8. Momento de confesiones

NARRA LUCAS

Veo cómo Zoe se aleja y su figura esbelta queda recortada contra el brillo del agua, bajo la luna llena de un color blanco radiante que nos regala esta noche. Su última sonrisa todavía resuena en mi mente cuando mi teléfono vuelve a sonar, sacándome de ese momento.

—Hola, mamá —respondo, apoyándome contra una roca para aislarme un poco del ruido de la fiesta.

Su tono es inmediato, como siempre: directo, pero con un toque de desaprobación que conozco demasiado bien.

—Hola, hijo. ¿Cómo estás?

—Bien, mamá. Celebrando la victoria de esta noche.

La oigo suspirar al otro lado de la línea y sé lo que viene a continuación.

—Lucas, ¿has pensado en lo que hablamos sobre tus estudios? El fútbol no es una carrera y lo sabes.

Sus palabras caen pesadas, como piedras, una discusión que hemos tenido demasiadas veces y que me agota mentalmente. Suspiro, frotándome la nuca mientras miro hacia el mar.

—Sí, mamá, pero ahora mismo el fútbol es importante para mí. Me está dando oportunidades que... que también pueden ser importantes para mi futuro.

Ella guarda silencio por un momento y puedo casi escucharla masticar sus pensamientos antes de responder.

—Oye, hijo, solo quiero que recuerdes que tus estudios son lo que realmente va a sostenerte a largo plazo. No quiero que te distraigas demasiado de lo que realmente importa. En el fútbol, si te lesionas, se te acaba todo, ¿comprendes?

La preocupación en su voz es evidente y aunque entiendo sus motivos, no puedo evitar sentir una punzada de frustración.

Quiero demostrarle que puedo hacerlo, que puedo manejar ambas cosas, aunque no siempre estoy seguro de cómo lograrlo.

—Lo tengo presente, mamá. Pero ahora... ahora necesito este momento. Prometo que no descuidaré mis estudios.

—Podrías considerar el postgrado en comercio exterior que te brinda la universidad. Es una oportunidad excelente. Ya sabes cuánto podría beneficiarte en el futuro —comenta mi madre, con su voz persuasiva y firme.

Inhalo profundamente, sintiendo la presión familiar contra mi pecho. El brillo del océano nocturno se ve borroso cuando cierro los ojos por un momento, tratando de mantener la calma. Me irrita que me llame para esto, la verdad.

—Mamá, ya hemos hablado de este tema. No quiero un postgrado en comercio exterior. Mi sueño es jugar en la NFL. El fútbol es lo que realmente me apasiona —respondo, sintiendo cómo el latido de mi corazón se acelera por la emoción y la tensión.

Hay un silencio breve al otro lado de la línea, uno que conozco demasiado bien. Es el silencio de la desaprobación y la preocupación. Ella quiere que me encargue de las empresas que eran de mi padre y de las que se encargan ahora mis tíos, pero eso no es lo que yo quiero hacer. El mundo empresarial no me entusiasma lo más mínimo y además, sé que no estoy hecho para estar al frente de un negocio.

—Lo sé, cariño, pero tienes que ser realista. No todos llegan a la NFL. Y mientras tanto, los estudios son una base sólida. Quiero lo mejor para ti.

Las palabras son difíciles de tragar, pero trato de no dejar que me afecten demasiado.

—Lo entiendo, mamá, pero también necesito seguir mis sueños. El fútbol me ha dado tanto y quiero ver hasta dónde puedo llegar. No estoy diciendo que no me importe la educación, pero ahora esto es lo que quiero perseguir.

Termino la llamada, aún sintiendo la tensión entre mis sueños y las expectativas de mi madre. Me quedo un momento mirando el agua, reflexionando sobre la conversación y cómo, a pesar de todo, debo encontrar la manera de seguir adelante con mis aspiraciones sin perder de vista lo que realmente importa para mí.

Cuelgo después de intercambiar algunas palabras más, asegurándole que estaré bien y que estoy trabajando en mi futuro, tanto en el campo como fuera de él. Sigo mirando al agua, preguntándome cómo equilibrar todo esto y me siento sobre una roca plana a inhalar la brisa marina.

Trato de ordenar mis pensamientos, cuando siento una mano suave posarse en mi hombro. Me giro, sorprendido, y me encuentro con la mirada de Madison. Sus ojos, siempre llenos de una confianza abrumadora, ahora parecen un poco más suaves, como si percibiera que algo no está del todo bien.

—¿Estás bien? —pregunta, inclinando la cabeza mientras se sienta a mi lado en la roca, acercándose lo suficiente para que sus rodillas rocen las mías.

—Sí, solo estaba... pensando —respondo, tratando de sacudirme la sensación de pesadez que me ha dejado la conversación con mi madre.

Madison me observa en silencio por un momento y con su mirada recorre mi rostro como si intentara leer algo más allá de las palabras. Luego, sonríe, pero es una sonrisa diferente, menos juguetona y más... preocupada, quizás.

—No pareces tú —comenta, entrelazando sus dedos con los míos. El gesto es suave, casi reconfortante y aunque no lo esperaba, no aparto la mano.

—Solo es... cosas familiares, nada grave —respondo aunque incluso para mí, mis palabras suenan poco convincentes.

Madison aprieta un poco más mi mano y se inclina hacia adelante, como si quisiera que la mirara directamente a los ojos. Hay algo en su expresión que me hace sentir expuesto, como si supiera que lo que he dicho es solo una parte de la verdad.

—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? —susurra, y su tono es más serio de lo que estoy acostumbrado a escuchar en ella.

Sus palabras me pillan desprevenido. Ella siempre ha sido la chica que se ríe, que vive el momento sin pensar demasiado en las complicaciones. Pero ahora, aquí está, ofreciéndome una especie de consuelo que no esperaba y eso me descoloca un poco.

—Lo sé —respondo finalmente, forzando una sonrisa que ella no se traga del todo.

Madison me observa unos segundos más antes de soltar un suspiro suave. Luego, sin decir nada más, se recuesta contra mi hombro, como si supiera que ahora mismo no necesito hablar, sino solo compañía. Y por un momento, me permito bajar la guardia, disfrutando de la calidez de su presencia mientras el sonido del mar llena el silencio entre nosotros.

Ella se mantiene callada, acurrucada contra mi hombro, mientras el murmullo de las olas llena el espacio entre nosotros.

De repente, la siento moverse a mi lado. Se separa ligeramente, lo suficiente como para mirarme directamente a los ojos. Su expresión es seria, más de lo que estoy acostumbrado a ver en ella.

—Lucas... hay algo que nunca le he contado a nadie —susurra, con un deje de tristeza en su voz.

Me enderezo un poco, intrigado. No suelo ver a Madison así de vulnerable y algo en su tono me hace prestar atención.

—¿Qué es? —pregunto, bajando la voz como si este momento requiriera un respeto especial.

Ella se muerde el labio, una señal de nerviosismo que nunca le había visto. Se queda en silencio por unos segundos y cuando finalmente habla, su voz tiembla ligeramente.

—Mis padres... —Empieza, pero se detiene y traga saliva antes de continuar—. Mis padres están pasando por un divorcio y no es uno amistoso ni fácil de llevar.

Me quedo mirándola, sorprendido por la confesión. Siempre pensé que la vida de Madison era perfecta, al menos en apariencia. Su padre es rico, un hombre de éxito con bastantes negocios fructíferos y su madre es una mujer guapa y encantadora, amiga de mi madre y que regenta un salón de belleza en la ciudad al que acuden muchas celebridades. Pero la realidad es mucho más complicada de lo que había imaginado.

—Lo siento, Madi... no tenía ni idea —le digo, sintiendo un nudo formarse en mi estómago.

Ella se encoge de hombros, como si tratara de restarle importancia, pero puedo ver la tristeza en sus ojos.

—No es algo de lo que me guste hablar —admite—. Han estado peleándose durante años y pensé que podría manejarlo sola, pero... a veces es difícil. —Su voz se rompe ligeramente y puedo ver que está luchando por mantener la compostura.

—No tienes que manejarlo sola. Estoy aquí para ti. Lo sabes, ¿verdad?

Ella asiente lentamente y por un momento, veo a una Madison completamente diferente a la que todos conocen. Una que no está siempre tan segura de sí misma, una que lleva una carga invisible y pesada sobre sus hombros.

—No es solo el divorcio en sí —comienza a decir con su voz quebrada—. Es todo lo que lo rodea. Mi padre... ha estado engañando a mi madre durante años. Lo supe desde que era una niña pequeña, pero nunca quise aceptarlo. —Su voz se convierte en un susurro, apenas audible—. Sé que mi padre le fue infiel a mi madre con la niñera, con mi maestra de primaria y también con algunas clientas de mi madre incluso con la madre de una de mis amigas. Ahora... ahora que todo ha salido a la luz, no puedo evitar sentirme... mal. Me siento culpable por no habérselo dicho a mi madre años atrás cuando vi cosas. Tenía miedo y me callé.

La miro, sorprendido por la dureza de sus palabras y la gravedad de lo que me está confesando. Nunca había visto a Madison tan dolida, tan afectada.

—Madi... esto no es culpa tuya —digo, sintiendo una oleada de indignación por ella. Me cuesta imaginar lo difícil que debe haber sido crecer con ese conocimiento, ese peso sobre sus hombros.

Ella niega con la cabeza, sus ojos fijos en el suelo.

—Lo sé, pero no puedo evitar sentirme así. Ver a mi madre destrozada día tras día y a mi padre... actuando como si nada hubiera pasado, como si lo que ha hecho no tuviera consecuencias. Como si mi madre no importara una mierda. La he visto esforzarse tanto para él y mi padre jamás la ha apreciado. —Madison se detiene para tomar aire y puedo ver las lágrimas que lucha por contener—. Lucas, he tenido que fingir que todo está bien durante tanto tiempo, que a veces me pregunto si realmente sé lo que es "estar bien".

La miro incapaz de encontrar las palabras correctas para consolarla. Todo lo que me viene a la mente parece insuficiente. Lo único que puedo hacer es estar aquí, escucharla y asegurarme de que sepa que no está sola.

—Mi madre... —continúa—. Ella lo ama tanto, incluso después de todas las infidelidades, los desprecios, los desplantes y eso es lo peor, Lucas. Ella todavía sigue enamorada de él. Todavía espera que cambie, que todo vuelva a ser como antes incluso cuando mi padre ya no esconde a sus amantes ni su interés sexual por otras mujeres. Él la desprecia, no la valora y creo que jamás ha estado enamorado de verdad de ella, pero aún así, mi madre mantiene la esperanza pese al divorcio. Cree que mi padre se dará cuenta de su error.

Su dolor es palpable y por primera vez, veo a Madison no como la chica segura de sí misma que todo el mundo ve, sino como alguien que ha estado viviendo con un dolor profundo y silencioso durante años. Un dolor que nadie más ve, porque ella no lo deja salir a la superficie.

—Eso es lo que más me asusta —admite, finalmente levantando la mirada para encontrarse con la mía—. Que, en algún nivel, yo soy como ella. Me aferro a algo, a alguien, incluso cuando sé que debería dejarlo ir, porque no es para mí. Que estoy condenada a repetir sus errores.

—No lo estás —respondo, intentando que mi voz suene lo más firme posible—. No tienes que ser como ella, Madi. Puedes elegir algo diferente, algo mejor. Tu futuro aún no está escrito.

Ella me mira y por un momento, hay una chispa de esperanza en sus ojos, pero se desvanece rápidamente y queda reemplazada por la tristeza que ha estado cargando todo este tiempo.

—No sé si soy lo suficientemente fuerte —dice en voz baja, casi como si estuviera hablando consigo misma.

—Lo eres —afirmo, sin dudarlo—. Lo eres mucho más de lo que crees. Me quedaré a tu lado y no te derrumbarás, en serio.

—¿Lo prometes?

—Por supuesto —sentencio.

Ella se queda en silencio y puedo ver que mis palabras la han tocado, aunque sea solo un poco.

Madison se incorpora lentamente, sus ojos aún brillando con la sombra del dolor cubriendo su mirada azul. Antes de que pueda procesar lo que está a punto de hacer, se acomoda a horcajadas sobre mí con movimientos suaves pero decididos. Me pilla completamente desprevenido y mi mente, aún atrapada en el torbellino de emociones que acabamos de compartir, tarda un segundo en reaccionar.

—Madi... —empiezo a decir, pero no llego a terminar la frase.

Ella me silencia con un beso suave, cariñoso, que se siente como una súplica enmudecida. Sus labios se mueven con una mezcla de necesidad y anhelo, mientras sus brazos se enroscan alrededor de mi cuello. Siento su aliento cálido contra mi piel cuando se aparta ligeramente, susurrando palabras que hacen que mi estómago se contraiga.

—Estoy enamorada de ti, Lucas —susurra con sus ojos fijos en los míos, cargados de una vulnerabilidad que rara vez muestra—. Y desearía que tú sintieras lo mismo por mí. Te necesito en mi vida y quiero que tú también me necesites en la tuya.

Esas palabras deberían provocarme algo, cualquier cosa, pero en lugar de eso, lo único que siento es un latigazo en mi pecho cuando la imagen de Zoe cruza por mi mente de forma inesperada como un relampagueo violento. Su rostro angelical aparece como un destello, su mirada, su voz, todo lo que representa, se instala en mi cabeza de golpe, confundiendo mis pensamientos.

Intento sacudir esa imagen, despejarla, alejarla, pero se aferra a mí con una fuerza que no entiendo, joder.

¿Qué cojones te pasa, Lucas?

Madison sigue esperando una respuesta. Sus ojos me buscan, pero las palabras se me quedan atascadas en la garganta sin opción a encontrar la salida. No puedo decirle lo que quiere escuchar, no cuando la sombra de Zoe se cierne sobre mí y se apodera de todo como una niebla espesa que se extiende hasta ocupar el lugar más inhóspito. Así que hago lo único que puedo en este momento: la estrecho contra mí, mis manos encontrando su cintura y la beso con pasión, intentando perderme en ella, en nosotros. No puedo pensar en Zoe ahora. No cuando Madison está aquí, entregándose a mí de esta manera y buscando consuelo en mi abrazo. Por más que lo intente, no puedo evitar sentir que, en algún lugar profundo de mi ser, estoy engañándome a mí mismo.

Y lo que es peor... a ella también.

NARRA ZOE

Camino de regreso por la playa, con la brisa marina acariciando mi rostro y el murmullo de las olas acompañando mis pensamientos. El encuentro con Lucas aún ronda en mi cabeza haciendo que me sienta inquieta y no entiendo el por qué. Trato de no pensar en su sonrisa, en la forma en que me miró, pero es inútil. Está grabado en mi mente como un eco persistente y maldigo la extraña sensación que eso deja en mi.

A lo lejos, veo a Emily y Jake. Parecen estar pasándolo bien, riendo y conversando en medio de la multitud que sigue celebrando el partido. Cuando me acerco, Jake levanta la vista y me lanza una sonrisa amplia. Es un chico muy mono y espero que mi amiga tenga más suerte que yo en el amor.

—¡Oye, Zoe! —me saluda, levantando una cerveza en señal de brindis—. ¡Ven, únete a nosotros!

Emily también me hace un gesto, animándome a acercarme. La alegría en sus ojos me dice que se lo está pasando genial y por un momento, me siento un poco fuera de lugar, como si estuviera en el borde de algo que no acabo de comprender.

—Vamos, Zoe —insiste Emily, dándome un pequeño tirón de la mano cuando llego a su lado—. Necesitas relajarte un poco. Deja de pensar tanto y disfruta de la fiesta.

Me río suavemente, dejando que su entusiasmo me envuelva. Tal vez tienen razón. Así que acepto la cerveza que Jake me ofrece y le doy un sorbo, sintiendo el líquido frío deslizarse por mi garganta.

—¿Y qué tal un baile? —me pregunta Jake, ya moviéndose al ritmo de la música que suena por la playa a todo volumen. Sus movimientos son despreocupados, ligeros y divertidos.

Miro a Emily, que asiente con una sonrisa alentadora. Dejo escapar un suspiro y decidiendo que, por una vez, voy a dejarme llevar por el momento.

—Está bien —digo, finalmente cediendo—. Vamos a bailar.

La música resuena en mis oídos mientras me muevo al ritmo de la canción, dejándome llevar por la energía de la fiesta. Jake y Emily bailan a mi lado y sus risas son contagiosas. Los veo besarse y joder, me alegro por mi amiga. Mientras bailo, siento que por una vez he logrado desconectar de todo lo que me agobia constantemente.

La tercera cerveza la bebo sin pensar. El líquido frío baja por mi garganta, aflojando la tensión que había estado guardando sin darme cuenta. No estoy segura de en qué momento Ethan ha regresado, pero cuando lo veo aparecer entre la multitud, me sorprendo de lo feliz que me siento de verlo de nuevo. Su presencia me resulta reconfortante, como un ancla en medio del caos de la fiesta.

Él se acerca a mí con una sonrisa, pero en cuanto me ve tambalearme un poco, su expresión cambia a una mezcla de preocupación y diversión.

—Zoe, ¿estás borracha? —me pregunta, alzando una ceja.

Intento contestarle, pero las palabras se me enredan en la lengua, maldita sea. En lugar de una respuesta coherente, lo único que sale de mi boca es una risa tonta que no puedo controlar. Todo me parece más gracioso de lo que debería y me río aún más cuando me doy cuenta de que apenas puedo vocalizar.

—No... no lo sé, Ethan... —balbuceo entre risas, llevándome una mano a la boca para intentar sofocar las carcajadas que se escapan.

Mi amigo sonríe y sacude la cabeza, acercándose un poco más para sostenerme por los hombros y asegurándose de que no me tambalee demasiado.

—Parece que alguien está disfrutando demasiado de la fiesta —dice con un tono divertido.

—Tal vez... —respondo entre risas, apoyándome en él para mantener el equilibrio—. Pero, Ethan, esto es... es genial. ¡Deberíamos hacer esto más a menudo!

Él se ríe conmigo y aunque sé que estoy hablando tonterías, no me importa. Por primera vez en mucho tiempo me siento libre, despreocupada y no quiero que esta sensación termine.

De pronto, la música cambia de ritmo. Una nueva canción empieza a sonar y el bajo retumba en el aire, haciéndome vibrar por dentro.

—¡Esta es una de mis canciones favoritas! —exclamo, más para mí misma que para los demás.

Jake aparece de la nada con cervezas frescas en las manos y una gran sonrisa dibujada en su rostro. Sin pensarlo dos veces, tomo una de las botellas, pero en lugar de beberla la levanto en el aire como si estuviera brindando con el universo. Todo parece brillar más fuerte, como si la noche se hubiera iluminado solo para mí.

La emoción arrolladora me inunda y sin poder contenerme doy un par de saltos de alegría, dejando que la euforia me controle. La arena vuela alrededor de mis pies mientras me lanzo hacia Ethan, enganchándome de su cuello con un entusiasmo que ni yo misma sabía que tenía.

—¡Ethan, baila conmigo! —le digo, prácticamente gritando por encima de la música, mientras me aferro a él.

Él se ríe y trata de seguirme el ritmo, aunque lo hace con un poco de torpeza. Me sostiene por la cintura para evitar que pierda el equilibrio, mientras yo sigo saltando y arrastrándolo conmigo en mi pequeña burbuja de felicidad.

—¡Zoe, tranquilízate un poco! —intenta decir entre risas, pero su risa me contagia aún más y lejos de calmarme, solo hace que me ría más fuerte.

La música late a través de mis venas y el ritmo se sincroniza con los latidos de mi corazón.

Me pego más a Ethan, sintiendo su cuerpo cálido contra el mío mientras nos movemos al compás de la canción. La euforia que me embriaga me hace sentir libre, ligera, desinhibida, como si nada más importara. Mis manos se enredan en su camiseta mientras él me estrecha contra su pecho con nuestros cuerpos moviéndose juntos en una danza sin palabras.

Mi amigo, aunque mantiene el ritmo, parece más contenido que yo. Lo siento tensarse un poco, su mano en mi cintura sujeta firmemente, pero con una cautela que apenas registro. Su voz, amortiguada por la música y mi propia risa, intenta abrirse paso.

—Zoe... —dice, su tono es suave pero serio, un intento de alcanzarme a través del velo de euforia que me envuelve—. No quiero que hagas nada de lo que te arrepientas mañana.

Sus palabras se pierden en la marea de mi embriaguez. Apenas las capto, como si fueran parte de la melodía o de un susurro que no tiene sentido en medio del caos alegre que siento dentro de mí. No me detengo, no escucho. En este momento, solo quiero seguir bailando.

—Relájate, Ethan, estamos de fiesta —le digo con mi voz arrastrando las palabras de forma torpe.

Lo miro a los ojos, pero mi visión es un poco borrosa. La luz de la luna y las sombras se mezclan y todo parece un sueño borroso de color y sonido.

Ethan me sujeta por las caderas acercándome más a él. Noto cómo su cuerpo cálido se alinea con el mío y la música que suena de fondo se desvanecerse, dejando solo el latido acelerado de mi corazón. Sus ojos me miran con una intensidad que no había visto antes y cuando su frente se apoya en la mía, una sensación de desconcierto me recorre entera. No entiendo lo que está pasando, lo que Ethan está intentando decirme.

—Zoe, yo... —comienza a decir con la voz baja y cargada de una emoción que no puedo identificar del todo. Está a punto de confesar algo, algo importante, lo sé. Pero antes de que pueda terminar la frase, mi mirada se desvía atraída por un movimiento a lo lejos.

Ahí, regresando del acantilado, veo a Lucas con Madison. Mis ojos se encuentran con los suyos y todo parece detenerse por un instante. Todo lo demás se desvanece, incluso las palabras de Ethan que se disuelven en el aire como un eco lejano. Lucas y Madison caminan juntos, tan cerca que sus cuerpos casi se tocan y la imagen de ellos así, en este lugar, me golpea como un mazazo en el estómago.

Ethan sigue hablando, pero sus palabras ya no llegan a mis oídos. Solo puedo pensar en lo que estoy viendo y en la inexplicable punzada que siento al verlos tan juntos.

El tiempo parece ralentizarse cuando los ojos marrones e intensos de Lucas se clavan en los míos, pero no es la mirada cálida o confusa que he visto antes; es dura, casi fría. Mi corazón da un vuelco y una sensación de vértigo me sacude la espina dorsal. En ese instante, me doy cuenta de lo cerca que estoy de Ethan, de cómo sus manos todavía reposan en mis caderas y de cómo su nariz roza mi frente dejándome una sensación invasiva.

Mi mente da vueltas, procesando lo que esa mirada de Lucas podría significar. ¿Está molesto? ¿Por qué? Un calor incómodo se apodera de mí y una oleada de adrenalina me impulsa a actuar. Sin pensarlo, me aparto bruscamente de Ethan y suelto sus manos de mi cintura. El desconcierto en su rostro no tarda en materializarse.

—Zoe, espera... —alcanzo a escuchar su voz, pero ya estoy corriendo.

Mis pies se mueven sin dirección clara. Sólo sé que necesito alejarme, escapar de lo que acabo de ver y de lo que acabo de sentir. Mi corazón late frenéticamente mientras el ruido de la fiesta se queda atrás y solo el sonido de mi respiración agitada llena mis oídos a cada zancada que doy.

Corro sin rumbo y el alcohol nubla mi cabeza al punto que la arena se vuelve inestable bajo mis pies y se alinea en mi contra. Tropiezo, mis piernas fallan drásticamente y antes de que pueda detenerme, caigo de cara contra la arena. El golpe me aturde y la sensación áspera de los granos de arena pegándose a mi piel me trae de vuelta a la realidad.

¡Mierda! Soy patética.

Intento incorporarme, pero mis brazos tiemblan y la cabeza me da demasiadas vueltas.

Justo cuando siento que no puedo más, unos brazos fuertes me levantan, sosteniéndome con firmeza y cuidado. Parpadeo varias veces, tratando de enfocar mi vista con torpeza. El mundo parece moverse lentamente hasta que, finalmente, mis ojos se encuentran con unos que conozco muy bien. Son los de Lucas.

Podría reconocer este par de ojos marrones entre un millón.

Él me mira con una mezcla de preocupación y algo más, algo que no logro descifrar del todo en mi estado de embriaguez. Siento una oleada de emociones encontradas mientras el calor de sus manos sobre mis brazos atraviesa la tela de mi camiseta, conectándome a la realidad de nuevo. La dureza que vi antes en su expresión ha desaparecido por completo.

Me aferro a los fuertes brazos de Lucas, sintiendo la solidez y el calor de su atlético cuerpo. No entiendo bien qué me impulsa, si es la estupidez mental o el alcohol, pero una fuerza invisible parece atraerme hacia él.

En un impulso descontrolado, lo abrazo por la cintura. Es algo que en una estado normal jamás de atrevería a hacer, pero siento la necesidad irrefrenable de tenerlo cerca, muy cerca. Mis manos, temblorosas y aún un poco frías, se aprietan alrededor de su cintura mientras me apoyo en su cuerpo. Mi mente está en un estado nebuloso y lo único que puedo hacer es aferrarme a él como un ancla en medio de la tormenta.

Él se queda inmóvil por un instante, sorprendido por el abrazo repentino. Puedo sentir su respiración, su pulso fuerte y constante golpeando su pecho cálido y brindándome una extraña sensación de calma en medio de mi mareo.

De repente, escucho su voz preocupada pero suave sobre mi cabeza.

—¿Estás bien? —pregunta con un tono cargado de una preocupación genuina.

Levanto la cabeza lentamente, encontrándome con sus increíbles ojos llenos de inquietud. Mi respiración es irregular y siento que me cuesta reunir las palabras adecuadas. Finalmente, logro decir con voz temblorosa:

—Ahora sí.

—> Aquí ruegos, preguntas y reclamaciones.
SARHANDA  🥰

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