LAURA EN BLITZSTRAHL
Por suerte, la última persona que anduvo por la sala de los profesores se olvidó de echar el seguro. Tal vez no había porqué mientras el Preuniversitario San Gleb no reanudara cursos.
Laura y Laudana metieron aprisa y cerraron de igual forma. La sala aún olía a pintura y estuco frescos y no había sido amueblada; el marco plástico del portal arriano —recargado en la pared del fondo— era el único mobiliario del lugar. Incluso los pisos de mayólica, que simulaban un entramado de madera, conservaban su aspecto pulido de fábrica. Las cortinas blancas de las ventanas dejaban pasar poca luz, aunque no al punto de que las chicas necesitaran encender bombillas.
Las dos se acercaron al portal. Laura no sabía si estaba encendido. De hecho, era imposible distinguir uno de esos aparatos de otro apagado. Por suerte, Laudana comprobó de inmediato que este funcionaba.
—Isla Blizstrahl —dijo con voz clara—. Abadía de la Iglesia de Olam en las afueras de la aldea Beulen.
El interior vacío del portal fue reemplazado con la visión de un bosque cuyo límite estaba marcado por un claro hecho por el hombre. Ese terreno sin árboles lindaba con un riachuelo que debías atravesar por un viejo puente hecho de troncos pelados. En el otro lado de aquel paso había un muro de piedra, entre blancuzca y amarillenta, lleno de ventanas ojivales sin más decoración que marcos de madera pintada de negro. Un portón de pino barnizado cerraba la entrada principal de aquel sitio que Laura creyó era un monasterio.
—Ahí lo tienes —señaló Laudana—. Bert debe estar en una de las arenas de entrenamiento ahora. ¿Sabes qué hora es?
Laura sacó su teléfono móvil y consultó la hora. Apenas si lo usaba para otra cosa desde que llegó al mundo de Eruwa pues casi todas las aplicaciones que instaló en él requerían acceso a internet para funcionar.
—Faltan cinco para la una. ¿Por qué?
—Porque a esa hora Bert descansa veinte minutos —respondió Laudana a secas—. No preguntes nada más y sígueme —dijo acercándose al portal—. El Ministro que lo entrena puede ser muy desagradable a veces. No es malo; no puede serlo —aclaró mientras metía la mano al portal—, pero sí es exageradamente estricto.
Laura cruzó detrás de su amiga. "Como sea", respondió a secas.
El portal en el lado de Blizstrahl se hallaba debajo de un árbol que ella no sabía si era abeto o pino. Caminaron juntas hacia el portón bajo un sol rabioso. Era septhember, pero hacía mucho calor debido a que las estaciones de Eruwa comenzaban en fechas distintas a las de la Tierra. Ahí parecía que aún era verano.
El puente de troncos en realidad estaba más cerca de lo Laura creyó al principio. Y también era tan ancho como para permitir a un carruaje pasar sin problemas. Lo atravesaron juntas. Incluso resultó más firme de lo que parecía.
Al llegar al portón de la abadía, Laudana llamó usando una aldaba con forma de puño. Los ojos verdes de un hombre se asomaron casi al instante por una rendija tan pequeña que no dejaba ver nada más. Luego, ese señor preguntó a las muchachas qué se les ofrecía como si las estuviera regañando. Pero cambió de tono en cuanto le informaron a quién buscaban. Les abrió y hasta se ofreció a conducirlas hasta donde entrenaba Bert. Y claro que ambas se negaron después de ese recibimiento.
El fulano resultó ser un cenobita, es decir, alguien que decidió enclaustrarse de por vida. Laura lo supo debido a que el religioso se había hecho una tonsura y ella notó tanto las borlas rojas en las mangas del hábito amarillo como la Biblia amarrada a la cintura y sostenida dentro de un gran bolsillo frontal. O al menos todo coincidía con lo que su padre le contó. "Están en la Arena Este —señaló el monje antes de dar una calada a la larga pipa negra en su mano—. Sigan hasta aquel edificio por allá y den vuelta a la izquierda". El edificio en cuestión era un bloque de celdas. Los arcos de la planta baja estaban hechos de granito y tenían la parte superior con franjas de mármol blanco y negro. Los pisos de arriba tenían rejas. Macetas con helechos y otras planas menos identificables colgaban de ellas.
Laura y su amiga cruzaron el patio empedrado de la abadía, tal como el religioso les indicó. Había una fuente de cantera en medio del patio y un grupo como de cinco o seis diáconos, sentados en el brocal, cantaba y aplaudía al ritmo de una adaptación menos solemne del himno Roca de la Eternidad. Y Laura lo reconoció sólo porque lo había oído (unos tres años antes) en el funeral de un tío suyo que fue a la guerra de Afganistán.
Al principio, se extrañó un poco de que el lugar le pareciera conocido. Pero después le vino a la memoria el por qué. Resultaba que su papá tenía en casa fotos de distintos lugares en la Tierra similares a otros de Eruwa. La abadía guardaba una vaga semejanza con cierto monasterio en Bulgaria o Rumania —no recordaba bien dónde— llamado San Juan de R'lyeh o algo así... ¡No! Era Rila. San Juan de Rila. En fin, las fotos de papá no hacían justicia al encanto pacífico de Blizsrthal. Ahí se respiraba tal calma que cualquiera podía olvidarse con facilidad de las presiones y dejarlas fuera del portón. Sin embargo, no todo era perfecto. Una explosión sobresaltó a los religiosos cantantes en la fuente y a las dos chicas visitantes.
Laudana corrió a una velocidad extraordinaria el tramo restante del camino. Laura batalló para seguir el paso a su amiga; pero logro llegar —casi sin aliento— a donde iban. Se trataba de un graderío de piedra que rodeaba un gran círculo de arena. Dos oponentes acababan de parar la lucha en medio de aquel ring improvisado. El primero debía ser un Ministro. Podía deducirse porque llevaba puesto un hábito negro encima de una armadura; además, trataba de extinguir a manotazos el fuego de sus prendas. El otro contrincante era un chico manco de veintitantos en pantalones de mezclilla y torso desnudo; esbelto, pero de cuerpo correoso, con un tupé despeinado y lleno de arena.
El muchacho se levantó de un brinco. Laura no vio bien qué le arrojó él al Ministro. El movimiento fue tan rápido que consiguió tirarle el yelmo... y revelar que la armadura estaba vacía.
—¡Bert! —llamó Laudana al muchacho.
Él volteó. Mientras tanto, el Ministro caminó varios metros, directo hasta donde cayó el yelmo, y lo recogió como quien alza un balón. Su propia cabeza (o lo que estuviera dentro) no precisó guiar al resto de la armadura hacia ella.
—Atienda a la joven vidente, soldado —ordenó—. Es hora de comer algo de todos modos.
—Gracias —respondió Bert.
El Ministro se alejó llevando el casco bajo el brazo. Laudana dio un brinquito festivo y tan meloso como adorable.
—¡Al fin le ganaste! —soltó ella.
—Sí —respondió Bert—. ¡Pero fue una de quince! —suspiró aún enrojecido por el ejercicio—. Qué tal, Laura.
Laura sólo respondió con un seco "¡Hey!".
—Bueno —dijo Bert—, a ti esperaba verte a estas horas —agregó mientras despeinaba juguetonamente a Laudana usando su única mano—; a ti no —señaló a Laura con un movimiento del mentón—, y no lo digo porque no quiera que vengas aquí.
—Sí, ya entiendo —replicó Laura—. Te sorprende verme ahora porque siempre nos vemos en el Refugio. Pero le pedí a Laudana que me trajera porque necesito tu ayuda.
—Adelante. Soy todo oídos.
Laura refirió todo su plan lo mejor que pudo. Estaba convencida de que tal vez existía alguna versión de la Tierra donde su padre fuera como los terrícolas comunes, no un Maestre que debió escapar de Soteria para huir de un crimen que no cometió y —después de recibir indulto— se asentó en México a cuidar un artefacto raro creado por Dios mismo. Si existía alguien capaz de hallar un mundo así y enviarla hasta allá, era Bert. Se trataba, pues, del único humano superdotado que logró viajar hasta Eruwa por sus medios.
—Pues —dijo él a la vez que se repasaba el mentón con los dedos—... sólo puedo decir que Rick y Morty se cabrearán si saben que les robaste la idea.
—¿Cómo conoces a Rick y Morty? —soltó Laura sorprendida— ¿No tienen algo mejor en el futuro?
—Ah, sí. Lo tenemos. Pero conozco la serie porque mi abuelito guardó copias de las once temporadas.
¿¡Once temporadas!? ¡Apenas si existía la primera cuando Laura y su familia se refugiaron en Soteria!
—¿Entonces no puedes ayudarla? —intervino Laudana en un tono raro que sonaba entre súplica y coqueteo.
—Nunca dije que no podía —sonrió Bert con cierto aire de engreimiento.
—¿Entonces me ayudarás a ir a donde quiero? —quiso saber Laura
—Tampoco dije que fuera posible —respondió Bert.
Enseguida, les pidió que le acompañasen. Ya explicaría después por qué dio una respuesta descabellada.
Enseguida, los tres atravesaron el patio empedrado en el cual estaban hasta llegar a un edificio que —a diferencia del resto y la capilla— sólo tenía dos pisos. Luego, pasaron por debajo de los arcos en la fachada. Si bien todas las construcciones a la vista tenían arcadas de granito en el frente, con dovelas adornadas por mármol blanco y negro, no redundaban en un panorama monótono. Bueno, al menos Laura lo encontraba tranquilizador.
Bert abrió una puerta mosquitera que daba a un comedor. Para esa hora, varios diáconos y diaconisas ocupaban la mayoría de las mesas. Sólo quedaba una con sitio para los tres casi al fondo, bajo una pintura del bautismo de Jesús. El resto del espacio en los bancos a ambos lados de la mesa estaba ocupado por una pareja de cenobitas muy ancianos y tres niños que quizá eran sus nietos.
—Adelántense —dijo él—. Voy a recoger mi plato.
Las dos muchachas se acomodaron lo mejor que pudieron; Laudana junto a la señora, Laura cerca de un mocoso con casi la misma apariencia estereotípica de los empollones. El niño la miró a través de unos lentes gruesos como fondo de botella y demasiado grandes para su cara pálida, e hizo una trompetilla sacando la lengua por debajo de sus incisivos disparejos. Pero el viejo estiró el brazo por detrás y dio tal tirón de orejas al chiquillo que dolió, con sólo verlo, hasta a quienes lo habían atestiguado. "Compórtate decente", le exigió el abuelo.
Bert volvió un momento después con su almuerzo y se sentó junto a Laudana. Las chuletas bañadas en caldillo, con puré de papas y verduras salteadas, parecían bastante más apetitosas que las porciones servidas a las brigadas de reconstrucción en toda Eruwa.
El Viajero del Tiempo cortó despacio un generoso trozo de carne.
—Les prometí una explicación —dijo luego de tragar el bocado—. Y espero no confundirlas, porque es todo un rollo; no precisamente del bueno. —Dio un trago a su bebida antes de proseguir—. Cuando llegué aquí (a este mundo, no a la abadía), Liwatan me explicó que Eruwa no es un multiverso como el Mundo Adánico. Si consideran lo que acabo de decir, sucede igual con todas las personas nacidas en Eruwa.
Bueno, al menos no fue el caso hasta que Helyel encontró cómo provocar la aparición de un mundo espejo con diferencias mínimas. De ahí provino aquel doble de Bert. Pero eso sucedió muchos años después de aquella charla.
—¿Y qué hay de tu doble, Bert2? —quiso saber Laudana.
—Bert2 odiaba en serio ese apodo —respondió Humberto—. Pero, técnicamente, lo que antes dije sigue siendo cierto. La otra versión de Eruwa, este mundo, esta realidad, llámenlo como quieran... no existe justo ahora.
—Pero va a existir algún día, ¿no? —replicó Laura.
—Pues hasta yo lo dudo —dijo él—. Bert2 me contó, antes de irse, que Olam iba a aislar su Eruwa de esta para que fuera un universo en pleno. Quién sabe si, a estas alturas, ya pasó. Y, suponiendo que no, ve a saber cuándo existirá. No quiero complicarlas con toda la Física implicada.
Laura empezaba a sospechar que le daba evasivas. La exasperación quería apoderarse de ella en ese momento.
—¿No puedes hacer nada entonces? —soltó con toda la calma que pudo simular.
—Bueno —prosiguió Bert—... tengo una amiga. Su familia sale de viaje por estas fechas y tardan como un mes en regresar. Quizá puedas ir a su casa.
—¿Quién es ella? —preguntó Laudana de pronto.
—Se llama Sandra —respondió Bert—. Fui su asesor cuando hizo prácticas profesionales; y también soy dueño del condominio donde vive.
A Laura esa explicación le sonó como a que iba a pasar unos días en el futuro. Claro, no era el de la Tierra donde nació y vivió hasta hacía poco. Pero parecía buena idea. Una propuesta que consideraba agradable pues cierta ocasión oyó a su papá contar cómo le describió Bert su época la primera vez que se vieron. No obstante, ella debía agradecerle a Laudana por obtener esa información de una manera tan graciosa.
—¿Estás celosa? —dijo divertida por el numerito de su amiga.
Las mejillas de Laudana se encendieron ante la mención de los celos.
—¡No! —respondió muy seria— Sólo tenía curiosidad. Bert nunca ha podido presentarme a sus amigos del Mundo Adánico.
Bert dio algunos bocados más a su comida. Luego, bebió un largo trago del vaso de agua y lo depositó en la mesa de forma ruidosa. Los abuelos sentados junto a ellos voltearon a mirar con el entrecejo fruncido y él se disculpó casi de inmediato. La pareja de ancianos respondió con un seco "está bien" antes de que el abuelo empezara a recoger los platos sucios de su familia. "Con su permiso", dijo el viejo antes de llevárselos a una pileta en el otro extremo del comedor, donde un par de diaconisas regordetas lavaban trastos. La familia se marchó enseguida.
—Sí, claro —dijo Laura—. No estás celosa. Entonces, ¿por qué te pusiste roja?
—Bueno sí —confesó Laudana—, un poquito.
Bert recargó la cabeza en el hombro de ella, quizá porque no podía abrazarla con el brazo sano. "Pero no deberías", le dijo en voz baja.
—¡Ay, por favor! —se quejó Laura— ¡No coman delante de los pobres!
—¿Cuáles pobres? —respondió Laudana con cierto deje de extrañeza.
Era evidente que la amiga de Laura no entendió la expresión.
—Se refiere a ella —explicó Bert—. Bueno —dijo enderezándose—, basta de arrumacos. Ayudemos a tu amiga.
Laura y sus amigos se levantaron de la mesa y fueron directo, casi en fila, hasta el patio. Ella no esperaba tantos cambios en sus planes. Sin embargo, todo indicaba que fueron para mejor. No la adoptaría una familia similar y, al a vez, distinta a la suya. En lugar de eso, iba a pasar una temporadita en el año 2094.
—Déjenme aclarar algo —advirtió Bert una vez afuera—: No pienso cubrirte las espaldas. ¿Entendido?
—Sí, claro —respondió Laura—. Sólo voy a estar fuera unos días. No me voy para siempre.
—Espera —dijo Laudana con el entrecejo fruncido—, hace rato dijiste...
—¡Shhh! ¡Lo que dije hace rato no importa!
—Como sea —terció Bert—, no puedo volver a la Tierra para convencer a Sandra. El gobierno me busca.
—¿Y entonces? ¿Qué vas a hacer?
—Intentaré realizar una llamada telefónica interdimensional.
—¿Una qué?
—Una llamada de larga distancia; pero entre universos. Y para eso necesito ayuda de un Ministro especialista en portales... Tendré que preguntar a Sare si puede hacer venir a alguno.
—Ahora sí que no entiendo nada —se quejó Laudana.
Sare era el Ministro encargado de adiestrarlo como Maestre. Por suerte para ellos, lo encontraron sentado quieto en el graderío de piedra en torno a la arena de entrenamiento Este. Ya se había puesto el casco de nuevo.
El trío de amigos se le acercó. Bert anunció que había vuelto. Pero no hubo respuesta. A Laura le pareció extraño pues ella sabía que los Ministros no duermen ni comen ni van al baño ni beben. Al parecer, estaban delante de un recipiente vacío.
—¿Por qué dejó aquí su armadura? —quiso saber Laura.
—Sare siempre la envía cuando debe hacer algo que no quiere —respondió Bert—. A lo mejor sólo la dejó aquí mientras yo almorzaba.
A Laura le dio tanta curiosidad verla que estuvo a punto de tocarla con el dedo. Se acercó despacio y, de la misma forma, alargó el brazo. Quería ver si el yelmo se caía otra vez. Para su mala suerte, la detuvo un agarrón a velocidad relámpago seguido de un fuerte cloqueo.
—¿Qué pretendías, niña? —exigió saber una voz que sonaba como salida de una lata.
El Ministro soltó a la muchacha con brusquedad y luego se puso en pie para encarar a Bert. O al menos eso parecía. Era difícil saberlo sin un rostro gesticulando bajo la careta.
—Discúlpenos, señor —soltó Bert de modo atropellado—. Creíamos que dejó aquí su armadura desocupada.
—No es así, soldado. Ahora explíqueme por qué sus amiguitas han venido a hacernos perder tiempo.
Enseguida, Bert contestó la pregunta de Sare en tiempo récord. El plan de Laura, y la idea de la llamada interdimensional, quedaron tan bien sintetizados que el Ministro en armadura aseguró haber comprendido ambas cosas en menos de un minuto.
—Denme un momento a solas con Laura —dijo Sare a secas.
Bert y Laudana se alejaron de la arena hasta volver a la fachada al edificio del comedor y recargarse en una pared a esperar. "Escúchame bien, niña, porque no pienso repetir nada —soltó el Ministro tan pronto se quedó con Laura—. Mi deber es llevarte de vuelta con tu padre. Pero no lo haré. No malinterpretes; no hago esto para ayudarte sino porque tú y tu familia deben aprender una lección". A ella esa explicación le pareció tan cliché como cutre.
—¿Qué lección debemos aprender? —quiso saber Laura— ¿Qué la unión familiar es lo más importante?
—Escucha, niña, sé por qué quieres irte en realidad. Ustedes los humanos a veces no comprenden nada hasta que lo han experimentado de primera mano. Ahora vamos al grano.
Enseguida, Sare hizo señas a Bert para que volviese. Luego, le pidió el teléfono móvil.
—Mis habilidades con los portales son escasas —informó—. Aunque bastan para lo que quieren hacer.
Repasó la pantalla del aparato con una mano y lo devolvió a su dueño. "Marque", ordenó a secas.
Bert obedeció enseguida.
—Sayaka-chan —dijo él al aparato—, activa el altavoz y llama a Sandra Castillo por favor.
—¡Hai! —respondió una vocecita entre aniñada y nasal. Eso significaba Sí en japonés.
El teléfono tenía una asistente virtual muy mona llamada Sayaka, la cual realizó la llamada telefónica. Se trataba de un personaje de Anime que Laura no conocía, vestida como mucama y con orejas de gato sobre unas coletas que rosaban el suelo. La muñeca animada tenía el cuerpo muy pequeño y la cabeza extragrande típicos del estilo de dibujo chibi. Por alguna razón, sus pupilas iridiscentes fueron sustituidas por una suerte de código morse en movimiento mientras alguien del otro lado contestaba. El tono de espera de la llamada consistía en Sayaka imitando el sonido de un módem antiguo con onomatopeyas. Mejor así. El sonido real era bastante molesto. Pero el remedo hecho por la aplicación hasta sonaba lindo.
—¿Bueno? —respondió en español una voz femenina y rasposa pero juvenil.
—¡Sandra, soy yo! —dijo Bert en el mismo idioma— ¿Qué tal todo por allá?
—¡¿Pues qué hiciste ahora?! ¡El FBI se metió a tu apartamento y ha estado interrogando a todos los que te conocen!
—¿No te han interrogado? —quiso saber Bert.
—Todavía no.
—Porque esos tipos no son del FBI...
—¿De dónde, entonces? ¿CIA? ¿Mossad? ¿KGB?
—Ninguna, para nuestra mala suerte.
—¡Qué horror! Eso no me gusta para nada.
—Tampoco a mí. Ahora escucha, porque no sé cuánto tengo antes de que detecten esta llamada...
—No podrán detectarla —Se entremetió Sare en voz baja.
—Bueno —prosiguió Bert—, acaban de avisarme que nadie podrá rastrear esta llamada. ¿Y Carlos?
—Está en Alemania —respondió Sandra—. Se fue al día siguiente que tú.
—¡Es cierto! ¡Olvidé que el semestre ya empezó!
—¿Y tú dónde estás? ¡No puedo localizarte ni con GPS!
—Eso no importa ahora —zanjó Bert—. Debo pedirte un favor. Y Claro que no será gratis...
Enseguida, preguntó a Sandra si podía recibir en casa a alguien. Entonces, ella quiso saber inmediatamente de quién se trataba y por cuánto tiempo. "Es hija de un amigo —respondió él—, yo creo que se irá antes de que regresen tus papás." Sin embargo, pronto quedó en manifiesto que no restaban tantos días como estimaron en un principio. La mujer al otro lado de la línea aseguró que su familia había salido casi una quincena antes. Aun así, Laura iba a poder alojarse una semana en Monterrey, México. Y no era el que ya conocía, sino el del año 2094. En cualquier caso, la llamada no terminó con esa confirmación. El viajero del tiempo desactivó el micrófono de su teléfono antes de expresar objeciones.
—Pues ya oíste —dijo al encarar a Laura—. Será mejor que no vayas...
—¿Es por la Agencia que anda buscándote? —replicó ella.
—Por eso y porque la familia de Sandra no tarda en regresar.
—Entonces dile que no iré.
La llamada terminó. Laura estaba a punto de desestimar su plan cuando el Ministro en armadura intervino.
—No se adelanten —dijo Sare—. Puedo confirmar si el Maestre Quevedo tiene razón. Cuiden mi armadura mientras tanto.
Ni bien pidió el favor, la armadura se fue de bruces. Sucedió tan de repente que Laudana y Bert apenas si la pescaron a tiempo; y, aun así, Laura tuvo que recoger el yelmo del empedrado. Fue como alzar un par de mancuernas al mismo tiempo —y con una sola mano— a pesar de que el acero parecía ridículamente delgado. "Este trasto pesa una tonelada", se quejó el Viajero del Tiempo.
—¡Les echaré una mano! —soltó de pronto una voz varonil casi a gritos.
Laura alcanzó a distinguir, con el rabillo del ojo, a un joven muy alto que venía corriendo desde un costado del edificio atrás de ella. No supo si suspirar con alivio por la ayuda ofrecida o preocuparse por la coincidencia. Le parecía demasiada casualidad encontrarse por tercera vez con Adam Weslock. Tanto que hasta se preguntó si de verdad él andaba en Blizsthral por otros asuntos o solamente la siguió hasta allá. En fin, prefirió darle el beneficio de la duda por ahora. No tenía pruebas contra él.
—¡Hola! —dijo Adam entre dientes mientras empujaba la armadura por los hombros para enderezarla— No esperaba encontrarte aquí... ni de nuevo.
—Pues yo tampoco —dijo Laura con algo de recelo.
A final de cuentas, enderezaron la armadura de Sare entre los cuatro y volvieron a ponerle el yelmo. Sabrá Dios a dónde fue o su propósito. Como sea, parecía claro por qué dejó en Blitzstrahl sus... ¿cosas?
Adam se volvió para encarar a Laura ni bien terminaron. Ella tuvo que mirar hacia arriba de lo alto que era.
—Perdóname si parece que te he estado siguiendo —dijo él encorvándose un poco—. Soy periodista del Soteria Times. —Sacó una identificación el bolsillo trasero de su pantalón y la mostró a todos—. Sólo estoy trabajando y dio la casualidad de que nos hemos encontrado en donde he ido.
Bert y Laudana permanecían callados cerca de Adam. Tal vez aguardaban la oportunidad para ahuyentarlo.
—No hay diarios circulando, que yo sepa —respondió Laura—. ¿No serán cuentos tuyos?
—Bueno —dijo Adam con una sonrisa de dientes prefectos—, ustedes no lo saben: Sus Majestades ordenarán repoblar el reino cuanto antes, así que la prensa circulará de nuevo en estos días... ¡Pero ustedes no se enteraron de esto por mí!
—¿Por qué estás aquí entonces? —intervino Bert muy serio.
—Vine a entrevistarme con el nuevo Sumo Sacerdote.
Bert asintió despacio. Luego, indicó a Adam que fuese hacia la derecha y siguiera adelante hasta donde terminaba el patio donde estaban. La casa del Abad se hallaba detrás del bloque de celdas que delimitaba el empedrado. El supuesto periodista le dio gracias de inmediato y se marchó a paso veloz.
—¿Cuándo nombraron al Sumo Sacerdote? —quiso saber Laudana ni bien Adam estuvo más lejos.
La armadura de Sare empezó a inclinarse hacia el frente de nuevo. Bert la sostuvo deprisa.
—Esta mañana —respondió él con esfuerzo—. Sare me llevó a la ceremonia de elección.
Las palabras de Bert hicieron que Laura dudara menos del periodista. Pero, de algún modo, también reanimaron la armadura de Sare. "Basta, soldado —exigió—, ¡suélteme ahora!". Todos retrocedieron tan rápido como si él fuese a golpearlos.
—Hay buenas noticias —dijo el Ministro en otro tono—. Visité a unos amigos en el lugar donde vivía el Maestre Bert. Y ellos aseguran que esos agentes no tienen interés en Sandra.
Laura sospechaba que los amigos de Sare eran otros Ministros a los cuales él trataba como a los humanos.
—Ahora que lo pienso —terció Bert—, no tendrían por qué.
Resultaba que Sandra sólo montó el Dispositivo de Acceso Multiversal en un coche viejo que consiguieron para los experimentos posteriores con el dichoso artefacto. Por lo tanto, ella tenía —si acaso— una idea vaga del proyecto en el que trabajó. Seguramente nada útil más allá de cómo realizó el montaje.
—Bueno, Laura —dijo Sare en tono un poco formal—, tus amigos ya intentaron disuadirte. Yo no pienso hacerlo. Así que la decisión es tuya. ¿Quieres ir, aunque Laudana te ha dicho que te quedarás para siempre en Eruwa?
La aludida sólo se encogió de hombros.
—No hago daño a nadie si es por unos días —dijo a secas—. Serían como vacaciones.
—Maestre —dijo Sare con autoridad—, llame de nuevo a su amiga; infórmele que Laura va camino a su casa.
Bert ordenó enseguida a su asistente virtual que llamase de nuevo a Sandra. En cuanto ésta tomó la llamada, él empezó a hacer labor de convencimiento. Primero, de que ella no corría ningún peligro. "A esos pelmas no les interesa cómo montaste el Dispositivo en el Terrafugia —dijo para concluir—. Saben más de lo que parece; de otro modo, te hubieran interrogado desde el principio". A final de cuentas, acordaron que Laura iba a salir de un portal en el baño de su apartamento.
Sare hizo, de pronto, un ademán con la mano hacia Laura.
Tú —dijo él antes de que Bert colgara—, sígueme. Tenemos poco tiempo.
El Ministro dio media vuelta sin más y se alejaba dando pasos largos. Laura lo siguió con dificultad hasta la escalera de un bloque de celdas cuyas rejas tapizadas de helechos parecían llorar lágrimas vegetales. Ambos subieron los escalones de cemento sin pulir. La decoración de los peldaños —mayólica blanca y azul de motivos florales— le recordaban a Laura sin querer una vajilla que su abuelita atesoró mientras vivía.
En la segunda planta, aguardaba un Ministro muy alto, con la masa muscular de un culturista.
—Aquí la tienes, hermano —dijo Sare a su compañero; luego, se volvió hacia Laura—. Este es Atael, el experto en portales más reconocido de todo el Reino Sin Fin.
—Tú eres la hija de Leonard Alkef, ¿cierto? —dijo el otro ángel con voz chillona.
—Sí. —Fue cuanto Laura atinó a responder. Atael le parecía intimidante y pacífico en igual medida.
—No temas. Yo abriré un portal directo hasta donde necesite ir. Y te sacaré de ahí si corres peligro. Bien, apártense los dos ahora.
Atael sacó dos brazos extras de su hábito negro. Luego, hizo garras sus cuatro manos y las movió hacia los lados como si rasgara un pedazo de tela. Pero el ademán había logrado más que sólo simular romper un trapo viejo. Ese movimiento abrió, en mitad del aire, una ventana hacia un baño en otro universo. Atestiguar el hecho no impresionaba mucho. Lo impresionante ocurrió cuando otra muchacha entró ahí. Se trataba de una chica esbelta, con pechos aplanados bajo la blusa sin sostén y que usaba un aparato de ortodoncia tan feo que parecía a medio camino entre una careta de beisbol y un instrumento de tortura. El dentista que le hizo eso debía odiarla en serio.
—¿Tú eres la amiga de Bert? —exigió saber la joven al otro lado del portal. Hablaba español y su voz sonó más femenina que en el teléfono, aunque mantuvo el tono ronco.
—Sí, soy Laura.
Al parecer, Sandra no había prestado atención a Sare o Atael. O al menos eso indicaba su falta de reacción.
—¿Y quiénes son ellos? —dijo Sandra de pronto. Ahora ya sonaba extrañada.
—Eh... Cosplayers —mintió Laura de inmediato—. No les hagas mucho caso. No vendrán conmigo
—Bueno, cruza de una vez. No tengo toda la noche.
Laura saltó al baño del otro lado del portal, y éste se cerró de pronto a sus espaldas.
—Ahora escucha, Laura o como te llames —dijo Sandra mientras sacaba una cajetilla de cigarrillos de un cajón bajo el lavamanos—. Esta es la casa de mis papás y yo la estoy cuidando mientras no están —cogió un pitillo entre sus largos índice y anular derechos con uñas mordisqueadas—. Me importa una mierda de dónde vienes o quiénes son tus familiares. Si rompes cualquier cosa, te asesino.
—Óyeme, no soy ninguna niñita...
—¡Ay, no me digas! —interrumpió Sandra con una risita desagradable— Seguramente abandonar a tu familia de cavernícolas porque extrañas las comodidades del futuro demuestra muchísima madurez.
Laura bajó la cabeza. Lo reconocía. Se encontraba ante la reina del sarcasmo. Y la reina del sarcasmo encendió su cigarrillo. Luego, dio una larga calada.
—¿Cómo lo sabes...? —dijo Laura todavía cabizbaja.
—Soy muuuy perceptiva —dijo Sandra alargando la U innecesariamente.
—Sí. Se eso nota.
Sandra rodó los ojos hacia atrás y torció la boca antes de fumar otra vez y mover la cabeza de lado a lado.
—Bert me lo dijo todo —aclaró con aspereza—. Ahora espérame afuera —demandó enseguida—. No querrás estar aquí mientras hago lo mío.
Laura salió al corredor afuera de aquel baño sacada casi a empujones.
El departamento resultó tan pequeño como acogedor. La sala se podía ver desde ahí. Consistía en un largo sofá negro sin cojines frente a dos sillones del mismo color. Las paredes estaban decoradas con un patrón de grandes círculos blancos huecos alternados con otros pintados de rojo, todo ello sobre cuadros negros y grises. Había una barra que dividía la cocina del comedor. Los taburetes frente a esta parecían de plástico negro brillante y pulido. Las sillas compartían ese mismo aspecto. No había fotos de la familia que habitaba aquel lugar.
—Este lugar no tiene nada sorprendente —se dijo Laura en voz baja
Un fuerte pedo, distorsionado por la peculiar acústica del inodoro, le recordó que no estaba sola.
—¡Ay güey! —dijo Sandra casi a gritos desde el baño— ¡Estoy pariendo cuates*!
*Mexicanismo. Cuate significa gemelo o mellizo. Pero, en este caso, Sandra equiparó su estreñimiento con un parto difícil.
Contradiccion?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top