Una visita a la comisaría

Estuve varios minutos de rodillas, sin ni siquiera poder levantarme del suelo. Allí estaba, inmóvil en la plaza. Sola.

Theo se había ido hacía unos segundos y yo no había sido capaz de pararle. Ni siquiera me dirigió una palabra. Simplemente se había ido.

Cuando conseguí ponerme de pie, no sin esfuerzo, me di cuenta de que nuestro enfrentamiento había ocasionado graves desperfectos en la plaza: Los adornos de la fiesta habían sido arrancados con fuerza, algunos balcones habían caído y varios cristales pertenecientes a las ventanas se encontraban en el suelo.

¿Yo había causado tal destrozo? Jamás había imaginado que mi poder pudiese llegar a ser tan fuerte. De repente, escuché unos gritos que provenían de detrás mía.

  — ¡Susan! — gritaba un chaval, que sostenía a otro a duras penas. Indudablemente, era Caleb el que estaba llevando a Sam. Esperaba que no estuviera muy grave después de que Sasha le hubiera herido.

Nos costó llegar a donde se encontraba el otro, ya que yo seguía débil y Caleb cargaba con Sam. Vi que estaba consciente, aunque respiraba con bocanadas, signo de que se le costaba aguantar el dolor. Sin embargo, me tranquilicé al ver que no parecía tener una herida demasiado grave.

 —¿Cómo habéis conseguido escapar de Sasha? ¿Cómo te encuentras, Sam? Túmbate en el suelo, intentaré ayudarte con la herida  —expresé apresuradamente. Quería saber todo lo que había ocurrido desde que me había ido. 

Caleb colocó a Sam en el suelo y, con las pocas fuerzas que me quedaban, empecé a enfriarle la herida. Ésto pareció que le sentó bien y me dirigió una mirada de agradecimiento. 

  — Sasha se fue en cuanto ese remolino desapareció de la plaza. Me soltó y desapareció sin más. No lo entiendo. Hay algo que no encaja en ésto...— explicó Sam— ¿Tantas molestias para nada?

 — ¿Esa del huracán has sido tú? Era enorme. Se tuvo que ver desde todas las partes de la ciudad — le cortó a Sam un asombrado Caleb.

  — Sí, o al menos es creo. Nunca había hecho tal cosa  — respondí, recordando todo lo que había pasado en la escena desde que me separé de ellos— Theo me estaba esperando aquí. Tuvimos una lucha y luego se fue sin más, dejándome libre.

  — Ésto no tiene ni pies ni cabeza, ¿Para qué montar tanto alboroto para luego irse sin más?  — preguntó Caleb, pensativo— Les gusta el espectáculo pero con algún fin. Espero que Jack y Beth tengan algo nuevo.

De repente, caí en la cuenta: Beth y Jack se habían quedado luchando con Maxon juntos a un grupo de policías y no sabíamos de ellos desde aquel entonces. Esperaba que hubieran conseguido atraparlo sin mucho jaleo. Sin embargo, mi parte realista sabía que eso era complicado.

  — Deberíamos salir de aquí cuanto antes. Tenemos que informar a Bonnie y Oliver, además de encontrar a Elsa, Zoe, Jack y Beth— informé a mis amigos. Ambos asintieron y levantamos con cuidado a Sam, que ya se encontraba mejor del dolor.

En ese momento, escuchamos unos ruidos de sirena que parecían acercarse a la plaza. Sentía un mal presentimiento, cosa que era demasiado frecuente para mi pesar.

  — Caleb, necesito que te transformes en alguien que pueda pasar inadvertido. Nosotros no podemos no llamar la atención pero tu poder es idóneo para esta situación— indiqué. Al principio,  me miró con una mezcla de extrañeza y curiosidad pero hizo lo que le dije. Se convirtió en un anciano de unos ochenta años, con el pelo blanco como la nieve y unas grandes arrugas que surcaban su rostro. Incluso se encorvó para simular que tenía problemas de espalda.

  — Espero que aquí no conozcan al actor Christopher Lee, porque me he basado bastante en su aspecto y en su voz.  — expresó  Caleb, con una voz totalmente distinta a la suya.

  — Idos. Ya. Necesito que vayáis a buscar a los demás. Yo no puedo ni moverme del sitio de lo mal que estoy —le ordené. Ellos no parecían estar de acuerdo con mi decisión.

  — ¿Y dejarte sola aquí? ¿Estás loca?— comentó Caleb con gran desacuerdo— Soy el único que está en buenas condiciones, aunque por el aspecto no lo parezca. No podrás hacer nada tú sola.

  —Tienes razón    — respondió Sam,  dándole una palmada en el hombro— Yo me quedo con ella. No podrás llevarme mucho tiempo y te retrasaré, con lo cual pueden que nos cojan a ambos al final. Así que vete tú solo, que yo la protegeré.

  — Primero, no necesito que nadie me proteja. Aunque gracias por tu preocupación  — repliqué un poco molesta— Y segundo, si lo haces sería ponerte en peligro de forma gratuita.

  — ¿Tan gratuita como la tuya? — alegó mi amigo—Caleb, márchate. Te lo digo muy en serio

  — Está bien, matrimonio. Ya me voy   — suspiró exasperado nuestro falso anciano —Ahora entiendo el cómo se siente Elsa cuando la dejamos de lado en algunas actividades. Intentaré ser lo más rápido que pueda. Y no os matéis entre vosotros hasta que vuelva.

Acto seguido, corrió hasta que llegó hasta una de las calles que conectaban la plaza con la zona comercial. Esperaba que nadie lo hubiera visto.

  — Acabas de condenarte, Sam. Eres un cabezota y ahora nos cogerán a los dos  — expresé enfadada. 

  — Seré un cabezota pero no tanto como tú. En verdad te aterraba la idea de estar sola y te alegras de que me haya quedado contigo, aunque no lo quieras admitir.

 — Eso no quita que haya sido una estupidez por tu parte— repliqué, girando la cabeza hacia el lado contrario de donde estaba él.

  — Una de las muchas que se hacen por amor —suspiró él. No sabía qué responder a eso, así que me quedé callada. Un silencio tenso apareció entre nosotros.  

Las sirenas cada vez estaban más cerca. A los pocos segundos observamos cómo varias coches  de policía entraban en la plaza. No era extraño que hubieran venido(ya que el destrozo y el ruido que habíamos hecho no podía haber pasado desapercibido). Sin embargo, nos dimos cuenta de que los problemas no habían hecho más que empezar cuando todos aquellos vehículos hicieron un círculo alrededor nuestra.

Sam pareció ponerse en situación de ataque pero, al hacerlo, emitió un quejido que seguramente fue fruto de su herida. 

De los coches salieron varios agentes, todos con su arma reglamentaria apuntándonos, aunque de forma cauta. Podría haber atacado pero dudaba que en nuestro estado pudiéramos ganarlos a todos. Era mejor no arriesgarse.

  — Estate quieto, no te muevas. Puede que nos disparen al mínimo movimiento que hagamos —   le susurré para que no nos escucharan.

 — No podría moverme ni aunque quisiera.  — comentó, casi sin mover la boca.

—Hа колени или мы будем стрелять—gritó uno de los que estaban allí que, por su aspecto, era el jefe. Yo lo entendí perfectamente.

 —Arrodíllate, Sam. Nos dispararán si no lo hacemos—le expliqué, al mismo tiempo que le ayudaba a hacerlo. Él me obedeció, aunque a regañadientes.

  — ¿Nos vamos a rendir sin más? A saber qué nos van a hacer esta gente. Además, a mi no me pueden dar las balas si utilizo mi poder   — murmuró, aunque demasiado alto. Una pistola fue colocada en su cabeza, tocándole la sien. 

  — Pero a mi sí — agregué. Pareció ser un argumento válido para él.

Nos pusieron un par de esposas a cada uno, siempre con la atenta mirada de varias pistolas a nuestro alrededor. Temía que Sam se pusiera violento aunque, con su estado, era difícil aunque no imposible. Además, no era precisamente un cabeza hueca. Al menos,  si le apuntaban con una pistola

  Ninguno de los allí presente nos dirigió ninguna palabra. Simplemente nos metieron en un coche de policía a cada uno. Empezaba a temer que fueran agentes de Gamma pero sabía que sólo eran paranoias mías. Recordaba a uno de los que me acompañaban de haberlo visto patrullando cuando estábamos dando el paseo con Nina.

Cuando llegamos a la comisaría, nos dirigieron a la parte baja del edificio, un sitio oscuro donde descubrí que estaban los calabozos. Íbamos acompañados de varios guardas y Sam cada vez estaba más pálido.

  — Necesita atención médica — comuniqué en ruso al guardia que tenía al lado. Él se hizo el sordo. Éso sólo hizo que me enfadara aún más.

Abrieron la puerta del calabozo más alejado de las escaleras, donde descubrí, con asombro, a mi amigo rubio. Estaba sentado en el suelo, con la cabeza gacha. La levantó al escuchar como la cerradura se abría y vi como tenía sus mejillas empapadas de lágrimas, además de sus ojos rojos. Nos tiraron a la celda, cerrando la puerta tras nosotros.

Me arrojé encima de él, asustada, y le cogí las manos. Sam se colocó a su lado, aunque con dificultad.

  — ¿Qué te pasa? ¿Estás herido? ¿Y Beth? ¡Háblame! — empecé a preguntar, con los nervios a flor de piel.

Me respondió con una frase.

  — Beth está muerta. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top