2.El malhumorado Max
Lunes, 13 de abril
Max:
Amor. Simple palabra de cuatro letras, pero su significado es más complejo que eso. Al menos para la mayor parte del mundo. Para mí es fácil, es un arma, la más poderosa que tiene el hombre según mi opinión. Te atrapa, te encadena, te obliga a depender de lo que otra persona esté dispuesta a dar y tú debes estar bien con eso. Es una forma de justificar movimientos tóxicos y acciones que sobrepasan la línea de lo normal.
Nunca he confiado en el amor, ni siquiera cuando mi familia era medianamente normal y mi hermana seguía por aquí molestándome a cada paso. No, esa basura no era para mí. A diferencia de mi madre para quien el amor era casi un pasatiempo, logrando cada mes superar su marca. Para prueba de ello el hombre frente a mí, una versión avejentada del Teen Wolf de 1985, podría casi decir con certeza a ver visto al hombre dormir varias veces en un banquillo del parque, pero eso nunca ha sido un impedimento para Susan a la hora de conseguir a alguien. Ella no es precisamente un buen ejemplo de buena toma de decisiones, para mejor referencia mi hermana y yo, hijos de padres diferentes y desconocidos incluso para ella.
Desde que llegó...no recuerdo como se llama el nuevo ¿Bob? ¿Steve? ¿Anacleto? Como sea, desde que se sentó a la mesa a devorar la comida alagando las dotes cocinillas de mi madre, a pesar de que todos sabíamos que esa comida había salido de algún restaurante, me desconecté de cualquier tema del que estuvieran hablando. Mis habilidades sociales son bastante lamentables y mi madre siempre repite que con nuevas personas se vuelven aún peor. Mejor controlar a mi ogro interior antes de que tener que soportar el de Susan Donovan. Así que me excluyo de la mesa y cualquier conversación y observo el viejo reloj de pared esperando poder lograr que el tiempo se mueva más rápido y terminar de una vez con esta pantomima de familia feliz. Pero claro, el reloj, como casi todo en esta casa, fue sacado de algún mercadillo y sus manecillas se han negado a moverse desde hace meses. Otra cosa destruida en el hogar de los Donovan. Que novedad.
—Max, tu madre me comentó que estás entre los más brillantes de todo tu instituto—patético intento de conversar y más al decirlo aún con su último bocado en la boca. Odiaba cuando hacían eso—¿Cómo lo llevas?
—Bien—me encojo de hombros, no hay más que decir. El nuevo tipo de mamá eligió el tema con menos para rascar de todos, pero por la mirada devastadora que me está dando mi madre ahora y por el pisotón que se ha llevado mi zapato creo que debería fingir que no es así. Odio fingir.
—A ver, señor... —dejo la frase incompleta en una clara invitación a que me diga su nombre de una vez.
—Oh, llámame Gideon, hijo, señor me hace sentir viejo—ríe haciendo que su barba canosa y kilométrica se mueva también.
No sé si es más patético que se llame Gideon o que viéndose como una persona en sus últimos años de vida se atreva a decir lo que dijo. Parece que se ha acabado el tiempo de ser buen hijo, es hora de dejarle un par de cosas claras a Gideon.
—Señor Gideon, seamos claros, usted no me interesa, yo no le intereso, así que enfoquece en mi madre, seria una sorpresa ver si consigue quedarse más de un mes—y acercandome un poco más a él le digo en gesto cómplice—ni siquiera mi padre lo consiguió. Así que déjeme darle un consejo, aproveche estos quince días que le quedan con ella y no se meta en mis asuntos. Buen provecho.
Me levanto dejando mi comida sin tocar y me marcho antes de que los otros adultos en el comedor salgan de la sorpresa, porque aunque dije confiado mis palabras y ahora me marcho con paso firme y despreocupado, ya temo las consecuencias. Los castigos de Susan son los peores.
(...)
—Rubio—grita una voz desde la entrada del instituto que retumba por todos los pasillos de la institución. Precisamente porque la reconozco es que camino dando grandes zancadas e ignoro la voz molesta que me persigue. No puedo ponerme los auriculares y fingir que la musica tapa su voz porque Susan me los quitó ayer.
—¡Maxi, cariñito!—resoplo y me detengo a medio paso en el pasillo. Si no le hago caso montara una de esas escenas que ama hacer y me avergonzará. Otra vez.
—¿Qué hemos hablado sobre esto?—le recrimino cuando llega a mi lado con su sonrisa radiante, como si en su vida hubiera roto un plato. Me constaba que era el culpable de toda una vajilla destrozada—No quiero que vengas después quejándote que las chicas solo quieren que seas su amigo gay si seguirás comportandote así.
Bufa, como si hubiera dicho algo ridículo y engancha su brazo en mi cuello para forzarme a caminar a su lado. El condenado es fuerte.
—Las chicas saben que tienen a Dylan completamente para ellas, pero que un pedacito de mi corazón es todo tuyo, bebé.
Y me besa la mejilla el muy descarado antes de, entre carcajadas, echarse a correr a través de los estudiantes, olvidando por lo que me había llamado en primer lugar. Por un momento pienso en seguirlo, pero luego recuerdo la pereza que me causa mover mi metro ochenta y cinco a velocidad y se me pasa. Odio los deportes.
Lo dejo corriendo solo, ya se cansará. Así es Dylan Foster. Algunos lo llamarían mi mejor amigo, yo prefiero grano en el trasero. Todos comentan su sorpresa al saber que somos amigos al ver su forma extrovertida y alegre de ser, es como un juguete de pilas que nunca se descargan, y yo, callado, apático con la raza humana y un incordio a veces. Bueno, la mayor parte del tiempo. Aún así no podría pensar en alguien que me entendiera mejor que él, somos como Sherlock y Watson, solo que menos viejos y en el caso de Dylan mucho menos inteligente.
Doy media vuelta y entro a mi primera clase, del otro lado del pasillo, y ocupo mi puesto en primera fila, no me gusta tener que hablar más de lo estrictamente necesario y no hay mejor asiento para ser ignorado por los demás estudiantes que la primera fila. Nadie se atreve a hablar en las mesas más cercanas a los profesores.
(...)
Odio aprender idiomas. En serio, lo odio,me parece una perdida de tiempo. Con el poco capital con el que cuenta mi familia dudo que podamos ir más allá del McDonalds's más cercano ¿para que necesito saber español entonces? Con todos sus verbos, géneros, tiempos verbales y su gramática se dedica a torturarme durante cuarenta y cinco minutos enteros. Si mis compañeros lo supieran dudarían de mi derecho a pertenecer a “La Élite" del instituto, el grupo de los estudiantes con mejor promedio y mayor participación en concursos de toda la escuela. Como la chica a mi lado, Emma Summer, por lejos la más aplicada de todos y, quizás, la chica más cotizada entre el género masculino de la institución, por suerte tiene cerebro y no se deja llevar por palabrería barata. Justo ahora atiende a la profesora Rodriguez como si entendiera todo lo que esta dice mientras yo sólo intento no quedarme dormido en los minutos que quedan
(...)
—¿Te vas a comer eso?—pregunta Dylan señalando mis papas.
—No, Dylan, gasté cinco dólares para no comerme las papas—le digo derrochando ironía.
—Que bien, porque tienen buena pinta—contesta, ignorando mi sarcasmo y robandome las papas del paquete.
Suspiro, cuento hasta diez y decido dejarlo hacer. No estoy para tratar con su retraso, bastante tuve ya con la clase de español y la molesta voz de la profesora.
—Entonces, ¿para que me querías?—interroga hablando con la boca llena mientras escupe pequeños pedazos de comida a la mesa. No suprimo mi mueca de asco.
—Primero; eso es asqueroso, ¿nunca te han comentado que a nadie le interesa como es el proceso de masticación en tu boca?—digo señalando su boca llena de papas—, segundo; necesito tu ayuda en el proyecto de literatura que me encargó la señora Rogers.
Mi amigo traga la comida antes de hablar, toda una cortesía de su parte, y se pasa la mano grasosa por su oscuro cabello, volviéndolo pegajoso y dándole un brillo asqueroso.
—Tio, sabes que te ayudaría en cualquier cosa que me pidieras, pero, ¿en serio me vas a pedir ayuda con algo de literatura? ¿Yo, que no pude ni leer dos lineas de Romeo y Julieta sin quedarme dormido?
Es cierto, se quedó literalmente dormido mientras lo leía durante la clase de la señora Rogers, estuvo castigado una semana. Otra vez. Su quinta vez en ese semestre.
—Pero no tiene nada que ver con leer o escribir o cualquier cosa que relacione pensar, sé que no es tu fuerte.
Dylan me pone mala cara y me roba el paquete entero de papas.
—Solo tienes que entrevistar a los estudiantes sobre un tema que yo te daré y listo. Sabes que no se me da muy bien relacionarme con los seres humanos—le muestro simple, sé que aún no está muy convencido—. Te pagaría.
—Hecho, ¿cuando empezamos? —contesta rápido, sonriendo de lado.
Bufo interiormente, los amigos están para ayudarse desinteresadamente, quien dijo esto seguro no conocía a Dylan Foster.
(...)
—Bienvenidos a la cafetería Flavor, donde cada comida es una explosión de sabor ¿Qué desean?—recito de forma mecánica a la pareja frente a mí y apunto sus pedidos en una libretita antes de salir casi corriendo de ahí.
No sé si ya lo notaron, pero no me agrada socializar con seres vivos...ni muertos. No me gusta socializar y punto.
Dejo el pedido en la ventanilla que comunica con la cocina y me siento en la silla de descanso. Es hora de que me tome los quince minutos libres que me merezco, Zoe puede trabajar sola. Saco mi teléfono móvil y abro mi partida del Candy Crush, me he enviciado con este juego tonto.
Y como si Dylan pudiera sentir que tengo el teléfono en las manos me manda un mensaje. Como todo buen amigo lo ignoro y pongo toda mi atención en la partida, me quedan cinco movimientos y una sola vida, debo jugarlas sabiamente. El celular vuelve a sonar con otro mensaje del chico y deslizo la notificación de la pantalla, un movimiento más y el triunfo es mío.
Mi teléfono no es uno bueno, lo compre de segunda mano y está solo un paso por delante de los celulares con teclas y juegos como el tetris, así que no es muy extraño que cuando Dylan comienza a llenar mi teléfono de mensajes este se apague reiniciando mi partida. Jodida mierda.
Inhalo, exhalo. Repito la acción unas seis veces más antes de volver a encenderlo. Genial, bajó la batería sola. Abro la aplicación de mensajes y avanzo con mi dedo por los sesenta y cuatro mensajes leyendo solo los tres más recientes.
«Contesta, corazón»
«Maximiliano Donovan sé que estás recibiendo los mensajes, me salen las dos palomitas»
Mierda.
«Respondeeeeee»
Suspiro ruidosamente y me paso la mano por el cabello exasperado y le pregunto que quiere.
«Fiesta
Hoy
Tú
Yo
Chicas lindas
Te busco a las nueve, bebé »
Y hago lo más sensato que se podría hacer en este momento. Lo bloqueo y apago mi celular antes de relevar a Zoe, mi descanso ha terminado.
(...)
—Debiste estar ahí, hermano. Las chicas se peleaban por estar conmigo—fanfarronea el idiota de mi mejor amigo comiéndose una vez más mis papas.
—Eras el que llevaba las cervezas.
Niega de forma aparatosa dejando su cabello zanahoria aún más desordenado de lo que lo suele llevar. Este chico en su vida ha visto u oído hablar de un cepillo.
—Nah, todas querían un pedacito de Dylan—le guiña un ojo a una chica que pasa por su lado y lo ignora— ¿Ves? Loca por mí.
Giro los ojos y recupero mi bolsa de papas, por el rabillo del ojo noto una figura corpulenta acercarse y sin siquiera necesitar que termine de llegar ya sé que el imbécil de Dylan se ha metido en problemas otra vez.
—Eh, tú, imbécil. Le guiñaste un ojo a mi novia—el gorila lo alza por la camiseta y le respira como toro embravecido a mi amigo en la cara.
—Amigo, no es mi culpa que tu chica busque algo mejor.
Cierro mis ojos y niego con la cabeza. Presiento el primer puñetazo antes de que llegue.
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