CAPÍTULO 4
—Ay, Señor. No sé por qué diablos hice eso —decía Ritsu en medio de una crisis nerviosa, en el baño de la oficina.
Habían confesado al fin dos cosas que no planeaba tener que decirle a nadie nunca, y ni bien terminó de hablar con todos, se dio cuenta de la dimensión de sus actos.
La ansiedad le llenaba el cuerpo de una desbordante adrenalina. No podía parar de andar de un lado para el otro, como tampoco podía contener el temblor de su cuerpo.
Estaba aterrado a pesar de que su razón le decía que todo había ido bien, que lo peor había pasado y no había sido tan malo. Pero su parte tremendista le sugería montón de tonterías que le provocaban querer vomitar.
Takano, inquieto por la tardanza de ese que amaba, se encaminó al baño donde su amado había ido. Rezaba porque nada malo hubiera pasado, y se recriminaba por no haberlo seguido como fue su primer instinto.
Lo encontró llorando entre jadeos, sosteniéndose del lavabo.
—Onodera —habló algo fuerte el azabache—, ¿pasó algo? Oí, Onodera, dime qué pasó.
La angustia en la voz del hombre que le había obligado a erguirse al jalarlo mientras casi gritaba su nombre le dio una razón para calmarse al de ojos olivo.
—Soy un idiota —dijo el chico ojiverde aferrándose al torso del azabache—, no debí decir nada, ahora todos pensarán que soy raro.
Talano Masamune respiró al fin. Ni siquiera se dio cuenta de ello, pero ahora entendía que la presión en su pecho era porque no había estado respirando con normalidad.
—Nadie pensará que eres raro —aseguró el azabache abrazando al que lo abrazaba—, no más de lo que ya pensaban antes que eras.
Lo último lo dijo a son de broma y, aunque Onodera no sonrió, se relajó un poco.
» Además, no se atreverían a decir nada del chico que me hará padre —añadió Takano—. Soy su jefe, se quedarían sin trabajo.
Ese comentario sí que hizo reír al rubio. Sería la compañía, o la promesa implícita de protegerle, pero en serio se sentía mucho más relajado.
» Deja de pensar tonterías y vuelve a tu escritorio —pidió Takano empujando con su índice la frente de Onodera para que le diera la cara—, no olvides que también soy tu jefe, y los que no trabajan no me sirven.
Onodera refunfuñó. Era un comentario que no debía molestarle, sabía que el otro no lo había dicho con esa intención, pero a sus hormonas no les cayó del todo bien lo dicho. Pensándolo un poco más, sí le había molestado, así que, para controlar un poco su ira ejecutaría una pequeña venganza.
—Si me corres —habló el chico—, podría cambiarme a literatura, o volver a la empresa de mi padre.
Los ojos de Takano se abrieron enormes y, cuando la cínica sonrisa del ojos olivo se le clavó en la retina, movió la cabeza en negativas, sacudiéndose también el agujero negro que pretendía tragarse sus entrañas.
—¿Estás bien, Ritchan? —preguntó Kisa viendo a su compañero tomar asiento a su lado—. ¿Te sentiste mal?, ¿quieres que te traiga algo para mejorar?, ¿se te antoja algo rico ahora?
Onodera sonrió. Las cosas definitivamente cambiarían, pero probablemente no lo harían para mal.
Y fue así. Onodera se convirtió en el centro de atracción, no solo de su departamento, sino de todos los departamentos que le conocían y trataban. El proyecto no había sido popular, era complicado que alguien aceptara como si nada el dejar atrás su "masculinidad". Onodera tampoco se lo había planteado. De no ser por ese accidente que ahora agradecía, tampoco se habría permitido gestar.
Pero, luego de Onodera y los pocos valientes que se anotaron, el proyecto era tomado en cuenta de vez en vez. Algunos ya se lo planteaban, aunque eso significaba cambiar todo lo que habían decidido para su futuro.
Es decir, a pesar de amar a un hombre, habían pensado que solo serían dos hombres juntos para siempre, sin dejar nada más que recuerdos que pocos atestiguarían, y que pronto se olvidarían.
Nadie había pensado que sería tan fácil cambiar la concepción del mundo. Aunque no era nada fácil, en realidad. Los cambios emocionales, debido a las hormonas, eran la menor de las dificultades para los embarazados. Los cambios internos eran una tortura, ya ni hablar del sinfín de incómodas y vergonzosas situaciones que debían enfrentar.
Onodera lo sabía, ese tirón en su abdomen, desde el ombligo hasta la boca del estómago, era la causa de sus nauseas que, de vez en vez, le provocaban vomitar; también estaba la incomodidad constante, la inflamación que alteraba los órganos aledaños y le provocaba esas situaciones vergonzosas que no quería ni mencionar y, para rematar, la retención de líquidos que le hinchaban las extremidades cual cerdo gordo.
Los cambios físicos se notaban, y le alteraban la autoestima y la confianza en sí mismo. Tres veces al día le preguntaba a Takano si aún le quería, a pesar de cualquier cosa que se hubiera descubierto esa vez. Takano aseguraba que le amaba demasiado, sobre todo por esa característica que Onodera no lograba querer del todo.
Y es que, quién querría amar sus pies hinchados, su barriga gorda y estriada, sus brazos regordetes con las manos huesudas, o esos cachetes de niño pequeño que se sonrojaban por todo. Era difícil aceptar que esa extraña forma en el espejo era ahora su figura, la que le presentaba a todo el mundo.
Pero, por ahora todo estaría bien, el invierno le ayudaba a no mostrar tanto de eso que de pronto odiaba hasta llorar. Le aterraba el futuro, ese en que no soportaría ni siquiera un suéter, mucho menos un abrigo gruesísimo que le tapara la incomodidad.
* *
—Voy a las máquinas expendedoras —anunció Kisa poniéndose en pie—, ¿quieres que te traiga algo, Ritchan?
Onodera negó con la cabeza, respirando profundo. No sabía por qué, pero la ansiedad lo estaba volviendo loco. Así que se puso de pie también, y dijo que acompañaría a su compañero.
Takano se relajó un poco, odiaba permitirle hacer cosas solo, pero se consolaría un poco en que llevaba compañía para centrarse en eso que debía hacer: su trabajo como editor en jefe de su departamento.
» Sabes —habló Kisa mirando con emoción el abultado vientre de su compañero—, cuando te veo andar como patito, y sonreír mientras miras tu pancita, me dan muchísimas ganas de ser papá, como tú.
Onodera le miró con un poco de sorpresa. Él estaba seguro de que lo más notorio en él eran las quejas por todo lo que le pasaba, y su recurrente mal humor. Pero, al parecer, su compañero y amigo había visto cosas buenas y tiernas sobre todo lo malo que parecía el embarazo.
» ¿Es difícil? —preguntó Kisa, en serio curioso.
—Es difícil —concedió Onodera—, pero es muy satisfactorio también. Me quejo mucho, porque hay demasiado de qué quejarse y tengo boca para hacerlo, pero sé que valdrá la pena. Así que solo soportaré todo hasta el final, cuando toda esta locura cobre sentido.
Onodera terminó acariciando su vientre, mirándolo con esa afabilidad que siempre tenía para su bebé. Kisa sonrió. El ya estaba emocionado, escuchar a su amigo le hacía entusiasmarse con la idea
Llegaron a las máquinas, Ritsu tomó lo más sano que se encontró en ellas y comenzó a sentir que su ansiedad disminuía mientras más de esas patatas horneadas consumía.
» Debiste decirme que tenías hambre —rezongó Onodera palmeando su vientre—, no necesitabas volverme loco.
—Oh Dios —chilló Kisa—. Es tan bonito que le hables a tu bebé, quiero uno también.
Estaba enternecido, y decidido. Lo platicaría con su pareja. Yukina aún no terminaba la universidad, pero su edad era un punto a considerar si de verdad quería ser padre. Y en serio quería ser padre del hijo de ese que amaba.
Onodera se sonrojó. Para Takano y él era normal hablarle a su abdomen. Seis meses de embarazo le aseguraban a la pareja que había alguien creciendo ahí. Un pequeño que comenzaba a dar señales de vida con sus movimientos repentirnos y muy notorios, además de muy sentidos.
Volvieron a la oficina, Onodera revisó el reloj en la pared sobre el ventanal que respaldaba a su jefe e hizo una pregunta para este.
—¿Te falta mucho? —cuestionó Ritsu llegando hasta el padre de su bebé—. Me muero de hambre.
Takano sonrió. Aún era extraño que el rubio se interesara en él. El tsunderismo no tenía cura, al parecer.
—¿Tienes hambre? —cuestionó Takano a su bebé, recargando su frente en el abultado vientre de su amado y sonrojando al embarazado—. Pues vamos a comer, igual el trabajo no va irse a ninguna parte.
Los demás presentes en la oficina se enternecieron, a algunos les ganaron los nervios y se notó en esa sonrisita que les delineó los labios.
Onodera rezó porque se lo tragara la tierra, pero no sucedió, por eso agradeció a Takano que lo sacara de ese lugar.
* *
—Es un barón en prefectas condiciones —dijo el médico que atendía a Onodera.
Era su sexta revisión, y en la del quinto mes el pequeño no se había dejado ver. Ahora era claro lo que el médico veía en la pantalla, pues Takano y Onodera no distinguían nada.
—Bien —dijo Ritsu entre asqueado por el gel en su vientre y feliz por la noticia. Y no es que le hiciera feliz que fuera un niño, habría amado igual su bebé si fuera una niña, pero le gustaba la idea de conocer el sexo de su hijo—. Ahora podemos elegir un nombre y comenzar a comprar cosas.
Takano sonrió, como hacía demasiado tiempo lo hacía, extasiado en la felicidad de ese que amaba y que, aun si no lo decía, le amaba también. Su interior se lo decía, se lo había dicho mucho antes, pero a penas ahora le creía.
—Seguro encontrarán un buen nombre —dijo el médico inmiscuyéndose en una conversación que no le concernía, pero no podía permitirles dejarse atrapar por su burbuja, aun necesitaba terminar de hablar—. Hay que comenzar una rutina de mínimo esfuerzo —indicó el médico—, y cero estrés y presiones. El primer embarazo es impredecible, aún en las mujeres que fueron hechas para la maternidad, no sé qué podemos esperar nosotros, pero será mejor llevárnoslo con calma, para no arriesgar.
Ritsu lo entendió. Él, que había estado preocupado desde el inicio del embarazo, era quien más miedo temía a lo que pudiese ocurrir. Y es que, cuanto más tiempo pasaba, y más se notaba lo evidente, más consciente era de lo que en él ocurría.
Takano presionó con fuerza la mano de Onodera, reafirmando algo que el otro sabía ya: Takano Masamune estaba con él, a su lado y de su lado.
* *
—Tal vez deberías dejar de trabajar —sugirió el azabache de camino a casa.
—¿Y volverme loco en casa sin nada qué hacer y ansioso porque nadie me vigila? —cuestionó Ritsu—. Claro que no. Aunque sea calentando la silla, pero en la oficina vas a aguantarme hasta que esto termine.
Takano sonrió. Esa opción le encantaba.
Continúa...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top