14.Toallitas de papel
Sábado, 2 de mayo
Max:
Hay una larga lista de cosas que odio con todo mi ser. Entre las más altas de la lista está caminar detrás de una persona lenta, es que solo de pensarlo ya me estresa, o ver a alguien hablar con la boca llena. Pero la que está en el número uno y que todo mi cuerpo aborrece, literalmente, es enfermarme.
Odio enfermar, es que no lo soporto. Menos si es una gripe con todos sus mocos, fiebre, sudor y sopas sin sabor porque tu nariz tupida no te permite saborearla. Es, en conclusión, asqueroso.
Pues estaba enfermo, pero para rematar no de una de esas enfermedades que te dejan sordo y que al menos me permitirían dejar de escuchar a Dylan, no, no, tenía que ser una maldita gripe.
Estaba tirado en mi cama, desde hace tres días, rodeado de pañuelos sucios y semi-sucios y con un pedazo de alguna camiseta vieja de mi madre empapada de agua fría en mi frente. Mi progenitora se encontraba en la cocina, desde donde se escuchaban sus intentos de cantar mientras, seguramente, preparaba su asquerosa sopa de ingredientes misteriosos, que si algo debo reconocerle al plato es que sabía tan mal que lograba levantarte de la cama deseando no deber tomarla de nuevo.
Para mayor desgracia Dylan había llamado y luego de asegurarse de que no fuera nada grave como una pandemia mundial o algo así, me avisó de que pasaría por aquí en veinte minutos. Habían pasado cuarenta, pero estaba seguro de que estaba al llegar.
Su llamada, debo admitir, me sorprendió un poco. Y a pesar de que siempre que discutíamos, aunque fuera mi culpa, él era el que intentaba arreglar las cosas, la discusión de hace unos días no fue como las otras. Nuestras peleas nunca habían pasado de palabras. Al principio hubo un silencio tenso en la línea, ninguno de los dos se atrevía a bajar la cabeza, yo estaba seguro de que no sería el que se disculpara y creo que él también lo sabia porque fue quien rompió el silencio pidiéndome perdón por haberse metido en mi vida, estoy seguro que esta amistad de casi nueve años no hubiera sobrevivido tanto tiempo si no fuera por ese idiota. Y aunque intentó meter entre tanta seriedad un chiste de los suyos, se notaba la acritud con la que acompañó su disculpa. La mía... fue un poco menos convencional, pero para ser la primera vez que me disculpaba por alguna acción contra él, era un gran avance.
—Siento que tu actitud de mierda junto con mis pocas horas de sueño me hubieran hecho exaltar. Deberías mejorar en eso—me disculpé y su risa no se hizo esperar.
Me contó que se había sorprendido de saber que llevaba tres días sin ir a la escuela y se enteró por cierta morena que estaba enfermo. Espero que el bocazas de Dylan no le haya aclarado que solo tenía una simple gripe y que desmantelara mi tapadera.
Escuché como tocaban a la puerta, primero me pareció raro que Dy llamara antes de entrar cuando le había robado la llave del macetero a mi madre y siempre entraba como si fuera su casa, cuando escuché una voz femenina saludar a Susan entendí lo que pasaba.
No era mi grano en el trasero personal, era Emma. Mi otro grano en el trasero en realidad.
Otra cosa que odio. Ver a la gente luego de que me dijeran algo, no les hiciera caso, y tuvieran razón. La tormenta por la que salí de su casa, de la que me advirtió antes de que me fuera, es la causante de que ahora tenga que estar en cama tomando el agua chirri al que mi madre llamaba sopa.
Ayer, como tenía que reunirme en su casa y por obvias razones no podría ir, terminamos debatiendo el trabajo por mensajes. Avanzamos lo suficiente con el tema como para que podamos darle un punto final y pasar al siguiente. Cuando me preguntó, segundos antes de que me desconectara, si quería que me viniera a ver, le dije que no era necesario, su presencia era inútil en mi casa, además mentí y le dije que un virus extremadamente contagioso atacaba mi organismo. Y obviamente negué de forma rotunda que mis síntomas tuvieran algo que ver con la lluvia de la que me advirtió.
Me tapé con la manta hasta la cabeza, en el proceso me pegué una toallita de las sucias en la mano y tuve que agitarla para despegarla, simplemente asqueroso, y me hice el dormido con la esperanza de que mi madre la despidiera.
—Max, cielo, una amiga vino a verte—anunció mi madre con un tono demasiado dulce que utiliza delante de las visitas y sentí sus pasos hasta que se detuvieron muy cerca de la cama y susurró—. Una amiga muy guapa.
Y podría haber mantenido mi tapadera si mi madre no usara un champú tan dulzón que me hiciera estornudar o si Dylan no hubiera entrado en ese momento gritando mi nombre y tirándose encima de mí sacando un quejido de mis pobres pulmones.
Si no me mataba yo por mi propia salud mental, me mataba él con alguna de sus idioteces.
—Ya llegó el amor de tu corazón, el sazón de tu vida, el kétchup de tu hamburguesa, el queso de tu pizza, la pajilla de tu batido, tu razón de ser—aclamó apretujándome y regando sus rizos cerca de mi nariz haciéndome unas cosquillas muy incómodas.
Estornudé. Odio estornudar.
—Que asco, hombre, al menos pudiste avisar—se quejó levantándose veloz y tomando de las toallitas que descansaban en mi mesita de noche para limpiarse el resto de mis mucosidades de su pelo. Me parecería gracioso sino me pareciera tan asqueroso al mismo tiempo. Mi mamá aprovechó la entrada de Dy para salir, no se llevaba muy bien con el pelirrojo. La antipatía era mutua.—. Me lavé la cabeza hace solo una semana. Ahora tendré que volver a hacerlo.
—Yo que tú lo lavaría rápido, no vaya a ser que el virus súper duper contagioso que tiene tu amigo acabe en ti también—le aconsejó una voz sumamente familiar desde el marco de la puerta. Su hombro recostado a la pared mientras sus brazos y botas se encontraban cruzados. Me miró con una clara indicación de que me encontraba pillado.
Dylan levantó la cabeza hacia mí con una expresión de pánico absoluto, ni siquiera cuando vimos El Aro se le puso esa mueca y cabe recalcar que ese día incluso se orinó en sus pantalones. Teníamos diez años pero eso es un dato sin importancia.
—¿Cómo que virus? ¡Tú me dijiste que era solo una gripe!—exclamó frenético —¡No me puedo enfermar, este rostro no se ve bien de color gris!
—De color normal tampoco—agregué tomando una toallita y soplando mi nariz para intentar acabar con el taponeo que ponía mi voz gangosa—. Deja de ser gallina, es solo un virus sin importancia.
Exhaló aliviado e incluso se atrevió a sonreír calmado. El pobre e ingenuo Dylan.
—Solo se han contado trece muertos por el virus hasta ahora, tampoco es un número para preocuparse, ¿no?—fingí inocencia y vi como el rostro de Emma pasaba de la sorpresa a la incredulidad en un milisegundo. Negó con la cabeza y me miró en reprimenda.
Mientras, Dylan entró en pánico.
—Max, yo...vuelvo más tarde...si, eh, que te mejores. Adiós.
Poco le faltó para salir corriendo, se fue tan apurado que de un pequeño empujón metió a Emma dentro de la habitación.
—Así que un virus muy contagioso— cruzó los brazos por encima de una camiseta ridículamente verde y me dio una de esas miradas que dan las madres cuando se enteran de una mentira.
—Trece muertos ya—asentí y me soplé otra vez la nariz. El pañuelo cayó por ahí. Ya lo recogeré.
—¿Cómo puedes ser tan malo?—me pellizcó el brazo y ¡dolió! ¿¡Qué come esta mujer, por dios!?
Me quejé en voz alta con voz taponeada, pero muy ofendida.
—¿Y tú por qué eres tan fuerte?—le pregunté en respuesta y me sobé el pobre brazo. Estornudé y me alcanzó una toallita con toda amabilidad. En un segundo me golpea y al siguiente es amable y sonriente, no sé si es la fiebre o su bipolaridad lo que me da dolor de cabeza.
—¿No te da ni un poco de cargo de conciencia haberle hecho algo así a tu amigo? ¿Quién vino a verter preocupado, consiguió mi número ni siquiera sé como y me preguntó si sabia algo de ti, porque le preocupaba que hubieras faltado a la escuela?
Silencio. Procesé sus palabras, la fiebre causó que mi mente se demorara un poco más de lo normal en hacer su trabajo, y valoré si realmente algo de lo que dijo me hizo reflexionar.
—Si lo pones así —subí la sabana hasta que me tapaba todo el cuerpo desde el mentón hasta los dedos de los pies. Tenía tanto frío que mi cuerpo daba pequeñas sacudidas—me sigue importando una mierda.
—Eres increíble.
—¿Solo viniste a reñirme como si fueras mi madre o necesitas algo más?
Vi como tomó aire en una gran bocanada y cerró los ojos antes de soltarlo. Cuando los abrió tenía una sonrisa en sus labios y no se veía ninguna reacción negativa hacia mis palabras.
—Además de venir a saber como estabas, claro—se sentó en una esquina de la cama sin pedir permiso antes y apartó una toallita de su lado con una mueca nada cercana al agrado—. Quería pedirte un favor.
—Otro favor dirás —estornudé otra vez y me sequé la nariz con otra toallita de papel.
—Oh, cierto—sacó mis cuadernos de un bolso que no había visto antes y los puso a un lado del vaso de agua que mi madre me dejó por si lo necesitaba. Bebí un sorbo—, muchas gracias y por cierto, tienes una letra muy bonita, ¿has tomado clases para eso? Porque una amiga mía una vez
—El favor.
—Cierto, ¿conoces a Marie Philips?
—Para nada, no conozco a alguien de nuestra edad en este pueblo diminuto en donde solo existe un instituto—ni siquiera mi malestar disminuye mi sarcasmo. Creo que incluso lo intensifica—. Claro que conozco a Marie, tampoco es que su gusto de vestir la ayude a pasar desapercibida.
—Y también sabrás que faltan solo una semana para que empiecen las elecciones para presidente del consejo estudiantil en el que solo ella y yo participamos.
Los temblores de mi cuerpo no se detenían, no sé si Emma estaba tan centrada en contarme lo que necesitaba que no se daba cuenta o que mi mente me hacía sentirlos más fuertes de lo que eran.
—¿Y-y que qui-quieres?—me castañean los dientes —.¿Qué te-te haga cam-campaña electoral?
Arrugó el ceño y me miró el rostro preocupada, como buscando algo que no encontraba. Debía ser el color de mi rostro.
—No exactamente, pero mejor te lo explico después —puso una mano en mi frente y la apartó exaltada—¡Estás ardiendo! Mejor llamo a tu mamá.
Y luego de eso solo recuerdo retazos, mi madre imitando la acción de medirme la temperatura con la mano en mi frente, el característico olor de su sopa y una mano apartando algunos mechones de mi frente con mucha suavidad y con un olor acogedor. Después todo negro.
(...)
Estornudos. Odio los estornudos. Odio muchas cosas, hay que ser sinceros, pero los estornudos ocupan un sitio especial. Aunque peor son esos casi-estornudos en los que te quedas con un picor en la nariz y la sensación de que debías haber estornudado. Odio los casi-estornudos. Por tanto odio mayo, la primavera y sus horribles flores provoca estornudos. Creo que he dicho mucho la palabra estornudo, pero en serio, los odio. Había gastado una caja entera de toallitas por ellos y mi madre había tenido que salir a buscar otro paquete.
Ya mi cuerpo había pasado la fiebre y, quitando el molesto hecho de que no paraba de estornudar, me sentía mejor. Aún así planeé descansar un poco más en lo que mi madre tardaba en volver del supermercado lo que seguro seria cerca de media hora, una hora incluso si se encontraba con la vecina y se ponían al día de sus vidas. Lo hacían cada día y aún tenían cosas que contarse.
Creo que llegué a dormir cerca de quince minutos como mucho cuando una sensación de inquietud me hizo despertarme.
Dylan estaba acostado frente a mí, observándome fijamente mientras comía papitas y dejaba desperdigadas migajas por toda la cama. Genial, ahora también vendrían las hormigas.
—¿Cómo te pareció una buena idea mirarme fijamente mientras dormía? ¿Es que ahora eres un psicópata? —lo aparté con lo que a mí me pareció una tremenda fuerza, pero su cuerpo no movió ni un musculo, incluso se acomodó mejor. Y siguió comiendo papas.
—Cuando llegué pensé despertarte, pero supuse que te pondrías como un pitufo gruñón así que me acosté a tu lado y te observé para que despertaras por tu cuenta.
—Oh, vaya idea, ¿se te ocurrió a ti solito?—halé de toda la colcha y me hice un rollito dándole la espalda. Escuché el crujir molesto de sus papas—Y vete a comer tu comida para otra parte, me ensucias la cama.
—Tranquilo, estas papas no son mías... estaban en tu nevera.
Contar hasta diez e intentar calmar un inminente ataque de ira nunca había sido tan complicado. Dylan se estaba comiendo el único paquete de papas que el inútil de Gideon no se había tragado. Y ahora esas papas que ya veía llenando mi estómago, irían a parar al del imbécil de amigo que tengo.
—Dime que tienes una buena razón para estar aquí amargandome la existencia—mi voz amortiguada por la colcha con la que cubría todo mi cuerpo.
Sentí como se movía en la cama y más chasquidos de las papas al ser mordidas antes de escuchar su voz.
—Hace un rato, cuando le estaba gastando todo el champú a mi hermana—claro, porque él no tiene de eso—, mi teléfono sonó avisandome de tres nuevos mensajes.
Sentí el crujir de más papas y como se estiraba la colcha para el lado contrario al que estaba. Estornudé y me giré hacia ese lado destapando mi cabeza. Dylan descansaba sobre mi cama mientras limpiaba ocasionalmente sus dedos en el cubrecama.
—¡No hagas eso! —le reñí—Pero termina, ¿que hay con esos mensajes?
—Eran de tu amorcito y posible reemplazo mío, Emma, me avisaba que lo del virus era una farsa y que te diera un mensaje—comió y se volvió a limpiar en las sábanas. Uno, dos, tres. Intenté contar para no cometer un asesinato—. Por cierto, muy feo lo de la broma, me lo creí todo. Incluso había creado un testamento donde me dejabas todo lo que tienes a mí y tú solo tendrías que firmarlo. Lo hice pensando en ti, claro, para que no te atormentaras pensando en que hacer con tus cosas, yo ya he pensa
—El mensaje para mí—lo corté metiéndole prisas. Mientras más veloz diera el mensaje más rápido se iría.
—Oh, si, era sobre algo estudiantil y que necesitaba que tú participaras. Supongo que es otro trabajo o algo de eso.
—Vaya, eres un gran mensajero, ¿sabías?—comenté irónico y de castigo cósmico vinieron dos estornudos seguidos—¿Nada más?
Miró fijamente la papita, parecía haber encontrado algo en ella, pero al siguiente segundo se la metió en la boca y siguió comiendo tranquilo.
—Ah, sí, que esperaba que mejoraras y que no te preocupes por lo que le pediste, piensa resolverlo.
¿Lo que le pedí? ¿Cuándo le pedí algo? y, más importante, ¿qué?
***
Hola a quien esté leyendo esto, ¿andan procrastinando en Wattpad en lugar de hacer los deberes? Prometo no decirle a nadie.
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Odian enfermarse igual que Max?
¿Cuando algún amigo de ustedes se enferma son como Dylan que corren a esconderse?
¿Son más de pedir disculpas o esperar a que se las den?
¿Qué le pidió Max a Emma?
Un abrazo y nos leemos en la próxima.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top