Epílogo


Las notas del piano son lo primero que llega. Incluso antes que la luz del sol. Me quedo en la cama escuchándolas, está vez no hay pausas, lo ha estado practicando, lo practica siempre que se siente confundido. Hacerlo lo trae de vuelta.

A veces tiene pesadillas, a veces siento que no es del todo él. Le recuerdo que aquí estoy, que nunca me iré de su lado. Nos ayudamos uno al otro.

Me llega un olor a mandarina y lo sigo hasta dar con lo que es. Guillermo ha dejado cáscaras sobre el buró. Lo voy a matar, siempre hace lo mismo. No importa cuántas veces se lo repita, no importa si es ordenado en un montón de cosas más, siempre deja las cáscaras. Empiezo a creer que lo hace a propósito, para dejar todo con olor a mandarina.

Pasado mañana es el día de Todos los Santos y hemos preparado una bonita ofrenda en el patio. Claro que este ha sido mi último amanecer en esta casa. Hoy partimos a Veracruz, a recibir a los padres de Guillermo, tenemos días de permiso en las granjas. No podrían negárnoslos.

Ahí trabajamos ahora, en granjas y zonas de cultivo en la parte sur de la ciudad. También cada semana nos toca ir a recoger escombros y arreglar poco a poco partes que se destruyeron.

La gente que se escondió ha ido volviendo poco a poco, sin embargo esta ciudad nunca será lo que fue. Nos queda grande. Somos bien pocos.

Tiendo la cama, las notas se siguen escuchando. Repite la melodía desde el inicio cuando se equivoca en una nota.

Bajo descalza y lo veo desde los últimos escalones. El piano no era suyo, nos los robamos, o bueno, lo tomamos como premio si se puede decir así.

Las notas se interrumpen cuando me acerco y nota mi presencia. Dejo las manos en sus hombros y él echa la cabeza hacia atrás, sonriendo. Amo su sonrisa, lo amo todo de él.

Nos besamos un largo rato, se pone de pie y seguimos haciéndolo y cuando las cosas van subiendo de tono, empujo sus manos lejos de mi cuerpo.

―Se hace tarde.

Rueda los ojos pero antes de que escape me da un beso ruidoso en la mejilla.

Nos bañamos juntos, riéndonos, besándonos y gritando cuando abro la llave del agua fría a todo lo que da. Me cuesta esto de dejar su casa y él ha tenido la idea de que me siga quedando. Pero no puedo quedarme aquí cuando sus papás vuelvan, sería de lo más incómodo. Yo iré a la nueva casa de mi papá, o puede que me asignen una. Además no falta mucho para que nos mudemos. Después de todo el General ya hasta nos la ha apartado.

Luego de bañarnos vamos a visitar la tumba de mi mamá y también la de Santiago. En nuestra última visita ya le había contado a mi mamá las buenas nuevas y me imaginé que se reía, pero también que me regañaba porque no quería que lo hiciera tan joven y yo le recordaba que nuestro modo de vida ha cambiado.

Mi papá nos ha invitado a todos a desayunar así que esa la siguiente parada. Lázaro ya está ahí cuando llegamos, él y mi papá se han hecho muy buenos amigos. Ironías de la vida.

―Morra ­―me habla en cuanto entramos a la nueva casa de mi papá, una bastante espaciosa en la misma colonia donde solíamos vivir―. He estado ensayando cocteles, ¿sí me van a contratar?

―¿Y si saben buenos? ―le pregunta Guillermo después de estrechar la muñeca de mi padre, pues tiene las manos ocupadas preparando todavía el desayuno.

―¿Buenos? Buenísimos perro. No encontrarás mejor barman que yo.

Le doy un beso a mi papá y Guillermo y yo ayudamos a poner los platos en la mesa para doce.

―Ya conseguí un traje para la gran noche ―menciona mi papá acomodando los platos.

―Pa ―me siento avergonzada.

Las pedidas de novia me parecen medias anticuadas pero no lo voy a decir en voz alta, Guillermo está emocionado por eso aunque también nervioso, no mucho más que yo. Hace pocos días tuve una pesadilla en la que los papás de Guillermo se enojaban cuando él les contaba que me había pedido casarme con él. Una cosa muy estúpida que terminaba mezclándose. Al menos son mejor que las otras pesadillas.

Muevo el anillo en mi dedo casi por mero reflejo, tocan la puerta y me alivio de poder hacer algo. Es Giselle, Walter y Dieter. Por su aspecto creo que vienen de los cultivos del sur.

Hay un tiempo de saludos y ¿Cómo estás? Dieter está más alto, entra veloz al baño mientras Walter hace una mueca.

―Ya sabes, adolescente. Creo que le gusta una chica. No puede ser peor que cuando la persona más inteligente del mundo se enamoró de un bruto como yo.

Giselle se ríe, me encanta verlos juntos, son tan diferentes uno del otro pero se complementan tan bien, incluso Walter ha dejado de fumar. Dieter ha sido adoptado, por decirlo de una forma, por ellos dos. Vive con ellos, lo llevan a la nueva escuela y en general se hacen cargo de él.

―Recibimos una carta de Scott ―cuenta Walter en cuanto entra al comedor.

Se quita su chaqueta y su sombrero texano y está tan fuera de lugar. Es tan texano como nosotros mexicanos, pero Giselle me ha contado que está bien emocionada con poner su primera ofrenda. Se ha traído una foto de su mamá y su papá y quiere aprender todo sobre las costumbres mexicanas de celebrar el día de Muertos. De hecho, hay una señora oaxaqueña que conocimos en los cultivos, que se encargará de hacer un montón de tamales y también se ha encargado de corregirnos cuando hacemos algo mal.

―¿Y qué cuentan? ¿Cómo va todo de ese lado? ―se interesa Lázaro.

Walter resume la carta, hablando de El Paso, de las travesuras de Rony y de que Scott y Hilary se han dado su primer beso. Ellos por supuesto regresaron a Texas. Se quedaron ahí hace unos meses, cuando todos fuimos a Boston a hacer una ceremonia en honor a Vivien Radcliffe.

Conocí al abuelo de Vivien, tan orgulloso como ella, tan valiente como ella.

Los últimos en llegar son Arturo, el General y Beto. Que por su parte también fue adoptado por el General cuando lo conoció en el refugio donde estuvo las semanas después de que dejamos Applewhite. Beto se ha adaptado muy bien al General y este a su vez a él. Supongo que llena el vacío que le dejó Santiago.

El General anima el desayuno con una anécdota del nuevo puesto que tiene. Es como si fuera el gobernador de la ciudad, ha sido elegido por votación. Aunque había algunas personas que querían que fuera Guillermo, Giselle e incluso yo, los tres rechazamos la idea. Al menos Guillermo y yo lo que queremos ahora son responsabilidades sencillas, vivir tranquilos, planear nuestra boda.

―Entonces este pendejo viene y me dice que quiere quedarse con el castillo de Chapultepec, dizque porque él es importante. Es la única rata que quedó del senado y se quiere poner muy machín. No voy a dejarlo, Chapultepec es de la ciudad, es del país. Que no venga con chingaderas.

―Papá ―le reclama Arturo apuntando a Beto.

―Ah, Beto no repitas lo que acabas de oír ―Pero Beto parece embelesado con el General y nada más sonríe―. Bueno y entonces ¿Cuándo se van a casar ustedes?

―Pensamos que en enero ―contesta Guillermo―. La pedida será pasando Muertos.

―Bien, bien ―El General está orgulloso y yo me aguanto una carcajada―. Es una muestra de cortesía con el papá de María, gracias a Dios nunca tuve hijas ―Arturo rueda los ojos―. Y necesitamos una fiesta. Fíjate que hay una banda...

La charla continúa y cuando el desayuno termina Guillermo se pone de pie para ayudar a mi papá con los trastes pero él se lo impide. Dice que nos vayamos antes de que se haga tarde. Así lo hacemos.

Horas después vamos por la carretera. El sol está resplandeciente, es un buen día para que llegue el barco que viene de Europa.

El coronel Thompson todavía está ahí. Después que se destruyera la nave colonizadora viajó a Europa con muchos soldados para enterarse si ellos habían destruido la otra nave, la que se encontraba en Siberia, si no para ayudar a destruirla. Ha sido un exterminio, uno del que ahora no me siento del todo orgullo, pero el miedo nos ha movido.

Giselle ahora se lamenta, dice que pudimos haber aprendido mucho del universo con uno de ellos. Ella es parte ahora de un grupo de científicos que observan el firmamento, hacen anotaciones e investigan todo. Nos han proveído de un sistema de luz y de radio. Eso es un tremendo avance.

―¿Estás nerviosa? ―Guillermo me da un rápido vistazo para luego volver sus ojos castaños-verdes en la carretera.

―Por supuesto, estoy a punto de conocer a toda tu familia. ¿Tú?

―Por supuesto, estoy a punto de decirle a mis papás que me casaré.

―¿Crees que se enojen?

―Meh no, pero querrán una boda en la iglesia.

―Bueno, lo vamos a hacer así ¿no?

―Sí ­―resopla antes de volver a hablar―. Mi mamá es un poco seria, no pienses que es antipática.

―¿Qué tal si me odian?

―María, cuando le cuente que te has pasado las última semanas aprendiendo alemán le vas a agradar. Cuando les cuente todo lo que hiciste por mí yo sé que te querrán enseguida.

―Danke.

Se ríe. Soy malísima alumna y lo sabe, me confundo al conjugar los verbos y no le entiendo cuando pronuncia algo. Apenas si he ido más allá del Ich heiße María o el Ich habe Hunger.

Las horas pasan volando. Llegamos al puerto de Veracruz. Me quedo en el auto porque prefiero que Guillermo tenga un momento íntimo cuando se reencuentre con su familia y cuando les diga a sus papás la noticia.

Paso la hora leyendo un libro hasta que alguien toca la ventanilla. Me sobresaltó pero entonces veo a un niñito muy parecido a Guillermo sonreír.

Guillermo lo aparta enseguida mientras salgo del auto con las manos sudando.

―¿Ella es tu novia? ―se ríe su hermanito. Ya me agrada.

El otro hermano adolescente de Guillermo viene con su padre y su madre. Todos son altos, su mamá es rubia, de nariz y ojos grandes y labios muy delgados. Su papá es bastante guapo tiene el cabello rizado, castaño, la nariz y los ojos de Guillermo. Los había visto en fotografías, pero en este momento me siento intimidada.

―María, mis papás...

―Julio ―El papá de Guillermo extiende su mano y parece que está a punto de echarse a reír.

―Mucho gusto.

―Mariene ­―La mamá de Guillermo me sonríe. No me parece tan seria en realidad.

―Y estos son Julio Albert y Fremont.

―Nos acaba de decir que se van a casar ―El señor Julio Ugarte no tarda en decirlo. Su hijo de en medio Julio Albert se ríe mientras que Fremont empieza a molestar a Guillermo, que le dice que se calle―. Felicidades.

Es entonces cuando su papá me abraza y los nervios se disipan un poco. Su mamá no lo hace pero sigue teniendo esa sonrisita secreta.

Después de algunas otras preguntas buscamos un lugar para cenar. No son ni de broma los únicos pasajeros del barco que ha llegado, así que se ha organizado una recepción en el puerto. Están cansados por el viaje y tienen tantas cosas que contarnos así como nosotros a ellos.

Me quedo rezagada con Guillermo antes de ir hacia una mesa en el malecón. Él me toma la mano sonriente.

―¿Ya ves? No ha sido tan malo.

―Para ti. ¿Ahora que vamos a hacer? ¿Repoblar el mundo? ―bromeo.

Como siempre que digo algo tonto Guillermo me sonríe y me da un beso en la frente.

―No va a ser muy difícil empezar justo ahora.

―Eso lo dices tú, la tienes fácil porque no pasas 9 meses hospedando otra vida para luego sacarla dolorosamente.

―Primero nos casaremos. Eso es lo primero. A mi papá no le va a gustar que vivamos en pecado y eso.

Suelto una carcajada, como si no lo hubiéramos hecho ya en la habitación de sus padres. Por suerte hace días que pusimos sábanas nuevas.

Algún día, si llegamos a formar una familia les contaremos todo. No me importaría hacer quedar a Guillermo como un héroe y a mí como una heroína. Sonrío al pensar eso, es la primera vez que con alguien me podía llegar a imaginar que tendríamos hijos. Incluso sé que nombres les pondría.

Miro el cielo que se llena de puntitos de luz a miles y miles de kilómetros y luego el mar, que se está tan tranquilo. Veo a la familia de Guillermo emocionada por estar de vuelta y no puedo evitar sonreír. Sé que a él lo perseguirán los recuerdos de otra vida y otro mundo, pero yo lo mantendré aquí disfrutando la existencia que nos hemos ganado.

Después de todo, somos polvo de estrellas. Y brillamos.

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