7.Bienvenidos a Humbrella

Martes, 21 de abril

Emma:

Humbrella era una ciudad como otra cualquiera, con sus parques rurales, calles estrechas y pocos vecinos. Era una ciudad pequeña, pero apacible para vivir, aunque quizá no en la que pensarías de primeras para crear una familia si tuvieras una enorme fortuna y varias páginas de Google aparecieran con solo escribir tu nombre ¿Pero que puedo decir? Mis padres nunca fueron los más normales.

Mis progenitores se mudaron a esta ciudad perdida en el mapa muchos años antes de que naciera, buscaban un lugar tranquilo, lejos de la ajetreada vida de las grandes ciudades, para formar una familia, y eligieron Humbrella. Gracias a nuestro apellido la ciudad no era como la interestatal olvidada de los dibujos animados de autos de carreras con vida.

Me gustaba vivir aquí la mayor parte del tiempo. Era tranquilo, pacífico, rural hasta cierto punto que solía recordarme a mis viajes a la tierra natal de mamá. Pero había momentos, momentos como este, en el que deseaba vivir en una ciudad enorme, con innumerables cantidades de centros comerciales y cafeterías y no con un simple complejo de tiendas “Humbrella shop" en el que compraban todos los habitantes de la que, ahora me parecía, diminuta ciudad. Incluso ella. Marie Philips, la número uno en todo el instituto y mi más cercana amiga. Resaltese el sarcasmo en la última frase con marcador fluorescente y tres rayitas.

Había ido de tiendas por unas simples zapatillas para correr, las últimas estaban al borde del desgaste. Pero con tan mala suerte que la tienda ya estaba ocupada por Marie, quien se probaba un par de tacones de tonos chillones, seguro para disimular su falta de estatura.

Era increíble lo que una buena autoestima le podía hacer a alguien. Estaba segura de que ella era la única capaz de atreverse a usar tacones forrados con tela de leopardo y conjuntarlos con leggins verdes fosforescentes y lucirlos con tanta seguridad, como si estuviera creando una nueva tendencia. De todas las virtudes que poseía esa era, quizás, la única que le admiraba. Todos debíamos tener, al menos, la mitad de seguridad en nosotros mismos de la que desbordaba Marie Philips.

Ella me invitó a acercarme, cuando casi se tuerce un tobillo sobre unos altisimos tacones rosa fucsia y mi instinto me hizo moverme fuera de mi escondite detrás de una repisa para socorrerla. Cabe aclarar que se recuperó sola del casi accidente, pero ya era muy tarde para volver a esconderme esperando que se fuera, ya me había visto.

—¡Emma, que alegría verte por aquí! Acercate y ayudame a bajarme de estos zancos—todo esto mientras se despejaba el rostro de su corto cabello rubio, se lo había cortado por encima del hombro este verano y aunque las chicas la miraban con recelo todas admitían que le lucia fantástico, y recostaba su brazo en una columna.

—Oh, hola, Marie, que coincidencia encontrarte aquí. No te había visto—me acerqué a ayudarla soltando las mentiras a cada paso. Llevaba un conjunto verde chillón que seguro la hacían fácil de avistar incluso para los aliens.

Se apoyó de mi hombro mientras sacaba los pies uno a uno de los rascacielos a los que llamaba tacones, aunque aún con ellos no sobrepasaba mi altura.

—No creo que sea coincidencia, querida—rió tomando otros tacones de la repisa, esta vez malvas, y sentándose en un banquito—, solo hay una tienda de zapatos decentes en todo este pueblo...y como está en reparación no nos queda de otra que venir aquí.

Rió con su propia broma, en realidad no había otra tienda de zapatos en la ciudad, y siseó como siempre hacía. Al parecer algún defecto bucal la hacia producir esos sonidos cuando reía o hablaba muy alto. Como solo agregué un par de risas incómodas, siguió hablando ella.

—¿Y que zapatos viene a comprar la gran Emma Summer? ¿Preparandote ya para las elecciones estudiantiles?

Estaba claro que ella sí. Llevaba siendo presidenta dos años seguidos, algo que mi padre me reprochaba cada vez que tenía oportunidad, era lo único que me separaba del primer puesto en la élite, ganar las elecciones estudiantiles para presidenta del consejo, y claro, la nota de literatura pero eso mi padre, y mucho menos Marie, tenían porque saberlo.

—Solo miraba, aún no tengo claro si me presentaré a las elecciones este año. Tú eres una implacable rival—la alagué para que obviara mi clara mentira antes, era un secreto a voces que Marie y yo éramos las únicas candidatas al puesto. Los demás ya habían aceptado la derrota.

—Diria algo modesto y educado, pero en realidad es cierto, soy una rival difícil de vencer, ¿pero eso no es lo que hace a un reto divertido?—sonrió y se alejó hacia la caja con los zapatos aún en sus pies—. Piensalo bien, Summer.

Y mientras la vi pagar y marchar con su atuendo verde chillón y sus tacones malvas, recordé apuntar su nombre en mi larga lista de preocupaciones.

(...)

Hoy en la tarde fue la segunda reunión del equipo, otra vez los dos solos. Pasó agradablemente tranquila. Nos enfocamos más en hablar sobre nuestra opinión sobre el amor propio en la sociedad que sobre el libro que escogimos, fue un gran debate y en lo que a mí respecta internamente espero con ansías el viernes.

Es miércoles en la noche y acostada en mi cama, con un pijama demasiado ancho de dos piezas rosa chicle, intento solucionar la montaña de ejercicios que la profesora de matemáticas se encargó, de forma muy amable, de dejarnos. He leído el mismo ejercicio unas tres veces y sigo sin entenderlo, no porque esté demasiado trabajoso, las matemáticas siempre me han gustado, sino porque no me saco de la cabeza uno de los comentarios de Max hoy en la tarde.

Juego con mi lápiz, distraída, y le muerdo la goma de la parte de atrás sin percatarme. Sabe rara y no tardo en escupirla fuera de mi boca poniendo una mueca al final, siempre me pasa lo mismo con los borradores de mis lapices, por eso mamá solo me compraba lapiceros. Mamá. He tenido su recuerdo bastante fresco estos días, quizá porque se acerca la temida fecha o sencillamente porque el sentimiento de añoranza se está volviendo más difícil de ignorar. Es, a lo mejor por eso, que no paro de darle vueltas en la cabeza a las palabras de Max, porque me recuerdan a ella.

Creo que nadie tiene el suficiente poder sobre ti para hacerte menos, eres tú mismo el que lo hace. Las personas más fuertes no dejan que la opinión de los demás los haga desistir, no porque no la escuchen, simplemente porque deciden que hacer con ellas, regodearse en su miseria o utilizarlo para avanzar. Todos deberían saber que nadie es mejor que ellos y que ellos tampoco son mejor que nadie. Y que cada cual, algunos de una extraña manera, son únicos en su especie.

Creo que son las palabras más bonitas que le había escuchado alguna vez decir a Max, demasiado filosóficas en algunas partes como para ser algo que normalmente diría. Mi madre era igual, pocas veces se ponía profunda o soltaba alguna cursilada por su boca, pero cuando lo hacia siempre daba en el punto justo. “Todos somos importantes, tal vez menos que mucho, pero siempre más que nada" esa es la frase por la que la recuerdo ahora, lo más posible es que la hubiera tomado de por ahí, pero siempre sabía hacerlas suyas.

La extraño tanto.

Toda mi infancia la pasé escuchando frases como “eres lo más valioso del mundo", “tenemos mucha suerte de ser tus padres", “hasta que no toques las estrellas no mires al suelo", y millones de expresiones que conformaron mi carácter, mis padres me enseñaron a quererme y a no sentirme nunca por debajo ni por encima de nadie. Quizá con la ausencia de mi madre haya dejado un poco a un lado  esos conceptos, a veces el ser humano necesita escuchar palabras bonitas de otros para llegar a creerselas, pero debo aceptar que los debates con mi compañero de equipo me ha hecho replantearme un par de cosas.

En fin, trigonometría, debo terminar estos ejercicios si no quiero otro reprobado.

(...)

Abrigo en la percha de la entrada, zapatos dentro del zapatero y medias en el cesto de la ropa sucia. O eso debería. Intento arrojarlas de pasada para llegar más rápido al baño pero una cae fuera del cesto y debo entrar al cuarto de lavado y recogerla del suelo antes de volver a encestarla. Troto escaleras arriba, dejo mi mochila en el lado izquierdo del escritorio y abro mi armario. Veamos, me inclino un poco hacia atrás, aguantada de ambas puertas del clóset y miro por la ventana el cielo, un bonito azul claro con un par de nubes demasiado blancas, lindo. Busco un conjunto igual de fresco. Mi clóset está organizado según tonalidades y estación del año, así me toma menos tiempo decidir que ponerme. Lo organicé, al igual que toda la habitación, apenas se marchó Max de nuestra primera reunión. Me moría de vergüenza cada vez que recordaba el desastre que había visto.

Ropa lista, corro hacia la ducha a darme un baño rápido antes de que mi padre aparezca por casa. Esta noche trae invitados y no le va a hacer mucha gracia verme aún con la ropa que llevo al instituto. Claro que no me lo avisó con suficiente antelación y por eso debo correr ahora.

Bañada y con un vestido casual veraniego, me hago un moño bajo con un par de tirabuzones fuera y solo un poco de maquillaje, mi papá siempre dice que mientras más llamativa te veas más vulgar parecerás.  Termino de abrocharme los zapatos en el momento justo en el que escucho voces abajo y un par de risas, ninguna de mi padre como es lógico. Tomo el barandal de la escalera y ensayo una sonrisa amable, pero comedida, hospitalaria, pero no confianzuda, que se crean bien recibidos, pero no demasiado. Palabras de mi padre, no mías.

Una vez en la sala de estar me presenta a sus nuevos socios, Marco Laux y su hijo Pietro, trigueños, de piel dorada y nariz aguileña, quizás se verían atractivos si sus ojos no estuvieran tan separados y pasaran del metro sesenta y cinco, posibles inversores en su futuro hotel en Italia. La cadena de hoteles Summer se expande a Europa es el eslogan que utilizan ahora mismo todos los periódicos para referirse al nuevo hotel que abrirá mi padre, el primero en Europa, el número doce en todo el mundo.

Olivia, la asistenta del hogar, se encarga de la comida y mientras se meten de lleno en la conversación de negocios, devoro, con recato claro,  los ravioles rellenos. Mala suerte la mía que no pueda pasar toda la noche solo abriendo la boca para comer.

—¿Cómo te lleva la vida estudiantil, Emma?—desde que llegaron se olvidaron de las formalidades y nos tutearon a mí y a mi padre pidiéndonos que hiciéramos lo mismo. Pude notar como se le hinchaba levemente la vena del cuello a Elliot, pero no abrió la boca.

—Es bastante ajetreada últimamente, más que nos acercamos a las elecciones estudiantiles—recordé mi conversación de ayer en la tarde y miré a mi padre que me da un asentimiento leve con la cabeza y les sonrío educada a nuestros invitados.

—Mi hija es una de las estudiantes con mejor promedio en todo su instituto, está a pocos pasos de ser la mejor de su año, pero confío en que se encargará de reducir la distancia que la separa del mejor lugar—me observa por el rabillo del ojo mientras lo dice y aunque para otros podría sonar como un simple comentario yo sé que se trata de una advertencia de su parte.

—¿Y ya sabes que carrera escogerás?—esta vez la pregunta viene del menor de los Laux, Pietro, quien con unos modales exquisitos desmenuza el pescado.

Abro la boca para contestar a su pregunta de apariencia simple, pero me quedo en blanco por un par de segundos ¿qué carrera quiero escoger? Sinceramente no he querido meditar mucho en eso. Cada vez que el pensamiento ha venido a mi mente lo he aplazado con la excusa de tener un par de meses aún para decidirlo. Guardo la esperanza de que la respuesta me llegue antes de que tenga que postularme a alguna universidad.

—Está algo indecisa entre seguir mis pasos en administración de empresas o convertirse en abogada como hizo su madre—responde mi padre, decidiendo por mí. Ni siquiera estoy segura que una de esas carreras sea para mí, pero al parecer él ya tomó la decisión.

Sonrío cortés, aunque el que me conociera lo suficiente sabría que también algo tensa, y tomo pequeños bocados de la comida mientras la conversación vuelve a encaminarse a los negocios y me pierdo entre los ademanes educados y los términos de negocios, pidiendo internamente que la cena acabe pronto. Y esperando, con más ahinco aún, que la respuesta de que va a ser mi futuro toque pronto a mi puerta.

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