FRANCIA
Leonard se dirigió al túnel que salía del iglú B a paso veloz tan pronto dejó atrás su lote y familia aún dormida. El primer recorrido de coche autónomo comenzaba a las cinco de la mañana. Pero ya faltaban quince para las seis. Apretó el paso hasta casi correr y a duras penas consiguió treparse en uno de esos vehículos, ya retacado antes de partir. Como su destino era la última parada del trayecto, no necesitó prestar atención al viaje para asegurarse de bajar en el lugar correcto. Sólo debió apretujarse en el asiento trasero, entre cuatro corpulentos voluntarios de las brigadas de reconstrucción. Uno de ellos, canoso y con gruesas patas de gallo en los ojos grises, le clavó la mirada con tal dureza que hasta dolía. ¿Fue por haberlo incomodado o acaso lo reconocía por el incidente en la fila de los suministros?
El vehículo se condujo a sí mismo a través de los túneles empedrados y callejuelas del refugio y dejó a cada grupo de pasajeros donde solicitó ir. El sujeto que miraba a Leonard bajó en el iglú D luego de cabecear durante el resto del viaje. Le dio una última mirada. No sucedió más. Pero fue un recorrido incómodo en todo sentido.
Leo descendió en el iglú P. Pudo ver, desde lejos, a tres de sus compañeros Maestres citados a esa misma reunión y a dos Ministros. Debían ser los enviados de Olam como refuerzos de los humanos.
—Caray —se dijo a sí mismo—, ya están todos aquí.
Apretó el paso hasta casi correr.
Conforme se acercaba, pudo distinguir la cabellera verde de Jarno Krensher y el yelmo de Sare.
El pabellón donde Sus Majestades convalecieron se ubicaba en el extremo opuesto del refugio. Ahí mismo, en el iglú P, se alojaban los médicos arrianos y humanos encargados de atender su recuperación junto con los encargados de la clínica. Tenía sentido, pues, que a los reyes de Soteria se les asignara espacios tan cerca de todos esos profesionales. La reina Nayara y el rey Derek casi mueren combatiendo a Helyel cuando éste invadió Eruwa. Todo eso pasó hacía menos de dos meses por entonces. O algo así. El tiempo parecía ir aún más lento en el refugio. Se sentía como si hubieran sido años gracias al escaso entretenimiento disponible. Pero no tenía caso quejarse. Para Olam y sus Ministros era prioritario mantener viva a la población, no divertirla.
Aron Heker agitó una mano como para saludar a Leonard y, a la vez, indicarle que se apresurara.
—Bien —dijo Leonard—, perdón por el retraso. ¿Me perdí de algo?
—Aún no comenzábamos —respondió Sare—. Pero podemos hacerlo ahora que el señorito ha llegado.
Jarno Krensher pasó una mano por su cabellera verde y se ajustó un poco los pantalones del uniforme. Al parecer, había perdido peso a pesar de que era el miembro más esbelto del Cuerpo. A Bastian Gütermann, por el contrario, se le adivinaba un vientre abultado bajo la gabardina; hasta parecía más sonrosado bajo la luz de las farolas atornilladas cerca del techo... e incluso había dejado crecer y dado nueva forma a sus patillas. Ambos chocaron puños con Leonard después de Aron Heker.
Sare comenzó a explicar enseguida el propósito de la misión. Todos callaron al instante como estudiantes del colegio elemental cuando el profesor llegaba al aula.
Mamón, el Señor de la Riqueza, se encontraba alojado en un hotel de París. Pero no era en la versión de la Tierra donde Leonard vivió. Tampoco aquella de donde provino Bert y en la cual ya transcurría el año 2094. Se trataba de otra similar a esa última donde Helyel tenía un siervo empresario llamado Armand Féraud, quien era su principal financiador y cliente. El tal Armand falleció una semana antes de aquel martes. Pero en vida concedió fondos para que Helyel construyese la fábrica de Walaga y creara una forma física definitiva. A cambio, él obtendría también un cuerpo nuevo porque apenas si le quedaban meses de vida.
—Este socio de Helyel —continuó Sare— era presidente ejecutivo de la Corporación Féraud. El objetivo de Mamón es comprarla para Helyel antes de que la Mesa Directiva elija un nuevo presidente. Y el nuestro será capturar a Mamón junto con sus asistentes.
—Si no me equivoco —dijo Leonard—, Mamón y sus ayudantes poseyeron a varios humanos para poder trabajar en la Tierra.
—Correcto, soldado. ¿Podemos continuar?
Los Legionarios de Helyel, a diferencia de los Ministros de Olam, no podían manifestase de forma corpórea a menos que poseyesen o influenciasen a personas o cadáveres o animales u objetos. Fue una maldición parte del castigo por rebelarse contra Olam. Aunque a veces también podían armarse un cuerpo con retazos. Y dichos Retazos, por lo general, provenían de quien sea que les haya servido de escondite.
Olam, en cualquier caso, había instalado a Mikail y Atael —Ministros de rango inferior a Sare— en otro hotel cercano para vigilar a Mamón. Además, una división entera del Reino Sin Fin vigilaba a cualquier Legionario de Helyel que anduviese por la zona. También mantenían una barrera de conjuros sobre París para espiar las comunicaciones del enemigo y bloquearlas cuando fuera pertinente. No quedarían refuerzos o como pedirlos. Incluso más integrantes de la Orden Roja estaban preparados para salir al combate en caso de que Helyel enviara sus autómatas de combate como apoyo.
Mamón había mantenido el perfil bajo hasta entonces. Al parecer, se concentraba sólo en finiquitar la compra de la Corporación Féraud e intercambiar oro e inmuebles por dinero electrónico. Para entonces llevaba 650 millardos de yuanes reunidos. Pero Sare y los demás Ministros sabían que ya empezaba a sospechar del espionaje. O eso escucharon a través de conjuros especiales.
El plan —a grandes rasgos— consistiría en colarse al hotel Mademoiselle y sellar el piso donde se alojaba el enemigo, provocar un incendio con el cual desalojarían a los demás huéspedes y al personal. El objetivo era poner fuera de combate a Mamón y sus asistentes, exorcizarlos de los cuerpos que poseían y aprisionarlos en Cubos de Contención. Olam decidiría qué hacer con ellos en su momento.
—Es el peor plan que haya oído en mi vida —respondió Leonard
—Es cierto —secundó Aron—. Los empleados se darán cuenta así cuando nos colemos. —Chasqueó los dedos para enfatizar sus palabras—. Eso sin mencionar que no nos han devuelto nuestras espadas sagradas.
—Pues es lo mejor que hay —sentenció Sare—. Y no hace falta preocuparse por las espadas. Tenemos todo el poder de Olam a nuestro favor.
—Me extraña que Olam ideadse algo tan absurdo —replicó Bastian con gesto pensativo—. Ir por ahí sin espadas...
—Estarán en un cuarto del hotel —replicó Sare para zanjar ese asunto—. Ya Mikail les dirá en cuál.
Jarno fue el único que no discutió el plan y dio mejor ejemplo. Sólo se encogió de hombros.
—Si ustedes confían —dijo a secas—, yo confío.
Leonard bajó la mirada por un segundo. Precisamente el Maestre más joven del Cuerpo acababa de darle una lección sobre confianza.
—Bueno —respondió al fin—, si Olam estará a nuestro lado, hasta este plan resultará exitoso. ¡Vamos allá!
—No tan rápido —dijo Sare—. No pueden andar por París con esos harapos.
Aunque Sare fue bastante grosero, tenía razón. El uniforme de los Maestres los delataría.
—¿Dónde nos cambiamos los harapos? —dijo Bastian con un tonillo burlón.
—Permítame un momento —respondió el Ministro.
Enseguida, se dirigió al pabellón donde Sus Majestades convalecieron. Probablemente aun dormían a esas horas, pues no se asomaron para nada en todo el rato. Incluso las luces estaban apagadas. Las paredes de cristal opaco recordaban a la obsidiana debido a la oscuridad en el interior. Pero Sare abrió la puerta como si nada y la dejó abierta hasta que salió de nuevo.
—Adelante —dijo plantándose junto a la puerta y haciendo un ademan de invitación—. Todo listo.
—¿Sus Majestades dieron permiso para esto? —quiso saber Jarno.
—¡Ni siquiera están aquí! —respondió Sare con una risilla que sonaba extraña al salir de su yelmo.
El pabellón se dividía en cuatro habitaciones. Dos al fondo servían de alcobas a Sus Majestades y su hija; otra usada como sala y la oficina del médico a cargo se distribuían a lo largo de un pasillo central. El cuarto de aseo para las visitas se hallaba junto a la entrada. Resultaba fácil ubicarlo porque era la única puerta de madera en el lugar. El baño de los reyes se hallaba tras la alcoba principal.
Sare indicó a los Maestres que había dejado mudas de ropa en la sala. Debían cambiarse rápido. Todos fueron allá a paso veloz.
Leonard notó que las prendas eran las típicas de un turista: pantalones o shorts de mezclilla, camisas o Polos de colores y estampados claros, mocasines acolchados o zapatillas deportivas. Pero, a la vez, eran distintas. Una de las camisas tenía parches de cuero en los hombros tachonados con pinchos. Las zapatillas deportivas recordaban al pelaje de un tigre. Los mocasines tenían (y, sinceramente, ¿para qué?) diminutos leds a los costados de la lengua. Pero solo había tres conjuntos. Por alguna razón, también les dieron una lata de tinte para el cabello en aerosol.
—Falta un cambio de ropa —anunció Leo.
—Porque tengo esto para el Maestre Heker —dijo Sare a la vez que extendía delante de sí un mono de trabajo gris con un pequeño logotipo y el nombre Pierre en cursivas bordados sobre el pecho.
A final de cuentas, Jarno y Bastian y Leonard tuvieron que vestirse de nuevo tres veces más porque nada de lo que se pusieron combinaba de modo convincente. O eso aseguraba Sare. "Tienen que pasar desapercibidos", dijo él con severidad. Cuando anunció que estaban listos, Leo sólo notó que las prendas combinaban mejor... aunque seguían tan feas como al principio. Sin duda eran el concepto de ropa futurista de algún escritor o cineasta novato porque, de todas formas, terminaba siendo una horrorosa mezcolanza de modas del siglo XX. Precisamente las décadas de los ochenta y cincuenta.
—Maestre Jarno, acérquese —ordenó Sare a la vez que agitaba el tinte en aerosol.
Convirtió a Jarno en castaño tras rociarle el cabello durante cinco minutos con la pintura enlatada.
—Listo —dijo Sare—. Ahora de verdad parece turista.
—Según usted, señor —replicó Jarno a la vez que se rascaba el cuero cabelludo.
—Esto no era necesario —terció Leonard—. Hay mucha gente en la tierra que se tiñe el cabello de verde.
—Una cabellera verde dondequiera es llamativa —replicó Sare—. Por eso teñí al Maestre Krensher. Bien, ¿qué hora es?
Leonard iba a sacar su teléfono móvil y consultar la hora —no le servía de nada más en Eruwa—. Pero Aron se adelantó. "Faltan diez para las siete", anunció. Resultó que había un reloj colgado en la pared trasera del cuarto de aseo para las visitas; la hora podía verse desde donde estaban a través de la parte superior de las paredes que dividían las otras piezas del pabellón.
—¡Perfecto! —dijo Sare—. Nos marchamos en tres... dos...
Tan pronto dijo "uno", se abrió un portal justo a la entrada de la sala.
—¡Vaya! —soltó Aron Heker a la vez que se acercaba— ¡Esto sí que es precisión!
Había un patio del otro lado del portal. Y, al parecer, se hallaba detrás de algún edificio de oficinas o locales comerciales. El sucio contenedor de basura industrial, pintado de celeste, puesto en un rincón, lo delataba. Parte del contenido quedó desparramado por el viejo suelo de concreto. La barda de ladrillo que cerraba aquel patio fue pintada de blanco en algún momento; ahora parecía gris y llena de gruesos surcos más oscuros por donde chorreó la lluvia desde Olam sabía cuándo. El responsable de abrir el paso entre Eruwa y esa versión de la Tierra no se veía por ahí. El murmullo lejano de mucho trajín y los reclamos de algunos vendedores, ahogados por la distancia, alcanzaba a percibirse desde antes de cruzar.
Aron atravesó primero. Leonard lo siguió y tras él fueron Jarno y Bastian. El ministro fue el último en pasar.
—Atael y Mikail nos esperan por acá —anunció—. Síganme.
El portal se cerró a espaldas del grupo ni bien empezaron a andar.
Atael era un Ministro con una forma física musculada, muy alto y con una voz tan aguda que recordaba a una flauta. Su especialidad era abrir portales. Pero Leonard nunca le vio crearlos a distancia; incluso no imaginaba que podía hacerlo. Por lo regular, Atael sólo arañaba el aire y ¡vualá! Creaba un paso entre Eruwa y la Tierra o Elutania o a donde fuera necesario ir. Quizá él recurrió a este método para no llamar la atención.
El patio donde aparecieron desembocaba en un largo y angosto callejón. El callejón pasaba al costado de un edificio blanco de cinco pisos y acababa en una angosta puerta de cedro. La puerta de cedro estaba cerrada con un candado y cadenas que tal vez aun eran nuevos.
A juzgar por el calor, y la posición del sol, seguro era más del mediodía.
—Este es el lugar más aislado que pudimos hallar —informó Sare mientras recorría el callejón seguido por los cuatro soterianos—. El hotel Mademoiselle queda por allá —señaló a su derecha—, a tres muy largas manzanas de aquí. Pero iremos primero por acá —apuntó a la izquierda con el pulgar y su armadura cloqueó—. Mikail tiene que darles primero un par de cosas...
—¿Por qué no cambió su ropa? —quiso saber de pronto Jarno Krensher.
—Sólo necesito cambiar mi yelmo. Maestre Leonard, ¿usted ha visto ese programa de televisión llamado Ases del Aire o Sky Ace?
—No —respondió el aludido en voz alta. Las voces y ruidos de la calle se volvían cada vez más intensos.
—Oh, ya veo. Entonces debí preguntar eso a Bert. Bueno, ¿conoce a Mad Max?
—Sí —contestó Leonard—. Vi esa película muchas veces.
—Bueno, Ases del Aire es una serie de televisión inspirada por Mad Max. Pero bautice al protagonista como Johny Koffin, cámbielo por un piloto y échelo a un mundo acuático en vez del desierto.
—Okey —soltó Leonard—; pero, ¿qué tiene eso que ver con la pregunta de Jarno?
—Tiene que ver con que mi hábito parece un disfraz de Papa Nequam, el villano de Ases del Aire.
Bastian preguntó qué era una televisión. Dicha pregunta era lógica considerando que casi todos los Maestres vivieron en un mundo sin electrónica. Sare le dijo a secas que Leonard ya lo sabía y pronto él, Aron y Jarno también.
Al llegar a la puerta de cedro que separaba al grupo de la calle, el Ministro arrancó de un estirón el candado y la cadena que la cerraban. Los arrojó por encima de la barda tras él. Alguien del otro lado soltó un grito rabioso en francés y los lanzó de vuelta. Mientras tanto, el ángel pasó una mano por la careta de su casco para transformarla en una furiosa máscara roja de nariz tan larga que recordaba a un salchichón.
—Es una máscara Tengu —aclaró Sare—. Es parte del disfraz del personaje.
A Leonard le sonaba conocido el término, pero olvidó por qué.
—Es japonesa —informó Sare tras abrir la puerta.
Quien sabe si otra vez el Ministro le había leído la mente sin permiso. O sólo aclaró el origen de la máscara por casualidad. El caso era que no podían perder el tiempo con reproches. Y Sare quizá lo sabía porque apretó el paso hasta dejar atrás a los cuatro humanos. Aún así, les indicó que actuasen como amigos en vacaciones. Debían parecer tan animados como si acabaran de salir de alguna fiesta.
—No creo que importe mucho si no fingimos —dijo Leonard—. Seguramente nadie nos entiende.
—Ni ustedes a ellos —respondió Sare señalando de forma poco discreta a las inagotables filas de transeúntes que iban y venían por ambas aceras.
Enseguida, hizo desfilar a los humanos delante de sí para que saliesen a la calle. Y aprovechó el instante para soltarles una palmada en la cabeza con el guantelete de su armadura. Bastian Gütermann fue el primero en recibir el golpe y protestar. Pero el Ministro aclaró de inmediato que lo hacía para transmitirles instantáneamente un poco del conocimiento que iban a necesitar durante su estancia. Leonard fue el último Maestre en dejar aquel callejón. Por suerte, el manotazo no dolió tanto como creía. Eso sí, le resultó bastante extraño que de pronto comprendiera el habla de los transeúntes. Sintió eso como cuando le pegabas a un televisor viejo para mejorar la recepción.
Se pusieron en marcha. Pero Sare iba en medio de ellos a pesar de que los guiaba hacia un café a varias y muy largas manzanas de su destino.
Transitar en esas calles abarrotadas no fue tan difícil como Leonard esperaba. Si bien la gente se apretujaba al llegar a cualquier intersección, después era posible caminar más o menos rápido. Hubo un momento en el que Leo pudo sentir que alguien hurgaba en su bolsillo posterior. Dio media vuelta rápido. Por desgracia, no pudo sorprender al carterista. Afortunadamente, no llevaba una billetera encima. Hasta ese instante, lo peor fue no alcanzar a ver la Torre Eiffel. Parecía que andaban en un distrito alejado de ella, sin mencionar que los numerosos rascacielos —aparte de afear el horizonte— seguramente la cubrían. Como sea, resultaba preferible guardar las quejas. No eran turistas reales de cualquier modo. Y, ya puestos, ver basura apilada o esparcida por todos lados no era el mejor atractivo turístico. Ni hablar de los olores emanados de las alcantarillas.
Los soterianos y Sare tardaron alrededor de veinte minutos en llegar a un local de amplias vidrieras y cuyo toldo verde a franjas blancas cubría la acera de lado a lado. Había mesas y sillas con respaldo curvo de mimbre dispuestas alrededor de la entrada. En cierto modo, recordaba a cualquier negocio del mismo ramo en Soteria. Los puestos en el interior se ocupaban tan pronto eran desocupados. El exterior también quedó abarrotado desde sabía Olam cuando y a pesar de que ahí no tenían aire acondicionado. La sombra apenas si refrescaba a los comensales sentados bajo el toldo y los ventiladores enganchados a la estructura sólo hacían circular la brisa caliente. Hasta podía percibirse cierto tufillo a axila sudorosa.
Otras dos figuras de hábito negro hicieron señas a Leonard y los Maestres desde adentro. Los esperaban ante una mesa cerca del mostrador. Ambos usaban la misma máscara Tengu que Sare. Estaban sentados en una especie de sofá marrón semicircular, muy grande, que rodeaba la mesa y los hacía quedar frente a frente. Todos los puestos cerca de las vidrieras eran así.
—Deprisa —dijo éste con brusquedad mientras abría la puerta de cristal—. Casi es hora.
Una bocanada de aire frio y seco dio directo en la cara de Leonard. Seguramente los dueños del café encendieron el aire acondicionado a toda potencia. Sonaba música pop, aunque no había altavoces a la vista.
Los otros dos Ministros se apretujaron para que Bastian y Leo cupieran a su lado. Aron, Jarno y Sare ocuparon el espacio libre reservado para ellos. Un empleado menudo, con chaleco rojo y camisa blanca, se acercó a ellos para entregarles los menús. Andaban por el local otros dos con el mismo atuendo.
—¡Qué buenos disfraces! —dijo el dependiente—. Pero ¿la convención de Ases del Aire no era mañana?
Atael, el más musculado de aquel grupo, acalló la curiosidad del hombrecillo con su voz aflautada.
—Tuvimos una sesión de fotos —respondió a secas.
—Entiendo. ¿Puedo ofrecerles una bebida fría para el calor?
Los tres Ministros intercambiaron miradas y, al final, asintieron.
—¿Por qué no? —dijo Sare con su voz de lata.
Un momento después, tomaron los pedidos de todos ellos. Los Maestres se aceptaron sodas o malteadas. Los humanos, aparte de bebidas heladas, ordenaron emparedados.
Ni bien se retiró el camarero, Bastian soltó la pregunta más incómoda que podía plantearse en aquel instante. "Yo no traje dinero —declaró serio—, ¿cómo pagaremos?". Mikail sacó de su hábito un teléfono móvil, tan delgado como una tarjeta, y lo puso encima de la mesa. Los ojos del Maestre Gütermann quedaron fijos en esa dirección por un instante y se abrieron hasta casi saltar de sus cuencas momentos después. Quizá puso semejante gesto tras haber leído el saldo de la cuenta bancaria ligada al aparato.
—Con eso podemos pagar las cuentas de todos los clientes si queremos —anunció Mikail serio.
—¿Había una convención de Johny Koffin? —soltó Leonad con curiosidad.
—Sí —respondió Mikail—. Septiembre es el mes internacional de Johny Koffin en muchas versiones de la Tierra del año 2094. Y elegimos reunirnos en estas fechas porque así sería fácil pasar desapercibidos.
—¡Ya entiendo! —intervino Jarno— Sus hábitos parecen un disfraz.
Al parecer, el programa televisivo de Johny Koffin fue uno de los más populares en la historia de ese mundo.
Los abanicos del techo dejaron de girar. Las luces se apagaron y la música cesó. Un hombre de escaso cabello canoso, con el rostro surcado de gruesas arrugas y cejas como orugas peludas, asomó la cabeza por la puerta de la cocina. Los tres meseros se acercaron a él rápidamente. Según lo poco que podía entenderse de sus murmullos, ninguno quería ir al callejón trasero a revisar la instalación eléctrica.
—Vayamos al grano, señores —dijo Sare un tanto ceremonioso—. Tómense de las manos discretamente.
Leonard comprendió rápido el motivo de la solicitud. Pero no parecía ser el caso con Jarno, Aron y Bastian.
Que Ministros y humanos se cogiesen de las manos no era un simple acto de camaradería. O un hecho con el cual incomodar a los otros comensales. En realidad, formaron una especie de circuito por el cual fluyeron los pormenores de la misión desde Mkail y Atael hasta los humanos. Demoró menos de treinta segundos. Los treinta segundos más largos de la historia de aquel mundo.
Resultaba que, en la Tierra donde existía la Corporación Féraud, China no era comunista. Había conseguido volverse una de las mayores potencias coloniales (junto con los ingleses y franceses) tras el "descubrimiento" de América y logró convertirse en la mayor economía. Incluso el yuan había sustituido al dólar estadounidense como moneda del comercio internacional desde 1950. Mamón cambiaba el oro comprado en otras realidades por yuanes desde la habitación donde se hospedaba en el Hotel Mademoiselle ya que, de otra forma, no podrían comprar dicha empresa.
Helyel se había hospedado en el mismo cuarto algunos días antes. Pero se fue y dejó a varios asistentes al servicio de Mamón para que auxiliasen con los trámites legales para la compra de la Corporación Féraud.
Los Maestres y los tres Ministros debían entrar al Hotel Mademoisellle y acceder a zonas distintas.
Aron Heker se haría pasar por un empleado del hotel para ir a cierta habitación del mismo piso donde Mamón y sus ayudantes se hospedaban. Luego, debía esperar a que le diesen la señal para iniciar un incendio. Eso era más o menos fácil para el Maestre Heker. Había dominado un conjuro que le permitía adquirir el aspecto de otras personas durante un buen rato desde sus días como cadete de la abadía de Blitzstrahl. De hecho, lo usó una vez para rescatar de prisión a la reina Nayara y otra para infiltrarse en Elutania. Además, su espada sagrada le permitía irradiar por las manos calor suficiente para fundir metales al tacto.
—Este es el sujeto al que debes imitar —dijo Mkail al momento que entregaba a Aron un gafete.
Aron lo cogió y lo contempló por segundos con el entrecejo fruncido. Ese era el Pierre al cual pertenecía el mono de trabajo que llevaba puesto.
—Es feo el tipo —dijo serio—. Y sería bastante malo que la gente nos viera juntos... o a mí luego de ver al otro.
—Lo dormimos y está en la misma habitación donde iniciarás el incendio —respondió Atael.
—Antes de que cuestionen el plan —intervino Mkail—, ni Sare ni nosotros pudimos hacer más aparte de dormir al tal Pierre. Mamón comienza a sospechar que los espiamos y están preparados para largarse. Quieren terminar de reunir el dinero hoy mismo y volver cuando quede convenida la fecha del pago.
Lo peor del caso era que Mamón y los otros Legionarios en la habitación poseían los cuerpos de adoradores de Helyel que los ofrecieron voluntariamente. Si los Ministros intentaban cualquier maniobra, simplemente matarían a todos los humanos del hotel junto con los huéspedes que parasitaban. Además, resultaba más difícil capturarlos si se volvían incorpóreos. Esas fueron algunas de las razones por las cuales Sare y compañía recurrieron al Cuerpo de Maestres. Llamaban menos la atención de los Legionarios.
—Pero no se preocupen —agregó Mkail—. Todos los conjuros que lanzamos para evitar que Mamón descubriera nuestro espionaje también evitarán que pueda leer sus mentes. Pero no funcionarán si se les escapa cualquier detalle sobre Eruwa. —Luego acercó medio hacia los soterianos—. Así que no mencionen su mundo para nada.
Enseguida, detalló aprisa más pormenores del plan y el resto fue transmitido a los soterianos luego de cogerse de las manos con los Ministros.
Una vez que Aron llegara a la habitación donde dejaron a Pierre, el teléfono sonaría. Pero sólo debía descolgarlo para completar así una maldición bastante compleja lanzada por Atael y Sare desde la planta baja. El Maestre Heker entonces hallaría su espada sagrada en la pieza y podría incendiar todo aquel piso luego de echar fuera a Pierre por un portal. Mamón y sus ayudantes intentarían escapar en cuanto sonaran las alarmas. Pero no podrían. Cualquier intento de abandonar el edificio los llevaría de vuelta al punto por el que trataron de huir. Aunque los clientes humanos no verían nada raro ni tendrían problemas para marcharse.
Antes de llegar a ese punto, Leonard, Jarno y Bastian iban a alquilar cuartos. Mkail, por otro lado, se volvería inmaterial para colarse al sistema informático del hotel y obligarlo a registrarles en el mismo piso donde Mamón y sus asistentes. Atael y Sare se meterían a una conferencia en la cual miembros del reparto de Ases del Aire firmarían autógrafos. Siendo más precisos, eran solamente los actores que interpretaron a Johny Koffin y al Papa Nequam. Este último personaje, de hecho, fue quien volvió popular la serie —allá por el año 2060— gracias a su carisma y agudos sarcasmos. Por ello, muchos participantes se disfrazaron como él. Y como su atuendo era muy parecido al de los Ministros, a éstos les resultaba fácil mezclarse con la audiencia para lanzar la maldición.
Atael y Sare aprovecharían para desmaterializarse cuando el personal evacuara a los huéspedes. Mientras tanto, los Maestres esperarían en sus habitaciones, donde cada uno cogería su espada sagrada. Mkail lanzaría un conjuro a los empleados para que no revisaran a fondo en ese piso si alguien se ha quedado.
—Leonard —dijo Mkail a la vez que le entregaba el teléfono móvil—, Olam mismo fabricó este teléfono y dos más para tus compañeros. Tienen pasaportes electrónicos, cédula de identificación y cuentas bancarias. No se preocupen por cómo usarlos —agregó mientras repartía los otros aparatos—, Sare ha puesto en sus mentes el conocimiento de este mundo que necesitan para la misión. Tecnología incluida. ¿Alguno de ustedes se siente enfermo o débil?
Los cuatro humanos aseguraron sentirse fuertes y a la perfección.
—Sus mentes absorbieron una cantidad considerable de información —dijo Mikail serio—. Sólo espero que no enfermen más tarde.
—Levante la mano el que no sepa qué es un teléfono o un computador —intervino Sare.
Ninguno lo hizo.
—Bien —asintió Sare—. Eso debe bastar. No disponemos de suficiente tiempo para mejores comprobaciones.
El camarero llegó en ese momento con los emparedados que habían ordenado. Repartió platos, tazas y vasos de forma rápida y precisa. Al terminar, se marchó casi corriendo.
—No tarden —dijo Sare grave.
—Eso no es problema —respondió Jarno—. Cualquier taberna de Soteria sirve porciones más grandes.
Leonard no imaginaba cómo Sare bebería la malteada de chocolate que ordenó. Pero el Ministro se quitó la máscara Tengu de su disfraz. El yelmo debajo tenía una careta que podía abrirse en dos partes hacia arriba y abajo. La inferior estaba decorada con un complejo damasquinado que formaba una calavera sobre fémures. La separó de un movimiento rápido. Y a Leo se le fue la quijada al suelo ni bien notó que todo el tiempo él y sus compañeros habían departido con una armadura vacía. Bastian, Jarno y Aron pusieron unas caras tan serias que incluso los tres se quedaron con el bocado a medio camino del plato a sus dientes.
—Bueno —dijo Sare tras poner la copa vacía sobre la mesa—, Creo que podría beber de estas todo el día.
Lo más curioso fue que nadie parecía prestarles atención. El aspecto de Mikail no sorprendía tanto quizá porque los soterianos ya habían visto antes sus ojos de pupilas verticales; además, podía lograrse el mismo efecto con lentes de contacto especiales y los terrícolas en torno a ellos bien podían creer que ese era el caso ahora. El caso de la armadura vacía era totalmente distinto. Tal vez un conjuro la protegía de miradas curiosas.
Al terminar de comer los humanos, Mikail sacó seis rocas lunares de un bolsillo oculto en las mangas de su hábito y las puso encima de la mesa.
—Tomen una —dijo serio—. Parecen simples piedras espaciales, pero son Cubos de Contención.
—¿Y cómo deberíamos usarlos? —dijo Aron Heker— ¿Sólo se lo pongo en la cara al Legionario?
—Debes incrustárselo en la frente con todas tus fuerzas y recitar "Munaj no Atasaka".
—Suena sencillo, pero no lo es para nada —terció Bastian.
Todos cogieron una piedra y la guardaron en sus bolsillos antes de ponerse en pie.
El Cubo de Contención era un artefacto encantado con el cual se podía atrapar espíritus —Legionario o Ministros e incluso humanos—; además, el usuario de dicho artilugio podía aumentar sus poderes a costa de la energía de los cautivos, o simplemente usarlo como una suerte de calabozo portátil. No era creación de Olam. Y si bien Helyel concibió la idea de aprisionar oponentes en objetos, no desarrolló los principios bajo los cuales funcionaba ese conjuro.
Casi todo el grupo se puso en pie deprisa. Irían a un bazar chino al otro lado de la calle para comprar maletas y algo de ropa. Sólo Leonard y Sare se quedaron otro poco.
—Ya los alcanzamos —informó el Ministro.
—¿Qué ocurre? —quiso saber Leonard.
—Le tengo una noticia: Mamón envió a los Legionarios que quisieron despedazarlo a hachazos.
Leo no supo qué responder ante esa afirmación. Quizá podría vengarse. Pero seguramente no era ese el propósito de Sare al proporcionarle dicha información.
—¿Por qué debería saberlo? —dijo aun extrañado.
—Porque Aron y tú probablemente ayudarán en otro trabajo después de esta misión.
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