11.De amigos y misterios encapuchados
Martes, 28 de abril
Emma:
Abril ya casi se había terminado, comenzaría mayo y con él las brisas frescas, las finas lloviznas, el aroma a flores y los entrenamientos deportivos. Aunque estos últimos llevaban una semana en su máximo apogeo, lo que en Douglas significaba mucho trabajo y personas corriendo de aquí para allá. Los equipos de natación y voleyball se turnaban para entrenar y los de tenis y baloncesto se preparaban para discutir el primer lugar en el instituto. Una tradición no escrita, cada año un deporte se alzaba con las mejores puntuaciones y los más altos resultados, casi siempre tenis, y el equipo de baloncesto no estaba dispuesto a ser el segundo otra vez. Por eso entrenan cada tarde en el gimnasio después de clases y por eso estoy aquí.
Aprieto las solapas de la chaqueta a mi cuerpo por una brisa fría que entra por las puertas abiertas del gimnasio. Miro el reloj en la pared detrás mío y calculo quizá en unos diez o quince minutos el final del entrenamiento. Cinco si me pongo de suerte. El entrenador grita ordenes a los jugadores que estos acatan con sorprendente seriedad mientras saco mi celular de un bolsillo de la mochila y me entretengo viendo historias en Instagram, nada destacable, y comentando estados graciosos de WhatsApp. En uno de esos minutos de espera pongo la cámara frontal y reviso mi maquillaje, en especial el delineado de mi ojo derecho. Ayer fastidié mi maquillaje un poco bastante y tuve que permanecer así hasta que los chicos se fueron. El de hoy está perfecto y me envalentono para tomarme una foto de perfil, dejando mi cabello detrás de la oreja y mirando hacia abajo para que se note mi, modestia aparte, gran trabajo. Subo la imagen a Instagram y sonrío con el resultado.
El silbato del entrenador detiene el entrenamiento por hoy, mi reloj marca que han pasado tan solo seis minutos, y los chicos aplauden su esfuerzo de hoy antes de correr a las duchas. El capitán del equipo y uno de los jugadores toman un camino diferente y suben las gradas en mi dirección. Guardo el celular en el bolsillo interno de la mochila y me pongo de pie, aguardándolos con una sonrisa.
—¿Cómo nos viste?—pregunta el moreno saltando los escalones de dos en dos, con su capitán pisándoles los talones.
Levanto ambos pulgares en su dirección y sonrío mostrando todos mis dientes.
—Muy bien—admito una vez llegan a mi lado—, casi tan bien como los de tenis.
La sonrisa de satisfacción no les dura mucho con mis palabras y rápidamente se convierte en un ceño fruncido en Caleb y un mohín gracioso en Marcus. Es demasiado fácil jugar con el ego de un chico.
—Que graciosilla, ¿a qué te quedas sin los cuadernos?—amenaza Marcus tomando todas las libretas de clases que compartimos en una mano y alejándolas de mí. Aunque soy alta no me atrevo siquiera a intentar atraparlas, mi 1.73 no tiene nada que hacer con sus casi dos metros de alto.
Por esos apuntes es que esperé durante todo el entrenamiento. Hoy es día de revisión de cuadernos en casa y tengo que llevarles mis libretas a mi padre junto a los de otro compañero para que él revise que tengo todas mis clases y tareas.
—No harías eso—digo convencida, Marcus puede parecer muy imponente con sus casi dos metros de musculatura, su piel morena y ojos oliva, pero en realidad es más suave que un pan. Aunque cuando se enfada es mejor esconderse y esperar que pase la tormenta.
Se lo piensa un momento mientras Caleb se sienta en las gradas y se seca el sudor del rostro con el bajo de la camiseta del equipo.
—Toma—se rinde y me tiende los apuntes, pero en el momento en el que estoy por agarrarlos los aparta—, pero me debes una hamburguesa como disculpa.
Le sonrío y esta vez si me deja alcanzar los cuadernos y los guardo en la mochila a mis pies.
—¿Y? ¿Cómo te lleva el trabajo? No nos has contado nada—Marcus se acomoda en las gradas, a mi derecha, y Caleb a mi izquierda. Ambos me miran esperando una respuesta para la pregunta de nuestro capitán de baloncesto.
Suspiro resignada, y un poco para darle dramatismo a la cosa porque en realidad estoy deseosa de contar el chisme, y me siento también en las gradas, en medio de ellos.
—Todo estuvo bien durante la primera semana, incluso fue divertido, pero esta...no creo que vaya a funcionar —me muerdo el labio y dejo mis palabras hasta ahí para crearles más curiosidad.
—¿Por qué? ¿Qué pasó tan grave como para que cambies de opinión?—interroga el moreno, el más curioso de los dos, cruzando sus pies en la grada de abajo.
—Dylan Foster es parte del equipo y
—Dylan Foster—Dicen a coro con cierto retintín poco cariñoso, no hace falta decir que no se llevan demasiado bien. Teniendo en cuenta que Caleb es el capitán del equipo de baloncesto, Marcus un jugador del equipo y su mejor amigo, es entendible que no les caiga en gracia el jugador estrella que siempre les quita el primer lugar.
Asiento y me quito una pelusa de la falda antes de seguir hablando.
—Sí, él, fue ayer a la reunión con Max, yo había olvidado que él formaba parte del equipo porque las dos primeras semanas de trabajo las pasaría castigado
—Como no—masculló entre dientes Caleb y el moreno asintió en acuerdo.
—Y todo estaba bien hasta ahí, pero luego Dylan empezó con su coqueteo, lo dejo solo en mi habitación por menos de cinco minutos y me lo encuentro tirado en mi cama oliendo mis almohadas—enumero todos los “percances" de ayer con mis dedos mientras tengo toda la antención de los chicos—y a causa de una confusión estuvo el resto de la reunión reprochándome que no le di de comer. Fue el día más incómodo de mi vida.
Se hace el silencio en el gimnasio solo perturbado por las voces de los jugadores que ya salen de las duchas con sus bolsas, riendo y parloteando entre ellos. Cuando se cierra la puerta detrás del último chico. El castaño vuelve a hablar.
—No te preocupes por él—me tranquiliza pasandome un brazo por encima de los hombros y pegandome a él permitiendome notar que necesita una ducha—, nos encargaremos de él por ti.
Marcus, para mi sorpresa, asiente de acuerdo con su capitán.
—¿A qué te refieres exactamente con—hago comillas con mis dedos—“encargaremos de él"—pregunto con la esperanza de haber malentendido sus intenciones.
—Sabemos donde vive—se encoje de hombros, como si nada—. No volverá a molestarte.
—¿De qué rábanos están hablando?—me pongo de pie, no creyendo lo que está saliendo de los labios de Caleb simpático Pierce—No quiero que golpeen a nadie y menos por mí, excepto al tipo de la farmacia que siempre me mira mal, a él si pueden golpearlo—odio a ese anciano, siempre que me ve me mira como si fuera una delincuente o una asesina de gatos cuando menos —, pero fuera de ahí a nadie. No quiero enterarme que se “encargaron de él".
—Vale, lo haremos sin que te enteres—le pongo mala cara a Marcus y pone los ojos en blanco mientras se estira en el banquillo—. Es broma.
Me cruzo de brazos y vuelvo a sentarme. Más les vale sea broma.
—Pero, ¿al menos pudieron adelantar el trabajo?—pregunta Caleb en un intento de cambiar de tema. Lo aceptaré, pero no voy a olvidar esta conversación.
—Que va, la cuarta vez que Dylan interrumpió para decir una tontería, Max lo agarró de la camiseta, tomó sus cosas y se despidió con algo que sonó como “esto no funciona, nos vemos el miércoles" o algo así.
—Me cae bien ese chico —me sorprende las palabras del castaño y no hago nada para disimularlo. Es raro que a Caleb le caiga bien alguien fuera de su círculo. Más si tenemos en cuenta que este alguien es el mejor amigo de su enemigo a muerte.
—Concuerdo, tienes mi aprobación si quieres que sea algo más que solo compañeros de equipo—esta vez es el moreno quien habla y hace movimientos sugerentes con las cejas mientras sonríe coqueto.
Empujo su hombro a un lado y me pongo en pie tomando mi mochila en el proceso. Ya se está haciendo tarde, mi papá debe estar al llegar.
—En lugar de estar diciendo tonterías mejor dense un baño, apestan—les saco la lengua, toda madurez, a lo que ellos se ríen—. Nos vemos mañana.
Bajo las gradas a la carrera y tomo el camino de la puerta trasera del gimnasio cerrandome la chaqueta antes de salir, no soy muy fan de esta estación del año.
Max y yo algo más que compañeros, si, claro.
(...)
—¿Las tienes?
Levanto mi vista de la historia de Instagram para ver a mi padre de pie en la entrada de mi cuarto, apoyado levemente del marco de la puerta.
Mirandolo con detenimiento noto cada vez más que casi todos mis rasgos destacables vienen de mi madre. De Elliot solo heredé la altura, mi madre era bastante baja, lo poblado de las cejas, el castaño de mi cabello y los labios finos. Odiaba haber heredado eso de él en lugar de haber tomado los gruesos labios de mi madre. Quitando esos pocos detalles mi padre y yo eramos lo más diferente que podían ser un padre y una hija, él de ojos azules, piel blanca y rasgos del rostro marcados, yo de ojos café, piel cobriza y rostro tan delicado que a veces lo describían como aniñado.
—Emma, te hice una pregunta—¿Qué? Oh, sí, los cuadernos.
Salto de la cama y saco los cuadernos de Marcus para unirlos con los míos y entregárselos al hombre de traje en la puerta. Nos vemos tan distintos en estos momentos, de traje hecho a medida, con su castaño cabello salpicado por algunas canas peinado de forma perfecta hacia atrás y zapatos lustrados de forma exquisita y en cambio yo, con un pijama azul de nubes, un moño desenfadado y sin zapatos. Me siento avergonzada de solo estar parada así a su lado.
—¿Esto es todo? ¿Y los cuadernos de español y de literatura?—cuestiona elevando una ceja, ojalá hubiera heredado poder hacer eso.
—Marcus no comparte esas asignaturas conmigo, papá, tengo que pedírselas a alguien más de la escuela—justifico rascando mi pierna con mi pie descalzo.
—Ese no es mi problema, Emma, nosotros tenemos un acuerdo, yo no voy cada semana a tu escuela a hablar con tus profesores y tú me entregas tus cuadernos para que yo revise que tienes todo al día—noto como la vena de su frente se marca y como frunce sus cejas mientras me riñe, cuando se pone así me pongo nerviosa y mis manos se van involuntariamente a frotar mi oreja—. Es TU responsabilidad buscar a alguien que comparta tus materias y que cuando llegue este día solo te quede entregarme las libretas. No quiero volver a como era hace dos años y sé que tú tampoco.
—No te preocupes, mañana consigo los dos cuadernos. Lo prometo —bajo mi cabeza hacia el suelo y me muerdo el labio con nerviosismo. Tiene toda la razón para reñirme.
Se mantiene en silencio un par de segundos lo que me obliga a levantar la cabeza para cerciorarme que no estoy de pie en la puerta como tonta, pero sigue ahí observándome.
—No necesito palabras, Emma, sino hechos—se da la vuelta con los apuntes bajo su brazo—. Mañana sin falta quiero los cuadernos o utilizaré mis propios métodos.
Cuando ya no escucho sus pisadas en el pasillo cierro la puerta y me arrojo a la cama soltando todo el aire que retenía. Hablar con mi padre es como ir al gimnasio, se pasa mal, sudas un montón y casi nunca tienes ganas de repetir.
En fin, tengo un problema. Conseguir el cuaderno de español no va a ser trabajo, por otro lado literatura...puedo firmar mi sentencia de muerte con esa. Aunque alguien me preste sus apuntes mi padre se dará cuenta que no concuerdan con los míos, notará que he estado dejando de atender a clases, irá al instituto a hablar con la Sra. Rogers y se enterará del suspenso y ahí sí estoy muerta.
No puedo volver a lo mismo de hace dos años, cuando apenas había pasado lo de mi madre y dejé de tomarle importancia a las clases. Mis notas bajaron, los profesores tenían charlas conmigo casi cada día y estuve apunto de repetir el año, hasta que Elliot salió por un rato de la burbuja en la que vivía en ese entonces y comenzó a trabajar en ello. Resumiéndolo, estuve yendo de la escuela a la casa durante más de medio año, con mi padre visitando la escuela cada semana y teniendo reuniones con los profesores sobre mí. Finalmente conseguí mejorar mi promedio y que mi padre soltará un poco la correa conmigo cambiando su plan de antes por el trato que tenemos ahora. Trato que dejará de existir cuando se entere lo del suspenso y que dejo de escribir la mayoría de las veces.
Repito, estoy frita y solo un milagro podría salvarme esta vez.
(...)
Estoy...agotadísima...ahora...mismo. Detengo mi trote por la acera desierta y doblo mi cuerpo poniendo mis manos en mis rodillas como apoyo para poder tomar aire. Vaya carrera la de hoy, mis pulmones no entienden como no han colapsado luego de correr casi toda la ciudad y mis piernas amenazan con rendirse de un momento a otro y dejarse caer aquí mismo. Tonta yo, dejando la botella con agua en casa. Son, según mi reloj de pulsera, las cuatro y treinta y siete de la madrugada así que calculo llevo corriendo una hora.
Me apoyo en el farol que alumbra ese lado de la carretera y soplo algunos mechones que se han adherido a mi frente por el sudor. La pesadilla de hoy, más bien de ayer, fue horriblemente realista, mi padre se enteraba de mi suspenso y me sacaba de la casa obligándome a vivir bajo un puente. Antes de que apareciera el ataque de pánico tomé mis nuevas zapatillas y me escabullí por la puerta de atrás. Ahora me arrepiento un poco, no solo porque si se entera mi padre ya puedo ir eligiendo lo que dirá mi epitafio, sino porque el estrés, el nerviosismo y los efectos de la pesadilla me alejaron de mi casa. Demasiado, como a unas cinco cuadras de distancia.
Solo cuando siento que mis pulmones se han repuesto lo suficiente como para volver, me preparo para retomar el trote. Claro que antes amarro los cordones de mi zapato. No quiero acabar con mi cara dejando marca en el suelo. Sería muy vergonzoso si el chico de la capucha negra me viera caer.
Espera un segundo. Levanto la cabeza curiosa y nerviosa a partes iguales y busco de forma ansiosa algo que se mueva de entre las sombras. Que no sea un asesino, por favor que no sea un asesino. Veo una sombra a unas cinco casas de donde estoy. Se encuentra de espaldas, pero los faroles de la calle dejan contornear una figura masculina que cojea de forma aparatosa con la pierna izquierda. Me muevo despacio, intentando pararme en otro ángulo que me permita verle la cara.
Quizás el shock, la impresión, sean los responsables de que esté siendo tan temeraria, pero mi cuerpo no recibe las órdenes de esconderse del precavido cerebro y camino a pasos largos e intentando hacer el menor ruido posible. En una intersección más adelante, el misterioso encapuchado mira hacia atrás para cerciorarse de que no ha sido visto e irónicamente es ahí cuando descubro quien es. ¿O no? No puede ser él, ¿cierto? Las sombras me deben estar haciendo una mala pasada, eso es. Es imposible que ese sea...no, no puede ser. Aún así casi por instinto la pregunta me sale en voz alta, rompiendo la silenciosa tranquilidad de la calle a las cuatro de la mañana.
—¿Max?
***
Hola otra vez a quien esté leyendo esto. Perdón la demora, estuve enferma durante toda una semana y luego no tenía inspiración para escribir. Pero aquí tienen el capítulo número 11.
¿Qué les pareció? ¿Qué creen de la “ayuda" que querían darle Caleb y Marcus a Emma?
¿Se esperaban que Emma tuviera un pasado de chica de suspensos? Porque yo no.
¿Será de verdad Max el misterioso encapuchado?
Un beso y nos leemos en la próxima.
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