16. El esperado partido contra los Ravens.

NARRA LUCAS

Estoy apoyado contra una de las columnas de la entrada del edificio que conduce al campo de fútbol, con mi equipación puesta porque en un rato tengo el último entrenamiento de la semana, pero ahora mismo no puedo concentrarme en eso. Zoe está aquí, frente a mí, con su mochila al hombro y esa sonrisa que me vuelve loco. Hoy lleva el pelo suelto, una cascada de ondas suaves le caen sobre los hombros, brillando bajo el sol como si tuvieran vida propia. No sé cómo lo hace, pero siempre tiene ese aspecto tan natural. Lleva una camiseta de algodón simple, pero en ella parece especial, como si hubiera sido hecha solo para ella. Sus jeans ajustados se moldean perfectamente a sus piernas y las Converse viejas que siempre usa le dan ese aire relajado que me fascina en ella.

—¿Así que la profesora de lenguas aplicadas te preguntó si querías ser su asistente este trimestre? —le pregunto, alzando una ceja con una sonrisa divertida—. ¿Y no has dicho que sí todavía? ¿Qué, te da miedo que yo me ponga celoso de tus brillantes habilidades académicas?

Ella me da un pequeño golpe en el brazo, pero no puede evitar sonreír.

—Tú no puedes estar celoso de nada —responde, rodando los ojos con dramatismo, aunque sé que lo dice en broma—. Además, ni siquiera sé si quiero hacerlo. Es mucho trabajo extra y con el proyecto de literatura ya sería demasiado.

—Claro, porque te encanta complicarte la vida —le digo, inclinándome un poco más cerca—. Pero eso es parte de tu encanto.

Antes de que pueda responder, escucho a Mikel gritar desde la distancia, interrumpiendo nuestro pequeño momento.

—¡Oye, Lucas! —grita, con una mezcla de impaciencia y burla en la voz—. ¡Deja de flirtear con tu "novia" y muévete! ¡El entrenador nos va a matar si llegamos tarde!

Zoe se ríe suavemente y yo me paso una mano por el pelo, haciendo una mueca como si no tuviera prisa alguna.

—Tranquilo, Mikel. Ya voy —le grito de vuelta antes de mirar a Zoe otra vez—. Nos vemos más tarde, ¿vale?

—Ve, o terminarás castigado, dando más vueltas al campo de las que puedes contar —dice ella, todavía con esa sonrisa increíble en su rostro.

—Por ti valdría la pena —le guiño un ojo y salgo corriendo hacia donde Mikel me espera, aunque no puedo evitar girarme una última vez para mirarla. Hoy está más preciosa que nunca y lo más increíble es que probablemente ni siquiera lo sepa.

Definitivamente, soy un tipo con suerte.

El entrenamiento va mejor de lo que esperaba. Cada pase, cada carrera... todo fluye. Me siento imparable. Es como si todo en mí se hubiera alineado hoy. La energía en el campo es contagiosa y el equipo está motivado, pero hay algo más. No puedo evitar pensar en Zoe y eso me impulsa a darlo todo. Desde que la tengo en mi vida, siento que todo está mejor. Más completo.

—¡Buen pase, Lucas! —grita el entrenador, levantando el pulgar.

Corro hacia la línea con la pelota en las manos, esquivando a los defensas que intentan bloquearme. Hago una finta hacia la derecha, dejo atrás a Mikel y lanzo un pase preciso a Jack, que se coloca justo donde lo quiero. Es un touchdown perfecto. El equipo estalla en aplausos y gritos, pero lo único que me importa es la sensación de haberlo dado todo. Estoy en mi mejor forma física y puedo sentir la adrenalina recorriendo por mi cuerpo.

—¡Eso estuvo increíble, tío! —dice Nick dándome una palmada en la espalda mientras tomamos un respiro—. Estás hecho un toro, capitán.

Sonrío, agradecido por el buen feedback.

El entrenador nos reúne al final del entrenamiento, felicitando al equipo por el esfuerzo.

—Buen trabajo, chavales. Si jugamos así en el partido del viernes, no habrá quien nos pare —dice mientras todos asentimos con la cabeza, agotados pero satisfechos.

Aunque ha sido un entrenamiento espectacular, en el fondo sé que gran parte de mi motivación tiene un nombre: Zoe.

***

Llega el viernes y el ambiente en los vestuarios está cargado de nervios. Todos estamos mentalizados, preparándonos para lo que será un partido intenso. Hoy nos enfrentamos a los Ravens de Eastbrook, un equipo duro con una reputación de juego físico. Sabemos que no será fácil, pero también sabemos lo que somos capaces de hacer.

Me pongo el casco y miro a mi alrededor. Mikel, Jack, Kevin, todos están concentrados, listos para darlo todo. Este es nuestro momento y tenemos que ir a por todas.

La atmósfera en el campo está eléctrica, con las gradas llenas de estudiantes y aficionados gritando a todo pulmón. Las luces del estadio iluminan el césped y el silbato del árbitro da inicio al partido. Desde el primer segundo, los Ravens de Eastbrook muestran por qué tienen la fama de ser duros. Sus jugadores son rápidos, fuertes y cada jugada se siente como un choque frontal.

Durante el primer cuarto, apenas podemos mover el balón. Nos interceptan dos veces y su defensa parece infranqueable, joder. Jack lanza un pase largo hacia Mikel, pero un defensa de los Ravens llamado Dean Garcia lo corta justo a tiempo, dejando claro que no va a ser fácil avanzar en este partido.

El marcador sigue sin moverse a nuestro favor y cuando ellos anotan su primer touchdown, el golpe es fuerte. Estamos 7-0 abajo y la presión se siente en el aire. El entrenador grita desde la línea lateral pidiéndonos calma, pero puedo ver la tensión en los rostros de mis compañeros.

Cuando llegamos al segundo cuarto, la situación empeora. Los Ravens nos fuerzan a cometer errores que normalmente no cometeríamos. Un balón suelto de Kevin nos deja en una posición defensiva delicada y poco después, los Ravens nos castigan con otro touchdown.

¡Mierda!

El marcador marca 14-0 y el ambiente en las gradas de nuestros seguidores empieza a decaer poco a poco hasta alcanzar el silencio más absoluto. Puedo sentir el peso del partido sobre mis hombros.

Intentamos remontar, pero cada vez que nos acercamos a la zona de anotación, su defensa liderada por Dean Garcia, se cierra como una muralla. Mi cuerpo está agotado, pero mi mente sigue activa, buscando el próximo movimiento, el próximo hueco, el momento de explotar nuestra velocidad o nuestras jugadas ensayadas. Sin embargo, los Ravens anticipan cada movimiento. Al final del segundo cuarto, solo conseguimos un gol de campo, 14-3.

Llega el momento del descanso. Entramos al vestuario durante el medio tiempo cabizbajos, sabiendo que este partido se nos está escapando de las manos. Los murmullos entre los chicos son tensos; sabemos que no podemos dejar que esto termine así, pero también somos conscientes de lo duros que están siendo los Ravens y de lo agresivo que es su juego.

El cansancio se nota en los rostros de mis compañeros, algunos se desploman en los bancos, otros toman agua con las manos en la cintura, respirando con dificultad. El silencio es incómodo, roto solo por el sonido de las respiraciones agitadas y de las botellas de agua siendo aplastadas.

El entrenador entra como un toro bravo. Camina de un lado a otro sin decir nada al principio, mirándonos a cada uno como si buscara el punto exacto en el que todo empezó a ir mal.

—¡¿Qué diablos está pasando ahí afuera?! —su voz resuena en las paredes, fuerte y llena de autoridad—. ¡Nos están arrollando, joder! ¡Nos están ganando en cada jugada! ¿Qué cojones os pasa?

Se para en el centro y por un segundo, nos mira con una calma que es casi más intimidante que su grito inicial.

—¿Así es como queréis que termine esto? —pregunta, señalándonos a todos—. Porque si seguís jugando como lo habéis hecho en la primera mitad, esto se acaba aquí. Nos van a destrozar, maldita sea. Parecéis niños de párvulos jugando contra un equipo de fútbol universitario.

Jack, con una bolsa de hielo en el hombro, murmura:

—Están leyendo cada una de nuestras jugadas, señor. No podemos romper su defensa. Ese tal Dean Garcia tiene estudiados todos nuestros movimientos.

El entrenador se acerca a Jack y lo mira directo a los ojos.

—¿Y desde cuándo te importa lo que los Ravens hagan? Si ellos están leyendo tus jugadas, cambia el maldito libro. ¡Improvisa, joder!

Kevin se frota la cara, visiblemente frustrado.

—Es como si nos conocieran. Cada vez que hacemos un movimiento, ellos ya están ahí.

El entrenador lo señala con el dedo.

—Y por eso necesitamos ajustar nuestra mentalidad. ¡Dejad de jugar a lo seguro! Aquí está claro que eso no nos sirve. Los Ravens no están ahí para perder; están ahí para ganar. Jugad con todo lo que tengáis, ¡porque ahora no lo estáis haciendo!

Mikel, sentado a mi lado, levanta la vista del suelo.

—Señor, su línea defensiva es un muro. No hemos podido atravesarlos.

El entrenador se ríe, pero no es una risa alegre. Es una risa que suena más a desafío.

—¿Un muro? ¡No existe un muro que no pueda derribarse si sabes cómo golpearlo! ¡Dejad de jugar con miedo! —Levanta las manos y las golpea entre sí—. En la segunda mitad, vamos a golpear. Vamos a salir ahí y demostrarles que no tienen ni idea de lo que somos capaces de hacer. Ellos puede que sean bloques de hormigón, pero nosotros somos liebres. Jack, te quiero ver volando por el campo, ¿entendido?

Hace una pausa y nos observa de forma analítica.

—Lo que importa ahora no es el marcador. Importa lo que tenéis en vuestras putas cabezas. ¿Queréis perder aquí, hoy, en vuestra propia casa y sin haberlo dejado todo en el campo?

Las miradas de mis compañeros empiezan a cambiar. Algunos asienten, otros se estiran, listos para una segunda mitad más feroz.

El entrenador se acerca a mí y me mira fijamente.

—Bennett, eres nuestro ancla. Si tú caes, todos caemos. Necesito verte ahí afuera con más hambre. Lidera al equipo como el capitán que eres y no me decepciones.

Lo miro y asiento. Sé lo que espera de mí, lo que espera de todos. Debemos salir y jugar como si este fuera el último partido de nuestras vidas.

—Vamos a cambiar el juego, entrenador —respondo con una convicción renovada.

Él se da la vuelta y mira a todos nuevamente, con una expresión más firme.

—Entonces salid ahí a demostrarlo. ¡Sois los malditos Titanes de Crestwood!

El vestuario estalla en gritos de ánimo. El mensaje ha llegado y cada uno de nosotros se levanta con determinación renovada. Sabemos que la segunda mitad será una guerra, pero esta vez estamos listos para pelear con todo lo que tenemos.

Salimos al campo con las palabras del entrenador aún retumbando en nuestras cabezas, como un eco que no nos deja escapar de la realidad. Vamos perdiendo y lo sentimos en los huesos, pero al cruzar el túnel hacia el campo, algo cambia. La multitud vuelve a gritar, los reflectores iluminan la noche y el rugido del público nos recuerda que todavía queda medio partido por delante.

Me paro un momento antes de colocarme el casco, buscando entre las gradas. Mi mirada se mueve entre la multitud hasta que la veo. Zoe. Está de pie entre la gente, junto a su amiga y cuando nuestras miradas se cruzan, levanta el puño con una sonrisa de apoyo mientras vocaliza un "Vamos".

Siento una descarga de energía recorriéndome el cuerpo. Le devuelvo la sonrisa, notando cómo ese simple gesto me da más fuerza que diez batidos de proteína. Me pongo el casco y corro hacia la línea, sabiendo que esto no ha terminado.

Este partido aún es nuestro.

Nos alineamos en el campo y mientras el árbitro pita el inicio de la segunda mitad, siento que el pulso del juego late al unísono con mi corazón.

Jack y yo nos miramos; él asiente con confianza y yo siento que estamos en la misma página de esta historia. En la primera jugada, recibo el pase inicial y lanzo un pase corto a Jack. Él lo atrapa con habilidad, eludimos a un par de defensores y avanzamos. La química que hemos desarrollado en los entrenamientos se traduce en cada jugada y pronto, el marcador comienza a reflejar nuestro esfuerzo.

Cada jugada que ejecutamos parece salir perfecta. Jack se mueve como un torbellino, esquivando tackles defensivos y manteniendo la jugada viva, mientras que yo me muevo bajo presión, buscando siempre abrir espacios. A medida que avanzamos por el campo, la confianza en el equipo comienza a crecer. La hinchada de los Titanes de Crestwood se vuelve cada vez más ruidosa, animándonos a cada paso y reactivándose.

En una jugada crucial, encontramos la apertura perfecta. Jack se lanza hacia la zona de anotación y yo lanzo el balón con precisión milimétrica. El tiempo parece detenerse mientras el balón vuela, girando en el aire como a cámara lenta, hasta que Jack lo atrapa en el último momento y aterriza en la zona de anotación.

¡Sí, joder!

El estadio entero estalla en vítores. La energía es palpable y la mirada de mi equipo refleja la misma euforia que siento. Nos reunimos en el campo, celebrándolo como si la victoria ya estuviera en nuestros brazos, pero no hemos terminado. A medida que se desarrolla la segunda mitad, nuestros adversarios, los Ravens, comienzan a presionar. Nuestra defensa se mantiene fuerte. Nos adaptamos y ajustamos, y juntos, Jack y yo seguimos rompiendo líneas defensivas con pases y carreras que dejan al equipo rival confundido y sin estrategia.

Con el marcador a nuestro favor, el tiempo se agota y la adrenalina sigue fluyendo. En la última jugada, con el reloj en contra, hacemos un último esfuerzo. El público está al borde de sus asientos. Me posiciono detrás de la línea de scrimmage, buscando a Mikel en una jugada de engaño. El balón está en mis manos y, en un instante, lanzo un pase largo que se eleva por encima de la defensa. Mikel corre estirándose y con un salto impresionante, atrapa el balón antes de aterrizar de espaldas en la zona de anotación.

El estadio explota en gritos. La victoria es nuestra. Nos lanzamos a celebrarlo, abrazándonos y sintiendo la emoción desbordante. La conexión con mi equipo nos ha llevado a los Titanes de Crestwood a una victoria épica. Mientras el equipo estalla de alegría a nuestro alrededor, busco a Zoe en las gradas. Ella está sonriendo y en ese momento, sé que no solo ganamos un partido, sino que también estamos construyendo algo especial juntos.

El vestuario está lleno de risas y gritos de euforia. Después de una victoria como la de hoy, la adrenalina sigue fluyendo en nuestras venas. Todos se abrazan, chocan las manos y se lanzan comentarios jocosos sobre las jugadas que hicimos. Jack, Mikel y yo somos el centro de atención, pero eso no importa; lo que más me gusta es la camaradería que se siente en el aire. Estoy orgulloso de mi equipo.

—¡Gran trabajo, capitán! —me dice Kevin, dándome una palmadita en la espalda que casi me derriba.

Algunos compañeros se ríen cuando lo miro mal, aunque todos saben que estoy de broma.

—No lo habríamos logrado sin el esfuerzo de todos —replico, pero todos sabemos que la conexión con Jack fue clave. La forma en que se movía en el campo, cómo leía las defensas... Eso es lo que necesitamos y hoy, todo encajó.

Entre abrazos y palmadas, busco a Jack, que está rodeado de compañeros que lo alaban por su actuación. Me acerco a él y le doy una palmada en el hombro.

—¡Gran partido, Jack! —le digo, sonriendo—. Esa última jugada fue de otro nivel. No sé cómo lo hiciste, pero me dejaste sin palabras, amigo.

Jack se ríe y se pasa la mano por el sudor de la frente.

—Gracias, tío. Sabía que teníamos que darlo todo. Tu pase fue perfecto, como siempre. Sin ti, no habría sido posible.

—Lo sé, pero tu habilidad para desmarcarte de Dean Garcia y llegar a la zona de anotación fue impresionante. Eres un crack —respondo, sintiendo una mezcla de admiración y orgullo.

El entrenador entra, con una gran sonrisa tatuada en la cara.

—¡Eso es! ¡Así se juega! —grita, y todos aplaudimos. Su entusiasmo es contagioso—. Pero no podemos bajar la guardia. Este es solo el comienzo, muchachos. Van a venir más partidos difíciles.

Todos asienten.

Al rato, el ruido del agua de las duchas llena el vestuario y la emoción por la victoria sigue latente en el aire. Estoy en una esquina, secándome el pelo, cuando Mikel se asoma por la puerta del baño, con una toalla enroscada en la cintura y una gran sonrisa en su rostro.

—¡Chicos! —grita, atrayendo la atención de todos—. He estado pensando... ¿qué tal si celebramos esta victoria a lo grande? ¡Una fiesta en la playa!

Las palabras de Mikel resuenan por todo el vestuario y pronto los murmullos de entusiasmo empiezan a llenar el espacio. Jack, que acaba de salir de la ducha, se acerca risueño.

—Me gusta la idea. ¿Cuándo?

Mikel levanta las manos en señal de triunfo.

—¿Qué tal esta noche? Sé que estamos agotados, pero después del partido, no hay mejor forma de celebrarlo.

—Suena genial, pero necesitamos llevar comida y música —añado, mientras empiezo a entusiasmarme con la idea.

—Yo tengo una unos altavoces portátiles —dice uno de los novatos, levantando la mano con orgullo—. ¡Podemos hacer una lista de reproducción!

Las ideas comienzan a fluir y la conversación se vuelve algo caótica. Alguien menciona que debería haber fuegos artificiales y otro propone algo tan absurdo como hacer un concurso de surf.

—¡Esto va a ser épico! —exclama Mikel, claramente emocionado—. Solo necesitamos a todos en la playa a las ocho.

No puedo evitar sonreír. La idea de celebrarlo con mis amigos y con Zoe en la playa, me llena de entusiasmo.

—Yo me encargaré de las bebidas —anuncia Nick, mientras todos asienten y cada uno se compromete a hacer algo para organizar la fiesta.

La planificación sigue y mientras las risas y las ideas vuelan por el vestuario, me siento agradecido. No solo por la victoria en el partido, sino también por momentos como este, donde la amistad y la diversión se entrelazan, creando recuerdos que durarán para siempre. Siento que formo parte de algo bueno y que tengo mucha suerte de tenerlos como amigos.

A medida que el bullicio crece, me siento cada vez más ansioso por compartir esa noche especial con Zoe. Imagino cómo se verán las estrellas reflejadas en el mar mientras lo celebramos juntos.

—Esto va a ser increíble —digo, sonriendo mientras me preparo para salir del vestuario—. No puedo esperar a que llegue la noche.

Salimos del vestuario, listos para encontrarnos con la afición que nos espera para celebrar el éxito de la victoria. Me siento ligero, como si me hubiese quitado un peso de encima. Jack y yo avanzamos a paso rápido comentando el partido cuando, de repente, Madison aparece frente a mí.

—Lucas, ¿podemos hablar? —su voz suena seria y su expresión me deja claro que no es una simple charla casual.

Mi ánimo cambia de inmediato. Jack sigue caminando unos pasos más antes de darse cuenta de que me he detenido. La sonrisa en mi cara desaparece al instante y siento cómo la incomodidad se extiende a mi alrededor. No esperaba este momento y mucho menos ahora, después de un partido tan importante.

—¿Ahora? —pregunto, sin poder ocultar mi sorpresa.

Ella asiente, cruzándose de brazos. Mi cabeza empieza a ir a mil por hora. Las miradas de mis compañeros me queman la espalda, pero sé que Madison no se va a echar atrás. Me pregunto qué es lo que tiene en mente esta vez, pero sé que no será nada fácil y mucho menos cómodo.

—> Aquí ruegos, preguntas y reclamaciones.
SARHANDA   🥰

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