El ambiente se vuelve cada vez más crispado y siento la rabia burbujeando dentro de mí. Doy un paso adelante, acortando la distancia entre Ethan y yo.
—No sabes de lo que estás hablando, colega —gruño, intentando mantener la calma, aunque mi voz sale más áspera y cortante—. Zoe no es como las demás.
Ethan también avanza, su pecho casi rozando el mío. Es un tipo alto, pero no tiene mi complexión atlética y fuerte.
—¿Ah, sí? —su tono es sarcástico y lleno de incredulidad—. ¿Y por qué debería creer que esta vez es diferente? He visto cómo te comportas, cómo juegas con las chicas. No pienso dejar que te aproveches de mi amiga.
Mi paciencia se agota y la ira toma el control. Aprieto los puños a mi lado, sintiendo los músculos de mis brazos tensarse, listos para defenderme de sus acusaciones.
—¡No tienes ni idea de lo que estás hablando! —le espeto, acercándome aún más, hasta el punto en que nuestras frentes casi se tocan—. No te atrevas a decirme cómo debo tratarla.
Ethan no se echa atrás, su mandíbula está tan tensa como la mía y por un segundo, parece que ninguno de los dos va a ceder. Siento su aliento en la cara y en sus ojos veo un desafío que me quema por dentro.
—Te he visto hacer esto antes, guaperas —dice en un tono bajo pero cargado de una amenaza palpable—. Coqueteas, prometes el mundo, te cuestas con ellas y luego desapareces cuando te cansas. Zoe no merece eso. No va a ser tu punto juguete nuevo,
Mis manos están temblando de ira. Por un momento pienso en lanzarme sobre él y acabar con esta discusión de una vez por todas, pero Zoe se interpone entre nosotros. Sus manos levantadas, tratando de mantenernos separados.
—¡Basta! —grita, mirándonos a los dos con desesperación—. No quiero que peléis por mí.
La miro. Su rostro esta lleno de angustia y algo dentro de mí se calma al instante, aunque la rabia aún palpita bajo la superficie de mis músculos tensos. Doy un paso atrás, tratando de no perder el control por completo.
—Zoe, por favor —le pido—. Quédate conmigo. Te llevaré a la residencia. Tengo mi coche aquí y no he bebido nada. Puedo acercarte.
Ella me mira y en sus ojos se asoman mil dudas. Hay un destello en su mirada, como si estuviera a punto de decir algo, pero Ethan vuelve a intervenir cortando el momento.
—Zoe, deberías volver conmigo —insiste su amigo, con un tono protector que me irrita endemoniadamente—. No quiero que termines haciendo algo de lo que te arrepientas.
Ella mira a Ethan, luego me mira a mí y sé que está debatiéndose entre lo que siente y lo que cree que debe hacer. Finalmente, baja la mirada hasta sus sandalias y deja escapar un suspiro.
—Lo siento, Lucas —dice en voz baja, casi como si le doliera—. Debería irme.
Me quedo inmóvil. Cada paso que da hacia Ethan es como un golpe brutal al pecho. Mi corazón se aprieta con una mezcla de decepción y dolor que no esperaba sentir tan intensamente, joder.
¡Esto es una puta mierda! ¿Por qué prefiere marcharse con él? Es que acaso no estaba cómoda conmigo?
—Nos vemos —dice, antes de tomar a Ethan del brazo y no siquiera me miraba la cara.
¡Joder, esto duele!
Después de ver a Zoe irse con él, siento la frustración ardiendo en mi interior como un fuego que no puedo apagar y que se apodera de cada átomo en mi. Camino de vuelta hacia la fiesta con pasos pesados. El bullicio de la fiesta me golpea de nuevo, la música, las risas, todo parece demasiado fuerte, demasiado irritante e insoportable. Estoy cabreado como una mona, pero no puedo evitarlo. Todo lo que quería era que ella se quedara conmigo, poder seguir hablando con ella, pero ahora me siento impotente, como si nada de lo que haga o diga sea suficiente para ella.
Aprieto los puños, intentando contener la tormenta de emociones que amenaza con desbordarse en mi interior. La rabia, la decepción, la sensación de pérdida... Todo se mezcla en un cóctel amargo que me deja con ganas de golpear algo, de hacer que el dolor físico se iguale al que siento por dentro.
—> Aquí ruegos, preguntas y reclamaciones.
SARHANDA 🥰
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top