Prólogo
Muchas veces le recé a los dioses. A cualquiera. Al que me escuchara.
De niña, les pedía cosas tontas, como que la lluvia cesara para poder ver el arco iris; que la primavera se llenara de muchas flores de cerezos y mariposas; o que mi koinobori volara durante el Kodomo.
Cosas simples.
Porque era feliz. No necesitaba mucho más.
Vivíamos con humildad en nuestro pueblo frente al mar. Al principio éramos mi padre, mi madre y mi hermano dos años menor, Jun. Eso es lo primero que recuerdo.
A los cuatro juntos riendo y comiendo en nuestra pequeña cocina después de que ayudara a mamá a preparar lo pescado por nuestro padre.
Luego llegaron Aiko, Raito y Haru.
La escasez a veces nos apretaba el estómago, pero mamá nunca dejó de sonreír y padre hacía todo lo posible por mantenerla así.
Hasta que llegó aquella horrible noche de invierno y mamá falleció con nuestro hermanito recién nacido en brazos de nuestro padre.
Esa noche recé más que nunca y no fue para pedir por ser una hermana mayor paciente; para que el chico que me gustaba me correspondiera; o para que me fuera bien en los exámenes de la escuela.
Recé con todas mis fuerzas para que mamá y el bebé sobrevivieran.
Y nadie me escuchó.
Como tampoco me escucharon cuando supliqué, noche tras noche después de aquella, porque padre reaccionara. Para que nos viera a mis hermanos y a mí. Para que su constante llanto se acabara.
Para que no se ahogara en alcohol y deudas.
Para que se levantara del suelo después de una borrachera y fuera a pescar. A trabajar para darnos de comer y no tener que usarnos a nosotros, unos niños, cuando su responsabilidad era la de cuidarnos y la nuestra la de estudiar, jugar y hacer travesuras.
Otra vez, nadie me escuchó.
Como tampoco hubo respuesta a mis ruegos la noche que me robaron violentamente mi inocencia.
Otra noche de invierno que me desgarró desde adentro.
Cuando mi padre me dejó a merced de Nagisa para pagar su deuda. Para salvar su propia vida a cambio de arruinar la mía.
Rogué por ser rescatada.
Lloré, supliqué al cielo encima del techo que atravesaba con mis ojos colmados de lágrimas porque llegara alguien a protegerme mientras su cuerpo se mecía frenético sobre mí y su aliento rancio susurraba palabras obscenas.
Nadie llegó.
Y cuando escuché que el hombre que me dio la vida y me quitó mi dignidad estaba dispuesto a venderme definitivamente a Nagisa, hui en busca de mi propio salvador.
En ese caso, en busca de Shiroi Akuma.
El demonio que tenía aterrado a los hombres de Nagisa.
Me salvó de morir congelada en las montañas, y a cambio, la condené, nos condené a una vida de encierro y abuso en un buque, a manos del peor de los hombres que jamás conocí. El sujeto que nos marcó como ganado.
Arata Yoshida.
Y volví a rezar.
Cada noche lo hacía.
Y cada día.
En cada oportunidad que un desconocido me tomaba como un objeto para saciar todas sus perversiones. Manos, lenguas, labios, miembros... todo me tocaba. Todo me llegaba a lo más profundo, rompiéndome en miles de piezas.
Me decían: "luces como una chiquilla. Me encanta eso". "Sé una buena niña y chúpamela"; o "ven, te va a gustar. Vamos pequeña, ábrete para mí".
Moría por dentro. Me apagaba.
Dejé de rezar.
Y en cambio, solo quería soñar.
Cerrar los ojos, dormir y perderme en mis sueños. En los recuerdos de mi madre sonriendo; de mis hermanos corriendo detrás de mí; de los cerezos en flor. Ahí volvía a ver el sol destellando sobre las olas del mar. Sentía la calidez de la arena entre mis dedos y la frescura del agua al sumergirme bajo ella en busca de estrellas de mar.
A veces soñaba con un mundo diferente. Una vida alterna, donde nada me hiciera sufrir hasta la médula. Donde pudiera estudiar con otros jóvenes como yo, o corriendo por un sendero de lluvia de pétalos de cerezos tomada de la mano de alguien.
Un tacto firme, suave y protector.
Sin embargo, llegaba la realidad al abrir los ojos y volvían a prepararme para ser una mercancía sexual, y las ganas de morir me invadían.
Quise rezar para que al menos me concedieran eso.
Pero sabía que tampoco me harían caso.
Y lo comprendí.
No necesitaba a un dios. Sino un héroe que me rescatara.
Esperé, esperé y esperé.
Hasta que llegó él.
Chris Webb.
En cuanto lo vi aparecer por la escotilla con su arma como un guerrero samurái, lloré. Lloré de felicidad. Lloré liberando todos mis miedos y pesares.
Y me enamoré.
Al menos, eso pensé.
*
N/A:
Qué emoción llegar a este extra 1.5. Antes era el de Steve Sharpe, pero mi buena amiga PinkDoll04 me convención de que Nomi merecía un lugarcito. ¡Así que, acá está! (El de Steve Sharpe -El Chico de Oro-, ahora es el 0.5).
Obviamente, la historia trancurriría en japonés. Mantendré algunas palabras sin traducción (marcadas en cursiva) porque creo que tiene su encanto.
En este caso, koinobori: es una bandera o cometa con forma de pez (carpa) que se iza para el Día del Niño el 5 de mayo, el Kodomo no Hi.
Hay muchos códigos y costumbres japonesas que pasaré por encima, como el uso del apellido primero, o el -san, -kun, -sama, etc... aunque trataré de respetar lo que pueda y lo poco que conozco (muchas gracias animes, jeje).
Espero que lo disfruten.
Gracias por seguirnos, Demonios!
FECHA DE INICIO: 20/01/2025.
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