15. Helado misterioso.
NARRA ZOE
Paso las páginas del libro, pero no consigo concentrarme en una sola palabra. Mis ojos siguen desviándose hacia el campo de fútbol, donde Lucas se mueve con una energía y una agilidad que me dejan sin aliento. Jamás pensé que estaría aquí, en el banquillo del campo, viendo cómo el quarterback de los Titanes de Crestwood entrena con su equipo, pero aquí estoy, intentando trabajar en nuestro proyecto de literatura tal y como le prometí a Lucas y fallando miserablemente.
Qué lamentable, Zoe... has acabado sucumbiendo a los encantos del chico popular...
El número 10 se destaca entre todos, su camiseta ajustada marcando cada músculo de su espalda y brazos, los mismos brazos que me han sostenido, que me han abrazado. El sol de la tarde brilla sobre su cabello oscuro, dándole unos destellos dorados mientras corre de un lado a otro con el calentamiento, como si fuera parte de un juego coreografiado del que solo él conoce los pasos.
Es guapo como un dios del Olimpo, fuerte, competitivo, atento y un líder nato. Maldita sea, si es que es difícil apartar la vista de él. Tiene un magnetismo hipnótico. Ahora entiendo a todas esas chicas de la universidad a las que trae locas. Todo en Lucas es pura fuerza combinado con la dosis exacta de atractivo. Cada uno de sus movimientos me provoca una sonrisa involuntaria. No puedo evitarlo; hay algo fascinante en cómo se mueve, en la forma en que lidera a su equipo con esa confianza aplastante. Me muerdo el labio, riendo por lo bajo. ¿Cómo se supone que voy a concentrarme en literatura con ese espectáculo frente a mis ojos?
No seas perca, Zoe y centrarte en el trabajo.
Intento volver al libro, obligándome a leer al menos una línea completa o el título. "Literatura del siglo pasado" leo en voz baja, pero rápidamente vuelvo a alzar la vista. Justo en ese momento, Lucas se gira y nuestras miradas se cruzan. Me dedica una sonrisa rápida, una de esas sonrisas que me hacen olvidar hasta del día en que cumplo años. Siento un calor agradable subir por mi cuello y me aclaro la garganta, tratando de mantener una apariencia de concentración.
No sé a quién quiero engañar, la verdad.
Levanto la vista una vez más y lo veo moverse como si el campo fuera su escenario natural. Su cabello se mueve ligeramente con la brisa cuando corre, su rostro concentrado en cada jugada. Es imposible no notar la seguridad en cada uno de sus pasos, la forma en que se comunica con los demás jugadores, cómo se ríe y bromea entre descansos. Es tan guapo que resulta casi doloroso mirarlo.
Me doy cuenta de que estoy sonriendo como una tonta. Me hace gracia lo absurda que me siento aquí, en un lugar al que nunca habría venido voluntariamente antes y mucho menos para pasar la tarde viendo al equipo entrenar. Y sin embargo, hay algo reconfortante en esto, algo que no puedo explicar, una sensación de pertenencia a pesar de todo.
A veces, pienso que el universo tiene un sentido del humor muy retorcido, o quizás solo sabe más de lo que necesito, porque de alguna manera, estar aquí, viendo a Lucas jugar y sintiendo su presencia incluso desde la distancia, me hace sentir... bien. Me hace sentir en el lugar correcto.
¿Quién lo diría?
Suelto un suspiro, cerrando el libro en mi regazo por un segundo y obligándome a concentrarme. "Vamos, Zoe, enfócate", me digo a mí misma. Intento volver a leer la misma línea por tercera vez, pero la risa de Lucas y el sonido de sus pasos rápidos en el campo me distraen de nuevo.
"Vale, ya. Ahora sí, en serio", murmuro mientras tomo aire y fijo los ojos en la página. Este proyecto de literatura no va a escribirse solo. Empiezo a tomar algunas notas, tratando de ordenar mis ideas sobre unos textos a analizar. La prosa es densa, pero con un poco de suerte, podré avanzar lo suficiente antes de que el entrenamiento termine. Cada tanto, la mirada me traiciona y vuelve a desviarse hacia Lucas. Él está completamente inmerso en el juego, sin notar que lo observo.
Aprovecho para escribir unas cuantas frases más, hacer anotaciones importantes y subrayar algunos pasajes a destacar. El tiempo pasa más rápido de lo que esperaba y de vez en cuando, los gritos de los chicos y el silbato del entrenador me hacen volver al presente.
Pasa una hora cuando el entrenador se planta frente al grupo, con las manos en las caderas y una expresión de satisfacción en su rostro curtido por años de experiencia en el campo. Su voz, aunque firme, tiene un matiz de orgullo mientras se dirige a todos:
—¡Buen trabajo hoy, chavales! —exclama, dejando que sus palabras resuenen por el campo—. Esto es lo que quiero ver: concentración, esfuerzo y ese fuego competitivo. Si jugamos así en el próximo partido, no hay quien nos pare. Acordaros que jugamos contra los Ravens de Eastbrook y esos cabrones son duros como el acero.
Los chicos responden con asentimientos y murmullos de aprobación.
—¡Pero que nadie se relaje! —continúa el entrenador, alzando una mano para captar la atención de todos—. Necesito que este nivel de rendimiento se mantenga. Así que a descansar, hidratarse bien y a mentalizarse para el próximo desafío. Este partido lo vamos a ganar.
Lucas gira la cabeza hacia mí, apenas notando mi presencia. Me sonríe con esa confianza innata, mientras el entrenador termina de dar las últimas instrucciones. Enseguida, algunos jugadores chocan las manos y se dispersan hacia los vestuarios.
Lo veo subir por las gradas hacia mí y mi corazón se acelera por inercia. A pesar de la distancia, su presencia lo llena todo.
«Cálmate. Respira. No te distraigas por lo guapo que es».
Cuando llega hasta donde estoy sentada, me lanza una sonrisa completamente arrebatadora.
—Bueno... ¿qué te ha parecido el espectáculo? —me pregunta, inclinándose un poco sobre la grada que hay bajo mis pies y con ese tono burlón que usa para provocar.
Le devuelvo la sonrisa, alzando una ceja mientras cierro el libro que había estado fingiendo leer.
—¿Espectáculo? —repito, aparentando desinterés—. No he visto nada fuera de lo común. Un capítulo de los Teletubbies es más entretenido.
Lucas suelta una risita suave, entrecerrando los ojos con diversión.
—Ajá, seguro que estabas concentradísima en tu libro de literatura —dice, señalando los textos con un gesto de la cabeza—. Sobre todo porque has estado un buen rato sosteniendo el libro del revés. Si hubiese sabido que era tan aburrido, me habría esforzado más.
Una risita nerviosa se me escapa de forma involuntaria.
—No ha estado mal —admito, inclinándome hacia él con un brillo juguetón en los ojos—. Quizás un par de jugadas más espectaculares y puede que hubiese sido un diez y por cierto, no estaba con el libro del revés. Había un mapa dibujado en una página y estaba intentando descifrarlo.
Coloca su mano en el pecho, simulando estar herido.
—Ya, claro... ¿Solo un par de jugadas, dices? —pregunta con fingida ofensa—. Tendré que mejorar entonces, por ti.
Me río abiertamente, disfrutando de la manera en que siempre sabe cómo sacarme una sonrisa.
—Por mí, ¿eh? ¿No es por el entrenador y el equipo? O sí simplemente porque te gusta tener la atención de los demás —le pico.
Lucas se aproxima un poco más, dejando apenas unos centímetros entre nosotros pese estar un peldaño por debajo del mío. Su mirada se vuelve más intensa, aunque la sonrisa sigue bailando en sus labios.
—Puede que los demás sean importantes, pero tú... —baja la voz un tono— tú eres mi criptonita.
Noto que me ruborizo, pero no dejo que él gane tan fácilmente.
—Vaya, vaya, Bennett, el chico malo del equipo, confesando sus secretitos a una chica. ¿Qué diría el resto del equipo si se enteran de esto? —le digo, entrecerrando los ojos.
Sacude la cabeza con diversión.
—Que tengo a la mejor musa posible. —Luego, sin previo aviso, se acerca de un salto y me da un beso rápido en la mejilla dejando su rastro de sudor, lo que me hace dar un pequeño respingo.
—¡Lucas! —exclamo, fingiendo disgusto mientras me limpio la mejilla—. Estás todo sudado.
Él sonríe de oreja a oreja y se encoge de hombros, retrocediendo con chulería.
—Esa es mi venganza.
Lucas me lanza una última sonrisa antes de salir corriendo hacia el vestuario y en ese momento, me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración. Cuando ya no lo veo, suelto el aire y noto cómo mi corazón sigue latiendo con fuerza en mi pecho, como si quisiera salirse.
***
Cuando Lucas sale del vestuario, lleva el pelo aún húmedo y alborotado. Viste una camiseta gris básica y unos vaqueros oscuros que le quedan demasiado bien. Me ve de pie junto a la puerta y una sonrisa traviesa se dibuja en su rostro. Se acerca con esa confianza suya, las manos metidas en los bolsillos y yo siento un nudo en la garganta, aunque trato de mantener la calma.
Por alguna razón, no logro acostumbrarme a esto. Me sigue pareciendo increíble que yo, la ratita de biblioteca, la chica responsable y centrada en sus estudios, esté quedando con el guapísimo quarterback del equipo universitario.
—¿Te he hecho esperar mucho? —pregunta, inclinándose ligeramente hacia mí y besando mi mejilla.
¿Por qué tiene que oler tan jodidamente bien?
—No. Solo lo suficiente como para reconsiderar nuestra cita —respondo, arqueando una ceja.
Él se ríe, una risa baja y profunda, única y muy característica en él que empieza a parecerme preciosa.
—Entonces es mi deber cambiar tu opinión —dice, tomando mi mano con un gesto exageradamente formal—. Permíteme ser tu humilde guía en esta pequeña aventura.
—¿Aventura? —me burlo—. ¿A qué clase de aventuras te refieres? ¿A otra partida de bolos intensa? Porque la última vez casi termino golpeando a alguien.
—No, esta vez había pensado en algo más... emocionante —contesta, fingiendo un aire de misterio—. Como... no sé, pedir dos helados sin mirar los sabores. Vivir al límite.
No puedo evitar reírme y él sonríe satisfecho de haberme sacado esa reacción.
—Oh, vaya, definitivamente eres el tipo de chico que me hace vivir peligrosamente —replico, siguiéndole el juego—. ¿Y qué pasa si acabo con uno de esos helados de menta con chispas de chocolate? Los odio.
Lucas me acerca un poco más, sus ojos brillando con diversión.
—Entonces, solo hay una solución. —Hace una pausa, inclinándose aún más, como si fuera a decirme el secreto más grande del universo—. Compartimos uno y que sea lo que tenga que ser.
Mis mejillas se calientan un poco, pero me esfuerzo por mantener la compostura.
—¿Compartir? ¿Tú? —Finjo asombro, llevándome una mano al pecho—. No sabía que tenías ese tipo de generosidad, señor número diez.
Él se ríe de nuevo y niega con la cabeza.
—Tienes razón. Eso de compartir no es lo mío —dice, acercándose aún más—. Pero contigo... podría hacer una excepción.
Nos quedamos en silencio por un momento y aunque el aire está lleno de bromas y sonrisas, hay algo más bajo la superficie, algo que ambos estamos descubriendo poco a poco. Algo que hace que cada palabra, cada gesto, nos haga descubrirnos mutuamente.
—¿Entonces, helado? —pregunta finalmente.
—Helado —repito, sonriendo.
Lucas aprieta mi mano suavemente y tira de mí mientras salimos del campus, rumbo a nuestra próxima "aventura peligrosa".
***
Media hora más tarde, me paro frente al mostrador de la heladería, llena de colores vibrantes y opciones interminables. Lucas, a mi lado, sugiere algo divertido y totalmente impráctico.
—Vamos a pedir sin mirar —señala—. Tienes que elegir un sabor con los ojos cerrados.
Me río ante la idea, aunque parte de mí se preocupa por terminar con algo completamente disparatado, pero la aventura del día parece ser romper las normas habituales, así que asiento.
—Está bien, pero si me toca algo de pimiento picante o wasabi, te haré comerlo todo.
Lucas levanta las manos en señal de inocencia y propone otra idea.
—Mejor aún, ¿por qué no le pedimos al chico del mostrador que elija por nosotros? Que sea una sorpresa completa.
Asiento y nos acercamos juntos al dependiente, un joven con una gorra ladeada y una sonrisa amigable que parece disfrutar de su trabajo.
—Hola, ¿podrías ayudarnos con algo un poco loco? —pregunto con una sonrisa cómplice—. Queremos que elijas dos sabores para nosotros, algo completamente al azar y no nos digas qué es.
El dependiente sonríe ampliamente, claramente divertido por la petición.
—Claro, me encantan los clientes que están dispuestos a probar algo nuevo. ¿Alguna restricción?
—Nada de menta con chocolate —dice Lucas rápidamente y yo asiento, recordando nuestra broma anterior.
El dependiente asiente y se da la vuelta, ocultando deliberadamente los contenedores de helado mientras selecciona nuestro sabor. La anticipación me hace reír; es una sensación extraña no tener control sobre algo tan simple como elegir un helado.
Vuelve con un enorme cono de helado, con una combinación de colores que no logro identificar. Nos lo entrega con una sonrisa pícara.
—Aquí tenéis. Espero que disfrutéis.
Lucas y yo nos miramos, ambos elevando una ceja antes de decidir probarlo al mismo tiempo.
—A la de tres —dice él, colocando el cono entre los dos.
—Uno, dos, tres...
Los dos acercamos la boca hasta el cucurucho y al instante, los sabores se mezclan en una explosión de dulzura y algo más que no puedo identificar. Mis papilas gustativas se confunden, tratando de descifrar la mezcla.
—¿Qué es esto? —pregunto con curiosidad.
—No estoy seguro, pero definitivamente es algo con... ¿caramelo salado? —Lucas parece igual de perplejo, pero divertido.
Nos reímos juntos, disfrutando del juego y del misterio, una pequeña aventura compartida que parece hacer que el día sea aún más especial. Me doy cuenta de que estas pequeñas bromas con Lucas son las cosas que realmente atesoro, los momentos espontáneos que rompen la rutina y me hacen apreciar lo inesperado de la vida. Si el años pasado me hubiesen dicho que iba a estar aquí, compartiendo un helado misterioso con el quarterback universitario, me habría descojonado viva de la risa.
Lucas y yo caminamos en silencio hacia el parque, con el misterioso helado en mano. A pesar de que no tenemos idea de qué estamos comiendo, la experiencia de probar algo al azar ha convertido el día en una aventura divertida. El aire fresco del parque es perfecto y las hojas de los árboles bailan suavemente con la brisa, creando un ambiente tranquilo que contrasta con nuestras risas de hace un rato.
—Tengo que admitir —dice Lucas tomando un poco de helado—, que este sabor extraño no está tan mal. Aunque sigo sin saber qué demonios estoy comiendo.
Me río, observando la expresión divertida en su rostro. El parque está tranquilo, con algunos niños corriendo por el césped y personas paseando a sus perros. Encontramos un banco cerca de un pequeño lago y nos sentamos, dejando que el ambiente sereno nos envuelva. Todo es simplemente perfecto.
—Creo que tiene una mezcla rara de coco con algo... ¿limón? No estoy segura —comento, mirando el helado con curiosidad antes de darle otro mordisco.
Él se encoge de hombros, sonriendo.
—Bueno, al menos no nos tocó algo con wasabi. Podría haber sido mucho peor.
El parque parece tranquilo y por un momento, solo el sonido del viento y las aves que sobrevuelan el cielo nos envuelve.
Lucas, siempre buscando romper el silencio, me mira de reojo y suelta:
—¿Alguna vez pensaste que estarías aquí? Ya sabes, tomando helado con... —hace una pausa, como si estuviera buscando la palabra correcta—, conmigo.
Sonrío por la casualidad de la pregunta.
No, jamás pensé que estaría aquí, sentada junto a Lucas, el chico que parecía tan inalcanzable en primer curso.
—La verdad, no —respondo sinceramente, mirándolo a los ojos—. No me imaginaba ni siquiera estar hablando contigo fuera de las clases y mucho menos... esto.
Él asiente, como si estuviera procesando algo.
—Lo sé. Es extraño cómo pasan las cosas, ¿no crees? Hace unas semanas ni siquiera sabía que existías. Bueno, sí sabía que existías, pero no me había fijado en ti —se encoge de hombros—. Ahora no puedo dejar de pensar en ti. No entiendo cómo he podido estar tan ciego de no verte.
Siento un calor recorrer mi cuerpo, no solo por el cumplido, sino por la forma en que lo dice, tan despreocupado y directo, como si fuera lo más natural del mundo.
—¿Y tú? —le pregunto—, ¿siempre supiste lo que querías estudiar? O sea, tú y el fútbol sois como sinónimos, pero ¿qué hay más allá de eso? ¿Qué querías ser cuando eras pequeño?
Lucas se ríe, mirando el helado como si lo estuviera considerando con seriedad.
—De pequeño quería ser astronauta, también quise ser arqueólogo de dinosaurios... un ninja —se ríe divertido al decirlo—. Luego el fútbol lo eclipsó todo. Pero más allá de eso... no sé, nunca tuve un plan. No hasta ahora, al menos.
—¿Y cuál es el plan ahora? —pregunto, intrigada.
Me mira y por un momento, su expresión se suaviza. No está bromeando, está siendo serio, cosa que no es tan frecuente en él.
—Ahora... supongo que el plan es intentar averiguar qué me hace feliz aparte del fútbol que me apasiona. Y tal vez, solo tal vez, tú seas parte de ese plan.
Me quedo mirándolo, procesando sus palabras, sintiendo cómo algo en mi interior se remueve. No esperaba esa sinceridad en él, pero me doy cuenta de que tampoco la rechazo. Me quedo en silencio por un momento, dejándome envolver por el peso de lo que acaba de decir. Su sinceridad me desarma de una manera que no esperaba y por un instante, no sé qué decir. Solo siento un impulso, algo que me empuja hacia él de una forma casi inevitable.
Sin pensarlo demasiado, me inclino hacia Lucas. Mi corazón late a mil por hora mientras mis labios rozan los suyos, suaves al principio, como si estuviera tanteando el terreno, pero en cuanto él responde, siento cómo todo lo demás desaparece. Es un beso lento, cargado de significado y lo único que puedo pensar es en cómo sus labios fríos por el helado, se sienten exactamente como esperaba: agradables, reconfortantes, como si encajaran perfectamente con los míos.
Mi corazón late desbocado. Notar sus labios sobre los míos me parece lo más excitante del mundo. Tiene una forma de besarme que me parece una auténtica locura.
Cuando me separo, solo unos centímetros, sus ojos marrones se clavan en los míos, sorprendidos pero llenos de esa chispa familiar.
—Eso fue... inesperado —murmura, sonriendo, con esa expresión que me hace sentir como si estuviéramos solos en el mundo.
Sonrío de vuelta, sintiendo mis mejillas ruborizarse.
—No lo pensé mucho —murmuro, sin apartar la vista de él—. Solo... hice lo que sentía que quería hacer.
Lucas parpadea, aún procesando mis palabras y luego sonríe de forma cautivadora.
—¿Ah, sí? —dice, inclinándose un poco más cerca—. Pues me alegra que te hayas dejado llevar.
Su tono juguetón contrasta con la intensidad del momento, pero en lugar de ponerme nerviosa, siento una calma extraña.
Después de ese intercambio de palabras, el ambiente entre nosotros cambia ligeramente. Me mira y esta vez no hay ninguna sonrisa juguetona ni burla en sus ojos, solo esa intensidad que hace que todo mi cuerpo se tense de anticipación.
—Zoe... —murmura, acercándose más—. Lo siento.
—¿Por qué? —pregunto algo confundida.
—Porque necesito más —afirma, dejando el helado casi derretido a un lado.
Su mano encuentra la mía y siento el calor de sus dedos enredarse con los míos. El simple gesto me hace temblar un poco, como si todo lo que ha pasado entre nosotros en tan poco tiempo fuera demasiado real y demasiado rápido, pero de alguna manera, lo que más deseo.
Lucas inclina su cabeza lentamente, dándome el tiempo suficiente para detenerlo si quisiera, pero no lo hago. No quiero detenerlo. El segundo beso es diferente, más profundo, más seguro, como si finalmente todo lo que hemos estado evitando enfrentar estuviera aquí, en este momento, queriendo salir a la superficie.
Sus labios se mueven suavemente contra los míos y me dejo llevar por la agradable sensación, por el calor que recorre mi cuerpo de pies a cabeza. Mi mano libre sube a su cuello, mientras la suya se desliza hacia mi cintura, atrayéndome más cerca. Todo a nuestro alrededor desaparece por completo; es solo él, solo nosotros.
Cuando nos separamos, ambos respiramos con dificultad, pero esta vez no hay necesidad de palabras. Hay algo en su mirada que me asegura que lo que sentimos es mutuo y por primera vez en mucho tiempo, no tengo miedo de lo que venga después.
—> Aquí ruegos, preguntas y reclamaciones.
SARHANDA 🥰
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top