Cap. 2- ¿De qué lado estás?

Presentando a Chris Pine como Henry Keller


Avalon había oído rumores acerca de la curiosa habilidad de Tony Stark para presentarse de improviso en los lugares más inoportunos e inesperados, sin embargo, no contaba con volverse víctima de esas repentinas apariciones a solo un día de haberlo conocido.

Ahí estaba él, sentado en la terraza de la cafetería frente a su gimnasio, ataviado con un elegante traje, probablemente hecho a medida, y esas dichosas gafas de cristales semi trasparentes que no escondían el brillo travieso de sus ojos.

La joven abogada hizo una mueca cuando él alzó la bebida que le acababan de servir en su dirección; una clara invitación a unirse a él.

―¿Qué haces aquí, Stark? ―cuestionó, nada más cruzar la calle y pararse frente al millonario―. Anoche te dije que nos veríamos en mi despacho a las diez y media. Son las nueve, y esto está muy lejos de parecerse a mi despacho.

Tony se llevó el té helado a los labios. No tenía prisa por responder, prefería tomarse su tiempo para disfrutar de la vista que esa espectacular mujer le ofrecía; vestida con ajustadas mallas deportivas que poco dejaban a la imaginación, y el cabello aún empapado, probablemente recién salido de la ducha, no tenía nada que envidiarle a esas modelos que copaban los carteles publicitarios más llamativos de Times Square.

Definitivamente, sorprenderla a la salida de su gimnasio había sido una buena idea. Una excelente idea.

―Qué puedo decir ―chasqueó la lengua y esbozó una sonrisa encantadora―. Estaba ansioso por empezar a discutir nuestra estrategia.

Una risa irónica escapó de los labios de Avalon. Eso había tenido gracia.

―¿Nuestra estrategia? ―Se cruzó los brazos sobre el pecho―. Hasta dónde yo sé, tú eres el cliente y yo la abogada. Soy yo la que establece la estrategia, y tú la sigues. Así funciona esto.

―¿Quieres que sea un chico bueno y obediente? ―Tony enarcó una ceja, imprimiendo un doble sentido casi instintivo a sus palabras―. Porque te lo advierto, eso no se me da demasiado bien.

Avalon dejó caer su bolso de deportes al pie de la mesa, antes de tomar asiento en la silla frente a la del millonario. Al parecer, había un par de cosas que debía dejar claras cuanto antes.

―Escúchame bien, Stark, si quieres que te saque de esta, asume desde ya que tendrás que hacer lo que yo diga. Nada de réplicas, ni sugerencias, ni protestas. Yo soy la que manda. ¿Me he explicado bien?

Esas palabras y ese tono rebosante de pasión y resolución no molestaron al genio filántropo, sino todo lo contrario. Estaba acostumbrado a tratar con mujeres fuertes y decididas, como su hija Alex, o la mismísima Natasha Romanoff... Desde que ellas habían desaparecido cuatro meses atrás, nadie había vuelto a hablarle así; encontrar ahora esa chispa en Avalon Catwright resultaba todo un descubrimiento, de lo más balsámico y familiar.

―Cristalino ―contestó―. Eres una mujer dominante, lo respeto. Me gusta ―añadió, guiñándole un ojo y recargando la última oración con un acento deliberadamente travieso.

Avalon puso los ojos en blanco, sin embargo, se sorprendió a sí misma al descubrir que no le había molestado del todo la respuesta del millonario; tal vez porque, pese al deje juguetón, no parecía hablar a la ligera. La respetaba.

Por su parte, la conversación había llegado a su fin, de modo que hizo el amago de ponerse en pie, pero Tony extendió la mano por encima de la mesa y le tomó la muñeca, reteniéndola en el lugar.

»Quédate ―pidió―. Que yo sepa, tu próxima reunión es conmigo, no tienes prisa, ¿verdad? Tómate algo, yo invito.

Avalon sacudió la cabeza, condescendiente, pero no se negó. De todos modos, siempre se pedía un batido verde en esa misma cafetería después de las intensas sesiones en el gimnasio. No pensaba renunciar a ese pequeño placer solo porque Tony Stark hubiese decidido invadir su terreno.

―No acostumbro a tener reuniones de trabajo en zapatillas deportivas ―repuso, a la par que le hacía una seña al camarero para que le sirviese lo habitual.

―Es una pena, no te sientan nada mal. ―Tony no mentía. Esa mujer podría ponerse cualquier harapo y seguir luciendo como una diosa―. Te mantienes en forma, seguro que tu instructor de yoga, o pilates está orgulloso.

―Sí, probablemente lo estaría, si hiciese yoga o pilates. ―Avalon lo miró ufana―. No soy tan predecible, Stark.

―Seguro que no. ―Él le devolvió una expresión cargada de interés―. ¿Qué es lo tuyo, entonces?

―Defensa personal; aikido sobre todo. ―Ella se encogió de hombros―. También boxeo, pero menos.

―Vaya. ―El millonario arqueó las cejas, sorprendido. La señorita Catwright no dejaba de volverse más y más interesante―. ¿Y qué impulsa a una abogada del Upper East Side a querer aprender artes marciales?

Avalon aguardó a que el camarero dejase su batido verde sobre la mesa y se retirase antes de responder:

―Las mujeres tenemos que saber defendernos ―dijo, sin pestañear, para luego llevarse la bebida a los labios, zanjando así la cuestión.

Pese a la brevedad y aparente indiferencia de la respuesta, Tony captó cómo el rostro de su interlocutora se ensombrecía durante un fugaz instante. Detrás de esa decisión había una historia, una historia que ahora él quería conocer. Sin embargo, era demasiado pronto para tensar la cuerda.

―Entonces, ¿qué tienes preparado para mí? ―inquirió para cambiar de tema. Por mucho que algunos dijesen lo contrario, sabía cuándo poner freno a su lengua. Necesitaba a Avalon de su parte, no tenía intención de incomodarla inmiscuyéndose demasiado en su vida privada.

―La vista preliminar es en dos semanas, así que vendrás a verme todos los días para prepararte. Si jugamos bien nuestras cartas, no tendremos que ir a juicio ―contestó ella, feliz de regresar a un terreno que podía manejar casi a ciegas.

―¿Y no queremos ir a juicio por...?

―Porque aún no se sabe si será abierto, o si tendrá jurado civil ―explicó ella―. La mitad del mundo te adora, Stark, pero la otra mitad cree que has jugado con sus vidas, que te crees un dios entre los hombres. Están enfadados, y quieren represalias. Quieren verte caer ―añadió, sin molestarse en suavizar la situación. No era su trabajo empatizar con el cliente, sino salvarle el culo―. No sería nada beneficioso para nosotros que, entre los once miembros de un posible jurado civil, primen los que pertenecen a esa segunda mitad.

Tony se mantuvo en silencio unos instantes, procesando las palabras de su abogada. Estaba acostumbrado a generar polémica allí dónde pisaba, pero no era de piedra. La situación actual en torno a él y a lo que quedaba de los Vengadores no le era indiferente. Le dolía.

Le dolía saberse tan lejos de los que consideraba su familia. Le dolía la traición de Steve. Le dolía que la gente por la que luchaba no supiese ver el tremendo sacrificio que había realizado. Le dolía la manipulación por parte de los órganos de poder...

―¿Y en qué mitad estás tú? ―preguntó, sorprendiéndose a sí mismo al percatarse de lo mucho que ansiaba una respuesta cómplice por parte de esa mujer.

―Soy tu abogada, Stark, ¿en cuál crees que estoy?

―No como abogada ―puntualizó él―, como persona.

Avalon ladeó la cabeza. ¿Acababa de percibir un sesgo de vulnerabilidad en el arrogante Tony Stark?

En realidad, acostumbraba a estar demasiado ocupada como para si quiera haberse planteado a qué bando apoyar. Sin embargo, en ese momento, con los ojos castaños de Tony Stark clavados en los suyos, y esa mirada de expectación atravesándole el cráneo, se sintió incapaz de decepcionarlo.

―No importa cuál fuese mi opinión antes ―aclaró―. Estoy contigo desde el instante que firmamos el contrato. Y voy a estar contigo hasta el final.

Los labios de Tony se estiraron en una sonrisa peculiar. No era la respuesta qué buscaba, pero algo le decía que, viniendo de Avalon Catwright, eso era toda una muestra de confianza que más le valía atesorar.

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―Empezaba a pensar que tendría que secuestrarte.

Avalon sonrió en respuesta al singular saludo de Henry Keller.

―Mira quién habla, ¿cuánto tiempo hace que no te tomas unas vacaciones? ―contestó, posando el bolso de mano sobre la barra del elegante club en el que habían quedado esa noche para tomar unas copas.

―Probablemente el mismo que tú. ―Henry le dedicó una sonrisa encantadora; esa clase de sonrisa que justificaba sin lugar a discusión que fuese considerado uno de los grandes empresarios solteros más codiciados del país, según la revista Forbes―. Somos un par de adictos al trabajo. Ven aquí, niña.

La abogada se dejó abrazar por el hombre al que consideraba prácticamente un hermano mayor.

―Seguirás llamándome niña cuando cumpla cuarenta, ¿me equivoco? ―rio.

―No lo dudes. ―Henry le guiñó un ojo―. Cuéntame, ¿ya has empezado con lo de Tony Stark?

―Esta mañana me reuní con él. Y, créeme, me debes una. ―Avalon hizo una mueca―. Le recomendaste que acudiese a mí sin avisarme primero, ¿cómo se te ocurre? Su caso es un auténtico desastre, no hay precedentes legales, ni en lo civil ni en lo penal, no hay ningún patrón; han privatizado la acusación, y la fiscalía los apoya...

El aludido no modificó un ápice su expresión relajada mientras Avalon le echaba la bronca. Se limitó a pedir un cóctel para ella y otro bourbon con hielo para él, y esperó a que ella terminase de despotricar a gusto.

―Tu Cosmopolitan. ―Sin dejar de sonreír, le pasó la copa en cuanto se la sirvieron.

―Gracias. ―Avalon la tomó, todavía con el ceño fruncido.

No le sorprendió que Henry supiese lo que quería. Se conocían desde hacía demasiado tiempo. Aunque él le sacaba casi quince años, ambos eran privilegiados oriundos del Upper East Side.

Cuando ella apenas empezaba a saber leer, él ya era un adolescente desgarbado que solía colarse en su casa para encontrarse furtivamente con su novia (y más tarde esposa), la niñera de Avalon. Ese intenso amor de adolescencia había finalizado en desgracia con el fallecimiento de la joven en un accidente automovilístico.

Sin embargo, pese a la diferencia de edad, Henry y Avalon nunca perdieron el contacto. En cuanto ella se graduó en Harvard con honores, él quiso ser su primer cliente oficial, ayudándola así a hacerse un hueco en el competitivo mundo del derecho corporativo.

Gracias a Henry Keller, Avalon no solo llevaba los asuntos legales de Keller Company, la empresa financiera de su amigo, también era la abogada de Wayne Enterprise, propiedad de otro colega de Henry, Bruce Wayne, y de otras seis importantes cooperativas.

Y ahora, de Tony Stark.

―No me debes nada, Ava. ―Los ojos azules de Henry ribetearon con un brillo fraternal―. No tenías que aceptarlo por mí. Le hablé de ti a Stark, porque es un buen amigo, y porque me dijo que necesitaba al mejor. Esa eres tú. Pero si no quieres llevarlo, solo tienes que decírselo.

―Sí que quiero ―lo interrumpió ella, muy convencida―. Te lo he dicho, este caso es un desastre. Solo yo puedo ponerlo en orden.

El hombre sacudió la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa. La seguridad de Avalon en sí misma podía resultar abrumadora para quien no la conociese, pero él sabía que bajo toda esa fortaleza aparentemente impenetrable, se encontraban sepultadas experiencias que nadie debería tener que soportar.

―Entonces, ¿el hecho de que el bufete de tu padre lleve la acusación no influye?

Una mueca de recelo acudió al rostro de la abogada.

―¿Cómo te has enterado? Aún está en círculos cerrados, no se ha hecho público.

―Tengo mis contactos. ―Henry se encogió de hombros―. Si lo hubiera sabido antes, no te habría recomendado. Es demasiado personal para ti ―añadió, ahora más serio.

―No le tengo miedo, Henry ―rebatió ella―. Ya no.

El aludido asintió en silencio. No le gustaba, pero era consciente de que no podía hacer nada para disuadirla. Cuando Avalon tomaba una decisión, iba con ello hasta el final.

―Prométeme que tendrás cuidado.

―Es él quien debe tener cuidado. ―La voz de la joven sonó firme, sin el menor sesgo de titubeo―. Ya no soy una niña, ya no puede hacerme nada.

Con estas palabras, Avalon dejó claro que no tenía intención de seguir ahondando en el tema, y optó por desviar el ritmo de la conversación en otra dirección.

―¿Cómo están las mellizas?

Henry le dedicó una mirada condescendiente, dejándole claro que se había percatado de esa poco sutil estrategia disuasiva, pero no discutió. Nunca podía cuando le preguntaban por sus hijas, su mayor orgullo.

―Siguen en Londres. Hablé con ellas anoche; Daphne acaba de ganar otro trofeo de hípica, y Brisa sigue entrenando para las pruebas del equipo olímpico de gimnasia. Ellas están muy contentas, pero yo las extraño ―confesó, chasqueando la lengua―. Cuento los días para que se termine el dichoso intercambio escolar y vuelvan a casa.

―Eres demasiado sobreprotector. ―Avalon sonrió, enternecida. Sabía que esas niñas, a las que también ella consentía más de lo recomendable, eran lo más preciado en la vida de su mejor amigo.

Él se encogió de hombros, reconociéndose culpable de la acusación. Era muy protector, cierto, pero tenía sus motivos para actuar así.

―Tengo que contarles que ahora la tía Avalon es la abogada de Iron Man ―repuso, divertido.

―La verdad ―Avalon removió el contenido de su copa con la pajita―, que así dicho, no suena nada mal.



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No es un espejismo, he vuelto 🙈🙈
Ahora que regresé de la playa quiero ir retomando las actualizaciones de toda la saga, pero será poco a poco, ya que estoy bastante (muy) saturada de obligaciones. But, no worries, tarde o temprano siempre actualizo.

Seguro que muchas ya lo conocéis, pero por si acaso lo digo por aquí, Henry Keller es el padre de Brisa la protagonista de mi fic de Peter Parker, COVENANT os aconsejo que paséis a leerlo si queréis saber más de él. Tiene una historia muy interesante 😏😊

Besos

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