Cap. 0- ¿Quién está en mi despacho?
Manhattan, Nueva York. Diciembre de 2018
Todavía no eran las seis de la mañana cuando Avalon Catwright abandonó su apartamento en la novena con Gansevoort Street, en el lujoso barrio de Chelsea.
Nada más bajar las escaleras de piedra, sus ojos repararon en el Land Rover negro aparcado en la acera opuesta a su portal; el mismo que a lo largo de la última semana había visto junto a la sede de Rushell&Zane, en el callejón anexo a su gimnasio, e incluso estacionado frente al Lincoln Center la noche que había acudido al concierto de la Sinfónica.
El vehículo tenía las luces de posición encendidas y las ventanas tintadas; todo un alarde de superioridad que a la mujer le resultó de lo más pretencioso e innecesario; como si la persona, o personas, en el interior quisiese dejar constancia de su situación de desventaja. Ellos la veían, pero ella a ellos no.
Avalon apretó los dientes, en un intento por mantener la neutralidad de su expresión, y se dio la vuelta. De cara al escaparate de una joyería, pretendió arreglarse las ondas de su corta melena, mientras, de reojo, comprobaba de nuevo la matrícula.
En efecto, la misma de siempre.
La cantidad de veces que ese vehículo se había cruzado en su camino en los últimos días sobrepasaba sin lugar a dudas el límite de lo que podría considerarse casualidad.
La estaban vigilando.
Barajó la posibilidad de cruzar la calle y encarar al conductor, fuera quién fuese. Obviamente, tenía ciertas sospechas, pero si algo le había enseñado la experiencia en los juzgados, era que nunca debía ejecutar una acusación directa sin una base de pruebas sólida. Lo contrario se llamaba especular, palabra casi tabú en su mundo.
En cualquier caso, la preocupación por ese presunto acosador quedó arrinconada en un profundo recoveco de su mente en cuanto su chófer aparcó frente a ella, disculpándose por el breve retraso.
Avalon subió al auto sin darle más vueltas. Tenía demasiado trabajo por delante, demasiados tratos por cerrar, demasiadas reuniones a las que acudir... Su jornada laboral comenzaba desde el momento en que se sentaba en el asiento trasero de ese vehículo, y no terminaba hasta que regresaba a su apartamento, usualmente ya entrada la noche.
Ese era el precio a pagar por ostentar el cargo de socia mayoritaria más joven en uno de los bufetes legales más importantes de Nueva York.
No obstante, para ella, las interminables horas en el despacho y las noches sin dormir no implicaban ningún sacrifico. Su trabajo era su vida, y lo amaba.
―¿Ha oído las noticias, señorita Catwright? ―comentó el hombre, mirándola a través del retrovisor, una vez que se pusieron en marcha―. Dicen que van a procesar a Tony Stark por los daños colaterales que él y los Vengadores han provocado estos años.
―Lo he oído. No se habla de otra cosa ―repuso ella con cierto deje de hastío, sin levantar los ojos de la pantalla de su smartphone, donde respondía los emails que su secretaria acababa de enviarle.
Por supuesto que estaba al tanto de los titulares. La aprobación de los Acuerdos de Sokovia, cuatro meses atrás, había marcado un antes y un después en la historia de los superhéroes más famosos de la Tierra. El Capitán América, antes héroe nacional e ídolo de medio mundo, era ahora un fugitivo en busca y captura, al igual que aquellos que habían decidido seguirlo.
Tony Stark, por otro lado, se había quedado bajo el escrutinio de la opinión pública, opinión que no había sido precisamente benévola con él. Las masas exigían el pago por los desastres acaecidos a lo largo de todos esos años de actividad superheroica sin supervisión. La presión social era fuerte en ambos bandos, muy fuerte. Defensores y detractores se hacían oír a diario en los medios.
Como si no sucediesen cosas más importantes en el mundo... El proceso iba camino de convertirse en un circo mediático, y ni siquiera había dado comienzo.
―Hemos llegado, señorita ―la avisó el conductor, veinticinco minutos más tarde.
Avalon apartó la mirada de su móvil, guardándolo de nuevo en el bolso de mano a conjunto con su gabardina de Burberry.
―Gracias, Harry. Nos vemos aquí a la hora de siempre. ―Abrió la puerta, pero, antes de bajar a la acera de la concurrida Quinta Avenida, se volvió hacia el hombre―. Espero que la demora de esta mañana no vuelva a repetirse.
Con estas palabras, abandonó el auto. Era una mujer atareada, no podía permitirse retrasos, por eso pagaba a un chófer personal. Si este no era capaz de cumplir con su trabajo adecuadamente, tendría que buscarse a otro que lo hiciera mejor.
―¡Buenos días, jefa!
Se paró en seco cuando la llamativa bicicleta de Charlie White chirrió a su derecha, apenas a un metro de las puertas giratorias que daban acceso a la impresionante sede de Rushell&Zane.
―¿Aún te desplazas en eso? ―Avalon enarcó una ceja―. Te pago más que suficiente para que te costees un buen auto, Charlie, o tres.
Él respondió con una sonrisa jovial, al tiempo que se despojaba del casco que le cubría el corto cabello rubio, para luego dejarlo colgado del manillar.
―Me preocupa el medioambiente ―contestó, encogiéndose de hombros―. Además, si viniese en coche, no podría haber aparcado delante de la pastelería Magnolia para pedir esto. ―Tomó de la cesta delantera de la bici dos vasos de plástico, todavía humeantes (y, probablemente gracias a alguna clase de milagro, aún llenos), y extendió uno hacia la mujer―. Tu café favorito, recién importado de Etiopía. Me apuesto algo a que no has desayunado.
―¿Con leche de soja? ―Avalon entrecerró los ojos.
―Sí.
―¿Azúcar?
―No.
―¿Y Canela?
―Extra de canela ―sentenció Charlie, convencido de haber pasado el examen.
―Bien. ―La expresión de Avalon se suavizó, casi dibujando una sonrisa agradecida―. Sabía que había un motivo para mantenerte aquí. ―Cogió el vaso y le dio un sorbo, con cuidado de no quemarse.
―Y yo que creía que era porque soy el mejor asociado del bufete, o por mi graduado en Columbia con matrícula, o porque solo el año pasado te ayudé a cerrar veinte casos sin siquiera llegar a juicio, o por las horas extra que no cotizo... ―Empezó a enumerar él, entrando en el elegante edificio tras la mujer.
―Sí, sí, sí... ―Avalon agitó la mano libre en un gesto condescendiente, sin embargo, una nota divertida translució en su voz.
Charlie (o Charles, como él insistía en ser llamado) era su asociado personal desde que a ella la habían ascendido a socia cuatro años atrás. Pese a su actitud, aparentemente pueril y despreocupada, el joven rebosaba talento natural para el ejercicio de la abogacía. No en vano era el único en todo el bufete capaz de seguirle el ritmo a la implacable Avalon Catwright.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta treinta y cinco, el habitual ajetreo de un lunes por la mañana llenó sus vistas y oídos. Pasantes, secretarias y asociados ocupaban las primeras salas; decenas de cubículos, donde los teléfonos no dejaban de sonar y los papeles y carpetas se traspasaban de escritorio en escritorio en lo que casi semejaba una coreografía ensayada.
Continuando por ese mismo corredor se localizaban las salas de juntas, el área de descanso y la cocina de los socios minoritarios, la zona privada de los socios mayoritarios y, al fondo, los lujosos despachos de estos últimos, todos con sus nombres grabados en las puertas en letras doradas, y asombrosas vistas al Rockefeller Center.
A medida que sus botas de tacón repiqueteaban sobre el suelo de mármol, Avalon notó cómo la vibrante energía que reinaba en el lugar se contagiaba a cada fibra de su cuerpo.
―¡Avalon! ―Tara, su secretaria, les salió al paso antes de doblar la esquina hacia su despacho―. He intentado decirles que tenían que pedir cita antes de verte, pero no me ha hecho caso. Han entrado en tu despacho sin permiso, pensé en llamar a seguridad, pero después también pensé que los de seguridad no iban a poder hacer nada contra él...
La mujer estaba hecha un manojo de nervios; los archivadores que aferraba entre sus brazos no tardaron en escurrirse de camino al suelo. Afortunadamente, Charlie, siempre pendiente de los gestos de Tara, los atrapó en el aire, quedando como todo un caballero a ojos de la secretaria.
―Tara, si no te tranquilizas, no voy a entender nada ―Avalon habló en tono neutral, sin dejarse llevar por la ansiedad que dominaba a su empleada―. ¿Quién está en mi despacho?
La mujer inspiró hondo antes de responder:
―Tony Stark.
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Prosecution da comienzo! xD
Really que tenía muchísimas ganas de empezar esta historia. Las actualizaciones no serán muy seguidas porque quiero compatibilizarla con las otras historias de esta saga que están en proceso, Eternity, Blackrose (que la publicaré hoy, casi seguro xD) y Covenant.
Por si hay lectores nuevos, comento que no es necesario leer las demás historias para comprender esta, pero sí altamente recomendable por las referencias :)
En fin, este solo ha sido un capítulo muuuy introductorio, pero en el próximo ya tenemos encuentro entre Avalon y Tony, so, espero hacerlo a la altura de las expectativas. De momento, ¿qué opinión tenéis de Avalon?
Btw, voy a explicar aquí la estructura de los bufetes de abogados americanos (Suits es mi biblia jajaja) por si se da alguna duda a lo largo de la historia. De menor rango a mayor:
- Becarios y pasantes (son estudiantes de derecho, aún no están graduados)
- Asociados (abogados graduados, como Charlie, pero sin acciones en el bufete)
- Socios minoritarios
- Socios mayoritarios (abogados con una parte importante de la propiedad del bufete, como Avalon)
- Socios gerentes (principales dueños del bufete, sus apellidos son los que suelen dar nombre al bufete. En el caso de Rushell&Zane, los gerentes son Lyall Rushell y Tomas Zane).
Bueeeno, y hasta aquó todo por ahora. Espero que os haya gustado, y nos vemos en el próximo.
Muchos besos 😘
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