Cadáver
El rostro miraba hacia el oeste con los párpados abiertos y los ojos vacíos, pues hacía tiempo se había escapado el alma. O, dicho en otra palabras, el alma le había sido arrancada en contra de su voluntad. Esos ojos de mirada filosa y ausente eran, en compañía de las finas facciones, lo primero que llamaba la atención. No los órganos dispersos por el suelo ni la ausencia de sangre que aportaba sutileza a la obra; era el rostro.
El rostro era, sin duda alguna, tan magnético que te gritaba hasta que lo vieras, a que evitaras por completo el estado deplorable del resto del cuerpo y te compadecieras de su expresión impoluta. Era el rostro de pestañas largas, labios tiesos en una expresión de indiferencia imperturbable, que te engañaba haciéndote creer que su dueño era poseedor de un envidiable estado de autocontrol y calma. Te hacían desear estar en su lugar, tocar el nirvana y naufragar en ese extravagante abismo, por más que sus ojos se hubieran transformado en canicas sin brillo propio, como señal inconfundible de la ausencia de vida.
Después de examinar esa cara poseedora de ojos magnéticos, lo siguiente que debías ver eran las criaturas que se retorcían un poco más abajo del cuello, donde iniciaba el pecho y terminaba la unión entre las extremidades inferiores. Había un agujero trazado en vertical en su vientre y de este salían gusanos. Se deslizaban por la carne que aún quedaba, entrando y saliendo pues esa era su casa. Sus cuerpos cilíndricos se doblaban, a veces, en arcos de ángulos agudos y se retorcían tanto, que parecían a punto de quebrarse en cualquier momento. Era imposible saber cuál de las dos materias era más suave o frágil. Los gusanos podían ser fácilmente aplastados por dedos mientras que la piel, rosada, fría y putrefacta, descansaba con porte de doncella sobre los huesos que se asomaban.
Los intestinos y demás órganos estaban colocados a ambos lados del torso, como si una mano los hubiera tomado fuertemente con el puño y los jalara hacia el exterior, con notoria brusquedad. Muchos de ellos se hallaban lesionados, presentando cortes irregulares debido a la fuerza empleada, mientras los obligaban a abandonar el cascarón que los había contenido durante tanto tiempo, haciendo que destrozaran repentinamente los lazos mantenidos durante años. Sin embargo, ese toque de furia, de heridas secas que se asemejaban a los rasguños de un gato, hacían que aportara un toque mas grotesco y bello a toda la escena.
Las extremidades eran tan exactas como una brújula. Los brazos señalaban el norte, con la mano izquierda descansando grácilmente sobre la derecha. Los dedos violáceos y ligeramente doblados le daban un toque artístico. Las piernas apuntaban hacia el sur, casi paralelas una a la otra, pues la derecha se doblaba ligeramente hacia el este, como el inicio de un pose de ballet.
Aún me pregunto qué estaba pensando el autor de semejante obra. Se me revuelve el estómago ante algunas de las posibilidades pero las espanto velozmente, pues prefiero que mi percepción no sea perturbada con motivos tan funestos como la envidia o la venganza. Han pasado años y sigo recordándolo, a pesar de ser una imagen que guardé de forma nítida en mi memoria debido al impacto que me causó. En ese entonces, no llegué a pensar ni por asomo que se trataba de algo bello, mucho menos artístico. Mas ahora evoco la sensación que predominó en mi cuerpo como parte de mi inmadurez, al no poder apreciar de forma adecuada el valor verdadero de aquella escena.
Me siento halagado de que su autor me haya permitido verla. Tanto, que he intentado por años replicar su creación, sin éxito alguno. Me resultan desconocidos los procedimientos que tuvo que llevar a cabo para extraer la sangre y para que los gusanos solo se limitaran a alimentarse de una parte en específico. No, no he podido hacerlo por mas que se acumulen mis años investigando. Es una tarea sin concluir que me causa ansiedad si la dejo durante un tiempo. Siempre debo... siempre debo ser constante y experimentar, buscar otros métodos y combinaciones para lograr mi objetivo.
Lo necesito.
Lo necesito casi tanto como el oxígeno, el cual debe entrar a mis pulmones para que mi sistema siga funcionando. No importa cuántos años tome, debo copiar esa obra a la perfección. Debo recrear cada uno de los detalles que permanecen nítidos en mis recuerdos y me acompañan durante los sueños más placenteros. Mis ansías, por estar frente a frente con el retrato más exacto de la crueldad, son inagotables.
Debo verlo una vez más para que mi muerte no haya sido en vano, debo recrearlo como gesto de agradecimiento ante el respeto que tengo hacia su autor.
Debo... Debo...
¿Qué pasará si mañana muero en esta cama y no puedo volver a ver de nuevo el único instante de mi vida que fue visitado por la felicidad? Sería un acto imperdonable por parte de la vida. ¿Será por eso que lo crearon? ¿Cómo venganza hacia la impotencia que siento en este momento? ¡Ah! Los humanos somos tan imperfectos que solo es posible crear algo bello a partir de nuestros cuerpos cuando somos visitados por la muerte. Es ahí donde toda esperanza o sueño pierde el sentido, nuestra voluntad se quiebra y genuinamente nos dejamos llevar por la corriente. No hay más obstáculos o barreras que deban ser superadas, no hay más oxígeno que deba ser recogido por nuestras fosas nasales, para satisfacer el hambre que se satisface a sí misma en un estado automático.
No mas ansías ni decepciones ni mañanas. Solo un estado estático donde podemos ser nosotros mismos. ¿No es eso algo maravilloso ? Deseo tanto recrearlo de nuevo que mi mente pelea ferozmente ante el lado perecedero de mi existencia. No deseo volverme inerte, ese no es el propósito de mi vida. Mi objetivo es hacer que otros humanos, tan impotentes como yo, logren alcanzar la calma y el paraíso por medio de la inercia misma. Por medio de la muerte que los aterroriza cada día, por esa muerte a quien le temen pues se asoma a cada esquina y los acosa de una forma casi imperceptible. Les toca la espalda y les susurra esperanzas de un mañana, solo para aumentar en ellos el temor.
¿Qué mejor forma de caer en brazos de la muerte que volviéndose una obra de arte permanente? Desmantelada únicamente por las manos que dicen pertenecerle a la emplasticada idea de justicia. Un triángulo amoroso tan incomprensible como el tiempo. ¡Una maravilla!
Debería... Debería...
Debería visitar de nuevo un sitio donde abunde el público para atraer al siguiente que va formar parte mi extensa colección de lo que la prensa llama víctimas.
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