TIERRA WATERLOO

Helyel empezaba a acostumbrarse a su nueva forma física. Incluso empezaba a encontrarla hermosa. Por ello, decidió esmerarse en mantenerla lozana, elegante, fuerte. No podía hacer más desde que Olam lo encerró en esa mugrienta versión de Rabat. Odiaba sus circunstancias tanto o más que a su enemigo. Cualquier tentativa de abandonar ese universo acababa al instante con él de regreso al punto de donde intentó partir.

—Vamos —murmuró mientras intentaba aplicar el rizador a sus largas pestañas rubias—, un poco más...

Alguien tocó la puerta del baño en ese preciso instante y provocó que soltara el instrumento sin querer.

—¡Mierda! —se quejó entre dientes cuando cayó en el lavamanos.

—¿Está listo, Gran Señor? —dijo el Agente Washington desde afuera.

—Dame un minuto —respondió Helyel con brusquedad.

Terminó de rizar sus pestañas y dio toques finales al maquillaje. Repasó las manos por la blusa blanca de Chiffon que llevaba puesta, ajustó su pañoleta negra y acomodó la abertura de su apretada falda negra. Quedó hermosa. Dio media vuelta y abrió el baño de un empujón. Afuera lo esperaba el jefe de la Agencia Sin Nombre.

El hombre aguardaba sentado tras su escritorio en aquella imitación del Despacho Oval, al otro lado de la puerta, e intentaba fumar luego de haber levantado su máscara inteligente de George Washington hasta un punto que le permitiera dar caladas al habano. El disfraz, desde luego, se completaba con las respectivas imitaciones de pantalón, camisa y levita del periodo en el cual vivió el auténtico general.

Helyel encontró divertido ver a un personaje de la era pre informática ante un computador cuya pantalla era tan gruesa como un folio de papel. ¿Cómo hubiera reaccionado el verdadero en la misma situación?

—Cuando guste —anunció.

—Excelente —dijo el Agente Washington a la vez que se ponía de pie—. Permítame conectarnos a la reunión.

Apretó una tecla del computador. Enseguida, la mitad del muro curvo al otro extremo de la oficina se abrió para revelar una pantalla aún más grande sobre la chimenea. Hasta ese instante, la imagen se dividía en cuatro partes; pero pronto aparecieron más recuadros conforme ingresaban asistentes a la reunión virtual. En algunas divisiones aparecía sólo una persona enmascarada. Aunque, en muchas, se distinguían varias. Helyel llegó a contar hasta diez participantes en la delegación más numerosa. Era la que operaba en Sidney. A decir verdad, no imaginaba que la Agencia tuviese tantos representantes y oficinas.

Si bien operaban capitalizados por conglomerados empresariales, sus mayores contribuidores eran diversos gobiernos. Y, ya puestos, a nadie le importaba de dónde provenía el dinero. Todos los integrantes preferían concentrarse en el objetivo común: hallar las fuentes de energía definitivas para sustituir al petróleo agotado hacía casi medio siglo. Cincuenta y tantos años en los cuales ocurrieron la tercera y cuarta guerras mundiales, hambrunas y descontento social en escalas sin precedentes. Desde luego, la Agencia sin Nombre no buscaba el reemplazo del crudo por altruismo. Igual que Helyel. No se unió a ellos porque le interesaran los problemas de la humanidad. Él tenía sus razones y las expondría ante los demás representantes en la reunión de ese día.

Ni bien terminaron los saludos y otras formalidades, el Agente Washington fue el primero en tomar la palabra.

—Caballeros —dijo grandilocuente—, es para mí un honor presentar a nuestro nuevo integrante. El señor aquí presente adoptará la identidad de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Por lo que, a partir de ahora, este nombre clave quedará asentado en las actas electrónicas de la reunión.

Silencio.

—¿Por qué no usa máscara? —quiso saber de pronto un tipo solitario disfrazado de Winston Churchill, que se había conectado desde Nueva Delhi.

Washington iba a responder. Pero Helyel hizo una seña para pedir que le permitiese hablar. Aprovecharía para exponer sus razones y, de paso, sentar precedente callando al más discutidor.

—No la necesito —respondió a secas—. Muy pronto entenderá por qué.

—La máscara es parte del equipamiento reglamentario —insistió Churchill—. ¿De qué privilegios goza para romper las reglas desde el primer día?

—Dígame, Agente Churchill —sonrió Helyel con malicia—, ¿quiere descubrir si hay vida después de la muerte?

No precisó concentrarse para provocarle una muerte rápida y ultra dolorosa. Mucho menos recitar ahora que empezaba a recobrar sus antiguos poderes. Sólo bastó hacer una pregunta al Agente Churchill para conjurar un mal terrible contra él. Los participantes de Ottawa, disfrazados de líderes soviéticos, voltearon el rostro para no mirarlo retorcerse; alguien en la delegación de Liverpool, donde vestían como próceres mexicanos, cortó el audio de su conexión para silenciar las arcadas; tres personas de Recife, ataviados de santos católicos, vomitaron en cuanto aquel infeliz expulsó las entrañas por la boca; en Busan, la única rama integrada exclusivamente por mujeres, las agentes intentaban reanimar a una compañera desmayada que llevaba puesto un burka negro; de hecho, en los otros recuadros se apreciaban cómo agentes de ambos sexos perdían el conocimiento. Pero la mejor parte fue cuando la víctima del conjuro estalló en pedacitos. Los más pusilánimes huyeron ante la visión de la sangre empapando cuanto el lente alcanzaba a cubrir. Aun así, ninguna rama se desconectó de la junta.

—¡¿Qué mierda fue eso?! —exclamó el agente Ignacio de Loyola apretujado contra su silla de cuero, seguramente a causa de la impresión.

—Lo que sucederá la próxima vez que me cuestionen, agente —respondió Helyel sereno—. ¿He sido claro?

—Oh, sí, señor Cabeza de Vaca. ¿O prefiere que la llamemos señorita?

—Parezco mujer, pero no tengo sexo; así que me da igual.

—¿Puedo preguntar algo? —dijo alguien que usaba máscara de Mijaíl Gorbachov mientras alzaba la mano, como un mocoso en el colegio.

—Adelante —Helyel se encogió de hombros—, pregunte lo que quiera si no es personal.

—¿Es cierto que la delegación de Rabat halló una fuente de energía infinita?

—Permítame contestar —intervino el agente Washington.

Helyel aceptó la propuesta y respondió con un solo movimiento de la cabeza.

—Efectivamente, camarada Gorbachov —dijo Washington con cierto tonillo—. Se trata de un Santo Grial buscado por científicos de múltiples generaciones. Se trata, pues, de la semilla misma de todo lo existente en todos los universos. Semilla que, en las manos correctas, engendrará energía ilimitada para todos.

Tras la lírica descripción, hubo murmullos de los participantes que conferenciaban entre sí.

—Bonita alegoría —respondió el Agente Gorbachov—. Pero ¿qué es exactamente este descubrimiento?

—Déjese de poemas —terció un hombre disfrazado del revolucionario mexicano Francisco Villa—. Queremos verdaderas respuestas. ¿Es una forma de aprovechar el Bosón de Higgs? ¿O al fin alguien pudo realizar la Fusión en frío?

—No, agente, nada de eso. Lo que hemos hallado, gracias al señor Cabeza de Vaca, es una energía primitiva que originó a todas las que conocemos y dio forma a toda la materia existente en los universos. De hecho, él podría explicarlo mejor.

Helyel había pasado esa mañana preparando las diapositivas para esa reunión. No demoró tanto en quehaceres triviales porque fuesen complicados. Más bien, la dificultad radicaba en que exponer todo su conocimiento acerca de La Nada durante esa reunión casi equivalía a ir cualquier zoológico, meterse a la jaula de los simios y darles cátedra de física cuántica. Eso Iba más allá de explicar ciencia con manzanas. Los cerebros de los agentes no estaban preparados para asimilar conceptos ordinarios para él (¿o ella?) pero vanguardistas para ellos.

—Sé que algunos de ustedes tienen conocimientos básicos de Física —tomó la palabra Helyel—, así que empezaré dando un pequeño giro a la ley de la conservación de la energía. ¿Alguien la recuerda?

Un agente que usaba la máscara de Nicolás de Bari alzó la mano para responder.

—La energía no se crea ni se destruye; sólo se transforma —dijo.

—¡Excelente! —sonrió Helyel divertido— Parece que alguien sí prestó atención en el colegio. En fin, lo que dijo Nicolás de Bari es cierto. Por ejemplo, si se aplica una chispa eléctrica al combustible de un coche, la explosión provocará calor y movimiento; y el movimiento a su vez volverá a generar electricidad para el acumulador. Pero esta Ley de la Física no existió siempre. O ninguna, ya puestos.

Le tomó cerca de quince minutos explicar qué era La Nada y cómo llegó a Eruwa. Desde luego, tuvo que omitir algunos detalles. No convenía que nadie perdiera el interés en su historia, o se enterara de los pormenores turbios. En cualquier caso, para entonces él (¿o ella?) había percibido que los presentes dedujeron su identidad un buen rato antes.

En el lapso de la presentación, refirió que La Nada fue lo primero en existir por la sola palabra de Olam. Olam dio forma al universo usando cantidades ingentes de su obra para crear las fuerzas y leyes primigenias que mantendrían unida a la próxima etapa: las partículas. Las partículas formaron átomos. Los átomos se unieron para formar el polvo estelar. El polvo estelar se convirtió en soles, lunas, planetas. Planetas que jamás fueron habitados... excepto uno. Un astro solitario en el espacio donde se concentró aún más La Nada para que existiese vida. Vida que, en muchos casos, se malgastaba porque servía para alimentar a seres más fuertes o inteligentes. O porque los supuestos seres inteligentes preferían desperdiciar su existencia.

La Nada, desde luego, no llegó al universo de Eruwa por casualidad. De igual modo, Eruwa tampoco fue creada por un capricho de El-Olam. A decir verdad, Helyel reconocía tener culpa de ambas cosas. Quería La Nada para sí mismo. Pero jamás admitió sus intenciones reales ante nadie.

El resto de la presentación transcurrió plagada de verdades a medias.

La Nada terminó oculta en la Plaza Mayor de Soteria, el reino más poderoso de Eruwa, gracias a los diversos intentos de Helyel por apoderarse de ella. Uno de sus tantos planes fallidos incluyó influenciar a un tal Herodes para matar al Niño Dios y retroceder en el tiempo cada vez que fallaba para reintentarlo. Cada retroceso terminaba con un fracaso distinto que, a su vez, originaba otra versión de la Tierra.

Contrario a lo que Helyel esperaba, los participantes de la reunión pasaron gran parte del tiempo al borde de sus sillas. Los tenía en sus garras.

—Puede que suene increíble —les dijo al fin—, pero la delegación de Rabat ha dado con la ubicación de Eruwa y con un individuo capaz de ir y venir a voluntad.

Enseguida, proyectó las fotografías astronómicas del Cinturón de Orión obtenidas en 2009 y 2017 y 2040. Se trataba de tres imágenes tomadas por telescopios orbitales. En todas, un destello abarcaba casi la mitad de la impresión.

—Como podrán observar —prosiguió—, las lecturas energéticas en ese gran punto luminoso cerca de la estrella Delta Orionis son anormales. Para el ojo poco entrenado, podrían parecer una falla del equipamiento ya que, según la Física, nada puede sobrepasar la velocidad de la luz. ¿Cierto?

Algunos murmullos de aprobación salieron por los altavoces de la pantalla.

—Pero, en nuestro caso —continuó Helyel—, no lidiamos con fuerzas ya conocidas como la gravitacional, la electromagnética, o las nucleares débiles y fuertes. Estamos ante su origen mismo. Por ello, no debería extrañar a nadie que ese destello fuera capaz de atravesar el Universo Observable en milésimas de segundo.

—Disculpe, señor Cabeza de Vaca —interrumpió alguien disfrazado de Isaac Newton—, ¿cómo descubrieron que no se trataban de púlsares o brotes de rayos gamma?

—Estaba por pasar a esa parte —respondió Helyel severo—. Ahora cállese o lo vuelvo confeti.

La historia completa y explicaciones resultaron difíciles de resumir. Pero su mejor intento sirvió bien.

Las imágenes mostradas en la reunión fueron captadas simultáneamente —en las tres oportunidades— por observatorios y telescopios de distintos rincones de la Tierra. El instrumental en todas las instituciones que detectaron los destellos coincidía en que los fotones provenientes del Cinturón de Orión eran inmensos comparados con los habituales 100 gigaelectronvoltios provenientes de cualquier parte del universo. Sin embargo, las lecturas anómalas apenas duraron un par de segundos. Todo volvió a la normalidad tras apagarse los resplandores. En todo caso, la información pasó bajo los radares de publicaciones científicas y quedó archivada por décadas. Muchos expertos la consideraban un fallo o un bulo. A le nadie interesó hasta que el equipo del agente Abraham Lincoln dio con ella mientras buscaba nuevas alternativas para sustituir al petróleo.

—La delegación de Rabat lleva años investigando esta energía —aseguró Helyel—. Y hace meses identificó a un individuo que ha viajado al lugar donde se aloja La Nada.

Hizo un acercamiento a la imagen del brote de rayos gamma tomada en 2040, pues tenía mejor resolución.

—¿Es eso un agujero negro? —quiso saber el agente Nicolás de Bari.

—No es lo que parece —respondió Helyel—. Como yo.

Enseguida explicó que Humberto Quevedo fue el primer científico en descubrir —casi por coincidencia— que el punto donde aparecía el supuesto brote de rayos gamma en las fotos proyectadas un rato antes era, en realidad, el acceso a otro universo.

—La energía que percibieron los telescopios pasó a nuestro universo por ahí —señaló—. Este agujero negro en realidad es un portal. Y la solución a todos nuestros problemas está del otro lado. Ahí encontraremos a La Nada. Les propongo armar un ejército, cruzar a este nuevo universo y conquistarlo...

Las preguntas llovieron casi tan pronto Helyel acabó su cháchara de venta. ¿Qué o quiénes habitaban en ese otro universo? ¿Cómo estaba tan seguro de que podía derrotarlos? ¿De dónde pensaba obtener capital y personal para alzar un ejército? ¿O el armamento necesario? De hecho, respondió todas esas y más. Aunque tras la muestra de poder que les dio un rato antes, nadie se atrevió a cuestionar si podían confiar en él o ella o lo que fuera.

—No dije que era fácil —contestó—. La Nada está protegida por ángeles y humanos. Tienen suerte de que los humanos viven atascados en una suerte de época eduardiana. Los Ministros (que es el nombre correcto de los ángeles) son otro rollo. Aunque tengo remedio para eso. He construido una fábrica de armamento y laboratorio de clonación en un exoplaneta a setecientos años luz. La tecnología de este lugar no se parece a nada que hayan visto jamás.

Enseguida, proyectó un video filmado en las líneas de producción de la fábrica de Walaga. Los hangares repletos de flamantes autómatas de combate deslumbraron a los agentes. Las armerías llenas de fusiles arrianos con brillante aspecto plástico les hicieron abrir mucho los ojos. Pero los laboratorios de clonación donde concibió al Proyecto Regina fueron el clímax de aquel breve metraje.

—Ninguno de usted imaginó —dijo Helyel— que el diablo sería la rubia de ojos azules más hermosa que jamás hayan visto. Pero he dejado de ser un espíritu y puedo manifestarme físicamente gracias a los laboratorios de mi fábrica. Este cuerpo es fruto del Proyecto Regina. Es el producto más costoso de mi catálogo. Y podremos alcanzar nuevos horizontes una vez que tengamos La Nada en nuestro poder. Pueden conformarse con volverse asquerosamente ricos o pueden convertirse en dioses. Ustedes eligen.

—¿Cómo obtuvo la tecnología para construir el armamento y la fábrica? —pidió saber el falso Francisco Villa.

—Perteneció a mis antiguos socios —explicó Helyel—. En resumen, son una civilización de conquistadores interdimensionales. Ellos iniciaron la construcción de la fábrica; pero abortaron el plan debido a un Golpe de Estado en su metrópoli. Se volvieron en mi contra después de eso.

De hecho, casi todo era mentira; excepto que los autómatas y el armamento y el equipamiento para producirlos en efecto provenían de otro universo y el Golpe de Estado en Elutania.

—¿Y cómo ha financiado todo ahora que no tiene socios? —insistió en preguntar el Agente Villa.

Hoc est simplicisimum —respondió Helyel—. Conseguí nuevos socios.

Enseguida, refirió de la manera más concisa y clara posible la próxima compra de la Corporación Féraud.

—Ya tenía siervos adinerados en otros universos —concluyó—. Pero el capital de todos ellos juntos era insuficiente para financiar todo. Aunque sí podían ayudarme a comprar una nueva empresa con los ingresos y el potencial necesarios para llevar a cuestas la mayor parte del financiamiento.

La agente del burka, que rato antes casi había desmayado, estuvo machacando su teléfono móvil con los pulgares durante toda la explicación. Helyel pensó que quizá sólo se distrajo. Pero pronto se supo qué hacía ella en realidad.

—No encuentro ninguna coincidencia sobre la Corporacion Féraud en Google —dijo.

—¡Claro que no la encontrará en el Google de este universo! —soltó Helyel— Existe en la Tierra-16.

—Tierra Waterloo, señor Cabeza de Vaca —aclaró el Agente Lincoln—. Aquí nombramos cada universo descubierto como batallas históricas. Y donde estamos ahora es Tierra Yorktown.

Hubo un solo agente que permaneció impasible toda la reunión. Fue el único que ni siquiera se inmutó cuando el Winston Churchill de Nueva Delhi quedó hecho confeti. Formaba parte de la pequeña delegación de Ottawa, Canadá, cuyos agentes se disfrazaban de los padres del comunismo. Llevaba puesta una máscara de Karl Marx. Este finalmente soltó la pregunta la pregunta que en verdad interesaba a Helyel.

—¿Qué necesita de nosotros? —exigió saber el falso Karl Marx.

—Sólo dos cosas —respondió Helyel—: agentes bajo mis órdenes y la lealtad de la Agencia.

—Contará con ambas siempre que mis camaradas y yo visitemos... ehhh... ¿cómo se llama el lugar?

—Walaga.

—¡Eso! Si nos gusta lo que veamos en Walaga, la agencia brindará lo que usted necesite.

—Le agradezco mucho el ofrecimiento —dijo Helyel haciendo una breve reverencia—. ¿Cuándo planean visitar Walaga?

—Mañana —contestó Karl Marx—. A las seiscientas, horario del meridiano de Greenwich.

—Serían las siete de la mañana en Rabat —aclaró el agente George Washington.

—¡Ya lo sé! —soltó Helyel entre dientes.

—¿Podría repetir eso más fuerte, señor Cabeza De Vaca? —pidió Marx.

—Sólo quería aclarar algo —respondió Helyel—: no podré acompañarlos mañana.

—¿Por qué no?

—Porque una maldición me impide abandonar Tierra Yorktown. Lo sé, es vergonzosamente estúpido.

La reunión terminó luego de que Washington y él se comprometieron a preparar una visita guiada a Walaga para los líderes de la agencia. Aunque no irían todos. La Cúpula, integrada por veinte jefes delegacionales, prefirió conformarse con las impresiones de sus cuatro mayores jerarcas. Así Marx, Ignacio de Loyola, Villa, Isaac Newton aceptaron representar a sus colegas. Y si bien la fábrica sufrió un ataque días atrás, la reconstrucción había alcanzado para entonces un punto en el cual era seguro llevar recorridos a cabo. Sólo faltaba designar a algún Legionario para dicha tarea.

Helyel abandonó la réplica del Despacho Oval después de que Washington los desconectó de la videollamada.

Los pasillos del cuartel, con paredes blancas y molduras marrones casi negras, bullían con el trajín de la próxima mudanza. La sede iba a trasladarse de Rabat a Nueva Zelanda en dos días más. Por ello, muchos agentes cargaban con cajas y archiveros hasta portales abiertos a las nuevas instalaciones; otros más acarreaban armamento y pertrechos, equipamiento forense e informático. Pero el lugar no quedaría abandonado. Al mismo tiempo comenzaban a llegar sujetos provenientes de Polonia, vestidos como personajes de historietas.

La Agencia sin Nombre no alquilaba las instalaciones de sus sedes. Cuando alguna delegación compraba u ocupaba alguna propiedad, simplemente la cedía a otra llegado el tiempo de marcharse.

Helyel recorrió el pasillo esquivando transeúntes hasta llegar a una oficina desocupada. "Buen día, señor Cabeza de Vaca", saludó a su espalda un tipo que llevaba puesta la máscara de Lorenzo Parachoques. Lo mismo hizo otro enmascarado como Grover Cleveland. Esa cortesía resultaba tan intolerable como el habitual "Salve" de sus siervos emplazados en Walaga. A final de cuentas, pudo encerrarse de un portazo en un pequeño cuarto donde solían haber una fotocopiadora y un teletipo... por increíble que suene. Encendió la luz, sacó su teléfono móvil del bolsillo de su falda e hizo una llamada al contacto identificado como H Lloyd.

—¿Es usted, gran señor? —dijo una voz profunda y serena.

—Sí, idiota. Llamo para avisarte que tendrás visitantes. Mañana a las siete de la mañana, hora de Rabat en Tierra Yorktown.

—¿Yorktown?

—Yorktown; o sea, la Tierra-31. ¡Carajo! ¡Se me están pegando las costumbres de la Agencia!

—Comprendo, gran señor. Le aseguro que todo estará preparado. ¿Vendrá usted con ellos?

—Mejor hazte cargo. No sé cuánto más seguiré varado aquí.

—Despreocúpese. Nos encargaremos de todo.

—¿Has podido contactar a Mamón?

—No, mi señor, llevo horas intentándolo, como me ordenó esta tarde; pero todo ha sido inútil. No responde llamadas ni mensajes de correo.

Helyel trató de sentir la presencia de Mamón. Permaneció en silencio y concentrado durante varios minutos pues, aun con todo el poder que había recobrado, todavía le resultaba extremadamente difícil. Tras ese lapso, apenas si pudo percibir una visión extraña. Mamón intentó salir, por algún motivo inusual, del hotel donde se hospedaba. Pero no pudo. Fue como si el universo de la Tierra-16 (o Waterloo) se hubiera plegado sobre sí mismo para devolverlo al sitio del cual intentaba alejarse. Fue más o menos lo que a él le sucedió desde su primer intento de abandonar Tierra Yorktown; las diferencias consistían en que al menos podía marcharse de cualquier sitio excepto el propio universo.

—Parece que atacaron a Mamón —dijo Helyel al fin.

—Suena bastante serio —respondió Herbert Lloyd—. ¿Fue Olam?

—Sí. Tuvo que ser Él. No hay otra explicación para lo que acabo de ver.

—Creo que puedo enviar alguien a investigar, señor. No será difícil para cualquier Legionario de su confianza...

—Mejor envía humanos —interrumpió Helyel con brusquedad—. Porque seguramente a otros Legionarios les pasará lo mismo que a mí.

—Así lo haré, gran señor.

—Bien. Pide a Sucot que prepare un conjuro para corroborar mi visión. Luego despacha un clon a la Tierra-16.

Colgó.

A decir verdad, Helyel empezaba a entender cómo lo maldijeron para evitar que abandonara la versión de la Tierra donde quedó varado. Parecía que un principio similar al que impedía el acceso a Eruwa. La Tierra-31 (donde estaba atrapado) seguramente fue rodeada por una barrera de conjuros que permitía a los humanos viajar entre universos, pero no a los Legionarios. Olam se creía muy astuto.

—Allá arriba sólo retrasan lo inevitable —dijo para sí a la vez que apoyaba la cabeza en el muro.

Helyel confiaba en que pronto podría crear nuevos universos a su gusto, donde él sería el único dios. No importaban las promesas a sus socios. Sería posible una vez que pusiera las garras en La Nada. Pobre. En aquel entonces, aún ignoraba que eventualmente llegaría el momento en el cual Olam eliminó casi todo el conocimiento necesario para abrir portales a otros mundos. Aunque también ignoraba que iba a encontrar otro modo de apoderarse de La Nada.

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