Capítulo XII

   Muy temprano me despertó el timbre del portero.

—Hola, soy Ignacio.

Lo dejé pasar ya que tardaría un tiempo en despertarme del todo.

—Buen día—- traía una canasta de desayuno y una ancha sonrisa— ¿Dormiste bien?

Casi no había podido, pero mentí.

—Si, claro ¿Qué haces con todo eso?

—-Invitarte a desayunar. Como me levanto temprano pasé por una confitería. ¿No estarás a dieta? —me preguntó mientras se comía un alfajor de tres capas.

—Noooo. Dejame mirar la agenda.

—De ninguna manera, primero el desayuno ... después lo demás ¿Sí?

Me convenció y me senté a su lado relajada y naturalmente, como si estuviera con Laura. No sabía si hablarle de Gonzalo y finalmente le pregunté:

—¿Viste a Gonzalo?

—Ayer estuvimos en las obras,van adelantadas, creo que terminaremos antes de lo esperado.

Respiré con alivio y él se extrañó:

—No me digas que querés deshacerte tan pronto de mí. ¿No soy simpático?

—No es eso —atiné a decir— es Gonzalo no me siento cómoda trabajando con él.

Me miró extrañado.

—¿Tuviste algún problema? Contame.

No quise echar más leña al fuego y negué:

—No...no es nada. Vamos se hace tarde.

—¿Seguro? -insistió-

—Seguro — afirmé— con falsa convicción.

En el taller dejé que Ignacio tratara con el mecánico, ya que nunca entendía el idioma en que me hablaba. Nos llevamos el auto. No me gustaba conducir prefería manejarme en taxi, pero bueno ya estaba listo al menos hasta que la computadora se revelara nuevamente.

—¿Tenés un día muy complicado, o podemos comer juntos?

—No, hoy como con Lau en el vivero. Ella hace una buena pasta.

—¡Qué rico! Hace rato no como pasta.

Se estaba invitando muy suelto de cuerpo. Y como corolario, agregó:

—Bueno, a las dos en lo de Lau. ¡Compromiso!

Sabiendo que venía Ignacio, Laura se esmeró en la preparación de la pasta y yo me encargué del postre que era mi fuerte.

—Comimos alegremente, parecíamos una familia.

—¿No tenés un hermano? —soltó Laura a boca e jarro.

—No —se sorprendió él-—Solo una y es mujer, tiene dos niños hermosos.

—¡Una pena! —se lamentó mi amiga— ¡Podríamos hacer un buen cuarteto!

A Laura las palabras no le salían sin pensar, resbalaban sin contención alguna; sin embargo, Ignacio no se molestó, siguió comiendo divertido, haciéndo caso omiso del comentario desubicado. Luego de probar el cheese cake de frutos rojos, afirmó:

 —¡Me caso con vos, ahora mismo! Y reímos algo nerviosos.

—No se si podré trabajar por la tarde, ustedes atentaron contra mi porte elegante.

Y se puso de pie.

—Muchas gracias, Laura. 

La saludó con un beso en la mejilla.

—Te acompaño —ofrecí— Y salimos atravesando el jardín. Al llegar a la salida me sorprendió con un dulce beso, muy suave en la boca, se detuvo unos segundos y al no encontrar resistencia inició otro más profundo, que me estremeció por completo. ¡Qué sensación de indefensión!... y de profunda soledad tuve en ese momento. Creí que si me soltaba, me desarmaría como un barrilete en medio de la tormenta. Pero el me abrazó muy fuerte y me guardó en su pecho con ternura. Después, me dejó sola y desorientada en medio de las macetas.

—-Nos vemos — y salió  con las manos en los bolsillos, silbando una cancioncita.




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