Feeling empty

¿Ves esa mano llena de sangre? Con los nudillos temblando y los dedos casi quebrados. Esa mano que ha pasado golpeando rostros ajenos y ha limpiado lágrimas que manchaban el de su dueño.

¿Eres realmente capaz de ver las gotas de sangre?

Subiendo y bajando el cierre del pantalón, poniéndose condones como protección, moviendo las caderas en el mismo son. El mismo teatro, la misma canción. Por dentro ya está harto... pero él es el chico malo, ese que te golpea en la cara y te deja la mente hecha un garabato.

¿Realmente eres capaz de ver las gotas de sangre?

Llorando y gritando por dentro las cosas que no pueden ser expresadas por los puños. Se odia, se mira en el espejo y se odia. Mira su cara, sus manos, sus pies. Odia todo pero lo disimula detrás de una botella de cerveza.

 ¿Cuándo se dará cuenta? Se pregunta diariamente la chica tímida pero guapa que está enamorada de él. ¿Cuándo se dará cuenta de la buena persona que en realidad es? Y ella toma un trago. Dos. Luego de tres, va a la pista, mueve las caderas y después...

Otro condón lleno de semen cae sobre la papelera. Las rodillas les punzan a ambos. A la chica le arde el interior de su vagina, pero él quiere seguir.

Otro condón va a la basura. Se cierra finalmente el pantalón.

Cuando llega a su casa, toma una ducha. El agua cae sobre su sucio cuerpo, lo manosea por todas partes antes de tocar el suelo, sintiendo esos kilómetros de piel que han sido acariciados y deseados por decenas de manos femeninas. Cierra la llave. Aún hay gotas tocando su cuerpo.

Se enrolla la toalla, da dos pasos y se detiene frente al espejo. El odio es intenso, en sus ojos puede notarse. Recuerda las palabras de sus amigos, esos susurros y quejas resbaladizas que hacían cada vez que él daba media vuelta, y recuerda que también los odia. Quizás también odia su vida; quizás lo odia todo.

La única certeza en su mente, es que hay un vacío dentro de su pecho, justo detrás  de sus costillas. Toca el punto con sus dedos, le cuesta respirar. Absorbe bocanadas de aire porque el oxígeno parece haberse tornado pesado. Quiere darle un golpe al espejo pero le saldría muy caro.

Cierra los ojos. Sus párpados lloran.

Camina a su cuarto, se quita la toalla. Se acuesta desnudo sobre la cama y ahora son las sábanas blancas las que se dan el lujo de sentir su frívolo cuerpo, deleitándose con ese musculoso trasero y esos brazos tan trabajados. Morir pasa por su cabeza, el suicidio lo tienta mucho más que una buena chica, de esas con cuerpo de modelo porque la única bondad que le interesa ha muerto en su pasado trágico. ¿Había sido su madre o su hermano quien agonizaba en el hospital? No lo recuerda.

Sus párpados siguen llorando porque la soledad no lo ha dejado en paz en días, ni en meses ni en años. Otra vez, le dan ganas de quitarse la vida. Su vista está fija en el techo, el que está tan sucio y lleno de polvo como sus ganas de sentir algo. Todo sentimiento de empatía, amor, cariño o respeto había muerto justo en su pasado, en ese pasado trágico que siempre lo atormenta y parece ser la excusa perfecta para actuar como un arrogante y ser una persona de mierda.

Los sentimientos fueron desechados años atrás, sin razones ni motivos ni refugios. Solo se fueron, se marcharon sin mirar atrás y él desconocía el origen de todo, pues las imágenes de aquellos que fueron o fingieron ser sus parientes se presentaban de forma borrosa en su confundida cabeza. Su propia vida le parecía una incógnita, tan miserable y vacía que podía resumirse a dos signos de interrogación; una duda sin contenido, un cuerpo vacío, una cabeza acosada por inexplicables remordimientos.

Su mano empezó a deslizarse por su torso hasta llegar a su miembro. Se marturbó porque no tenía nada más que hacer. Así era él, así era su vida, así era todo. Todo lo que conocía era tan vacío como el sostén de esa chica tímida con quien acababa de follar. ¿Quién sabe? Tal vez volvería a hacerlo con ella, todo dependía del insípido destino que guiaba su blanquecino y musculoso y perfecto cuerpo. Luego cerró sus párpados, se cerró el telón dando fin a la escena y, por fin, trató de dormir, esperando que las pesadillas o el insomnio no lo visitaran.

Cuando abrió sus párpados, había un espejo frente a su nariz. El mundo estaba en llamas y él era el único que podía salvar a esa chica tímida que conoció la noche anterior. La historia había transcurrido tan rápido...

Se sintió como el pesado aleteo de una mariposa, un bichito que posó sus patas sobre su nariz mientras su máscara se transformaba según otro deseo superficial de ese dios omnipresente y todopoderoso que lo manipulaba según su líbido y antojo. Como el aleteo de una mariposa que ahora yacía tan muerta como el alma que se veía obligado a portar detrás de esos trozos de carne tan masculinos y deseables.

En su rostro se formó una sonrisa, una sonrisa más triste que la de un payaso desempleado, y dijo en un susurro: Renuncio.

Después tomó el encendedor que traía siempre en uno de los bolsillos, porque fumaba cada vez que quería, y quemó las páginas del libro que lo contenían, que lo limitaban. Esas aburridas páginas, amarillentas o blancas, que le trazaban un camino pero nunca lo guiaban y él solo acababa dando vueltas en las fantasías sexuales de adolescentes y adultas con mentalidad perdida en los años de pubertad.

Renunció a tener un pene grande y a esos tatuajes enormes y atemorizantes, que simbolizaban tratos con la mafia o alguna pandilla, ya se le había olvidado. Renunció a las noches de sexo en el baño, a los coqueteos en el balcón, miraditas en la sala, a los suegros asquerosos y retrógradas que sobreprotegian a sus vírgenes pero nada inocentes hijas. Renunció a los enormes pechos de esa chica tímida que a veces bailaba en la pista, que a veces espiaba leyendo bajo un árbol, a esa con quien se encontraba de repente en la universidad o en la escuela o en el trabajo de medio tiempo, o quizás solo la veía en la discoteca que solía frecuentar.

¿O quizás era un enorme trasero lo que le atraía de ella? ¿O quizás debía valorar más que era inteligente o divertida?

Bah, todo era basura. Ya había renunciado pero pensaba en todas esas historias vividas, en esas chaquetas de cuero negro que casi siempre le ponían, en esa motocicleta salvaje o a ese precioso Ferrari que había salido de algún sugar daddy que tuvo. Pensaba y reflexionaba sobre eso mientras quemaba el puto libro que lo había vuelto igual o más puto, con el pito más usado que la mano derecha de un quinceañero.

La cuestión es que él renunció a todo lo impuesto y quemó el jodido libro porque es el jodido chico malo. Duh.

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