Capítulo 9
Es la tercera vez que me da un codazo, pero me alegro verlo de esa manera y cualquier momento sencillo se agradece ahora. Cuando desperté lo primero que me preguntó fue "¿Si te lo tiraste?". Esa bochornosa pregunta que me hizo reír y enseñarle el dedo de en medio. Cualquier pelea que haya habido entre él y Guillermo ha quedado en el olvido.
Nosotros tres, Beto, Radcliffe y el General estamos en la Lobo. Mientras que las otras dos camionetas vienen detrás.
Había personas en el pueblo. Algunas escondidas por miedo a los extraños, Santiago dice que un señor les sacó la pistola y les dijo que se alejaran. Tienen miedo a la enfermedad y otras tienen miedo a las personas en sí, pero cuando se dieron cuenta que el General y Radcliffe no les iban a hacer daño, decidieron unirse. El resto o están muertas dentro de sus casas o están agonizando. El olor ya comenzaba a sentirse cuando salimos del pueblito.
El General ha ordenado que Fernanda se vaya en la batea de la otra camioneta. Ahí es donde van otras tres personas enfermas que se han aventurado, por si en la frontera hay una cura. Tienen la idea esperanzadora que cruzando la frontera todo será mejor. Por supuesto, todos la tenemos, ¿no es Estados Unidos una potencia? Ellos deben tener más militares que nos vayan a proteger, más medicina que nos vaya a sanar, tendrán las explicaciones sobre los meteoritos o naves espaciales, ya ni sé como llamarles.
Santiago va platicando con Beto acerca de los capítulos de una caricatura que es viejísima pero que al parecer seguían transmitiendo por la televisión y que por lo tanto Beto conoce bien. Radcliffe lleva un fusil y se mantiene atenta en su papel como copiloto, en momentos como estos quisiera ser como ella, pero en mi vida he disparado un arma, me daba miedo hasta prender un cuete.
Guillermo va con la ventanilla cerrada y la cabeza recargada sobre ella. Tiene los ojos cerrados y me permito ver sus pestañas, sus cejas y su nariz. Alzo la mano y la paso por su cara.
Su reacción y mi reacción son instantáneas. Tengo los ojos bien abiertos y él sujeta mi muñeca con fuerza mirándome expectante. Tiene fiebre.
Niega con la cabeza y a través de sus aterrorizados ojos sé lo que quiere decirme, que no les diga a los demás. Acerca su boca a mi oído mientras suelta mi muñeca.
—Por favor.
—Hey, ¿Qué están haciendo? —siento el empujón de Santiago en mis costillas—. Tengan decencia, aquí va Beto —me giro hacia él y arruga el entrecejo—. ¿Estás bien?
—Sí es que... —de mi lado derecho siento como de nuevo Guillermo aprieta mi muñeca. Me acercó más a Santiago—. Lo de la pastilla del día siguiente.
—Ok, no quiero saberlo —él sacude la cabeza, le lanza a Guillermo una mueca rara y se vuelve de nuevo a Beto.
A mi derecha oigo un "Gracias" en voz muy baja pero eso es suficiente para que el trayecto que había comenzado bien no sea nada tranquilizador.
Después de habernos desviado hacia el oeste para evitar pasar por la ciudad de Chihuahua, el General se orilla saliendo de la carretera y de paso llevándose una bardita de palitos de madera que no es obstáculo para la camioneta.
Casi todos salimos de los autos para estirar las piernas y porque también el General y los otros dos conductores están mirando en la batea en la que están los enfermos. Me alejo con Beto porque no quiero que vea lo que ya supongo que habrá sucedido.
No hay ni una maldita sombra, pero nos ponemos cerca de un gran poste de luz. Me quedo un rato observándolo, preguntándome acerca de los meteoritos y sopesando las posibilidades de que un meteorito caído en Siberia o en la Antártida sea culpable de que no haya luz por aquí.
Guillermo no ha tardado en acercarse y en voz baja, mientras Beto está jugando con su propia sombra, me dice que Fernanda ha muerto.
—¿Tú cómo estás? —intento ponerle una mano en la frente pero él la empuja con su mano—. Deberíamos decirles, ya se te ven los ojos raros.
—No quiero que me manden con los otros enfermos y en dos horas se detengan para lanzar mi cadáver por aquí.
—No creo que estés enfermo, lo estuve pensando —él me mira de reojo, medio enojado—. A Fernanda la fiebre le empezó después que analizaron su sangre y sin embargo ellos dijeron que ya estaba enferma, pero tú no, así que cállate de una vez y no vuelvas a decir eso. No estás enfermo de eso, pongo mi vida en ello.
—Entonces nos vamos a morir los dos.
—Ayer dijiste que ibas a intentar que no pasara y sí no te callas juro que voy a ir y decírselo todo a Santiago —justo en ese instante mis palabras se fusionan con su estornudo—, si es que no se da cuenta antes. ¿Sabes que le dije a Santiago? Que tomé una pastilla del día siguiente —ahora tengo toda su atención, apuesto a que nunca vio una en su vida—, y eso es cierto porque no quiero morirme tan pronto y eso significa que si voy a vivir no quiero estar embarazada, tú sabes.
Él suelta una risa y se acerca un poco más.
—Siempre dices las cosas medio a la ligera, las haces ver menos preocupantes de lo que son, me gusta porque me haces reír.
—Y a mí me gusta que tú creas en Dios de manera más auténtica porque tal vez tengo una mayor posibilidad de vivir —me encojo de hombros y él vuelve a reírse—. No estás enfermo, no puedes estarlo, si te pasa algo juro que te voy a odiar y te voy a odiar más porque Santiago te aprecia y no puedes hacernos esto.
—Estás convenciéndome —de repente él abre la boca y tiene una mueca rara.
—Salud.
—¡Oye! —su estornudo se ha ido y me da un pequeño empujón.
—Ahí viene Santiago.
Guillermo está tan sonriente que es imposible que Santiago se dé cuenta que hay algo un poco malo en él. Rápido nos dice que no vamos a detenernos en los pueblos o pequeñas ciudades porque las otras personas no quieren subir a nadie más. Aparte de Fernanda se ha muerto otra adolescente, Radcliffe se ha aventurado a decir que los más jóvenes tardan menos en morirse.
Antes de volver a subir a la camioneta le echo un vistazo al paisaje. Hace muchos años, antes incluso que conociera a Santiago, fui a las Barrancas del Cobre con mis papás, sé que no estamos cerca pero me hace pensar en eso. No había vuelto por allí desde entonces a pesar de que mi padre quedó cautivado, más que nada porque en su perspectiva, Chihuahua quedó señalado como un lugar peligroso y resulta irónico que ahora fuera justo una señal de un poco más de seguridad.
Apenas estamos entrando a Juárez cuando un grupo de soldados con cubrebocas detienen la camioneta. Son soldados estadounidenses y Radcliffe se baja para hablar con ellos.
Nos hacen descender a todos y lo primero que hacen es apartar a los dos enfermos que hay porque dicen que los llevarán a un hospital.
No puedo evitar mirar a Guillermo de reojo, la verdad es que él ha hecho uso de todas sus fuerzas para aparentar que está bien. De alguna manera ha contenido cualquier estornudo durante el camino y también se ha apartado del grupo cuando nos detuvimos a comer. Yo le mentí a Santiago, le dije que lo dejara solo porque se sentía mal por su familia.
Radcliffe les está diciendo algo a los soldados acerca del General.
Puedo leer en inglés, puedo comprender un poco al escuchar una conversación, pero hablarlo se me dificulta porque estoy segura que no sigo las reglas gramaticales al pie de la letra.
De repente uno de los soldados se fija en Guillermo y da un paso hacia él y lo que dice lo entiendo perfectamente.
—Él está enfermo.
—¿Enfermo? —Radcliffe se gira hacia Guillermo con los ojos entornados. Se acerca mucho a él y de repente le pone una mano en la frente y sus ojos relampaguean de curiosidad—. ¿Cuánto tiempo llevas con fiebre?
Le ordena algo a un soldado, parece que Radcliffe tiene un poco de autoridad ahí. Pronto le dan una de las cosas que utilizaron para sacarnos sangre y de nuevo pincha a Guillermo. Se queda viendo el aparatito después de que este ha dejado de emitir sonidos.
—Está enfermo pero de otra cosa —ella le sonríe y la verdad es que tiene una sonrisa bonita—. Eres fuerte ¿lo sabías? Ven conmigo.
—¿A dónde lo llevan?
Esa soy yo. He dado un paso adelante y le puesto una mano encima a Radcliffe que me mira sin creérselo. Le estoy sujetando el antebrazo y no tardo en quitar mi mano cuando presiento que casi está a punto de pegarme.
—Llevaremos a tu novio a un hospital, le van a dar algo para que se ponga bien.
Guillermo me echa un vistazo rápido y luego me guiña un ojo y sin más se aleja de ahí con Radcliffe.
Puedo sentir la furiosa mirada de Santiago a mi espalda, pero otro soldado nos indica que debemos continuar hasta encontrarnos a no se quienes, donde ahí nos darán indicaciones, nos pide que mantengamos la calma. El General le dice a Santiago que nos lleve y que ahí lo esperemos porque él se queda para hablar con otros tipos.
En cuanto subimos a la camioneta él me habla medio rudo.
—No vuelvas a ocultarme algo María.
—¿Qué?
—Tú sabías que él estaba enfermo. No vuelvas a ocultarme algo.
—Él me lo pidió.
—Si te importara sabrías que lo más sensato habría sido decirnos, no le dimos ni una sola medicina, no está contagiado y eso es un alivio, pero no me lo dijiste. Ya lo he dicho, no vuelvas a ocultarme cosas. Le prometí a tu papá que te cuidaría y más te vale que no me hagas el trabajo más difícil.
Esta atardeciendo y no pasan ni 10 minutos cuando nos encontramos un retén, ahí nos dicen que van a inventariar todo lo que llevamos, que no nos quitarán las armas pero sí la comida porque van a enviarla al albergue donde estaremos. Luego nos dicen que debemos ir hacia el aeropuerto que ahora se ha convertido en una cosa extraña donde hay muchos militares. Nos dicen que esperemos y eso hacemos.
Después de una hora nos dan unos burritos, un refresco y un poco de fruta. Ya es de noche y estoy sentada en el piso. Está refrescando así que me pongo la sudadera. Un carro acaba de llegar y de él desciende un muchacho con un poco de acné en las mejillas, una nariz larga pero un porte muy seguro de sí mismo.
—¿Mexicana?
—Eh... ¿sí?
—Soy Scott —él me extiende la mano y luego a Santiago, para después revolverle el cabello a Beto. Estoy segura que es un poco más joven que nosotros—. ¿Hacia Applewhite?
—¿Qué?
Santiago comienza a hablarle en inglés y el tal Scott parece aliviado. Yo no le presto mucha atención hasta que Santiago nos dice que al parecer ese muchacho nos va a guiar a donde nos llevarán. Scott se sienta cerca con mucha familiaridad, saca un cigarrillo y comienza a fumar, me extiende uno pero yo niego con la cabeza, sin embargo Santiago y otros de los señores aceptan.
—¿Hablas inglés? —me pregunta en inglés.
—Un poco.
—Ahí dentro te van a hacer preguntas. No digas que te gustan las ciencias.
—¿Por qué?
—Porque tendrás que estudiar y después te enviarán a una de las plantas nucleares.
—¿Plantas nucleares? —interviene Santiago.
—Algo de desactivación.
Scott se encoge de hombros porque está llegando un soldado mexicano.
—Vengan conmigo.
Nos hacen entrar al aeropuerto que ahora parece todo menos aeropuerto. Hay muchas lámparas de piso por todos lados y no sé de donde obtendrán la luz. A mí me mandan a una mesita donde hay una soldado de piel oscura que me pregunta mi nombre, de donde soy, donde están mis padres, mis hermanos, si estoy enferma de algo que requiera tratamiento, si tengo VISA, y hace una mueca cuando le digo que no y que mi pasaporte se quedó en la ciudad de México.
—Te voy a hacer unas preguntas ¿ok? —su español es bastante bueno pero su carácter no—. ¿Sabes disparar armas?
—No.
—¿Algún arte marcial?
¿Haber sido cinta amarilla de taekwondo cuando era niña contará?
—No.
—¿Estudias medicina o sabes algo de primeros auxilios?
—No.
—¿Astronomía o física?
—No.
—¿Agricultura?
—No.
—¿Sabes cocinar?
—Eh...
—No —apunta ella alzando y bajando las cejas mientras sigue rellenando una hoja—. ¿Sabes nadar?
—Sí.
Al menos parece menos malhumorada cuando lo digo.
—¿Sabes algo de química, matemáticas o te gustan las ciencias?
Recuerdo lo que ha dicho Scott y sigo su consejo, digo que no, aunque no estoy mintiendo del todo.
—¿Estás embarazada?
Esa pregunta me toma por sorpresa. Me acuerdo de la pastillita y niego con la cabeza. Al menos espero que no.
—Ok... —ella toma varios de los sellos que tiene cerca y estampa uno en una hoja que me extiende—. Cuando llegues a Fort Bliss vas a darle esto al jefe encargado ¿ok? Ahí te darán más instrucciones. Vuelve a donde estabas y pregunta por Scott Applewhite, ya debe haber llegado.
El sello de mi hoja dice DIG y no entiendo que podrá significar. El resto son algunos de mis datos en inglés. Espero a Santiago a quien le han dicho que también busque al tal Scott. Ya sabemos quién es y cuando volvemos al lugar donde estábamos lo vemos recargado en su auto fumándose otro cigarrillo y platicando con Radcliffe y Guillermo.
—¿Cómo estás? —le digo aliviada de verlo mejor.
—Me han inyectado, solo era una gripa media fuerte —él me sonríe auténtico—. Tenías razón —luego se gira a Santiago—. ¿Te han puesto en la cacería?
—Sí.
—Perfecto, a mí igual. Vivien se ha encargado.
—¿Quién es Vivien? —pregunto confundida.
—Yo —contesta Radcliffe dirigiéndome una sonrisa no del todo agradable. Ella se quita la gorra que no se había quitado, se ve más joven sin ella y su cabello me parece todavía más rubio cuando se desata el chongo que enseguida vuelve a atar de mejor forma.
—¿Y bien? ¿Qué noticias hay? —pregunto a nadie en particular.
—Iremos a El Paso donde hay un campamento y ahí nos dirán que más hay que hacer.
—¿Pero qué hay de la epidemia? ¿Tienen cura? ¿Son naves espaciales o no?
—En Fort Bliss le sacaran sangre a todos ustedes porque no se han enfermado y en Applewhite se les van a asignar tareas ¿entendido? —me dice Radcliffe seria—. Todavía nadie sabe acerca del grupo que fue a la Antártida, pero igual que en México, no hay luz en la mayoría de los lugares y hay mucha gente muerta.
Ella lo dice como si estuviese explicándome como funciona otra escuela, no como si hablara de vidas y de cosas que no suceden a diario.
—¿Qué dice tu sello? —me pregunta Santiago.
—Eh... dig.
Radcliffe suelta una risa como si no se lo creyera y la expresión de Guillermo no es del todo de alivio.
—¿Qué? ¿Qué significa?
—Cavar.
—¿Cavar?
—Vas a cavar tumbas —suelta Vivien Radcliffe como si nada.
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