Cap. 1- Caso Stark


Atrapado entre las cuatro paredes de ese lujoso despacho, y ansioso por terminar de una vez con el dichoso proceso judicial que ni siquiera había dado comienzo todavía, Tony constató una vez más lo mucho que necesitaba a Iron Man; la libertad que experimentaba cuando volaba en su armadura, la seguridad de saber que contaba con el poder para proteger a los demás... No permitiría que se lo arrebatasen.

Al principio se había negado a caer en el juego de fuerza que el Estado estaba dirigiendo contra él. Se lo había tomado a broma, ¿qué otra cosa podía hacer? Rogers y los demás acababan de desaparecer, ni su cabeza ni su corazón estaban preparados para enfrentar otra crisis...

Pero mientras él ignoraba al mundo, el mundo se encendía con la polémica.

Estaba harto, hastiado de la hipocresía entre los altos mandos gubernamentales y militares, cansado de luchar, de defenderse, de perder a sus seres queridos una y otra vez... Había hecho lo correcto, había firmado los acuerdos, había cumplido con la ley... ¿Y qué había conseguido?

Nada.

No había podido mantener a los Vengadores unidos. Solo Rhodey y Vision seguían con él. Bueno, y el crío, pero ese era un caso aparte.

Exhaló un suspiro. En ocasiones imaginaba qué se sentiría al claudicar, al dejarse vencer por la presión, ¿encontraría así la paz?... Sonaba tentador, pero ¿a quién pretendía engañar? Como Alex le había dicho una vez, eso iba contra su naturaleza. Él era Iron Man, era Tony Stark; por muchas jaquecas y noches sin dormir que esa caótica vida le provocase, nunca dejaría de luchar por lo que consideraba correcto.

No tenía el poder de regresar atrás en el tiempo; lo único que podía hacer era levantar la cabeza y seguir adelante, por muy duro que resultase.

―No creo que a la señora Catwright le haga gracia que toquetees sus cosas, jefe ―comentó Happy Hogan, sacándolo del breve trance en el que había caído.

El millonario clavó la vista en la estatuilla de cristal que sostenía entre sus manos. Ni siquiera recordaba haberla cogido; sobre una pequeña y meticulosa estructura en forma de pergamino rezaba el motivo de tal galardón, una especie de reconocimiento jurídico de título pomposo, pero bastante impresionante, al igual que casi todos los detalles estratégicamente repartidos por la lujosa estancia.

Tony aún no conocía a la dueña de ese despacho. Si se encontraba ahí, y no en cualquier otro bufete de Nueva York, era por recomendación de un amigo común, Henry Keller, y por insistencia de Rhodey y Pepper, quienes prácticamente lo habían obligado a buscar asesoramiento profesional (pues él estaba convencido de que era perfectamente capaz de representarse a sí mismo). Sin embargo, debía admitir que esa mujer, fuera cómo fuese, tenía un gusto exquisito; desde los elegantes sillones y sofás, pasando por el escritorio de madera de roble, hasta las bolas de básquet dispuestas en fila sobre la repisa bajo el enorme ventanal, y la colección de vinilos perfectamente ordenada en la estantería opuesta... Todo parecía haber sido colocado con la deliberada intención de captar su atención.

Haciendo caso omiso de la recomendación previa de Happy, Tony tomó uno de los balones, dedicado personalmente por LeBron James, ¡cómo no!, y se dispuso a girarlo sobre su dedo índice.

―Le agradecería que dejase eso dónde lo ha encontrado, señor Stark.

Una voz femenina, suave, pero terriblemente sexy y determinada, sonó a su espalda, provocando que el millonario se voltease de súbito, aun así sin perder el equilibrio del balón sobre su dedo.

Frente a él, en el otro extremo del despacho, acababan de hacer acto de presencia dos personas; un joven rubio de expresión soñadora y una mujer... despampanante.

Tony se aclaró la garganta; de haber sido un adolescente hormonado, probablemente se habría puesto a tartamudear; resultaba imposible no quedarse anonadado ante el físico de semejante fémina... Pero él no era ningún adolescente.

Una sonrisa torcida y arrogante acudió automáticamente a su rostro:

―Cuando Keller me recomendó a la mejor abogada de Nueva York no creí que sería tan joven y... ―se lo pensó dos veces antes de soltar el piropo que pasaba por su mente y optó por algo menos directo―, elegante.

Sonrió, satisfecho consigo mismo. No mentía. Elegante sin duda era un adjetivo que describía a la perfección a esa mujer.

Ella enarcó una ceja y recortó la distancia que la separaba de su escritorio. Mientras tanto, el joven que la acompañaba se acercó a Tony y, con una expresión de disculpa, le retiró el balón para volver a dejarlo en su sitio.

―Bien, señor Stark, Henry no me avisó de su visita, y usted tampoco ha tenido el buen gusto de pedir cita a mi secretaria ―repuso Avalon desde su asiento. Henry Keller era uno de sus mejores clientes, y también un buen amigo, aunque en ese instante sintiese deseos de estrangularlo por meterla en esa situación―. Pero ya que está aquí, y que tengo, ¿cuánto tiempo, Charlie?

―Cinco minutos, jefa ―respondió el aludido―. El acuerdo de fusión de los Lauren debería estar finiquitado para las ocho.

―Cinco minutos. Eso es todo lo que puedo dedicarle ―repitió Avalon, volviendo a dirigirse al millonario―. Hablemos.

―Tutéame, encanto. ―Tony ignoró el reproche implícito en las palabras de la abogada. Se limitó a dejarse caer en el sillón al otro lado del escritorio, pero lo suficientemente cerca de la mujer para percibir su suave y estimulante perfume, Chanel, sin duda.

―Señorita Catwright ―lo corrigió ella.

―Señorita Catwright. ―Tony sonrió divertido―. No hay mucho de qué hablar, sabe por qué estoy aquí. Quiero que sea mi abogada.

Al lado de su jefe, Happy enarcó una ceja. Apenas cinco minutos atrás Tony había protestado como un bebé porque no necesitaba otro abogado estirado.

―La denuncia del Estado. ―Avalon no se molestó en disimular un deje de sorpresa. Pese a que últimamente no se hablaba de otra cosa, creía que el proceso tardaría meses en dar comienzo, o incluso que no lo haría; los rumores eran fuertes, pero Stark siempre había contado con poderosos apoyos―. ¿Ha recibido la citación?

―Anoche, en un sobre amarillo, muy hortera. ―Él se inclinó hacia delante―. Discúlpeme, pero tengo que preguntarlo, se ve muy joven para ser socia mayoritaria, ¿cuánto tiempo lleva ejerciendo?

Happy se palmeó la frente, mientras que Charlie, todavía en pie, fingiendo revisar unos documentos, tuvo que morderse la lengua para contener una carcajada.

―El suficiente para poder rechazar este caso y no tener que rendirle cuentas a nadie ―repuso Avalon, cortante. Era habitual que los nuevos clientes la prejuzgasen por su aspecto y edad, pero eso no quería decir que estuviese dispuesta a permitirlo.

―Oh, no, no me refería a eso. ―Tony sacudió una mano, casi divertido con la reacción que había arrancado en esa mujer. Lo cierto era que no le molestaría tener más oportunidades de provocarla―. Era un halago, señorita Catwright. Es impresionante que haya llegado tan alto en tan poco tiempo. La respuesta a esa clase de piropos suele ser gracias.

Ella volvió a arquear las cejas a la par que se recostaba hacia atrás en su asiento y cruzaba una pierna por encima de la otra.

Los ojos de Tony siguieron el movimiento sin ningún reparo. Avalon Catwright tenía unas piernas de infarto, largas, bronceadas y, sin duda alguna, trabajadas en el gimnasio.

―Soy la mejor en lo mío, Stark ―habló ella, poniendo fin a la tensión que reinaba en la estancia, y provocando que él volviera a mirarla a esos ojazos marrones, no menos bonitos que las piernas... ¡Qué rayos! Todo en esa mujer parecía hecho para invitar al pecado―. Pero soy especialista en mercantil, no en penal. Le recomendaré a alguien más adecuado para su caso.

―No quiero a nadie más ―la cortó Tony, sin vacilar―. La quiero a usted.

Durante un fugaz instante, Avalon se sintió abrumada por la intensidad de esa mirada. Debía reconocer que Tony Stark sabía cómo desarmar a una mujer, la fama de playboy no era infundada... Pero ella no era como las demás, no tenía por costumbre caer con facilidad ante los encantos de un hombre, por muy atractivo que este fuese; los hombres caían ante ella.

―Se ha acabado el tiempo. ―Con toda la elegancia que la caracterizaba, se puso en pie―. Envíele a mi secretaria la información del caso. La revisaré.

―¿Eso es un sí? ―Tony se mantuvo en su sitio. Era consciente de que el gesto de esa inusualmente bella abogada era una invitación velada a abandonar el despacho, pero no tenía intención de ceder terreno, aún no.

―Es un tal vez ―sentenció Avalon. No disponía de tiempo para discutir; con hombres como Stark lo mejor era dejarles creer que iban ganando―. Me lo pensaré.

―De acuerdo. ―Esta vez Tony sí se levantó. Extendió la mano derecha hacia la mujer, pero cuando ella la aceptó, en lugar de estrechársela, acercó los labios al dorso y besó la bronceada piel... exquisitamente suave.

Avalon abrió mucho los ojos, sorprendida, pero no permitió que la impresión transluciera más allá en su expresión. Se limitó a retirar la mano con calma cuando él la soltó.

Solo entonces, Tony se encaminó hacia la puerta del despacho, seguido de Happy.

―La próxima vez, pida cita antes de presentarse en mi despacho, señor Stark ―señaló Avalon, sin moverse de su posición, aún en pie junto al escritorio. «En el muy hipotético caso de que haya próxima vez», añadió para sí misma. No tenía la menor intención de aceptar ese trabajo.

Tony se detuvo en el marco de la puerta. Una sonrisa ufana volvía a ocupar su semblante.

―Estaremos en contacto, señorita Catwright. ―Le guiñó un ojo y, con estas palabras, desapareció del despacho.

Bajo la atenta y poco disimulada mirada de cada uno de los empleados del bufete, recorrió el camino hasta el parking subterráneo, donde Happy había dejado el coche.

―Ha ido bien ¿verdad? ―comentó, dejándose caer en el asiento trasero, mientras su antiguo guardaespaldas, ahora jefe de seguridad (o niñero, según Rhodey), ocupaba la posición frente al volante―. Voy a decir algo que no suelo decir, así que disfrútalo; teníais razón, necesito un abogado. Esto me viene grande, ¿contento?

―Saldremos de esta, jefe. Siempre lo hacemos. ―Happy Hogan no alteró la expresión neutra tan típica en su semblante, pero algo en su interior se removió.

A través del espejo retrovisor, Tony captó el brillo de preocupación en los ojos de su amigo, de modo que se limitó a asentir, con pretendido desinterés.

―¿Sabes qué? Me apetecen unas cheeseburguers. Pararemos en ese sitio que le gustaba a Alex.

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Todavía faltaban unas semanas para Navidad, pero los villancicos sonaban desde hacía días en los altavoces del Rockefeller Center, colándose a través de las ventanas abiertas del despacho de Avalon.

El jaleo propio de esas fechas solía arrancar improperios y quejas por parte de los abogados con despachos orientados a la famosa plaza, pero a ella no le molestaba, al contrario, le encantaba el ambiente navideño en Manhattan, las risas que llegaban desde la pista de hielo, las vistosas decoraciones, las luces de colores... Pequeños detalles que le traían a la memoria alegres momentos de su infancia, recuerdos de cuando su madre aún vivía, antes de que todo se volviese turbio...

Sacudió la cabeza. No, no volvería a pensar en ello. Lo había superado.

Todavía sentada, se estiró hacia atrás, y giró el cuello en un intento por relajar los músculos, agarrotados tras un día entero de reuniones, negociaciones y revisión de acuerdos millonarios.

No le había dado más vueltas al caso de Tony Stark desde que este se había marchado a primera hora de la mañana. Ni siquiera había llamado a Henry para cantarle las cuarenta por ponerla en esa situación; aunque lo haría, sin duda.

Con un suspiro de agotamiento, estiró la mano para pulsar el altavoz que conectaba su despacho con el cubículo de su secretaria.

―Tara, ¿sigues ahí?

Sí, estoy terminando el informe del acuerdo con la farmacéutica Gilbert ―respondió la joven a través de la línea―. Dime, ¿qué necesitas?

―¿Tienes los archivos del caso Stark? ―preguntó Avalon. Había prometido que le echaría un vistazo, y ella nunca rompía sus promesas. Valoraría la situación y buscaría a la persona más adecuada para llevarlo, pero nada más.

Un segundo... Sí, aquí están. También está el número personal de Tony Stark. Dice que contactes con él directamente.

Avalon puso los ojos en blanco.

―Envíamelo todo. Y después vete a casa. No tienes que hacer horas extra para impresionarme, Tara ―añadió divertida.

Si tú te quedas, nosotros nos quedamos, Avalon. Charlie también sigue aquí ―Tara imitó el tono de su jefa.

Para sus adversarios, Avalon era un témpano de hielo, fría e implacable, pero Charlie y Tara conocían otras facetas de su carácter; atenta, protectora, divertida e incluso amable si el día había sido productivo. Con ellos no era la déspota mujer de negocios capaz de desplumar hasta a la multinacional más poderosa, sino una buena amiga y una jefa ejemplar.

La abogada alzó las comisuras de los labios en una sonrisa. No solía decirlo en voz alta, pero en verdad valoraba la lealtad incondicional de Tara y Charlie. Formaban el mejor equipo de todo el bufete, por mucho que le pesase a los viejos carcamales de sus socios.

―Entonces dile que venga a mi despacho, y encarga lo que os apetezca para cenar, nos quedaremos hasta tarde. Yo invito ―añadió, antes de cortar la comunicación.

Charlie no tardó ni diez minutos en aparecer en la entrada, dejándole a ella el tiempo justo para revisar por encima los documentos de la demanda.

El chico tenía las mangas de la camisa remangadas hasta los codos y la corbata aflojada, señal inequívoca de que se había pasado las últimas horas en el archivo, donde siempre hacía un calor horrible.

―¿Me echabas de menos? ―Con las manos metidas en los bolsillos del traje, Charlie cruzó la estancia hasta los ventanales y tomó asiento en la repisa anexa, ansioso por sacar la cabeza y disfrutar del aire gélido de diciembre.

―¿Ahora eres un perro? ―Avalon esbozó una sonrisa torcida.

―Tírate tú una tarde en el archivo y hablamos ―repuso él, con toda la confianza que sabía que tenía con su jefa―. Por cierto, ¿no querías un precedente legal para el pleito de mañana?, pues he encontrado el registro del caso Dumas. ―Sonrió orgulloso―. ¿Quién es el mejor abogado asociado de todo Nueva York?

―Tú, por supuesto, ¿no te lo digo constantemente? ―Ella le devolvió un gesto irónico y divertido, a la par que se ponía en pie, para acercarse también al ventanal.

Charlie hizo una mueca. Su jefa no era de las que se deshacían en halagos. Avalon demostraba su gratitud y confianza de un modo curioso, cuanto mejor era él, más exigente se volvía ella, y más libertad le daba. Recordaba que al principio apenas le permitía llevar la contabilidad de los acuerdos más sencillos. Actualmente, tenía su propia cartera de clientes, y estaba muy cerca de ser ascendido a socio. Era consciente de que nada de eso habría sido posible sin la tutela de Avalon.

―Me has llamado por lo de Stark ―dedujo, tras un breve silencio―. ¿Qué has decidido?, ¿vamos a llevarlo?

Sin apartar la mirada de la concurrida plaza que se extendía treintaicuatro pisos por debajo, ella chasqueó la lengua.

―Hay algo que no me cuadra en todo esto ―reconoció―. He visto la citación, no está firmada por la fiscalía.

―¿No? ―Charlie arqueó las cejas, realmente sorprendido. Las demandas estatales siempre eran tramitadas por la fiscalía. Sabía que se habían dado un par de excepciones, pero eran exactamente eso, dos casos aislados en los últimos setenta años.

―Stark lleva años jugando a ser superhéroe, ¿y pretenden juzgarlo justo después de que haya firmado los Acuerdos? No tiene sentido.

―Dices que no vas a aceptarlo, pero ya lo estás defendiendo ―señaló Charlie con acento burlón.

Ella se dio la vuelta, apoyándose contra la repisa, pero esta vez lo miró a él.

―¿No te parece extraño? ―insistió. Los ojos le brillaban con esa emoción contenida que se apoderaba de su mirada cada vez que un reto se le cruzaba en el camino―. En diez años nadie le ha puesto trabas, y ahora que el resto de los Vengadores han desaparecido, el Estado va a por él. Es como si alguien quisiese deshacerse de los superhéroes...

―Ava, no, otra vez no. ―Charlie se puso en pie―. Teorías conspiratorias otra vez no. Recuerda lo que pasó la última vez.

La aludida rodó los ojos y sacudió una mano. No tenía ninguna intención de repetir el único gran error que había cometido en toda su carrera. No era una paranoica desquiciada, tan solo veía cosas que los demás no. El problema estaba en que, sin pruebas, no se podían realizar acusaciones...

―Hablaré con David de litigios para que lleve el caso. ―Exhaló un suspiro de resignación y extendió la mano para tomar su smartphone del escritorio, sin embargo, en cuanto desbloqueó la pantalla, una notificación captó su atención―. Tiene que ser una broma... ―susurró, con la voz entrecortada.

―¿Qué pasa? ―Preocupado, Charlie se acercó a ella. No estaba nada acostumbrado a ver a su jefa reaccionar de ese modo ante nada... En realidad, ante casi nada. Solo existía una persona capaz de suscitarle semejante expresión.

Catwright&Co va a llevar la acusación contra Tony Stark. Acaban de hacerlo oficial ―respondió Avalon, mostrándole la noticia en la pantalla.

Charlie abrió mucho los ojos, tan confuso como ella. Catwright&Co era un bufete privado, su mayor competidor para ser exactos, fundado por la familia Catwright un par de generaciones atrás, y en la actualidad liderado por Gabriel Catwright, el padre de Avalon.

―¿Qué pinta C&C en una demanda Estatal? ―cuestionó.

Pero Avalon ya no lo escuchaba. Se encontraba frente a la pantalla de su ordenador, recuperando el archivo que Tara le había enviado unos minutos atrás. En cuanto dio con él, marcó el número de teléfono resaltado en amarillo en el asunto del correo.

Pasaban las diez de la noche, una hora nada formal para realizar llamadas laborales, sin embargo, una voz masculina respondió al tercer toque.

―¿Diga?

―Stark. Soy Avalon Catwright, solo llamaba para decir que acepto. Seré tu abogada.



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El gif de inicio es obra de la bella aifosrey

Well, corazones, está de más decir que tengo mucho autohype con esta historia jajaja, y que he visto muchas series de abogados porque si no, no sabría por dónde ir xD. Aunque estoy muy ilusionada con ella, es un poco complicada, porque tiene mucha carga emocional en los dos protagonistas, o sea, Tony está ploff, y es normal, por todo lo de Civil War, y Avalon también lleva bastante carga detrás, por eso quiero tomarme mi tiempo para escribir bien los capítulos, no quiero precipitarme y no saber reflejar todos los detalles que hay en mi mente para ellos, so, no os enfadéis si las actualizaciones no son todo lo frecuentes que me gustaría (lo mismo me pasa con Blackrose).

¿Alguien ha captado la referencia a Covenant? Well, para quienes no lo sepan, Henry Keller, el colega que le recomendó a Tony que fuese a junto de Avalon, es el papá de la protagonista de mi fic de Peter Parker (Covenant) also, está interpretado por Chris Pine jaja just saying.

No me lío más. Espero que os guste, y mil gracias por leer ^^

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