Capitulo 6

Dylan

¿Pero qué me está pasando? Normalmente, me hubiera importado poco que quisiera ir despacio, la calentaría más y la tomaría justo ahí, pero sentirla de ese modo tan... vulnerable, como se acomodó en mis brazos y me hizo suspirar como un maldito necesitado. Esto era una bandera roja, tenía que ponerme atento y no dejarme engañar. ¡Dios! tenía que ser fuerte para no caer en cosas del amor. Eso no va conmigo.

Me acomodé en la butaca de Sangría, normalmente no vendría aquí un domingo por la noche. Estos lugares estaban abarrotados de gente tomándose una copa y cenando las famosas alitas de pollo, no era como un viernes o sábado, que el lugar estaría para estallar. Gente bailando como loca, el aroma a cerveza, cigarro y sobre todo sudor por todo el lugar. No, hoy era una noche de domingo común y corriente.

—Tienes que quitar esa cara, McGuire —dijo Dan, tomando su cerveza—. Solo le besaste el pie.

Me di media vuelta para verlo fijamente a los ojos. Si Mike no lo mataba por su boca de mierda lo haría yo. Dan se ha pasado toda la noche molestando a Mike de estar dominado por una chica que realmente tenía carácter, la tal Cam, o Camila, como prefería llamarla yo, tenía la atención de mi primo como nunca antes alguien lo había logrado y eso en un solo día. Sí, todo esto era demasiado rápido para todos, pero ¡Dios! Tenían ese algo especial.

Las bromas acabaron cuando le besé el maldito pie a Emma. ¡Maldición! Llevé las burlas directo a mí, no dejé que durara ni un día la sacadera de mierda a Mike ¡NI UN DÍA! ¿Cómo diablos hice eso? Esto era imposible.

Mike soltó una carcajada.

—El pie con sangre —recalcó Mike —, es como besar a una virgen después de...

—¡Ya basta! —grité antes de que completara la frase. No podía escucharla—. Ni se te ocurra decir eso.

—Tranquilo, campeón —dijo Mike dándole un sorbo a su botella—. Si en verdad te gusta Emma O'Brien, te va a costar un poco llegar a ella. Según dicen por ahí, está mal de la cabeza.

—¿Por qué lo dices?

La curiosidad creció en mí. De pensar en Emma con la reacción del libro, la manera en que se había molestado y la necesidad de decir que no estaba loca, sin mencionar la cara de miedo que hizo cuando mencioné que había que cuidar que no se tirara ¿De verdad estaba loca? No lo parecía en absoluto.

—No lo sé, hermano, solo eso es lo que contó Cam.

—Quiero las palabras exactas —dije molesto. Necesitaba saber en qué diablos me estaba metiendo.

—Relájate, McGuire, tienes que respirar. Lo que ella dijo fue que Emma tenía un pasado bastante difícil, que no era tan abierta como las chicas a las que estás acostumbrado, eso es todo.

—Pues, para mí, no se ve nada inocente —dijo Dan, con la boca llena por una alita de barbacoa que se había metido antes de hablar. Mala costumbre esa de enseñar la boca llena de comida.

La verdad era que para mí tampoco se veía tan inocente, ni cerrada. Se abrió completamente a mí con esa descripción de su trago. Aún no puedo creer que adivinara cada uno de los ingredientes, incluso supo que el ingrediente secreto era la Cherry Coke. ¿Cómo diablos? Al parecer las entradas a ese bar en Virginia eran más de lo que realmente decían.

Recordé sus labios sobre los míos, eran dominantes, como si quisiera absorber cada centímetro de mí. Recordé cómo sus caderas me provocaban y cómo mi maldito mundo se iba a la mierda. Un beso bastó para dejarme idiotizado por ella.

Su piel era suave, pero no perfecta y eso me gustaba aún más, sus pecas pequeñas en la cara y esos ojos café claro eran increíbles. Había algo en ella que me gustaba mucho, no entendía muy bien qué era. Estaba acostumbrado a las rubias, altas y bien tonificadas. Mejor llamadas porristas y del equipo de atletismo.

Me sobé con desesperación el cabello, la cabeza me estaba doliendo como el infierno y la cerveza no tranquilizaba mi ser. Esto era un caos horrible, uno muy grande, para ser verdad. No me podía estar pasando esto, sentirse atraído por una mujer era... no, no puedo caer. Mi libertad va primero.

—Hec —grité al bartender en Sangría—. Tráeme seis shots.

Mike y Dan comenzaron a reír, esta actitud de shots solo venía después de algún maldito problema familiar o tras un estrés muy grande, nunca por una mujer; pero los dos me conocían a la perfección. Necesitaba emborracharme y perder el maldito conocimiento para no sentir nada.

Emma

Después de haber pasado a Starbucks y pedir un iced coffee, nos encaminamos a la universidad. El apartamento no estaba tan lejos por lo que logré persuadir a Cam y Anna que tomáramos el camino a pie. El Starbucks estaba cruzando la calle ¿Qué mejor que tener uno frente a tu casa? Entré a mis primeras clases sintiendo una oleada de excitación, entablé conversación con casi todas las personas que estaban en la clase de literatura. Todos éramos amantes de la lectura, cada uno con su género, tan diferentes.

—Nunca he sido muy de temas clásicos —le confesé al chico que tenía al lado, Cristian. Su cabello rizado y su piel blanca no fue lo primero que me llamó la atención. Era su forma tan relajada al sentarse en su escritorio.

—Ya somos dos —concordó la chica de cabello negro al lado de Cristian—. Soy Elizabeth pero llámame Liz o Lizzie —extendió una mano para presentarse.

—Emma —le devolví la sonrisa.

—El problema no son los clásicos —señaló Cristian—. El problema va a ser el señor Roberts. Por algo reprobé su maldita clase. Lo odio.

Cristian iba en segundo año, la única clase que dejó parada el año anterior había sido literatura clásica. Liz era la prima de su novia, por lo que ya se conocían desde antes. Saqué mi laptop, colocándola enfrente de mi escritorio. El señor Roberts empezó a dar su clase, definitivamente la literatura clásica sonaba hermosa, pero el viejo Roberts la daba demasiado aburrida.

Después de dos horas de aburrimiento total, Cristian y Liz me invitaron a ir con ellos a los jardines principales. Pensé que estaríamos hablando durante una hora antes que nuestra segunda clase iniciara. En lugar de hablar como locos, nos acostamos con nuestras tabletas para sumergirnos en los primeros capítulos de Emma de Jane Austen. Agradecí inmensamente cuando asignaron el primer libro, era uno que tenía ganas de leer desde hace meses y siempre lo había aplazado. Coloqué mis gafas de sol mientras me recostaba en las piernas de Cristian, al lado de Lizzie, lo usábamos de colchón y no se quejaba, ni un poco.

—Ahí está, la rata de biblioteca —escuché a unos chicos reírse— ¿Qué pasa Crissi? Veo que ya tienes nuevas amiguitas ¿también son ratas como tú?

Soltaron una carcajada. Sentí las piernas de Cristian tensarse debajo de mi espalda y supe que estaban hablando de él. Estaba a punto de incorporarme cuando la mano de Cristian me detuvo susurrando «ignóralos» sin apartar mi vista de la tableta, puse atención a los insultos que venían de los otros chicos.

—Todos ustedes son unos raros, siempre leyendo.

—Toda la razón —dijo Cristian, apartándose las gafas de sol—. Somos más cultos y mejores personas que una partida de jugadores de fútbol americano, que lo único que pueden hacer es tocar el cuerpo de otro hombre. ¡Patético!

Elizabeth y yo nos ahogamos de la risa. Me retorcí en el suelo antes de incorporarme. El chico delante de mí era bastante grande y corpulento. Tenía el ceño fruncido, aún asimilaba las palabras de Cristian.

—Creo que sigue sin entenderte ¿Qué pasa grandulón, tanto golpe te afectó la cabeza?

La antigua Emma salió a relucir en ese momento, era buena para los golpes verbales. Los chicos que acompañaban al grandulón se partieron de la risa por el comentario. El grandulón me tomó de los brazos poniéndome de pie de un tirón. No pasaron ni cinco segundos cuando Cristian ya estaba detrás de mí listo para defenderme o al menos eso creía yo, viéndole el tamaño a esta bestia, íbamos a parar en un bote de basura o algo peor.

Por unos segundos me sentía en high school, pensaba que en la universidad el problema con los jugadores disminuía y el mayor problema eran las violaciones y las drogas. Al parecer estaba confundida, el animal que tenía enfrente era como un joven que nunca maduró.

—¡Qué has dicho, perra! —gritó, captando la atención de muchas personas a nuestro alrededor.

Mi cuerpo empezó a temblar, su rostro estaba lleno de ira, sus ojos se dilataron, a tal punto que el castaño desapareció por completo. Tenía que aprender a controlar mi boca si no quería meterme en problemas. Estaba muerta del miedo. ¿En qué estaba pensando?

—¿Qué pasa aquí? —una voz sonó detrás de mí. Rogué que fuera algún profesor o alguna autoridad estudiantil. No quería que el grandulón me matara en mi primer día.

—Esta perra aquí quiere que le den una lección —dijo grandulón aún sosteniéndome de los brazos. Las carcajadas de los demás resonaban en son de burla—. Nadie me insulta, ni me dice nada.

—Vas a meterte otra vez en problemas, Jenkins —la voz cada vez me resultaba más familiar—. No quiero tener que abogar por ti otra vez antes del partido. Los problemas que tengan tú y Cristian desde la secundaria son problemas que necesitas superar, ya estás en la universidad, idiota.

Los brazos del hombre se relajaron dejándome libre. Escuché un suspiro prolongado de alivio que soltó Cristian, no era que quisiera sentirme valiente o quitar un poco de la humillación que el grandote había provocado, pero no lo pensé hasta que mi palma estaba en la cara de Jenkins. Ahora sí que estaba en problemas y todo eso me pasa por reaccionar y no pensar las cosas antes de actuar. Soltando un gruñido de histeria, Jenkins se abalanzó sobre mí.

—¡Emma, no! —gritó Cristian a mi espalda. Tomándome del brazo para alejarme de él.

Sus compañeros lograron retenerlo con mucha habilidad manteniéndolo lejos de mí ¿sería capaz de pegarme? Me encogí con indiferencia tomando mi iPad del suelo y mi bolsa. Le saqué el dedo del medio, enseñándole qué tan bien podía reaccionar. Era un idiota. Me di la vuelta para escapar de la escena. Tenía miedo de quedarme y sentir la furia de la bestia delante de mí.

—Vamos —dije, clavándole la vista a Cristian. Él tomó mi brazo y lo examinó un minuto.

—Te dejó marcas —dijo molesto. Levanté las gafas para observar mi brazo. En efecto, sus malditos dedos dejaron roja mi piel. Estaba segura de que en unos momentos la tendría morada.

Podía demandarlo por abuso o alguna otra cosa de esas que estaban de moda, de seguro ganaría y lograría tener una buena suma de dinero en mi cuenta de banco para comprar libros, pero en lugar de eso decidí ignorarlo.

—¿Emma? —preguntó alguien junto a nosotros. Lo reconocí como el que había calmado a gigantón.

Levanté la vista para encontrarme con los ojos azules de Dylan, estaba con la boca ligeramente abierta. Su camisa blanca marcaba sus músculos y sus pantalones cortos color crema le daban un efecto muy sensual. La respiración me falló en ese instante, el efecto que tenía Dylan en mí estaba haciendo de las suyas. Las imágenes de nosotros encima de la silla de playa, besándonos, tocándonos... vinieron a darse un paseo por mi mente. Dejé salir un suspiro de frustración. ¿Por qué tenía que ser él?

—¡Maldita perra! Juro que si pudiera ahora mismo te daría una...

Antes de que pudiera ver la cara del grandulón, Dylan ya estaba señalándolo con un dedo tembloroso, lleno de furia. Su mirada era toda una poesía. Tenía el ceño fruncido. Reflejaba enojo, mucho enojo. Todo pasó en cámara lenta.

—Llámala una vez más maldita o perra. Una vez más Jenks y te juro por mi vida que será lo último que dirás en toda tu puta vida.

Nadie dijo nada durante unos segundos. Todo se quedó estático. Los cuerpos de los chicos estaban agitados, la mirada de grandote perdida en Dylan. Suspiré metiendo mis cosas en mi mochila. Tenía que salir de ahí.

—Lo siento Dy, no lo sabía —se disculpó la bestia. Quise darme la vuelta para mirarlo una vez más, pero no tenía el valor. No podía verlo, no después de la humillación que había pasado.

—¡Emma! —me detuvo antes que pudiera siquiera comenzar a caminar— ¿Estás bien? ¡Tu brazo! —me examinó con más determinación las marcas rojas que, poco a poco, cambiaban su color a un lila suave. Definitivamente iba a tener unos moretones en poco tiempo.

—Estoy bien, Dylan —le aparté las manos—. Debo irme —dije con una sonrisa. Esto era tan humillante—. Vamos Cristian, Lizzie.

Estábamos alejándonos del lugar de los hechos cuando los gritos de Dylan me llegaron a los oídos. Giré para verlo. Mike y Dan estaban junto a él calmándolo. Sonreí un poco al ver que descargaba su ira contra el grandote.

Aún faltaban quince minutos para mi siguienteclase, pero Cristian decidió que era hora de empezar a caminar en esadirección, nos dejó en nuestra puerta, desapareciendo por completo entre lagente para encontrar la suya. No dijimos nada del incidente pero estaba segurade que morían de la curiosidad.    

Holaaaaa!!!! Estoy muy emocionada de volver a compartirles PROVOCAME, como saben algunos esta historia esta publicada en papel por NOVA CASA EDITORIAL. No olviden que pueden seguirme en mis redes sociales y en Wattpad y en el grupo interno de facebook!!!!!

Nos leemos!!!!!!!!

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