Capítulo 7 - 35
Escucho cada palabra con atención, no voy a dudar nada y a pesar de que comienza y yo estoy muy atenta, él parece dudar que le esté creyendo, ha cambiado su actitud desde que le dije que me contara lo que veía en sus recuerdos, o los recuerdos. En realidad siento como si en esa parte confiara más en Radcliffe que en mí.
Voltea hacia una heladería dentro de la plaza, aunque entra un poco de luz a través del techo, él tiene una lámpara a la mano. Estamos recorriendo el lugar en busca de algo que nos pueda servir, pero está casi por completo saqueada.
―¿Esclavos?
―No tanto así, digamos que parecido al feudalismo, tenían señores a los que servir, y esos señores servían a un título parecido a un rey, con un nombre que hacía referencia a un tipo de roca que existía en su planeta, algo difícil de pronunciar para nosotros.
Guillermo entra a una tienda de zapatos con aire indiferente, como si conseguir zapatos elegantes de su número fuera más importante para él en esos momentos.
―¿Entonces? ―lo miro pero a cambió él pone unas zapatillas* hermosísimas en mis manos.
―Pruébatelas.
―¡No! ―Las aviento al suelo y él las vuelve a recoger―. No estás poniendo atención, quiero oír todo ¿entiendes? Antes te morías por contármelo.
―Te lo estoy contando ―Se acerca con toda la calma del mundo y me da un beso antes de volver a poner las zapatillas en mis manos―. Por eso sé que en cuanto te cuente lo que tenemos planeado no habrá mucho tiempo para que tengamos una cena.
―¿Una cena?
―Quiero que cenemos juntos, como en una cita, nunca tuvimos una como tal.
Las palabras mueven algo en mi interior así que me siento en un banco acolchonado y me quito las botas. Antes de probarme la zapatilla derecha alzo la vista, él tiene la mirada perdida en mí pero cuando se da cuenta que lo observó la aparta y sonríe.
―¿En la fiesta llevabas zapatos altos? Te recuerdo más alta.
―No, llevaba flats. Tal vez he empequeñecido, o tú has crecido.
De manera automática le echo un vistazo a su pierna, ayer la he visto por fin, esa cicatriz sin forma, roja, brillante y que parece arrugada. La mía no se ve tan grotesca, sé que a él no le importa la estética de su pierna pero a mí me causa algo, me hace quererlo más, preocuparme más por él.
En cuanto tengo las zapatillas puestas estoy más cerca de su cara y vuelvo a acariciar la minibarba que ya crece.
―¿Qué pasó entonces? Mencionaste que destruyeron su planeta con energía nuclear.
―Hubo una guerra, entre los "reyes", porque que estuvieran en un sistema parecido al feudal no significaba que no conocieran la energía nuclear, aunque la verdad es que la conocían pero no del todo. No tuvieron un Hiroshima para ver las consecuencias que podría tener en ellos y cuando se dieron cuenta del peligro fue muy tarde. Bombas, destrucción de fábricas de bombas, y la radiación contamino su planeta.
Guillermo se sienta a mi lado, tiene el entrecejo fruncido, una voz triste y una mirada de quien no quiere volver a recordar el pasado, porque entonces entiendo que él sabe muy bien lo que ha pasado como si fuera su propia vida. Muevo una mano y acarició su brazo. Él sale de sus pensamientos y me besa un largo rato hasta que noto sus intenciones.
―Espera, tienes que acabar de contarme lo que sabes.
―Lo siento ―resopla medio frustrado y se pasa una mano por el cabello para moverlo hacia atrás―. Quiero estar contigo lo más que se pueda, creí que ya no querías estar conmigo y no sabes el alivio que resultó estar equivocado.
―También quiero estar contigo eh, pero preferiría tener más tiempo que solo esto, y la única manera de conseguirlo es acabar con ellos.
―Ok ―La sensatez vuelve a él así como la expresión de un pasado traumático―. Los, como siervos, vivían bajo tierra, pero notaron que la radiación también penetraba el suelo, así que mientras reinaba el caos, uno de ellos incitó a robar las naves experimentales de su señor, unas naves en la que se suponía podrían sobrevivir años por si algo le sucedía al planeta.
―¿Por qué me suena conocido? ―interrumpí en voz baja, recordando todas las veces en que mi mamá dijo que aunque sí se debía otorgar dinero para la investigación espacial, en vez de buscar otro planeta al que huir cuando destruyéramos el nuestro debíamos intentar preservarlo lo más que se pudiera.
―¿Sabes que fue el desastre de Chernobyl? ―La pregunta de Guillermo me saca de mis pensamientos.
―Sí, la ex URSS en los 80.
―¿Sabes que hubo bomberos expuestos a la radiación que murieron en menos de dos semanas? Porque algo así comenzó a suceder en su planeta. Era cosa de semanas para que todos ellos murieran, robaron las naves para sobrevivir y también era su salida a la libertad.
―¿Me estás diciendo que... la sociedad más baja de su planeta nos está atacando?
―No lo digas así, como si ellos tuvieran la culpa.
―¿Qué?
―Nada, nada ―Sacude la cabeza como si eso fuera a hacer que se olvidara de lo dicho―. De repente más que venganza quisiera que pudieran vivir tranquilos, aunque sé que no podría ser.
Me quito los tacones y aunque soy más bajita que él puedo lanzarle una mirada enojada porque sí que me ha dolido eso.
―¿Qué vivan tranquilos quienes mataron a mi mamá, a Santiago, que se llevaron a Hilary y destruyeron nuestro planeta? No me digas que la culpa es nuestra.
―En parte ―Da un paso atrás con mi expresión―. Cuando una de sus sondas descubrió la Tierra era la década de 1940, los primeros años, era la Segunda Guerra Mundial y ellos vieron de lo que éramos capaces ―Mi expresión se va ablandando pero la verdad desde que llegué a la ciudad no quiero admitir la culpa sobre la humanidad―. La bomba de Hiroshima les recordó que no éramos tan diferentes de aquellos a quienes servían. Además, ya solo quedaban dos de las diez naves que salieron, necesitaban encontrar donde vivir. Después de la guerra empezaron a llevarse humanos a sus naves para investigación. Una guerra de frente contra nosotros los haría estar en completa desventaja debido al número de población; y la energía nuclear no era viable para ellos. Lo que me contaste que pensaba tu papá ellos también lo pensaron, necesitaban una bomba biológica que les dejara el planeta con todas las formas de vida excepto con nosotros, somos su única amenaza.
Hay silencio, nada más siento los latidos de mi corazón en mis sienes. Empiezo a entender la razón de notarlo tan raro a su regreso, es por esa información, algo que solo él puede entender, que parte su cabeza y alma en dos.
―¿Crees qué, qué? ―Con pesar me vuelvo a sentar en el banco acolchonado, dirijo mis ojos hacia los castaños/verdes de él y las palabras salen en un tono afirmativo más que interrogativo―. Mejorarán el virus.
―No tienes las intenciones de atacarnos de otra manera, todo apunta a que sí, mis temores pueden ser ciertos. Las personas que secuestraron son para mayor investigación.
―¿Y cómo es que siervos de un planeta podrían crear un virus?
―Las naves de colonización, las que aterrizaron en Siberia y en la Antártida son para eso, traen lo necesario. Y fueron diseñadas por sus señores, no por ellos. Para el planeta que encontraran tenían un laboratorio por si era necesario enfermar a algún depredador, las naves que aventaban el virus eran para eso también. Están equipadas para lo que ahora funcionan, colonizar. También contenían un tipo de pequeño reactor nuclear que podría ponerse a funcionar en algún momento ya en el planeta que descubrieran, pero los siervos se encargaron de deshacerse de cualquier cosa que tuviera que ver con la energía nuclear. Tuvieron muchos años para aprender, los que ahora nos atacan son la generación que al salir de su planeta era cachorra.
Ahora soy yo quien sacude la cabeza, de más impresionada con toda esa información.
―¿Cachorros? ¿Son mamíferos?
―Por decirlo de alguna manera.
―Vi a uno ¿recuerdas que te conté? ―Mi memoria va de vuelta a aquellos ojos a los que les quité la vida―. Era raro, pero no tan raro.
―Su planeta es frío así que la evolución los ha dotado de muchos pelaje, no por nada aterrizaron en lugares fríos.
―¿Y no pensaron en quedarse ahí? Pudieron hacerlo.
―No, y ni lo harían, no hasta que estén seguros que nos han eliminado.
―¿Y si les aseguramos que no somos una amenaza?
Guillermo resopla, se pone de cuclillas para que su cara esté a la altura de la mía y me dirige una expresión casi de lástima.
―Tienen la idea muy arraigada, no vamos a poder convencerlos ―Por la forma en que lo dice se nota que le duele―. Sus especímenes más viejos decidieron el ataque, ninguno estuvo en contra, y entre ellos la cantidad de tiempo conociendo acerca del universo, la edad, es bien respetada.
Se pasa el dedo índice y mayor de la mano izquierda por sus cejas.
―No van a ceder María, van a terminar con nuestra especie sí o no, pero no hay intermedios.
Esta vez soy yo quien se acerca para besarlo, y sabe diferente, tiene un sabor a condena, como si con nuestros labios estuviésemos arrullando la tragedia.
Se ha muerto mi mamá, mi abuela, probablemente mis tíos y aquellos primos a los que solo veía en Navidad. Se ha muerto mi mejor amigo y probablemente muchos de aquellos que en sus años lo fueron o que casi lo fueron.
―Promete que no me dejarás ―susurro entre el beso.
Sé que se ha dado cuenta que no me refiero a dejarme por alejarse, sino a dejarme por lo que ya no tiene vuelta atrás y que es la muerte. Me separo no diciéndome si su situación es peor o mejor, si la duda de que su familia sigue o no con vida es mejor que saber que ya están muertos.
No ha contestado mi promesa pero ya no lloro.
―¿Qué tan arriesgado es el plan de ataque? ―quiero saber.
―Vivien y yo pensamos que lo mejor es ir en busca de sus naves, quedarnos aquí repeliendo los ataques esporádicos los beneficiará más a ellos. Tenemos que ir a la nave que se movió a Argentina.
Resoplo entiendo que podría ser un viaje largo y no estoy dispuesta a quedarme esta vez.
―Tenemos que volver y contarle a todos.
―Sí ―Alza sus cejas rectas y se queda pensando otro largo rato―. ¿Crees que me crean?
―No sé si tengan otra opción, pero seguro que tú Vivien los amenaza.
―No es mi Vivien ―se ríe un poco y me alegro, lo he hecho reír―. Pero tal vez tú si eres mi María.
Ahora soy yo quien suelta una carcajada.
*No sé en cuáles países les llaman zapatillas a los tenis, pero en este caso se refiere a los tacones.
Muchísimas gracias por su infinita paciencia.
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