Mi niño de ojos dorados
―Perdí a mi hijo hace cinco años. La melancolía nunca deja de abrumarme. Sé que debería ser fuerte y levantarme, pero no ver sus ojos dorados, reflejados en los míos, me abruma. No puedo olvidar su diminuta figura, esparcía juguetes por toda la sala. Luego yo los ordenaba mientras él veía televisión. Sé que tal vez fui una mala madre, no lo dejé tener muchos amigos. Tenía miedo que se contagiara de algún catarro o copiara malas costumbres. Ya saben, es el temor de toda madre: la sociedad y el mundo en general. La vida suele ser muy peligrosa, quise cuidarlo de todas las cosas... pero no pude, nunca pude. Llevo lamentando ese hecho por años. Lo amaba tanto, sé que no es mi culpa. Fue solo un abrazo, fue solo limpieza, fue solo un baño. Lo estaba bañando cuando lo perdí, sé que ese día se sentía un poco... mal, tenía en el rostro una expresión incómoda. Me costó hacerlo reír. Intenté que jugara con los patos y barcos pero no me hizo caso. Ignoró por completo todos mis esfuerzos por hacerlo feliz. Fueron meses muy duros, ya no podía ver su sonrisa. Él tal solo gruñía. Me miraba, apartaba la mirada y gruñía. Tal vez le dolía el estómago o se enojó conmigo porque no le preparé su desayuno favorito. ¿Qué esperaba? Rompió uno de mis vasos de vidrio, debía ser castigado. Es que discutimos mucho esa semana. Yo solo quería hacerlo feliz, ver sus ojos dorados reflejados en los míos. "Mami, te amo" quise oírlo decir. Pero nunca lo dijo, ya nunca lo decía. Desde que empezó a crecer algunos centímetros, su amor por mí se empezó a disipar. No, no era la pubertad. Aún faltaba mucho para eso, conté los años desde que nació. ¿Pueden creer que aún lo amamantaba teniendo doce? Él no, dijo que era feo y que sus demás amigos, esos que en internet se consiguió... ellos dijeron que estaba mal lo que yo hacía. Prohibí que usara la computadora después de eso, por eso fue una semana muy dura.
»Ya no sé qué más hacer, adopto uno tras otro pero ninguno me ama como él, como mi niño de ojos dorados. Debo castigarlos, gritarles, suplicarles que se comporten. Pero nunca me escuchan. No, nunca me escuchan. Es educado escuchar a quien te está hablando, sobre todo a tu mamá. Es educado ver a la otra persona a los ojos. Traté de enseñarles modales, juro que traté. Pero tan solo seguían gritando. Incluso me insultaron. Criaturas así no merecen el privilegio de recibir una maternidad digna, por eso han pasado tanto tiempo en ese mugre orfanato. ¿Se imaginan? Valoraban tan poco mi comida que tan solo apartaban las verduras. Intenté usar la salida del postre pero ni así. No cedían, nunca cedían. ¿Cómo culparme? Yo solo hice todo lo que pude para mejorar sus vidas. ¡Hice todo lo que pude!
»Cuando intenté adoptar a los gemelos, ellos se confabularon en mi contra. Aún escucho sus carcajadas maldosas, ellos siempre planeaban cómo hacerme travesuras. Sabandijas, ratas. Quise amarlos pero no pude. Colmaron mi paciencia, obtuvieron lo que merecían. No me vean así, estoy hablando en serio. Creo fielmente en la crianza dura, el amor debe ganarse al igual que la media hora extra viendo caricaturas. No sean blandos, ellos se portaron así porque les dieron la mano y les encantó rasguñar brazos. A mí no me verán la cara, ya se los he dicho. Quien entra a mi casa, sigue mis reglas. Y punto.
―Mercedes, ¿dónde los escondiste? ¿Dónde están los cuerpos?
―¿De qué cuerpos me estás hablando? ¿No has escuchado nada de lo que dije? Que falta de educación tienen ustedes.
―¿Dónde están los niños? ¿Dónde los dejaste?
―No los he dejado. Soy una buena madre, los sigo amando.
―¿Dónde están?
―Los arropo en la cama todas las noches.
―Solo hemos encontrado a tu hijo. ¿Dónde están los demás? Mercedes, necesito que nos digas dónde están.
―No sé, no sé. Se escaparon tal vez.
―Mercedes...
―¡No! Cállense. Están sanos y salvos, yo los cuido. Yo los cuido. Confíen en mí. Yo siempre los cuido. No lo he dado de cenar porque se portaron mal conmigo. ¡Pero yo los cuido! Confíen, los crío bien. Ustedes confíen.
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