CAPÍTULO 3
—Vamos, Onodera, despierta —pedía Takano por cuarta vez, obteniendo el mismo resultado que las veces anteriores, un quejido, balbuceos y que el chico que mencionaba ni siquiera abriera los ojos.
Ritsu entraba a su cuarto mes de embarazo y la excesiva e incontrolable somnolencia era el menor de sus problemas. El ojiverde vomitaba hasta lo que no se comía, su irritabilidad y sensibilidad eran demasiadas.
Takano no odiaba la condición de su amado, de hecho, luego de que Ritsu se declarara feliz, también había comenzado a sentirse de esa manera, a pesar de lo problemáticas que resultaban sus hormonas.
No odiaba su condición, pero rezaba porque terminara pronto. Es decir, su amado siempre había sido medio tsundere, ahora era tsundere y medio, rayando en el yanderismo.
Pero no era todo el tiempo, Onodera Ritsu también tenía sus buenos días, y eso hacía que valiera la pena todo lo que les tocaba aguantarse el uno al otro, eso y su hijo eran lo que hacían que valieran la pena tantos pleitos y corajes, y tantas lágrimas sin razón y sin sentido.
Luego de un sexto intento, apoyado por levantar al chico a la fuerza, pero con suavidad de la cama, Takano logró que Ritsu abriera los ojos poniendo cara de asco. Sus malestares matutinos habían despertado con él.
El joven rubio llevó su mano derecha a la boca, conteniendo lo que casi salió de ella luego de un respingo. Respiró profundo y sobó su vientre con la otra mano.
—Por favor hoy no —pidió para el causante de todos sus disturbios y malestares, pero también de la mayor felicidad que había recibido en la vida—, necesito que te portes bien, debo presentar un proyecto importante. Por favor, bebé.
Takano que, desde atrás de la puerta escuchó algo parecido a un soliloquio, sonrió complacido, y luego, cuando Ritsu corrió al baño a devolver el estómago, sonrió feliz. Su hijo seguro sería un consentido, sin nacer ya los hacía como quería, a los dos.
—¿Necesitas ayuda? —cuestionó Takano sin entrar al baño.
Ahora que sabía que el otro no se iría a ningún lado, pues de por sí mismo decidió compartir departamento con él, se sentía cómodo respetando los espacios y tiempos del otro. Ya no temía que Onodera desapareciera.
—No —dijo Onodera luego de resoplar con cansancio—, no, sabes qué, si necesito ayuda. Corrí muy de prisa, ahora veo doble.
Takano entró al baño para atestiguar una escena entre preocupante y tierna, vio al casi moribundo Onodera Ritsu aferrado a la taza del baño.
Lo levantó sin prisa, pretendiendo que la estabilidad volviera al estómago de su amado, entonces volvió a la habitación para depositarlo en la cama con sumo cuidado.
—No tienes que esforzarte —dijo Takano quitándole el pijama salpicado de vomito y tomando una camisa para ayudarle a colocarse—, la presentación puedo hacerla yo.
Onodera recargó su cabeza a la cabecera de esa cama que ya sentía casi suya, considerando la propuesta del otro. Takano conocía bien el proyecto, así que esa opción no era del todo mala.
—Dame veinte minutos —pidió Onodera recomponiéndose—, si no logro que el desayuno no me abandone luego de ingerirlo, entonces aceptaré tu propuesta.
—¿La de matrimonio? —preguntó Takano de manera juguetona, provocando que el rubio le fulminara con la mirada.
—No —respondió sin poder mantener la seriedad con que inició la cortísima palabra—, la de hacer mi trabajo.
Takano respondió a la enorme sonrisa de Ritsu con una más discreta, pero no por eso menos feliz. El joven estaba enloquecido, reaccionaba siempre de manera impredecible, pero adoraba todo de él; sobre todo cuando la simplicidad le ganaba a las otras emociones y el de ojos olivo sonreía por absolutamente todo.
Takano abotonó la camisa del que amaba con dificultad, el abdomen donde su bebé vivía ahora se abultaba hermosamente ya. Eso casi molestó al embarazado, pero desistió del desagradable sentimiento cuando vio la ternura con que su jefe acariciaba a ese que era de los dos por sobre la estirada tela de su camisa.
—¿Necesitas ayuda con los pantalones? —preguntó Takano encarando a Ritsu.
—Sí —dijo el cuestionado—, pero no la tuya, la de un par de barras de mantequilla para que resbalen mis piernas godas por las patas del pantalón, o la de un sastre que añada un poco de tela en la cintura.
—Los pants te quedan bien —señaló Takano ganándose otra mirada matona de esos ojos verdes que adoraba.
—No haré una presentación en pants —aseguró Ritsu.
Takano asintió. Por supuesto que no era lo más conveniente, pero probablemente sería lo único posible.
» Quiero jugo de toronja —dijo Ritsu de la nada, revisando el closet para encontrar sus pantalones menos ajustados.
—Hice jugo de naranja —refunfuñó Takano.
—Pero no quiero de naranja, quiero de toronja —repitió el embarazado provocando a su compañero de piso suspirar.
—Bien —dijo casi en gruñido, andando a la cocina a confirmar lo que sospechaba, no tenían toronjas porque la semana anterior el rubio aseguró que las odiaba y las sacó de la cesta de compra cuando hicieron juntos el super.
Takano salió de la casa, por fortuna cerca había un mercadillo donde vendían de todo tipo de frutas y abrían realmente temprano. Era su lugar favorito desde que los antojos de Ritsu habían comenzado.
Ritsu se probó sus pantalones más grandes y por poco casi le cerraban, se probó otros desesperanzado, sabía que, si los primeros no le quedaban ya, el resto menos lo harían, y ninguno le cerró.
Con frustración talló su cara y miró fastidiado el altero de pants que amaba usar en casa, pero que no le gustaría llevar al trabajo. Medio molesto aventó los pantalones al closet, provocando que uno de los alteros se fuera al piso.
Respiró profundo y levantó las prendas que había tirado en un puño, y así los colocó en el guardarropa, percatándose que hasta arriba del molote habían quedado unos pantalones de su compañero de cama y paternidad.
Por pura curiosidad se los probó también, sabía que eran bastante más grandes que los suyos, y de hecho le complació lo amplios que le quedaba, no lo suficiente como para que se le vieran mal, pero si lo bastante como para sentirse cómodo con ellos.
Cuando Takano entró a su departamento se encontró a Ritsu bebiéndose el jugo de naranja que antes había preparado, y fijó su vista en una prenda que le resultaba muy familiar.
—A tu hijo le gustaron —excusó Ritsu prometiendo con la mirada al otro que, si se atrevía a reírse, se quedaría sin pelotas.
—En tal caso, supongo que no puedo quejarme —dijo Takano andando hasta el que terminaba ya su plato con frutas—. ¿Crees soportar algo más pesado?, ¿un emparedado?
Ritsu negó con la cabeza. Seguro algo más que agua en su estómago volverían un infierno el trayecto de casa a la empresa.
» ¿Aún quieres el jugo de toronja? —preguntó el azabache y el rubio asintió emocionado.
—Dos litros de eso, por favor.
Takano volvió a sonreír, al parecer, al final, su consentido había decidido sí portarse bien. Ritsu se veía de bien ánimo.
Terminaron de desayunar y bajaron por las escaleras hasta el estacionamiento del edificio. En sus buenos días Ritsu evitaba todo lo que pudiera acabar con ellos, como los inestables movimientos del elevador.
El camino no fue del todo bueno, pero el aire fresco del invierno comenzando a llegar le mantuvo sereno.
Cuando llegaron a Marukawa Ritsu se estremeció, encarar a sus compañeros no era fácil. Ni él ni Takano habían mencionado aún el embarazo, y cada día era un poco más posible que alguien lo notara.
—¿Quieres que reserve en alguna parte para comer, o que mande traer algo? —preguntó el editor en jefe del equipo doncella.
Ritsu lo pensó y, acomodándose los pantalones, decidió lo que quería hacer.
—Vayamos a comer a un centro comercial, necesito comprar ropa, seguro ya andando ahí algo se me antojará.
Takano asintió, le diría que si a casi todo lo que pidiera ese que amaba. A Ritsu solo le negaría la posibilidad de irse de su casa o cualquier cosa que pudiera poner en riesgo su integridad o la de su hijo. Dos cosas que estaba seguro no pasarían.
Ritsu agradeció que el clima fuera tan fresco, casi frío, su abrigo era un gran confidente, ocultaba perfectamente lo que apenas se comenzaba a notar, pero cuando llegó a su lugar de trabajo odió lo que a todos tenía contentos.
—¿Qué tal? —preguntó Kisa emocionado—. Al fin nos arreglaron el calentador ambiental.
Ritsu respiró profundo, analizando sus posibilidades. ¿Soportaría quedarse con el abrigo en ese nuevo cálido clima? Por supuesto que no.
—Chicos, yo... yo tengo que decirles algo —balbuceó Onodera aferrándose con fuerza a los botones del abrigo.
Sus compañeros de trabajo le miraron con curiosidad. La actitud del joven era intrigante.
» Yo participe en el proyecto cigüeña, y voy a ser papá.
Los cuatro restantes del equipo le miraron llenos de sorpresa; aunque Takano lo sabía, que lo dijera sin tapujos le tomó en curva.
Nadie dijo nada, y el silencio fue más sepulcral aún cuando el embarazado se quitó el abrigo y lo entregó a Takano.
—¿Por qué les dijiste? —cuestionó en un susurró el azabache aceptando el abrigo que le daba—, pensé que no querías que nadie lo supiera.
—Yo no iba a pasar todo el día con el abrigo puesto para ocultar lo inocultable —señaló Onodera como si nada.
En serio que era un buen día. De haberlo tenido que afrontar en uno de sus días malos, seguro habría terminado llorando hasta quedar todo hinchado.
—Felicidades —dijo de pronto Mino, invitando al otro par de compañeros a hacer lo mismo. Kisa incluso lo abrazó.
—Tu pancita es hermosa —dijo el hombre que más parecía un adolescente. Ritsu sonrió, que sus compañeros no le juzgaran mal le hacía mucho bien—. ¿Quién es el otro papá?
La pregunta de Kisa le hizo atragantarse con su propia saliva, y sentir que la fruta del desayuno volvería por donde había entrado justo en ese momento.
—No tienes que decirlo —aseguró Hatori leyendo el nerviosismo de su compañero—. ¿Podrías por favor ser un poco más prudente, Kisa?
—Lo siento —dijo el reprendido por Hatori.
—Está bien —dijo Ritsu—, igual se enterarían algún día. El otro papá es...
—Soy yo —confesó Takano tomando la mano del que amaba para compartirle un poco de serenidad.
Continúa...
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